Dorrego y la libertad de imprenta


En agosto de 1827, el “tribuno” Manuel Dorrego se hizo cargo del gobierno de la provincia de Buenos Aires. Hacía muy poco tiempo había renunciado el primer presidente, Bernardino Rivadavia, siendo reemplazado por Vicente López y Planes. En tanto, la provincia de Buenos Aires elegía nuevos diputados y la Junta conformada daba a Dorrego la pesada responsabilidad de dirigir los destinos de la extensa región bonaerense. Pero mucho más, porque pronto renunciaría López y Planes y la imposibilidad de ser de la república dejaba en manos de Dorrego la dirección de la guerra con Brasil y la situación financiera. Todo ello le haría calificar a la época como “terrible” y advertir que “la senda está sembrada de espinas”.

El período que se abría y que ya se venía dibujando en los años posrevolucionarios era el de la confrontación, a grandes rasgos, de dos proyectos para las provincias: el federal y el unitario. Los federales no conformaban un grupo homogéneo, pero coincidían en algunas cuestiones fundamentales: la necesidad de organizar constitucionalmente al país, la defensa de la forma republicana de gobierno, el respeto por las autonomías provinciales, la limitación de los poderes conferidos al gobierno central y -no todos- la nacionalización de la Aduana.

El nuevo gobernador porteño tenía un amplio espectro de adversarios, unitarios de toda laya y algunas resistencias federales. Muchas de estas oposiciones se ahondarían con las primeras medidas de gobierno, como la suspensión del pago de la deuda, precios máximos, prohibición del monopolio sobre productos de primera necesidad y fin del reclutamiento forzoso de desocupados.

Otra de las medidas resistidas fue la que se dictó el 8 de mayo de 1828. Por entonces, los unitarios hacían oposición de forma masiva y virulenta desde la prensa, convocando a terminar con el mandato federal. Los hermanos Varela, Manuel Bonifacio Gallardo, Bernabé Guerrero y Torres, Juan Laserre, entre otros, daban vida a periódicos como El Mensajero argentino, El Tiempo, El duende de Buenos Aires, El porteño, El liberal, entre otros. Dorrego, en cambio, venía defendiendo sus posiciones desde El Tribuno y luego con El Correo Político y Mercantil. Años más tarde, la situación no escaparía de la mirada de J.B. Alberdi, quien diría: “la prensa de combate y el silencio de guerra son armas que el partido liberal argentino usó en 1827…”

Esta situación fue la que preparó el terreno para la ley de Libertad de Imprenta, que castigaba con multas y sanciones a las publicaciones que abundaban en calumnias e injurias, y que lejos de apaciguar la situación, enconó aun más los espíritus unitarios, que pronto lanzaría el golpe de estado contra Dorrego, poniendo al general Juan Lavalle a la cabeza del levantamiento.

Fuente: Manuel Dorrego, El Tribuno, 1º de octubre de 1826, en Felipe Pigna, Los mitos de la historia argentina 2, Buenos Aires, Planeta, 2005, págs.  158-159.

No os azoréis, aristócratas, por esta aparición. El nombre con que sale a la luz este periódico, sólo puede ser temible para los que gravan con la sustancia de los pueblos; para los que hacen un tráfico vergonzoso, defraudándoles en el goce de sus intereses más caros; para los que todo lo refieren a sus miras ambiciosas y engrandecimiento personal; en fin, para aquellos logicoligarquistas que, sin sacar provecho de las lecciones que han recibido en la escuela del infortunio, perseveran firmes en adoptar los mismos medios, de que usaron antaño, para dominar, en lugar de proteger, para destruir en lugar de crear.”

 

Manuel Dorrego