Estados Unidos y los revolucionarios cubanos del siglo XIX


Cuando el gobierno de Estados Unidos se convenció de declararle la guerra a España, a finales de 1897, Cuba -entonces todavía colonia hispana- era ya escenario de luchas independentistas. Hasta entonces, Estados Unidos no había reconocido a los rebeldes cubanos, quizá procurando evitar que el gobierno español dejara de proteger las inversiones norteamericanas en la isla caribeña, que alcanzaban el valor de 50 millones de dólares. Madrid era todavía su garantía.

Pero a comienzos de 1898, los sucesos se precipitaron. Dos “accidentes” actuaron como detonantes. El primero tuvo lugar cuando trascendió públicamente una carta del embajador español en Estados Unidos, en la que se refería en malos términos al presidente McKinley. El segundo fue la extraña explosión del barco a vapor Maine, en la que resultaron muertos 260 marinos norteamericanos.

Declarada la guerra, la cuestión pasó a ser otra: ¿qué hacer con Cuba? ¿anexionarla? ¿incorporarla informalmente? ¿o dejarla a su libre voluntad? Esta última opción podía poner en peligro las propiedades estadounidenses en la isla. La anexión, por su parte, traía otros problemas, entre ellos la integración de una población multirracial, algo que espantaba a los puristas anglosajones. Finalmente, la opción que se impuso fue la protección de Cuba mediante la incorporación a la Constitución Cubana de la Enmienda Platt, lo que implicaba sujeciones económicas, políticas y hasta militares de los isleños.

La guerra con España no abarcaba solamente a Cuba, sino a todas las colonias hispanas en conflicto, Puerto Rico, también en el Caribe, y Filipinas y Guam, entrado en el Pacífico, muy cerca del codiciado mundo chino. ¿Qué es lo que motivaba al gobierno de McKinley a enviar buques y tropas a costas cercanas y lejanas? Por un lado, la búsqueda de mercados sin competencia y oportunidades de inversión ventajosas. Detrás del expansionismo comercial, estaban los contratistas de proyectiles, artillería  munición y otras inversiones. Junto al ejército norteamericano, llegaron a Cuba capitales con distintos fines, entre ellos, el famoso monopolio de la United Fruit. También, la compañía de Aceros Bethelhem, que controlaba, hacia 1901, junto a otras compañías de igual origen, el 80% de la exportación del mineral cubano.

Pero al margen de los intereses económicos, ejercía una decisiva influencia “el destino manifiesto”. Estados Unidos se proponía crear un vasto imperio colonial. De esta forma, hacia 1900, el presidente William McKinley había convertido a su país en un miembro más del selecto y reducido círculo de grandes potencias mundiales que se disputaban el reparto de América Latina, el Caribe, Asia y África.

Para recordar el inicio de la guerra hispano-cubana-norteamericana, elegimos fragmentos de una proclama firmada por los revolucionarios isleños Calixto García y Máximo Gómez, quienes dejarán un importante legado independentista, que décadas más tarde retomarán los rebeldes de la Sierra Maestra.

Fuente: Philip S. Foner, La guerra hispano-cubano-norteamericana y el surgimiento del imperialismo yanqui, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales,1978, pág. 148.

“…es utópico, inútil, indigno y absurdo suponer que alguna solución que no sea la independencia de Cuba pueda resolver razonable, satisfactoria y definitivamente los problemas políticos del país… Bajo ningún término trataremos con los opresores de nuestra patria, salvo sola y exclusivamente a base de la absoluta independencia de Cuba! No: Cuba no debe, no puede y no desea continuar por más tiempo bajo la soberanía de España… Cuba no puede aceptar la autonomía, no ya en la forma española, sino ni siquiera con la amplitud de que gozan las colonias del Canadá y Australia. No se han escrito en nuestros campos gloriosos, con sangre de nuestros héroes, las páginas épicas de la Revolución para que, como culminación de este prodigioso empeño, se lea el indigno párrafo de los errores de nuestro patriotismo. Los nombres de nuestros paladines caídos y los de los 150.000 indefensos cubanos asesinados sin piedad por el general Weyler nos condenarían desde el Cielo si descendiéramos a tratar con España…”

 

Proclama de Calixto García y Máximo Gómez

Fuente: www.elhistoriador.com.ar