El exilio de Rosas


El buque Conflict en el que viajaba Juan Manuel de Rosas arribó a Plymouth el 26 de abril de 1852, comenzando así el largo exilio de Rosas en Inglaterra. Allí, Rosas fue recibido oficialmente con disparos de cañón. Por estos recibimientos, el gobierno inglés recibió interpelaciones del Parlamento. Entonces, lord Malmesbury negó que se hubiesen impartido órdenes en tal sentido, pero aseguró que las autoridades locales donde había desembarcado habían querido dar honores a quien había acogido cordialmente a los súbditos del rey. En carta a Rosas, Malmesbury le indicaba: «puede V.E. establecerse donde quiera y vivir en perfecta seguridad bajo la protección de las leyes inglesas».

Bienvenido entonces, el «restaurador de las leyes», quien había sabido ser el hacendado más opulento de Buenos Aires, se encontró en una precaria situación económica, ya que en Buenos Aires, el gobernador provisional y su ministro Alsina confiscaban todos sus bienes. Por un tiempo, hasta que se pudo revertir en parte esta medida, Rosas se vio en aprietos. Cuando logró hacerse de algún dinero enviado desde Buenos Aires, arrendó una propiedad en las afueras de Southampton, propiedad de su amigo Lord Palmerston. Él mismo dirigió la nueva actividad, hizo cercar el fundo, construir su casa, tres ranchos grandes y dependencias, galpones, corrales, palenques, compró vacas, cabras, ovejas y puercos, e hizo sembrar una arboleda.

Mientras tanto, en Buenos Aires, se le declaraba reo de lesa patria y se le sometía en ausencia a los tribunales locales y hasta se le condenó a la pena de muerte, que se realizaría en Palermo, una vez que el gobierno inglés cediera a su extradición. Ello no ocurrió, pero no le evitó las penurias. Uno de sus primeros biógrafos, Adolfo Saldías, escribió hacia fines del siglo XIX: «Vivió librado al trabajo diario en su retiro de Swarkling, en vida modestísima, frugal  y severa, resignado con su suerte, sin hacer vanos alardes,sin proferir jamás quejas, sin acusar a nadie. Muy pocos extraños sorprendieron su soledad, que sólo la presencia de sus hijos le alegraba. Algunos de sus compatriotas
le asignaron una anualidad que hacía llevadera su miseria». Así fueron los últimos días de Rosas, hasta su muerte ocurrida el 14 de marzo de 1877, a los 84 años.

En esta oportunidad, recordamos su desembarco en Plymouth, el 26 de abril de 1852, con sus confesiones sobre la forma en que llevó sus últimos años de vida.

Fuente: John Lynch, Juan Manuel de Rosas, pág. 323; cita Rosas a Josefa Gómez, 7 feb. 1864, 7 jul, 1865, Cartas del exilio, 49, 131.

Mi economía en los doce años corridos ha continuado siempre tan severa como parece imposible al que no ha estado cerca de mí. No fumo, no tomo rapé, ni vino ni licor alguno, no asisto a comidas, no hago visitas ni las recibo, no paseo ni asisto al teatro ni a diversiones de clase alguna. Mi ropa es la de un hombre común. Mis manos y mi cara están bien quemadas y bien acreditan cuál y cómo es mi trabajo diario incesante, para en algo ayudarme. Mi comida es un pedazo de carne asada y mi mate. Nada más

 

Juan Manuel de Rosas

Fuente: www.elhistoriador.com.ar