De Trafalgar a Austerlitz, contexto y consecuencias


Autor: Felipe Pigna.

Gran parte del para nada aburrido siglo XVIII transcurrió entre discusiones en círculos comerciales y políticos ingleses sobre la conveniencia de apoyar la independencia de América del Sur y copar su mercado de incalculable riqueza. En 1741, por ejemplo, se elaboró un plan que proponía la liberación de las colonias españolas, porque según se decía en el texto: “conviene a un pueblo libre como el inglés colocar a los otros en las mismas condiciones porque el comercio inglés se beneficiaría con la existencia de naciones libres en América del Sur, y que así Inglaterra ganaría amigos y aliados útiles”. Otros planes para libertar a América del Sur fueron presentados al gobierno británico en varias oportunidades durante ese siglo: en 1742, 1760, 1766, 1780 y 1785, por ejemplo.

La revolución industrial, que se inició en el último cuarto del siglo XVIII, dio un nuevo impulso al capitalismo inglés y demandó la búsqueda de nuevos mercados para las altamente competitivas manufacturas británicas que ya habían saturado al mercado local.

A partir de entonces el Estado inglés, como toda potencia hegemónica de la historia,  desarrollará un doble discurso que se traducirá en una doble política comercial: en el plano interno, un férreo proteccionismo para asegurar su desarrollo industrial, y en el plano externo, la promoción e imposición del librecambio para la libre concurrencia de sus mercaderías y la compra a precios viles de las materias primas en los países periféricos. Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago.

En este contexto de búsqueda de nuevos mercados, tuvieron eco en Londres las ideas del revolucionario venezolano Francisco de Miranda, personaje novelesco que supo ser amante de la princesa Catalina II de Rusia, soldado de Washington y general en la Revolución Francesa.

En marzo de 1790 Miranda le había presentado al Primer Ministro inglés William Pitt, llamado “el joven” 1 , un plan de conquista de las colonias americanas para transformarlas en una monarquía constitucional con la coronación de un descendiente de la casa de los Incas como emperador de América. Miranda se ilusionaba en su informe: “Sudamérica puede ofrecer con preferencia a Inglaterra un comercio muy vasto, y tiene tesoros para pagar puntualmente los servicios que se le hagan… Concibiendo este importante asunto de interés mutuo para ambas partes, la América del Sud espera que asociándose Inglaterra por un pacto solemne, estableciendo un gobierno libre y similar, y combinando un plan de comercio recíprocamente ventajoso, ambas naciones podrán constituir la Unión Política más respetable y preponderante del mundo”. 4

Miranda pensaba que sucesos como la rebelión de Túpac Amaru y la de los Comuneros de Paraguay y Nueva Granada implicaban un signo claro de odio a la metrópoli y al monarca, cuando en realidad aparecían como expresiones aisladas que aún no encontraban un punto común de confluencia.

En 1796, mientras España, aliada de Francia, declaró la guerra  a Inglaterra, le fue propuesto a Pitt, por un miembro de su gobierno, otro plan de expediciones a América del Sur, de más largo alcance que el de 1790. Fueron enviados algunos barcos para practicar un reconocimiento del Río de la Plata, pero en 1797 el plan fue abandonado debido a la crítica situación de Europa. Durante ese mismo año, el infatigable  Miranda propuso otro plan de ayuda británica en la liberación de su continente natal, pero, una vez más, el proyecto no prosperó.

Pero por una vez el azar jugaría a favor de los planes del revolucionario venezolano. El 5 de octubre de 1804, estando a 25 leguas de Cádiz, cuatro fragatas españolas comandadas por el gobernador de Montevideo José de Bustamante, que llevaban oro y plata del Alto Perú a sus apropiadores, sufrieron el ataque de cuatro buques ingleses que se colocaron en medio de la flotilla española y abrieron fuego.

El motivo del ataque fue la sospecha de que el tesoro, valuado en unos 2.000.000 de libras, iría a parar a Francia para financiar las campañas de Napoleón, como parte del subsidio que pagaba puntualmente el rey español Carlos IV al emperador francés para, según confiaba, ahorrarse problemas con su incómodo aliado.

El ataque inglés fue todo un éxito, culminando con la captura de tres barcos y la voladura de una cuarta nave en el transcurso de la batalla. En el ataque a este último barco murieron la madre y los hermanos de Carlos María de Alvear, el futuro dictador argentino, y ocho de sus nueve hermanos. Carlos y su padre, Diego de Alvear, lograron salvarse pero fueron capturados con el resto de la flota. Pasaron algún tiempo en Inglaterra, donde Carlos María completará su formación y establecerá perdurables contactos con importantes dirigentes ingleses.

En plena conmoción por el suceso y ante la declaración de guerra por parte de España, el 12 de octubre de 1804, Pitt y su gabinete discutieron el plan de Miranda con Sir Home Popham, y se acordó que debía  ser concluido y presentado de inmediato.

Popham, dice el historiador canadiense H.S. Ferns, “era uno de los jefes más capaces, imaginativos y exitosos de la Armada. Sus hazañas de navegación, sus aportes al mejoramiento de las señales y su dominio de las operaciones conjuntas justificaban tanto su ascenso a su alto grado como su incorporación a la Real Sociedad. Había quedado convicto de corrupción por un tribunal militar y había logrado que se revocara la sentencia”. 2

Aparentemente Miranda se estaba saliendo con la suya y se lanzaba a escribir a sus anchas sobre los objetivos de su plan: “La emancipación de Sud América, de su Gobierno Tiránico, de su Administración Opresiva, de sus Arbitrarias Extorsiones y los muy exorbitantes avances sobre todos los Artículos Europeos”. Resulta evidente que Miranda sabía que al gobierno inglés había que hablarle de comercio antes que de libertades  si quería obtener algún apoyo para la emancipación y protección de América del Sur.

“Entrando al asunto de Sud América -escribía Popham, acompañando el documento de Miranda- es casi innecesario llamar la atención de los Ministros de Su Majestad sobre su positiva riqueza o sus facultades comerciales; ellas han sido, estoy seguro, meditadas muchas veces, y una ansiedad universal ha inducido a transformar esta infalible fuente de riqueza en cualquier canal menos el que ahora disfruta de ella.” 5

Popham abonaba su carta con datos comerciales contundentes tales como que los ingleses sabían muy bien que dos tercios de todas las riquezas que España sustraía de América del Sur iban a parar directamente a Francia, y que esto sería así por el corto lapso de tiempo que mediara hasta que Napoleón se decidiera a invadir América y obtener directamente él las materias primas de las colonias.

Para el gabinete inglés, que venía de sufrir la irreparable pérdida de las colonias de América del Norte, estaba claro que esto debía evitarse a toda costa. Popham finalizaba comentando que el ex ministro de los Estados Unidos en Londres creía que la independencia de la América española era el único camino para salvar a Gran Bretaña de la completa derrota bajo los ataques de Napoleón.

El gobierno de Pitt tenía razones para temer que los franceses intentaran apoderarse de la región del Río de la Plata en ese momento, y tomó medidas de inteligencia para ser avisado antes de tal movimiento.

En un primer momento Pitt expresó su consentimiento al Plan Popham-Miranda. Pero cuando en diciembre de 1804 la expedición estaba siendo preparada, tuvo que ser pospuesta por varias circunstancias, y Popham, que no podía estar demasiado tiempo quieto, decidió en el verano de 1805, alistarse voluntariamente en una expedición destinada a capturar en África de Sur el Cabo de Buena Esperanza de manos de los holandeses, aliados de Napoleón. Antes de que partiera, Pitt le advirtió al Comodoro que el ataque a América del Sur debía ser abandonado por el momento porque el gobierno estaba tratando de separar a España de Francia pacíficamente.

En el viejo mundo el principal obstáculo para la expansión napoleónica era Inglaterra, su principal enemiga. Napoleón comenzó a soñar con dominar las dos riberas del Canal de la Mancha y como la distancia entre los sueños era para Napoleón tan corta como su estatura, el encuentro entre la flota aliada de España y Francia, por un lado, y los ingleses, por otro, se produjo finalmente el 21 de octubre de 1805 en Trafalgar, cerca de Cádiz, donde la pericia del almirante Horatius Nelson determinó el triunfo total de los británicos. La flota franco-española, al mando del vicealmirante francés Pierre Charles de Villeneuve, quedó prácticamente destruida y perdió 2.400 hombres. Los ingleses no se la llevaron de arriba, tuvieron sus 1.587 muertos, entre ellos el propio Nelson, pero se aseguraron el control de las rutas comerciales más rentables del mundo.

Los ingleses llamarían desde entonces “Trafalgar Square” a una de las plazas y centros comerciales más importantes de Londres y colocarían el luto para siempre en forma de corbata negra a todos los integrantes de la Royal Navy en recuerdo al almirante Nelson.

La victoria tranquilizó a los ingleses. Napoleón ya no podría invadir Londres y el dominio de los mares permitía pensar en la búsqueda de nuevos mercados que aliviaran a las fábricas de Liverpool, Manchester y Londres, al borde de la quiebra y abarrotadas y al Banco de Inglaterra, que había debido decretar por primera vez en su historia el curso forzoso de la Libra.

Cuarenta días después de Trafalgar, Napoleón se tomó revancha derrotando al ejército austro-prusiano en Austerlitz, al Norte de Viena, y mandó a construir el famoso Arco del Triunfo en el centro de París 3. Tras estas dos batallas cruciales el poder europeo quedó repartido: los mares para Inglaterra y el Continente para Francia. Cuentan que el primer ministro inglés, Sir William Pitt, al conocer el triunfo del emperador francés, enrolló un mapa de Europa exclamando: “Durante los próximos diez años, no lo necesitaremos”.

Referencias:

1 Se lo llamó así  porque al ocupar el cargo de Primer Ministro por primera vez en 1783 tenía solamente 24 años, y  para diferenciarlo de su homónimo y padre,  que lo había precedido en el cargo llamado desde entonces “el viejo”.
2 H.S. Ferns, La Argentina, Buenos Aires,  Sudamericana, 1973.
3 El monumento de unos cincuenta metros de altura se encuentra en el extremo oeste del Boulevard de Champs-Élysées. La construcción comenzó en 1806 y recién pudo inaugurarse en 1846. Allí Napoleón dejó grabados los nombres de 386 de sus generales y 96 de sus victorias. Tras la Primera Guerra Mundial, se colocó bajo el Arco el monumento al soldado desconocido.
4 José María Rosa, Historia Argentina, Tomo 2, Buenos Aires, J.C. Granda, 1965,  pág. 14.
5 John Street, Gran Bretaña y la independencia del Río de la Plata, Buenos Aires, Editorial Paidós, 1967, pág.  25.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar