Fin de la revolución, principio del orden. Manifiesto del Congreso de las Provincias Unidas de Sud América, excitando los pueblos a la unión y al orden


El 9 de julio de 1816, el Congreso que se había reunido en Tucumán en marzo de aquel año dio un paso trascendental y declaró la independencia “del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”. Tras seis años de avances y retrocesos, de mucha lucha y sangre derramada, de fuertes debates entre decididos e indecisos y muchos cambios en el panorama internacional, se había declarado la independencia.Se había abandonado el ridículo, como decía San Martín, de tener bandera, moneda, himno y guerrear contra España, pero seguir, de hecho, reconociéndose dependientes.

Aquel histórico Congreso no fue, sin embargo, la culminación pacífica de un proceso de unión y concordia entre los pueblos allí representados. Era más bien, como sostenía Mitre en su Historia de Belgrano y de la Independencia argentina, “la última esperanza de la revolución”. Así describía Mitre el cuerpo fundante de nuestra independencia: “Heroico y paradójico Congreso de Tucumán, producto del cansancio de los pueblos; elegido en medio de la indiferencia pública; federal por su composición y tendencias y unitario por la fuerza de las cosas; revolucionario por su origen y reaccionario en sus ideas; dominando moralmente una situación, sin ser obedecido por los pueblos que representaba; creando y ejerciendo directamente el poder ejecutivo, sin haber dictado una sola ley positiva en el curso de su existencia; proclamando la monarquía cuando fundaba la república; trabajando interiormente por las divisiones locales, siendo el único vínculo de la unidad nacional; combatido por la anarquía, marchando al acaso, cediendo a veces a las exigencias descentralizadoras de las provincias, y constituyendo instintivamente un poderoso centralismo, este célebre Congreso salvó sin embargo la revolución, y tuvo la gloria de poner el sello a la independencia de la patria”.

No había dudas, retornado al trono Fernando VII, la declaración de independencia significaba un punto de no retorno para aquellos patriotas que hacía tiempo se habían mostrado dispuestos a vencer o morir y que no ignoraban que contaban con una muerte segura si volvían a caer bajo el yugo español.

Pero los representantes de aquel congreso debían enfrentar una amenaza todavía mayor: la desunión, la discordia, la anarquía y las rivalidades, que desde hacía seis años se dirimían a golpes de mando, encarcelamientos, exilios y campañas militares.

De hecho, vastas regiones del ex virreinato no estaban representadas en el Congreso: Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y la Banda Oriental decidieron no enviar representantes. Tampoco asistirían diputados de Paraguay y del Alto Perú, con excepción de Chichas o Potosí, Charcas (Chuquisaca o La Plata) y Mizque o Cochabamba.

Tan significativo resultaba el estado de disolución que el extenso manifiesto que enviaron los congresales el 1º de agosto de 1816 –del que aquí reproducimos algunos fragmentos- se refería casi exclusivamente al peligro de la desunión y la anarquía: “El estado revolucionario no puede ser el estado permanente de la sociedad: un estado semejante declinaría luego en división y anarquía, y terminaría en disolución. (…) La desunión rompe los vínculos de correspondencia social, los de sangre y familia, las relaciones de común interés, las afecciones de amistad. (…) …coraje y espíritu para sobreponeros a la humillación presente: triunfad de vosotros mismos y de vuestras rivalidades, y contad seguros con las victorias. Legiones valientes, que malgastáis vuestro espíritu sirviendo a la anarquía que nos destruye, dad un empleo más digno al furor que os anima, y llevad vuestras iras donde los agravios del enemigo común empeñan nuestra venganza”.

Fuente: Heráclito Mabragaña, Los mensajes. Historia del desenvolvimiento de la nación argentina redactada cronológicamente por sus gobernantes. Tomo I, 1810-1910, Buenos Aires, Talleres Gráficos de la Compañía General de Fósforos, 1910.

Fin de la revolución, principio del orden – Manifiesto del Congreso de las Provincias Unidas de Sud América, excitando los pueblos a la unión y al orden

Pueblos; enviados por vuestra expresa voluntad y unidos en este punto a formar el Congreso, que fijando la suerte y constitución del país, llenase los designios de la grande obra en que se ve empeñado; consagrados a nuestro alto destino, y expedidos de las tareas preliminares que debían franquear nuestra carrera, somos a cada paso interrumpidos en nuestras meditaciones por la incesante agitación tumultuosa que os conmueve; y echando una ojeada desde la cumbre eminente en que os observamos, se ha detenido con asombro nuestra consideración sobre el cuadro que ha ofrecido a nuestra vista la alternativa terrible de dos verdades, que, escritas en el libro de vuestros destinos, nos apresuramos a anunciaros: unión y orden, o suerte desgraciada. (…)

Queremos excusaros el disgusto de recorrer la serie odiosa de acaecimientos; que degradando el mérito de la revolución y el crédito de las gloriosas expediciones militares, nos ha reducido en las últimas derrotas a la situación más desolante. Mil veces una vanidad torpe, o una tan necia confianza, predijo triunfos que nos arrancaron lágrimas; y otras tantas los pueblos interiores, comprometidos a mil conflictos, y los pueblos contribuyentes, brumados con el peso de nuevos empeños, provocaron la desesperación. Observad sus resultados.

Dueños de un territorio pingüe y poderoso, que recobramos en la rápida carrera de nuestras primeras empresas hasta la línea que demarcaba el estado, el desorden y la división nos lo hicieron perder con retroceso violento, reduciendo hasta hoy a tan estrechos límites nuestra existencia, cuanta es la extensión e importancia del territorio vasto, poblado y rico de que nos han privado. Esfuerzos repetidos y malogrados, no han servido más que a inspirar el desaliento que dejan las reiteradas derrotas; soldados infructuosamente sacrificados al furor enemigo, o vagando dispersos entre los horrores de la miseria; millares de familias, o huyendo despavoridas a buscar un asilo en la piedad, o indignamente ultrajadas por el tirano que las insulta; pueblos enteros entregados al incendio y a la carnicería; fortunas saqueadas y abandonadas al pillaje; los tesoros minerales alimentando la fuerza que los subyuga; obstruidas las vías del comercio al Perú y a Chile (…)estancadas en almacenes las importaciones extranjeras, por falta de consumidores, el erario sufre un quebranto enorme en sus ingresos; las fortunas particulares recargan el peso de nuevas contribuciones sin otra medida que la de las urgencias cada vez mayores; el comercio y la industria apenas respiran; todas las clases del estado se aniquilan y consumen; el país devastado y exhausto no presenta sino la imagen de la desolación, y aleja de nuestras costas los negociantes que no hallan un objeto de interés a sus especulaciones.  (…)

El extravío de los principios nos alejó demasiado de los senderos del orden: el horror a las cadenas que rompimos, obró la disolución de los vínculos de la obediencia y respeto a la autoridad naciente; la libertad indefinida no reconoció límites, desde que perdidas las aptitudes de la sumisión, se creyeron los hombres restituidos a la plenitud absoluta de sus arbitrios: el poder, por otra parte, sin reglas para conducirse, debió hacerse primero arbitrario, después abusivo y últimamente despótico y violento: todo entró en la confusión del caos: no tardaron en declararse las divisiones intestinas: el gobierno recibió nueva forma, que una revolución varió por otra no más estable; sucedieron a ésta otras diferentes que pueden ya contarse por el número de años que la revolución ha corrido; y es tal la indocilidad de los ánimos, que puede muy bien dudarse si en todas las combinaciones de los elementos políticos hay una forma capaz de fijar su volubilidad e inconsistencia.

Aún está reciente la memoria del movimiento del 15 de abril antepasado, en que la capital sacudió el yugo de la facción atrevida que la tiranizaba; la dulce satisfacción de haber arrojado a sus opresores, la inspiró el deseo generoso de asociar los pueblos a su nueva fortuna…

(…) El germen de la anarquía con la fermentación de cinco años desenvuelve todos sus principiosel contagio de la capital se difunde a las provincias y pueblos, afectándose éstos con sus mismos síntomas; algunas provincias cortaron con aquella sus relaciones; al ejemplo de éstas sus pueblos dependientes rompieron los ligamentos que los unían a ellas; unos con otros, todos en celos y rivalidades, cada cual aspira a constituirse o asoma pretensiones. Jamás, situación tan peligrosa y degradante. (…)

El ejército enemigo del Perú reforzándose y llevando su empeño con el tesón de un orden sostenido, donde todo cede a la voz del que manda; el nuestro en la más espantosa disolución, arrastrando desde Sipe-Sipe la degradación de nuestras armas, y derramando en todo el país la amargura, la consternación y el estupor. Por todas partes no se ve sino la sombra del espanto, un silencio profundo que indica el abatimiento; y en medio de la capacidad de recursos para reprimir el torrente de males, falta resorte al espíritu para decidirse a buscarlos. (…) Sin hombres para soldados, sin dineros para pagarlos, sin víveres con que sostenerlos; todo queda en una parálisis mortífera. Cada momento nos advierte la instante necesidad de repararnos, y se pasan unos tras de otros los días y los meses sin sacarnos de la inercia en que yacemos. Es que faltaba una voz imperiosa que se hiciese oír con respeto, un espíritu vivificante que reanimase el abatimiento, un móvil vigoroso que diese impulso a la acción.

¡Pueblos! el contacto de la aflicción y el sentimiento de nulidad a que os redujo la desunión y el desorden, arrancaron del seno mismo de los males el único remedio que ha de curarlos. Vosotros provocasteis la creación de una autoridad representativa, que, erigida con el voto universal, formase un punto de unión de todas las relaciones, una expresión de todas las voluntades, una concentración de todos los poderes: vuestras acciones están todas comprometidas en este árbitro soberano de vuestros destinos. Marcad ese momento, último recurso en vuestras desgracias; él va a decidir la suerte del país. Él debe fijar límites a la revolución, abrir los senderos del orden, restablecer la armonía, sofocar las aspiraciones, acallar los resentimientos y querellas de los pueblos, y consolidar la unión de las partes dilaceradas. (…)

El estado revolucionario no puede ser el estado permanente de la sociedad: un estado semejante declinaría luego en división y anarquía, y terminaría en disolución.

…el país hizo un sacudimiento de la dominación violenta que le subyugaba… (…) Todo nos invita, provoca y obliga: los derechos más irrefragables de gentes en sociedad; el interés manifiesto de la necesidad y conveniencia; los estímulos más poderosos del honor y crédito.  (…)

…ya es un axioma incontestable que toda autoridad legítima emana de los pueblos; hoy no se puede sorprender la sencillez de las gentes vendiéndoles por canónica una constitución civil o haciendo bajar del cielo el título de un soberano, o el óleo de su unción.

(…) el poder y autoridad que ejercemos deriva a vuestros mismos ojos de origen tan augusto. Mandamos con el poder y autoridad de los pueblos; y la voluntad soberana se ha de cumplir. (…)

Cuando la revolución afecta la suerte de la causa del país, es además un crimen de lesa patria… (…) No basta reconocer y obedecer la autoridad soberana; es necesario respetar y sujetarse a su dirección y disposiciones. El plan que haya de salvarnos debe reglar la conducta del estado por un sistema ordenado en la posible armonía y consonancia entre el que dirige, el que preside y manda su ejecución y los que deben observar sus mandatos. (…)

La desunión no os es menos funesta que el desorden. La desunión debilita el espíritu público que por la unión se concentra, lo aniquila o cuando menos lo sofoca. La desunión rompe los vínculos de correspondencia social, los de sangre y familia, las relaciones de común interés, las afecciones de amistad. La unión al contrario todo lo consolida; y aunque sea de pura agregación, forma masas enormes difíciles de mover: con la unión todo es más fuerte. (…)

Si cuando entrasteis en el designio de formar sociedad, consentisteis en la idea de huir de los bosques y desiertos para buscar en la asociación unidas las ventajas que aislados no disfrutaríais, ¿cómo cabe en el juicio de hombres cuerdos apresurarse a dividir y disociarse al aproche[1]  de los peligros, cuya inminencia, cuando vivieran aislados como los salvajes, los reuniría, como lo hacen las bestias mismas para auxiliarse y defenderse? (…)

Tenéis erigido un tribunal anfictión encargado de oír las causas de vuestras diferencias, y terminarlas al amigable con toda la imparcialidad que podéis apetecer.(…) Acercaos al paño en que trazamos el bosquejo del estado que entramas a constituirFijas nuestras miras al objeto de vuestra común felicidad, en vano es que nos autorizásemos con vuestros poderes, ni con las facultades de arbitrar en vuestros destinos, para no dirigir y terminar las líneas por los puntos indicados al bien general.(…) …nuestra comisión es para regenerar, formar y felicitar el país; nuestros planes deben ser de vida y beneficencia. Que vivan, pueblen y prosperen el estado en un sistema de unión, y de integridad. (…)

Nuestra situación es de apurado conflicto: la patria está amenazada próximamente de ruina. Dos ejércitos enemigos victoriosos nos amagan y estrechan por dos puntos; nuestras fuerzas en el uno no alcanzan; en el otro están en nulidad y a punto de disolverse. Sin protección ni recursos extraños, todo lo debemos buscar en nosotros mismos; las rentas públicas no bastan a las cargas ordinarias; y si hemos de hacer algo, ha de ser únicamente con nuevos sacrificios.

Necesitamos reforzar un ejército, crear otro, proveerlos de lo necesario, vestuario, subsistencias y pagas para establecer la disciplina y contener las deserciones: esta obra debe ser prontísima y requiere toda la actividad del gobierno supremo que manda, y toda la deferencia y acción de los gobiernos y jefes subalternos… Son tan inminentes los peligros, que cualquier dilación puede desconcertar el proyecto…

La discordia (…) opone obstáculos invencibles al plan ya concertado y fácil para reparar de un golpe todas las pérdidas, precaver todos los riesgos, y fijar para siempre la fortuna a nuestro favor. La discordia, en que nunca con más calor que hoy os empeñáis unos con otros, os tiene en continuas alarmas, ocupando los soldados y hombres útiles que necesitan los ejércitos; consumiendo en mantenerlos las escasas rentas que habían de servir al sostén de aquellos; apurando en las fortunas particulares los únicos medios con que podemos contar para la empresa de salvarnos.

¡Pueblos! ¡Ejércitos! ¡Ciudadanos! (…), dad una tregua en estos fatales momentos a vuestras disensiones y querellas: consagrad a la salud de la patria… (…) Conspirad unidos a sostener el crédito de la autoridad que habéis creado, a que se respeten y obedezcan sus disposiciones, y a exterminar esos genios turbulentos, y veréis desaparecer en breve las sombras horribles de males y peligros, y presentarse a vuestra esperanza el cuadro iluminado con los colores más vivos y lisonjeros. (…)

Que renazca la unión y se establezca el orden, y veréis renovarse el espíritu patriótico casi extinguido; los ciudadanos correrán voluntarios a las armas; los desertores se restituirán a los ejércitos… (…) Veréis reproducirse los días alegres que dan las nuevas de los triunfos, y dulcificarse nuestras amarguras con las inundaciones del júbilo. Se romperán los obstáculos, y franquearán los canales de las riquezas. Las naciones que hoy no ven en nosotros sino el desecho de lo que fuimos, pueblos en horror y desolación, desde que nos vean en sociedad ordenada, nos dispensarán otras consideraciones. El título de independencia, que sostenido solamente por la justicia, no es respetado por más que una denominación vana, llevado por la voz de la fama de los triunfos, se hará un rango espectable entre las gentes. El pabellón victorioso de la nación más rica de la tierra se ostentará sobre los muros de nuestras fortalezas, y flameará sobre las ondas con toda la dignidad que le atraiga los respetos. Tierras inmensas y feraces, climas variados y benignos, medios de subsistencias abundantes, montes de oro y plata en extensión interminable, producciones de todo género exquisitas atraerán a nuestro continente millares de millares sin número de gentes, a quienes abriremos un asilo seguro y una protección benéfica.

Acabad de decidiros: una resolución pronta y magnánima salva la patria, y la releva de su degradación al colmo de la gloria y al rango brillante de las naciones. (…) …coraje y espíritu para sobreponeros a la humillación presente: triunfad de vosotros mismos y de vuestras rivalidades, y contad seguros con las victorias. Legiones valientes, que malgastáis vuestro espíritu sirviendo a la anarquía que nos destruye, dad un empleo más digno al furor que os anima, y llevad vuestras iras donde los agravios del enemigo común empeñan nuestra venganza. (…)

Y si aún hubiere algunos, que tenaces en la idea de sacrificar la patria al empeño de sus caprichos, insistieren o intentaren renovar las vías del desorden, o los proyectos de disolución, adviertan, que, si pudiendo hablarles con el tono enérgico del imperio, hemos preferido ilustrar antes su obediencia, esta conducta sobria hará la autoridad inexorable a no permitir que los agentes de la revolución y de la discordia queden impunes en su crimen. Antes que todo es la patria, la suerte y salud del estado, la independencia y constitución del país.

El Congreso ha pronunciado el siguiente decreto

Fin a la revolución, principio al orden, reconocimiento, obediencia y respeto a la autoridad soberana de las provincias y pueblos representados en el congreso, y a sus determinaciones. Los que promovieren la insurrección, o atentaren contra esta autoridad y las demás constituidas o que se constituyeren en los pueblos, los que de igual modo promovieren u obrasen la discordia de unos pueblos a otros, los que auxiliaren o dieren cooperación o favor, serán reputados enemigos del estado, y perturbadores del orden y tranquilidad pública, y castigados con todo el rigor de las penas hasta la de muerte y expatriación, conforme a la gravedad de su crimen, y parte de acción o influjo que tomaren. No hay clase ni persona residente en el territorio del estado exenta de la observancia y comprensión de este decreto, ninguna causa podrá exculpar su infracción.

Queda libre y expedito el derecho de petición no clamorosa ni tumultuaria a las autoridades y al congreso por medio de sus representantes.

Comuníquese al supremo Director del estado para su publicación en toda la comprensión de su mando. Congreso en Tucumán a 1° de agosto de 1816.-

Dr. José Ignacio Thames, Presidente.
Juan José Paso, Secretario.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar