La “máquina infernal”, el atentado frustrado contra Rosas


Autor: Felipe Pigna

Durante aquel año 1841 Rosas estaba muy atento a los vaivenes de una guerra civil interminable y tratando de ordenar las cuentas públicas tras dos años de un durísimo bloqueo francés que había afectado seriamente la recaudación aduanera y por lo tanto al presupuesto provincial. El bloqueo había generando una obligada política proteccionista, más allá de la Ley de Aduanas, y produjo ciertas grietas en el bloque de poder. Los ganaderos del sur de la provincia se rebelaron contra Rosas ante la caída de los precios de la carne y las dificultades provocadas por el cerco francés al puerto.

Durante el bloqueo los jóvenes unitarios -que escapaban de la feroz persecución de la Mazorca, la policía no tan secreta de Rosas- en su afán de derrocar a Don Juan Manuel, no trepidaban en propiciar una invasión extranjera contra su propio país. Lavalle, con el apoyo francés y 1.100 hombres, invadió Entre Ríos y Santa Fe, instigado por Florencio Varela, Salvador María del Carril y el resto de los unitarios exiliados en Montevideo. Lavalle  esperaba encontrar masas levantiscas que se sumaran a su “ejército libertador” contra Rosas. No encontró más que indiferencia y un ejército rosista de 17.000 hombres, lo que, como cuenta un testigo de la época, puso más nervioso al asesino de Dorrego.

Al llegar a Entre Ríos, el “romántico” general Lavalle proclamó: “Es preciso degollarlos a todos. Purguemos a la sociedad de estos monstruos. Muerte, muerte sin piedad.” 1

Decía Martiniano Chilavert: “El general Lavalle tiene un orgullo infernal y es más déspota que Rosas. Bien convencido estoy que para Lavalle no hay patria: no habrá sino males y más espantosos que los causados por Rosas, porque sus propensiones son peores que las de aquél. Poco a poco numerosos jefes lo abandonan: Montero, Paz, Elía, Vega, Salvadores. Frente a este desorden están los 40 o 50 degollados de Buenos Aires del año 40, ciudadanos de copete, como se decía entonces, pero sin llevar la cuenta de los centenares de criollos del interior asesinados a mansalva por los soldados de un general que no reparaba en gritar ante ellos, cuando se le hacía alguna observación: ‘¿Disciplina en nuestros soldados? ¡No! ¿Quieren matar? Déjelos que maten. ¿Quieren robar? Déjelos que roben’.” 2

El fracaso de Lavalle fue rotundo y debió marchar hacia el Norte. El general Díaz describía así una de las incursiones del “ejército libertador” de Lavalle: “De las fuerzas libertadoras de general Lavalle, penetró una columna al pueblo de Loreto, provincia de Santiago, y después de entregarlo a saco, los asaltantes de aquella población indefensa cometieron las tropelías más inauditas con las mujeres, persiguiendo y lanceando a los vecinos hasta el interior de sus casas. Aquella población quedó desierta por muchos días.” 3

Decía Echeverría:

“Todo estaba en su mano y lo ha perdido.
”Lavalle es una espada sin cabeza.

”Sobre nosotros entretanto pesa

”su prestigio falta, y obrando inerte
”nos lleva a la derrota y a la muerte. 4.

El 27 de marzo de 1841, como todos los días Manuelita Rosas, hija y secretaria del Restaurador, recibió la correspondencia. Le llamó la atención un paquete remitido por la Sociedad de Anticuarios del Norte con sede en Copenhague, Dinamarca. Se la llevó a su padre y la depositó en el escritorio. Rosas no prestó demasiada atención a aquella misteriosa caja que desvelaba a Manuelita que quedó allí hasta el día siguiente. Cuando la vio venir temprano como siempre, notó la particular ansiedad de su hija y le dijo –Vea niña, usted tiene mucha curiosidad de ver esa caja. Llévela nomás y luego sabré lo que contiene. La “princesa federal” llevó la caja a su habitación y en compañía de su amiga Telésfora Sánchez empezó a abrir el paquete. Primero se encontró con una bonita llave y luego con una caja forrada con un fino paño blanco. Cuando finalmente introdujo la llave y la hizo girar, la tapa se levantó bruscamente y se escuchó un ruido metálico. Optó por cerrarla y llevársela a su padre que se la sacó rápidamente intuyendo algo extraño. Rosas finalmente levantó completamente la tapa y pudo ver su interior: 16 pistolas distribuidas en forma circular, cuyos gatillos estaban unidos por un alambre al mecanismo de apertura de manera de hacer fuego apenas se abriese. El mecanismo falló y Rosas pudo lanzar una sonora carcajada, unida a interminables insultos contra los salvajes unitarios.

El operativo se había planeado cuidadosamente en Montevideo por el ex federal fanático José Rivera Indarte. A comienzos de marzo llegó a Montevideo la caja enviada por la Sociedad de Anticuarios que fue recibida por el embajador de Portugal, Leonardo de Souza Acevedo Leite, amigo del Restaurador. Souza depositó la caja en el Ministerio de Relaciones Exteriores en Montevideo con una nota que indicaba que debía ser embarcada hacia Buenos Aires y entregada en mano a Rosas. Informado por empleados del Ministerio que simpatizaban con los antirrosistas, Rivera Indarte pudo hacerse con la caja y llevarla al taller mecánico de un tal Aubriot. Entre los dos pergeñaron el mecanismo y cambiaron las medallas que contenía originalmente la caja por su carga mortal. La caja volvió al Ministerio sin que nadie notase su ausencia y fue retirada por el edecán del almirante francés Dupotet, monsieur Bazin, que la llevó a Buenos Aires y se la entregó a Manuelita.

Manuelita contará años más tarde en una carta a Adolfo Saldías: “El almirante Dupotet, indignado de que se hubiesen valido de su edecán Mr. Bazin para llevar a cabo trama tan infame, despachó a éste esa  misma mañana a Montevideo para tomar informaciones del señor Acevedo Leite. Este señor, tan ofendido como debía estarlo al conocer la explotación de que había sido víctima, se vino sin demora a Buenos Aires con Mr. Bazin para dar la debida satisfacción de su inocencia. Entre tanto la máquina se llevó a casa del señor Ministro Felipe Arana, donde estuvo expuesta al público. ¡Oh! ¡cuántas demostración de simpatía nos dedicaron en esos días, tanto nuestros compatriotas como los extranjeros! Jamás lo olvidaré. 5

Durante más de dos meses se sucedieron las misas, homenajes, funciones teatrales y desfiles en honor a Rosas y contra los “salvajes inmundos unitarios”. Una nota publicada el 14 de abril de 1841 en el diario oficialista “La Gaceta Mercantil”: “Séale permitido al Obispo y al Senado manifestar a V.E. que si tan notable acontecimiento ha dado una lección muy seria a sus tenaces enemigos, también a V.E. le da un aviso que sin contradecir la voluntad del eterno no puede dejar de oir. ¿Quiere V.E. conocer más claramente que Dios lo tiene escogido para presidir los destinos del país que lo vio nacer? ¿No se apercibirá de que es disposición del Eterno que continúe sus sacrificios, y que el único propósito que domine a V.E.  sea el de llevarlos hasta donde lo exigen los intereses de la República? Esta necesidad ya se la ha hecho sentir a V.E. la voz del pueblo: ahora se hace entender más enérgicamente la voz del cielo, la voz del milagro.”

Referencias:

1 Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina, Buenos Aires, Eudeba, 1977.
2 En Enrique Arana, Rosas en la evolución política argentina, Buenos Aires, Instituto Panamericano de Cultura, 1954.
3 Antonio Díaz, Historia política y militar, Buenos Aires, 1942.
4 Saraví, Mario Guillermo, La suma del poder 1835-1840, Buenos Aires, La Bastilla, 1981.
5 Carta de Manuelita Rosas a Adolfo Saldías, en A. Saldías, Historia de la Confederación Argentina, Buenos Aires, La Facultad, 1911.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar