Según surge de los documentos recientemente desclasificados del pentágono, la Casa Blanca y la CIA, la embajada de los Estados Unidos en Chile recibió la orden de sondear la permeabilidad de los legisladores chilenos a ser sobornados para que se negaran a ratificar en el parlamento el resultado electoral. Esta primera operación fracasó y el propio jefe de la oposición Demócrata Cristiana, Eduardo Frei, anunció públicamente que votarían por Allende. A partir de este momento aumentó el nerviosismo de Nixon y Kissinger. El presidente dijo en una reunión: “No hay que dejar ninguna piedra sin mover para obstruir la llegada de Allende”. Su empleado Kissinger declaró públicamente: “No veo por qué tenemos que quedarnos como espectadores y mirar cómo un país se vuelve comunista por la irresponsabilidad de su propio pueblo”.Y como no veía por qué, decidió junto con su jefe ordenar a la embajada que sondee esta vez otra permeabilidad, la de las Fuerzas Armadas a un golpe militar preventivo que impidiera la asunción de Allende.
El embajador Korry, tras hacer sus investigaciones con la ayuda de los muchachos de la CIA, contestó que chocaba contra una histórica tradición democrática de las fuerzas armadas chilenas en general y con la rotunda negativa del Comandante en jefe, general René Schneider, en particular. Ante estas malas noticias para Washington, Nixon ordenó eliminar a Schneider. Según las anotaciones registradas por el secretario Richard Helmes de una reunión en el salón oval de la Casa Blanca presidida por Nixon y Kissinger, el presidente dijo que no le preocupaban los costos, que ponía inmediatamente 10 millones de dólares para el operativo, que enviaría a Chile a sus mejores hombres expertos en inteligencia y contrainteligencia para matar a Schneider y para lanzar campañas de acción psicológica que hicieran chirrear a la economía chilena. Los yanquis lograron finalmente la permeabilidad de un grupo de militares chilenos encabezados por el general Viaux por la módica suma de 50.000 dólares a cobrarse tras la concreción del asesinato, más un seguro de vida de u$s 200.000.
Los deseos de Nixon se cumplieron, su gente llegó a Santiago y el 18 de octubre enviaban su primer cable que decía textualmente. “Se reúnen clandestinamente el 17 de octubre, sus planes progresan mejor de lo que había pensado. (…) dicen que tienen que actuar porque creen estar bajo sospecha y vigilados por partidarios de Allende”. El cable terminaba así. “Solicito el rápido envío de tres ametralladoras estériles del calibre 45 y la munición correspondiente al aparato número 1. Por favor confirmen antes de las 20.00 horas locales del 18 de octubre que esto es posible, para que pueda informar convenientemente a sus contactos”1.
La respuesta de Washington es inmediata y confidencial. “Se envían subametralladoras y munición por correo regular, que saldrá de Washington a las 7.00 horas del 19 de octubre y llegará a Santiago a última hora de la noche del 20 de octubre. Preferimos usar transporte regular para no llamar la atención”.2
Las armas llegaron puntualmente y el 22 de octubre de 1970 caía asesinado por negarse a encabezar un golpe de Estado, ideado y financiado por el gobierno de los Estados Unidos, el general René Schneider.
El atentado, que además tenía el objetivo de culpar a la izquierda chilena y lanzar una campaña mediática sobre los peligros que implicaba un gobierno “comunista” en Chile, no impidió la asunción de Allende y la puesta en práctica del programa de gobierno de la Unidad Popular, la coalición que había llevado a La Moneda al líder socialista, quien dijo al asumir la presidencia aquel 4 de noviembre de 1970: “ Miles y miles de hombres sembraron su dolor y su esperanza en esta hora que al pueblo le pertenece. Esto que hoy germina es una larga jornada. Yo solo tomo en mis manos la antorcha que encendieron los que antes que nosotros lucharon”.
Así se lanzaron programas educativos revolucionarios, amplias campañas de alfabetización, se profundizó la reforma agraria dejada inconclusa en los 60, se nacionalizó la producción y exportación del cobre y de los servicios de telecomunicaciones. Era demasiado para los sectores conservadores y los intereses norteamericanos afectados que decidieron declararle la guerra al pueblo chileno y su gobierno.
Los documentos del Senado de los EE.UU. desclasificados y agrupados bajo el nombre: “Acción clandestina en Chile 1963-1973” son elocuentes en cuanto a todas las operaciones desarrolladas por los Estados Unidos en el país trasandino, lo que queda ratificado por un testigo de primer orden, el mismísimo Nathaniel Davis, reemplazante de Korry al frente de la embajada norteamericana en Santiago, quien en su libro Los dos últimos años de Salvador Allende, admite la mutua colaboración de elementos de inteligencia norteamericana y chilena para desestabilizar a Allende. Que el gobierno de los Estados Unidos mantuvo contactos directos con los militares que preparaban el golpe contra Allende, que ningún funcionario de su gobierno le expresó que vería con disgusto un golpe de Estado en Chile.
El hostigamiento fue permanente, no hubo tregua para aquel hombre digno y valiente que quiso intentar la vía pacífica al socialismo. Las hienas locales en sociedad con sus jefes del Norte perpetraron prolijamente la masacre. Los Estados Unidos no podían permitirse otra derrota. Aquel año 1973 fue el del comienzo de la retirada, llamada eufemísticamente vietnamización, lo que en criollo quería decir, que frente a la inminente victoria del pueblo vietnamita, el imperio retiraba gradualmente las tropas y le dejaba la responsabilidad de la derrota al los generales de Vietnam del Sur. El poder económico de los Estados Unidos, representado por Nixon y sus muchachos, decidió que Chile debía caer, que aquel proceso debía ser abortado a cualquier precio. No ahorraron esfuerzos ni dineros, millones fueron empleados en financiar huelgas patronales como la de los camioneros que paralizaban el país, para pagar campañas mediáticas contra el gobierno, como aquel famoso titular de un diario chileno que decía “faltará el azúcar”. No faltaba el azúcar, pero al leer la noticia cientos de miles de chilenos se lanzaron a buscarlo y sí faltó.
Mientras tanto, Pablo Neruda escribía uno de sus últimos poemas: “Nixon, Frei, Pinochet, hasta hoy, hasta este amargo mes de septiembre de 1973, con Bordaberry, Garrastazú y Banzer, hienas voraces de nuestra historia, roedores de las banderas conquistadas con tanta sangre y tanto fuego, encharcados en sus haciendas, depredadores infernales, sátrapas mil veces vendidos y vendedores, azuzados por los lobos de Nueva York, máquinas hambrientas de dólares, manchadas en el sacrificio de sus pueblos martirizados, prostituidos mercaderes del pan y el aire americanos, cenagales verdugos, piara de prostibularios caciques, sin otra ley que la tortura y el hambre azotada del pueblo”.3
El resto es historia conocida, un general traidor que había jurado su fidelidad al “gobierno y a la Constitución”, el bombardeo de la casa de gobierno y la resistencia hasta las últimas consecuencias de un presidente que se despedía de su pueblo con estas palabras antes de quitarse la vida: “Trabajadores de mi patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley, y así lo hizo. El capital foráneo, el imperialismo, unido a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición. Me dirijo, sobre todo, a la modesta mujer de nuestra tierra: a la campesina que creyó en nosotros, a la obrera que trabajó más, a la madre que supo de su preocupación por los niños. (…) Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron y entregaron su alegría y su espíritu de lucha; me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos. (…) El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile, viva el pueblo, vivan los trabajadores! Estas son mis últimas palabras, teniendo la certeza de que el sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.
Referencias:
1 Citado por Christopher Hitchens, Diario El País de Madrid, 4 de marzo de 2001.
2 Ídem.
3 Pablo Neruda, Las Satrapías, en algún lugar de Chile 15 de septiembre de 1973.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar