Por Felipe Pigna
Ya en el golpe contra Yrigoyen los medios de comunicación masiva cumplieron un rol importante: montaron campañas contra el gobierno y llegaron a poner en duda la salud mental del presidente Yrigoyen. Pero en 1966 se produjo un notable crecimiento de los niveles de alfabetización y de acceso a los medios, por entonces sí masivos, de importantes sectores de la población. Esto hizo que a la hora de ponerse en marcha este nuevo golpe cívico-militar fuera central definir una campaña mediática basada en algunos ejes tales como a) emergencia de un sector “moderno” del ejército que estaba ansioso por tecnificar el país a la manera de la dictadura tecnocrática brasileña; b) la decadencia del sistema de partidos; c) la inviabilidad de los “viejos” modelos radical y peronista; d) la senectud y lentitud del presidente Illia, caricaturizado como una tortuga que, según éstos ideólogos, no nos podía llevar a ningún lado.
En la imposición de aquellos supuestos falaces y en su instalación como parte del sentido común, se iba a sustentar una gravísima interrupción de la vida institucional que traería gravísimas consecuencias. Dice Taroncher: “Los periodistas Mariano Grondona, Bernardo Neustadt y Mariano Montemayor, desde sus columnas editoriales, contribuyeron, como parte integrante del poder mediático, a la campaña de prensa sobre la base de coincidentes mensajes críticos contra el gobierno de Illia. En estas críticas se proponía la idealización mesiánica de los militares azules como hombres de orden y poder. En tal sentido los periodistas apostaron a una alianza entre ejército, sindicato y empresarios, dirigida a retomar un proceso de crecimiento económico exponencial que sin partidos, pero con otro tipo de de política, asegurara el destino de grandeza largamente postergado.”
La realidad, como no podía ser de otra manera, no les dio la razón y las consecuencias la pagaron y las seguimos pagando todos los argentinos