La sublevación de Juan Lavalle, en diciembre de 1828, fue uno de los momentos más álgidos de la lucha política en las Provincias Unidas tras las guerras de la independencia. La década de 1820, que comenzó tras la caída del poder central fue de las más intensas. Los intentos de alcanzar un gobierno nacional parecían dar resultados tras la elección de Bernardino Rivadavia como presidente en 1826; sin embargo, el país, azotado por la guerra con el Brasil y dividido por proyectos contrapuestos, no estaba listo para darse paz.
Manuel Dorrego, un militar independentista de la primera hora, se había probado el traje de gobernador de la provincia de Buenos Aires durante unos meses en 1820, pero ya en agosto de 1827, tras la renuncia de Rivadavia a la presidencia y la desintegración del efímero poder central, había reasumido para orientar los designios de un país desintegrado y derrotado por el Imperio del Brasil.
Como encargado de las relaciones exteriores del país, Dorrego selló la paz con Brasil y reconoció la independencia absoluta de la Banda Oriental. Pero para entonces, ya tenía un amplio espectro de adversarios. En primer lugar, aquellos simpatizantes del disuelto gobierno nacional: los unitarios. En segundo lugar, numerosos grupos del ejército que, al finalizar la guerra, se verían relegados de la principal escena política.
Su primera derrota tuvo lugar en las elecciones legislativas de finales de 1827. A finales de 1828, debió enfrentar una amplia conspiración. Juan Lavalle fue quien la encabezó, seguido de Salvador María del Carril, Juan Cruz Varela, Valentín Alsina, Ignacio Álvarez Thomas y José María Paz, entre otros.
El 29 de noviembre, los sediciosos llegaron a Buenos Aires y, en clandestinidad, prepararon el alzamiento. Dorrego había sido avisado secretamente, pero al parecer no le otorgó la importancia debida, sobrestimando la lealtad de sus ministros y partidarios.
El 1º de diciembre por la madrugada, las tropas rebeldes ocuparon la Plaza de la Victoria (actual Plaza de Mayo) y el Cabildo. Dorrego se retiró a Cañuelas, unos 60 kilómetros al suroeste de la ciudad, a fin de reagrupar las tropas. Aquel mismo día, Lavalle consiguió ser designado gobernador y, días más tarde, enfrentaría a Dorrego en el campo de batalla, en el poblado de Navarro, unos kilómetros al oeste de Cañuelas. Allí, el depuesto gobernador fue derrotado y, días más tarde, sería fusilado. Recordamos este acontecimiento con las palabras del mismísimo sedicioso general Lavalle, en una carta al Almirante Guillermo Brown, explicando su necesidad de deshacerse de Dorrego.
Fuente: Carta del general Lavalle al almirante Guillermo Brown, fechada en Navarro el 13 de diciembre de 1828, día del fusilamiento de Dorrego; en Academia Nacional de la Historia, Documentos del almirante Brown, Buenos Aires, 1958-1959, 2 tomos, en Felipe Pigna, Los mitos de la historia argentina 2, Buenos Aires, Planeta, 2005, págs. 171-172.
Desde que emprendí esta obra, tomé la resolución de cortar la cabeza de la hidra, y sólo la carta de Vuestra Excelencia puede haberme hecho trepidar un largo rato por el respeto que me inspira su persona. Yo, mi respetado general, en la posición en que estoy colocado, no debo tener corazón. Vuestra excelencia siente por sí mismo, que los hombres valientes no pueden abrigar sentimientos innobles, y al sacrificar al coronel Dorrego, lo hago en la persuasión de que así lo exigen los intereses de un gran pueblo. Estoy seguro de que a nuestra vista no le quedará a vuestra excelencia la menor duda de que la existencia del coronel Dorrego y la tranquilidad de este país son incompatibles.”
Juan Galo de Lavalle