(1886-1957)
Autor: Alejandro Jasinski
Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de la Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez es, aunque cueste creerlo, una sola persona: Diego Rivera, el gran muralista mexicano.
Nacido en Guajanato en 1886, a los diez años ya estaba matriculado en la academia artística del viejo convento de San Carlos, en la ciudad de México. Sin embargo, su iniciación en la pintura fue tanto más temprana que el mismo Rivera ha afirmado: “El más remoto recuerdo de mi vida es que yo dibujaba”. De aquella vieja academia, Rivera sacó algunas directrices técnicas que le permitieron dar forma a su estilo.
A los 16 años, Rivera cursaba en la Escuela de Bellas Artes, de donde fue expulsado por participar de una protesta estudiantil. No aceptó la oferta de readmisión cuando le fue propuesta. Fue así que se largó al país, a pintar numerosos paisajes, los cuales le valieron, a los 20 años, una importante beca del gobernador de Veracruz, que le permitió viajar al viejo continente. En España aprendió del impresionismo y se vinculó al movimiento anarquista español.
Luego de pasar más de 13 años en Francia, Bélgica, Inglaterra e Italia, volvió definitivamente a México, influenciado por los grupos de arte y política del Monmartre parisino, consciente de la necesidad del artista de desafiar al “mundo burgués” y cargado de 325 bocetos y algunas ideas sobre la técnica y las posibilidades sociales de la pintura mural.
En poco tiempo, influenciado por el gran pintor José Guadalupe Posada, Rivera logró oponer a la vieja estética del régimen del porfiriato, la nueva estética del México revolucionario: la expresión de las danzas y fiestas comunales, máscaras, tejidos y mantas coloridas, la alfarería y las cestas indígenas, de los trabajadores y la gente sencilla.
Ya entrada la década de 1920, se incorporó al Sindicato de Trabajadores Técnicos, Pintores y Escultores. Pronto, logró que el nuevo gobierno se convirtiera en una especie de cliente colectivo de los artistas comprometidos con el nuevo sentido estético. Así comenzó la época del muralismo de Rivera. Monumentales y realistas, los frescos se plasmaron principalmente en edificios públicos.
La pintura no era su única devoción. Rivera tuvo también una particular relación con las mujeres. Casado en numerosas ocasiones, incluida su larga unión con Frida Kahlo, consideró que el hombre era una subespecie que debía aceptar la superioridad y dirección femenina.
En la década de 1930, pese a su destacada actuación en el Partido Comunista de México, Rivera llegó con su arte a Estados Unidos, donde realizó numerosas pinturas monumentales, especialmente en Michigan y en Nueva York. Con posterioridad, Rivera pintó algunos de sus más grandes murales, “La Universidad, la familia mexicana, la paz y la juventud deportista», “Canto General de Pablo Neruda”, “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central” y “El teatro en México”. El 24 de noviembre de 1957, a los 70 años, falleció en el Distrito Federal.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar