En su ensayo sobre la colonización y la inmigración, Gastón Gori puso de relieve la crucial disputa que cruzó la segunda mitad del siglo XIX argentino: la pelea entre el latifundio y la colonia agrícola. El triunfo del primero se impuso, fundamentalmente tras el éxito de la denominada “Conquista del desierto”.
La “Conquista del Desierto”, como se sabe, es un eufemismo para hablar de la brutal matanza de numerosas comunidades originarias o, como se proclamó en su momento, para “asegurar la frontera con el indígena”.
Fue en 1875, luego de la Guerra del Paraguay y en el proceso de consolidación del Estado nacional, cuando el ministro de Guerra Adolfo Alsina propuso un plan de acción que consistía en hacer avanzar la frontera sur haciéndose de lugares estratégicos y fundando nuevas poblaciones o guarniciones militares, comunicadas por telégrafo y unidas por un gran zanjón para dificultar los malones. En 1878 se creó incluso la gobernación de La Patagonia. Pero el proyecto de Alsina tuvo dos inconvenientes: la mayor severidad de algunos altos oficiales del ejército y su propia muerte.
El joven general Julio Argentino Roca reemplazó a Alsina y puso en práctica una verdadera razzia militar en los territorios del sur: en aras de la civilidad y la modernización, el ejército argentino masacró y esclavizó a unos veinte mil indígenas. Las millones de hectáreas ocupadas fueron distribuidas entre un reducido número de beneficiarios, entre ellos varios ingleses.
La segunda y última etapa de la campaña al sur, la más profunda en intensidad y extensión, se puso en marcha el 16 de abril de 1879. Con posterioridad, la campaña también llevaría al ejército hacia el norte del país, sobre todo hacia la zona del chaco austral.
Para recordar una de las fechas más significativas de esta masacre, citamos las palabras de José Hernández, el autor del Martín Fierro.
Fuente: José Hernández, El Río de la Plata, 19 de agosto de 1869.
«Nosotros no tenemos el derecho de expulsar a los indios del territorio y menos de exterminarlos. La civilización sólo puede dar los derechos que se deriven de ella misma.La sociedad no hace de los gobiernos agentes de comercio, ni los faculta para labrar colosales riquezas, lanzándolos en las especulaciones atrevidas del crédito. La sociedad no podría delegar, sin suicidarse, semejantes funciones, que son el resorte de su actividad y de su iniciativa. Ofrezca el gobierno esas ventajas positivas y no le faltarán brazos que contraer a la defensa y a la colonización de las fronteras. Si nuestros gauchos, si los que vagan hoy sin ocupación y sin trabajo obtienen además del salario correspondiente un pedazo de tierra para improvisar en él su habitación y los instrumentos necesarios, se le liga más y más a la defensa de la línea fronteriza, porque ya no serán sólo los intereses extraños los que ampararía sino sus propios intereses.»
José Hernández
Fuente: www.elhistoriador.com.ar