Autor: Mariano Fain
En el habla coloquial rioplatense, la locución «bajar la caña» forma parte del lunfardo local para nombrar situaciones en las que se abusa de alguien o se cobra desmedidamente.
Sus raíces se remontan a antiguas prácticas rurales. Cuando se usaban bueyes u otros animales de tiro para arar campos o transportar cargas, quien los guiaba –el denominado boyero– portaba una larga caña de madera con un aguijón de hierro en la punta.
Si el animal disminuía el paso, el boyero procedía a «bajarle la caña» dándole golpes en el lomo para estimularlo a caminar más rápido. El dolor provocado por la caña constituía un modo de castigo mediante el cual se obligaba al animal a esforzarse.
Con el tiempo, la expresión se trasladó al lenguaje cotidiano para referirse a quien somete a otro mediante el abuso o la explotación desmedida. Ya sea aprovechándose sexualmente, estafando económicamente o sacando ventaja de su posición de poder sobre otro más débil.
Quizás el uso más polémico de la frase tuvo lugar en la década de 1970, cuando una propagada televisiva sugería dobles sentidos sexuales al mencionar «bajarle la caña» a una botella de bebida que una mujer no podía alcanzar. Tras las denuncias, la publicidad debió ser retirada del aire.
De este modo, la locución «bajar la caña» permanece en el lunfardo como sobra de un pasado rural signado por la fuerza y el castigo como métodos de sometimiento.