Al iniciarse la segunda conflagración mundial, en 1939, Estados Unidos se mantuvo inicialmente al margen del conflicto. En la primavera europea de 1940, las tropas alemanas conquistaron Dinamarca, Noruega, Países Bajos y Francia. En julio de 1941, Alemania invadió la URSS mientras Japón avanzaba hacia el sur de Asia. Ningún intento mediador logró detener el avance de la guerra. El 7 de diciembre de 1941, aviones japoneses atacaron la base naval estadounidense en Pearl Harbor, en las islas Hawaii, las Filipinas (ocupadas por los norteamericanos), y las posesiones inglesas de Hong-Kong y Malasia. Así, la guerra, que ya había desbordado los límites de Europa con la invasión alemana a la URSS, se convirtió en mundial.
Al día siguiente, el Congreso norteamericano declaró la guerra y tres días más tarde respondieron de igual forma Alemania e Italia.
El ataque a Pearl Harbor forzó a las repúblicas americanas a tomar posición. Los pequeños países caribeños declararon rápidamente la guerra al Eje. Le siguieron México, Venezuela y Colombia, pero solamente rompiendo relaciones. Brasil, Ecuador, Paraguay y Perú, dieron su solidaridad y se mostraron muy dispuestos a romper relaciones si había acuerdo continental. En tanto, Argentina, Bolivia, Chile y Uruguay dieron sus votos formales a los Estados Unidos, sin mayores compromisos. La Argentina -que todavía sentía la fuerte influencia alemana en su Ejército- se encontró en una posición difícil. En el país se pusieron en marcha numerosas expresiones filonorteamericanas, que fueron respondidas por el gobierno provisional de Ramón Castillo con el Estado de Sitio.
El 15 de enero de 1942, se realizó en Río de Janeiro la Tercera Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores convocada por la Unión Panamericana. Allí, el canciller argentino, Enrique Ruiz Guiñazú, considerado “antinorteamericano acérrimo”, “hispanófilo” y “filonazi”, intentó mantener al país en la más estricta neutralidad, cuando Estados Unidos esperaba la inmediata ruptura de relaciones con los países del Eje. Ruiz Guiñazú aseguró que la Argentina deseaba cooperar con las repúblicas hermanas y cumplir con las obligaciones interamericanas, pero fue evasivo a la hora de asumir compromisos mayores.
En dicha cumbre, el canciller argentino aprobó las recomendaciones de ruptura de relaciones comerciales y financieras, de clausura de las telecomunicaciones y desarrollo de emprendimientos, y no se opuso a la creación de la Junta Interamericana de Defensa ni a la Comisión Consultiva de Emergencia para la Defensa Política; pero todo ello no iba más allá de declaraciones y recomendaciones, sin obligarse a romper relaciones diplomáticas ni a ingresar en guerra con los países del Eje. Tal “obstruccionismo” -así considerado por los delegados norteamericanos- provocó más tarde una reacción enérgica del gobierno de Estados Unidos hacia el país. Recordamos, el ataque a Pearl Harbor, con fragmentos de la intervención del canciller argentino en la cumbre de Río, que deben leerse a la luz de estas circunstancias descritas.
Fuente: Diario La Razón, Nº 11.965, Buenos Aires, 24 de enero de 1942.
«Cada país puede presentar como una sola pieza y sin junturas su pensamiento y su acción: habla con la autoridad que es inherente a los pueblos con personalidad, y puede, en definitiva, responder dando satisfacción a todos los problemas que le preocupan. Y en este final de cuentas es muy grato al sentimiento de todo hijo de este continente, proclamar sin reserva alguna que la unidad de América es un hecho y que, por lo que afecta al caso típico actual del país agredido, Estados Unidos, que nos une a él una amistad intensa y cordial, que permite fijar el destino que todos compartimos. Los pueblos de América, en efecto, por las características propias de su continente, por el esfuerzo libertador de sus paralelas luchas en la organización política de su origen, por su lengua, por su religión en gran parte común, como es común su historia y su destino, vienen a defender aquí con idénticos anhelos el mismo legado de paz y libertad. Ese legado que hace un siglo y medio nos confiaron los fundadores de nuestras nacionalidades, abiertas desde entonces a la esperanza de los hombres. (…) El proceso político y social de la formación de los países americanos desde principios del siglo XIX, señaló como una necesidad orgánica la de constituirse en estados asistidos de todos los derechos adquiridos por una nueva y alta misión en el continente. Ante todo, del derecho a la existencia, porque en su territorio y en su población sólo faltaba el complemento del gobierno propio. Y este derecho lo consagraron nuestros próceres como perteneciente a todas las ramas del tronco secular sin sujeción a la importancia numérica de su población a la extensión de su territorio o al inventario del patrimonio de valores que les tocara en suerte. Contra toda limitación o concepto restringido, sostuvimos siempre la igualdad jurídica y soberana de los Estados, temiendo que la agresión o la violencia pudieran agobiarlos y entonces proclamamos a la faz del mundo que únicamente se debía vivir por la fuerza del derecho y conforme a la moral y a la justicia internacional. En su organización política, América nació así como una estructura de paz. Engrandecida y próspera por la labor de sus hijos, fue siempre para el mundo una promesa y no una amenaza. (…) En estas horas de congoja, en que una lucha feroz ensangrienta y destruye, han renacido nuevas ideologías, pretendiendo crear, en una paradojal contradicción, un derecho contra el derecho, que pretende conquistas, hegemonías y vasallaje económico. Toca a este continente americano y a sus hombres responsables, recoger la dura lección, edificando los baluartes del derecho de conservación y de defensa para velar por la integridad física y moral de cada país.”
Enrique Ruíz Guiñazú
Fuente: www.elhistoriador.com.ar