Extrañas curas de ayer y de hoy, por José Federico Naya


Fuente: Revista Crítica, 12 de agosto de 1933, pág. 7.

Está en nuestra naturaleza el hacer mofa de las prácticas y las costumbres de nuestros antepasados, especialmente en lo que a las enfermedades y sus curas se refiere. ¡Qué gente atrasada eran!, decimos con un tonillo superior, y a fe que muchas de las curas pactadas por nuestros tatarabuelos nos hacen hoy morir de risa.

En el siglo XV, todo lo que necesitaba un hombre para no caer en la borrachera consuetudinaria, consistía en “poner tanto polvo de Betónica y de Col verde como puede caber sobre una moneda de seis peniques, y tomarlo todas las mañanas; y podrá tomar su porción diaria de vino sin perjuicio alguno”. Sé de muchos que darían una fortuna porque esa medicina fuese tan eficaz como parecía creerlo el ingenuo autor de esa receta.

¿Qué decir entonces de la cura inventada por Sir Kenelm Digby, en 1638, para combatir el dolor de muelas? “Para curar una muela dolorida, tome una aguja extraordinaria y húrguese con ella la encía, cerca de la muela, hasta hacerla sangrar. Hecho esto, clave la aguja llena de sangre en una viga de madera sobre su cabeza, y el dolor desaparecerá como por encanto”.

De que la práctica del adelgazamiento no es invención de nuestros días, lo atestigua la siguiente receta, extraída del volumen titulado “La Joya de la Buena Ama de Casa”, que se publicó allá por el año 1596.

“Para lograr una silueta esbelta, tome hojas de hinojo y ablándelas en una buena cantidad de agua. Luego, después de hervir, exprima las hojas, y tómese todo el jugo. Estará lista al instante”.

“Lista” es un calificativo un tanto siniestro; pero, así y todo, la cura en cuestión no era seguramente más eficaz que las que se pregonan en nuestros días. Otra receta del mismo período, mencionaba como un “Incomparable Jarabe contra la Melancolía”, y en la que se incluyen una variedad de hierbas salvajes, manzanas, canela y lúpulo hervido en jarabe, podría resultar aceptable aún ahora. En cambio, la cura contra las mordeduras de perros rabiosos no nos inspira tanta confianza. Reza así: “Escriba sobre un trozo de papel las palabras ‘Rebus, Rebus, Epitepsicum’, y déselo de comer al perro”.

Además de esas recetas a base de ingredientes enteramente inofensivos, el polvo de víboras y sapos, el moho de los cementerios, las raíces de mandrágora –a las que se atribuía la propiedad de gemir de dolor cuando eran arrancadas de la tierra- las musarañas disecadas, las orugas y sanguijuelas hervidas en aguardiente, fueron muy populares durante la Edad Media para combatir toda suerte de afecciones y dolores, y hasta una época relativamente cercana se traficaba activamente con raspadura de cráneos humanos y polvo de momias.

Si bien los médicos ya no intentan curar la apendicitis aplicando un perrito vivo sobre el estómago del paciente, continuando el tratamiento con “una cataplasma de manzanas podridas”, en el Extremo Oriente se vende todavía amnios disecados a los pescadores supersticiosos, como un preventivo seguro contra los naufragios, mientras las mujeres judías compran “sangre de dragón” (que no pasa de ser una vulgar pócima) para atraer a los mozos reacios a sus encantos. De la misma manera, una patata fresca, llevada en el bolsillo hasta su desintegración total, es considerada por mucha gente como un excelente remedio contra el reumatismo.

Pero no anticipemos nuestro juicio. Por más sorprendente que pueda parecernos, algunas de esas antiguas recetas, que tanto nos mueven a la risa, no eran tan desatinadas como parecen. Vayan algunos ejemplos:

En la Edad Media se solía encerrar a un enfermo atacado de escarlatina en un cuarto tapizado con franela roja, envolviéndolo en paños rojos, y no se permitía la entrada a nadie que no estuviese ataviado de la misma manera. Pues bien: acaba de descubrirse que el método más seguro para combatir la escarlatina consiste en tratar al paciente con luces rojas, aislándolo en una habitación iluminada con lámparas rojas…

Desde un tiempo inmemorial los doctores de China y del Tíbet han estado usando el polvo de cuernos de ciervo para fines curativos, motivando más de un comentario irónico de parte de nuestros médicos.  Sin embargo, hace pocos meses un grupo de hombres de ciencia descubrió que las preparaciones a base de astas de ciervo en polvo son benéficas, sobre todo para curar heridas, y el profesor Pavlenki, uno de los médicos más prestigiosos de Rusia, no trepidó en asumir la dirección de la vasta campaña emprendida en toda Europa para dar a conocer las bondades de ese producto.

Son bien conocidas las propiedades antisépticas de las hierbas jóvenes. La costumbre de colocar ramos de flores ante el juez y los fiscales en los tribunales de Londres recuerda la antigua práctica de sembrar el piso de los tribunales con flores y hierbas para alejar el hedor de los prisioneros; en otras palabras, para evitar la infección. Y si bien ya no introducimos un trozo de hierro en el agua para que transmita a los alimentos sus preciosas cualidades, ese metal sigue siendo considerado como un tónico insuperable.

No hay cura, por fantástica que pueda parecernos, que no sea aceptada por las personas enfermas cuando creen que ella habrá de aliviar sus males. El número de charlatanes que recorren el mundo pregonando sus mercaderías forma legión, siendo a veces muy difícil trazar una línea entre los charlatanes conscientes y deliberados, y los charlatanes persuadidos de la bondad de sus productos. A esta segunda categoría parece pertenecer el inventor de la Silla Magnética, cuyos brazos se dicen “magnetizados por la influencia de fuerzas vitales emanadas de la tierra con la cual el Magneto de halla en contacto”. ¿Será posible que, en esta época descreída y escéptica, podamos prestar fe a semejantes patrañas? Y sin embargo, millares y millares de ilusos permanecen fieles a esos métodos de cura.

Desde hace algunos años la Caja Negra de Abrams conoce una considerable popularidad entre los públicos europeos. Exteriormente es una especie de caja metálica, llena de discos y palancas, mientras su interiro encierra una verdadera red de ruedas dentadas, de poleas y de cuerdas. Su inventor, el doctor Abrams, sostiene que las “vibraciones del aparato constituyen una cura soberana para una vasta serie de enfermedades”. No dudamos de que Abrams sea un eminente hombre de ciencias, ni de que la Caja Negra pueda producir ciertas reacciones cuando la aplican al cuerpo humano. Pero de ahí a determinar si esas reacciones son buenas, malas o indiferentes, hay un buen trecho…

En el campo inglés subsisten todavía algunas curiosas curas. Así, en Sussex, no se ha abandonado del todo la antiquísima práctica de cubrir las heridas con estiércol  fresco de vaca, y, cosa extraña, en muy contadas ocasiones ha sobrevenido una infección.

En la India, donde los cinco productos de la vaca: leche, manteca, queso, estiércol y orín son sagrados, nadie se sorprendería de esa cura; pasma, en cambio, el que pueda subsistir en una de las naciones más adelantadas de la tierra.

En algunas aldeas de Devonshire, otra región de Gran Bretaña, aún se emplea una cura cuyo origen se pierde en las tinieblas del pasado. Se echa un puñado de caracoles en una olla llena de agua hirviendo; luego se trituran hasta dejarlos reducidos a una pasta, cáscara y todo, que se usa como untura para ciertas dolencias.

Algunos distritos de Francia ofrecen a la curiosidad de los forasteros extraños procedimientos curativos. En Saboya, los campesinos consideran el extracto de víbora como un remedio insubstituible para muchos males. Se prepara del siguiente modo: se introduce una víbora en una botella, que se llena seguidamente con agua hirviendo; se cierra entonces la botella con un corcho, dejando fermentar el contenido.

En los alrededores de St. Symphorien d’Ozon, en el departamento de Isere, los paisanos cuelgan serpientes muertas de las vigas de la cocina para hacerlas secar, mezcladas con jamones y salchichas. Cuando un miembro de la familia se siente enfermo, se corta un trozo de reptil, usándose como infusión. Sus maravillosas propiedades tónicas (afirman los campesinos) provienen de la ponzoña que, bajo el efecto del calor, se desprende y se disuelve en el agua. Conviene recordar al respecto que el veneno de las serpientes se usa con todo éxito para el tratamiento del cáncer, así como el ácido de las abejas extirpa de raíz el reumatismo. La gente de campo conoce este remedio desde los tiempos más remotos, haciéndose picar por abejas las partes afectadas…

Existe en los EE.UU. un aprovechado comerciante que asegura, a quienes quieren oírlo, haber visitado el Cielo (con su cuerpo astral, se entiende), donde le dieron la “Llave del Conocimiento” junto con las recetas de dos medicinas capaces de curar en poco tiempo cualquier enfermedad. Esas medicinas son: “La Untura Sagrada del Sol y de la Luna” y el “Aceite Sagrado del Sol y de la Luna”, ambas preparadas y vendidas con pingües ganancias por el hábil embaucador, quien no vacila en afirmar que esos productos encierra “vibraciones vitales debidas a la radioactividad de la electricidad y el magnetismo”.

Lo absurdo de esas “curas” queda cumplidamente probado por casos tales como el de aquel paciente a quien, para aliviar su bronquitis, los doctores de marras le aconsejaron se aplicara en el pecho una cataplasma de queso; una untura para ciertos casos graves resultó contener tan solo tocino, vinagre y miel, mientras otro tratamiento consiste en frotarse el cuerpo con un rodillo de metal previamente sumergido en amoníaco al que se le habrá agregado leche y la sangre de un gallo blanco…

Otra “cura” pintoresca fue la que apareció en el mercado inglés hace pocos años, con el sugestivo nombre de “Asa plene”, que se decía infalible para hacer desaparecer en poco tiempo las piorreas más rebeldes. Como es de suponer, se trataba de un preparado sin eficacia alguna, y la empresa que lo fabricaba se declaró en bancarrota al poco tiempo; pero, ante el regocijo general, el “Asa-plene” reapareció meses después en la Malasia, esta vez con la indicación de que curaba la malaria.

En Grecia, los niños atacados de toz ferina son enviados por sus padres junto a los gasómetros, pues sostienen que las emanaciones gaseosas ejercen sobre los bronquios infantiles una benéfica influencia.

A pesar de que abundan los procedimientos curativos basados en principios rigurosamente científicos y de probada eficacia, de una cosa podemos estar seguros: dentro de cien años nuestros nietos se desternillarán de risa ante las curas actualmente en práctica.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar