Autor: Felipe Pigna
Toda la estructura colonial de Haití se basaba en la superexplotación de una población de trabajadores impagos que, hacia 1789, rondaba las 500.000 personas, aunque a comienzos de ese mismo siglo había alcanzado casi 800.000. La diferencia no se debía a que se hubiesen otorgado libertades en forma masiva, sino a las contundentes cifras del genocidio cotidiano que significaba el esclavismo. Y eso a pesar de que, cada año, los franceses traían entre 10.000 y 40.000 nuevas víctimas para alimentar esta carnicería humana que endulzaba las mesas de los europeos ricos.
Sobre las espaldas de esa población esclava vivían unos 32.000 europeos y créoles (criollos), que eran dueños de plantaciones y funcionarios coloniales. También existía un sector integrado por lo que los franceses eufemísticamente llamaban gens de couleur (“gente de color”), a los que de manera menos remilgada en las colonias españolas se llamaba mulatos. La condición de vida de esta población, que rondaba las 25.000 personas, era bastante más libre y acomodada que en las colonias españolas, inglesas, portuguesas y holandesas; lo que no se debía tanto al savoir faire de los franceses, sino a la escasez de población “blanca” en la isla, lo que los obligaba a recurrir a estas gens de couleur para distintos oficios, entre ellos, el de mayoral o capataz de las cuadrillas de esclavos y de tropas para mantenerlos a raya.
El refugio para resistir a la opresión y la muerte, para los esclavos haitianos tenía un nombre que, como tantas otras cosas, la cultura occidental y cristiana se encargaría de caricaturizar y prostituir: Vudú.
Esta palabra, proveniente de Benin, significa “espíritu”. Se trata del “genio protector” de los antepasados y de las fuerzas de la naturaleza (loas o lúas en los ritos del vudú; “divinidades” en la interpretación occidental), a los que les rendían ofrendas de animales y libaciones, acompañándose de canto y danza, hasta que los iniciados eran “poseídos” por un espíritu. 1 La persecución de esta religión por la Iglesia y las autoridades llevó a que la práctica de sus ritos tuviese que hacerse en forma clandestina, nocturna más de las veces, lo que no hizo más que aumentar la aprehensión de los “blancos”, que evidentemente no podían soportar que “sus” esclavos tuviesen algo que no les perteneciese a ellos, sus amos.
De esta forma, en Haití (al igual que sus correlatos, el vodú y la santería de Cuba o el candomblé del Brasil) el vudú se transformó en una forma de resistencia, una manera de preservar las normas culturales de la patria africana, el recuerdo de la misma y la afirmación de las raíces. Poseídos por los espíritus, los esclavos volvían a sentirse libres.
Pero había otra forma, y era la de huir hacia los montes y establecer poblados de fugitivos, convirtiéndose en lo que los españoles llamaban “negros cimarrones” y los franceses, marrons.
La importancia del vudú era tal, que las historias de Haití suelen recordar que el antecedente más cercano de la revolución fue cuando un houngan (sacerdote vudú) llamado Mackandal reunió a varios grupos de “cimarrones” y, tras profetizar la destrucción de los amos esclavistas, inició una revuelta que duró seis años (1752-1758). Los “civilizados” franceses, para “ilustrar” a las masas, luego de capturar a Mackandal lo quemaron vivo en la hoguera, en la plaza principal de Cap Français.
Pero fue a partir de 1789, cuando la lejana metrópoli comenzó a verse sacudida por sus propios desposeídos, que la situación en Haití se tensó de manera irremediable.
Pero los esclavos haitianos se tomaron al pie de la letra la Declaración, en especial su primer artículo, y siendo naturalmente tan “libres e iguales en derechos” como sus amos, se propusieron lograr su cumplimiento.
La agitación comenzó en 1790. Sus iniciadores no fueron los más oprimidos, sino un grupo de “gente de color” residente en Francia que creó la “Sociedad de Amigos de los Negros”, entre cuyos miembros estaban también algunos franceses, como el alcalde de París y amigo de Francisco de Miranda, Jerôme Pétion. Este grupo logró que la Asamblea reconociese formalmente a los mulatos como ciudadanos franceses (no así a los esclavos); pero cuando el dirigente de la Sociedad, Vincent Ogé, intentó que las autoridades coloniales de Saint-Domingue cumpliesen la norma igualitaria, encontró el más firme rechazo. Ogé inició un levantamiento armado, pero la “gente de color” se negó a incluir en él a los esclavos, lo que provocó su derrota. Ogé fue ejecutado en 1791.
Para entonces, la prédica igualitaria de la Revolución Francesa en Haití había quedado en manos de quienes tenían el mayor interés en terminar con el Antiguo Régimen, que en la isla era sinónimo de esclavitud. Un autor afrocaribeño de habla inglesa, Cyril James, los bautizaría “los jacobinos negros”.
El 22 de agosto de 1791, mientras en París el rey Luis XVI estaba “recluido” luego de su intento de fuga hacia Alemania, en el norte de Haití los esclavos se cansaron de los argumentos “ilustrados” que aseguraban que, por ser negros no estaban preparados para ser ciudadanos libres e iguales. Ese día Dutty Boukman, Jean François y Georges Biassou iniciaron, no una “revuelta”, sino una revolución que rápidamente se extendió al resto de la colonia francesa. 2
La respuesta de los esclavistas combinó la represión, el llamado a una fuerza expedicionaria británica de miles de hombres que ocupó gran parte de Haití y acciones para profundizar las diferencias entre negros esclavos y gens de couleur libres. También recurrió a algunas concesiones, como cuando en 1794 la Convención francesa, dominada por los jacobinos de Robespierre, proclamó el fin de la esclavitud, aunque imponiendo a los libertos un sistema de “patronato” que significa seguir sujetos a trabajos forzados. Pero los “jacobinos negros” estaban dispuestos a lograr su libertad y, en el curso de esa guerra que duró trece años, a proclamar un Estado independiente.
Entre sus líderes, que a lo largo de esos trece años cambiaron en más de una ocasión de aliados y enemigos y llegaron a enfrentarse a muerte entre sí, se destacaron François Dominique Toussaint-Louverture, 3 Jean-Jacques Dessalines, 4 Henri Cristophe y Alexandre Pétion, nombres que, lamentablemente, a más de un latinoamericano le siguen sonando “exóticos”.
Más allá de sus aciertos y desaciertos, de grandezas y mezquindades (que no son menores ni mayores que las de tantos personajes de la historia cuyos nombres se recuerdan en calles y plazas de nuestras ciudades), se trató de los primeros latinoamericanos que consiguieron establecer un Estado independiente. Alguno de ellos, como Papá Bon-Kè Pétion, 5 fue más lejos: dirigió el único gobierno que prestó ayuda material a Simón Bolívar en el momento de su peor derrota y ordenó la primera reforma agraria de nuestro continente, por cierto, una de las muy pocas realizadas hasta ahora en estas tierras.
A pesar de que, dirigidos por Toussaint-Louverture, los haitianos habían tomado en 1801 el control de toda la isla (incluida la parte que, hasta entonces, había sido colonia española), no proclamaron la independencia del país que, al menos formalmente, seguía constituyendo un “departamento de ultramar” francés. Pero esto no le bastaba a Napoleón, quien en 1802 envió una expedición de unos 40.000 hombres comandados por uno de sus cuñados, el general Charles Lecrerc. 6 A ellos se sumaron los pocos “blancos” que aún no habían emigrado y, sobre todo, la “gente de color” que dirigía Pétion, que pese a aceptar el fin de la esclavitud aún no admitía la plena igualdad.
Lecrerc logró derrotar a los generales haitianos y, en esa ocasión, demostró que ya entonces existía una “escuela francesa” de militares dispuestos a enseñar métodos “contrainsurgentes” en las Américas, como la que a fines de la década de 1950 traería la noción de “enemigo interno”, la práctica del secuestro de sospechosos y el empleo sistemático de la gégène (picana eléctrica portátil). Leclerc invitó a Toussaint a parlamentar, y cuando el “jacobino negro” se presentó en el campo enemigo, lo hizo detener y remitir prisionero a Francia, donde moriría de neumonía a consecuencia de las pésimas condiciones de detención. Andando el tiempo, el fundador de la dinastía Somoza aplicaría un método similar, aunque con muerte inmediata, para deshacerse del revolucionario nicaragüense Augusto César Sandino, en 1934.
Tal vez por aquello que los ingleses llaman “justicia poética”, a los pocos meses de esa “acción antisubversiva”, Leclerc, junto con más de 20.000 de sus hombres, murió a consecuencia de un brote de fiebre amarilla.
Se nos ha enseñado hasta el cansancio que la primera gran derrota irreversible de Napoleón sucedió en el Atlántico, cerca de las costas españolas; y que en tierra, esto se produjo casi en simultáneo en la Península Ibérica y en las estepas rusas. Pero antes de que la flota británica deshiciera a la escuadra franco-española en Trafalgar (21 de octubre de 1805) o que se sucedieran las derrotas francesas en España y Rusia (a partir de enero de 1812), los haitianos se encargaron de mostrar que las águilas napoleónicas no eran invencibles.
Napoleón se había propuesto restablecer el buen negocio azucarero en las islas caribeñas bajo su control. Es decir, reimplantar lisa y llanamente la esclavitud. Ya en mayo de 1802, una ley imperial dispuso que no se aplicase la libertad ordenada ocho años antes por la Convención allí donde aún no hubiese tenido cumplimiento efectivo. Un despacho reservado, enviado a Leclerc, lo autorizaba además a reimplantarla en Haití cuando fuera oportuno. Tampoco sus aliados “de color” salían bien librados, ya que varios edictos comenzaron a limitar la “libertad, igualdad y fraternidad” que, desde 1790, les habían prometido.
Así las cosas, tras ver lo que había ocurrido con Toussaint y el restablecimiento pleno de la esclavitud en otras colonias caribeñas francesas como Martinica y Santa Lucía, nègres y gens de couleur, dirigidos por Dessalines, Pétion y Christophe, iniciaron la “segunda fase” de la revolución haitiana.
El nuevo jefe colonialista, Donatien de Vimeur, vizconde de Rochambeau, anticipó de qué era capaz la “escuela francesa”: miles de haitianos fueron ahorcados, ahogados o quemados vivos. Los métodos de tortura y “desaparición forzada” aplicados entonces no tienen nada que envidiar a los que las fuerzas colonialistas emplearían, ciento cincuenta años después, en Indochina y Argelia: los prisioneros eran arrojados vivos a los calderos hirvientes de refinación de la melaza o enterrados hasta medio cuerpo en hormigueros. 7
No es de extrañarse, entonces, la “fiereza” que como contrapartida aplicarían los haitianos y que sembraría el pánico entre las elites criollas hispanoamericanas por largos años. La guerra era sin cuartel.
Las fuerzas reorganizadas bajo el mando de Dessalines, finalmente, se impusieron en la batalla de Vétyè (Vertières en francés), cuya fecha merece recordarse: 18 de noviembre de 1803. El ejército de ocupación napoleónico fue destrozado y el sanguinario Rochambeau debió capitular. Por años se hablaría en América de “la carnicería de Santo Domingo”, para referirse a los 3.500 franceses ejecutados entonces, no a los casi 30.000 haitianos asesinados por los colonialistas.
El 1º de enero de 1804, en la ciudad de Gonaives, Dessalines proclamaba la independencia de la hasta entonces Saint-Domingue, restableciendo para el país el nombre arahuaco original de Haití.
Referencias:
1 Dina V. Picotti, La presencia africana en nuestra identidad, Ediciones del OL, Buenos Aires, 1998, pág. 227-233.
2 Jorge Victoria Ojeda, “Dos líderes olvidados de la revolución haitiana”, en Cuadernos Hispanoamericanos, N° 676, octubre de 2006.
3 Nacido como esclavo en una plantación haitiana en 1743, obtuvo su libertad en 1776 y se convirtió en arrendatario cafetalero; curiosamente, el “Robespierre negro”, por entonces, tenía tres esclavos. En 1791 se sumó al levantamiento haitiano, y tras la derrota de Boukman buscó refugio en la parte española de Santo Domingo. En 1793, al frente de un ejército bien organizado, inició la lucha contra los franceses, a los que se alió luego de la proclamación del fin de la esclavitud. Convertido en general de la República francesa, dominó la política haitiana con mano dura, conquistó a los españoles toda la isla de Santo Domingo, pero enfrentó a los libertos (a quienes les aplicó un sistema de trabajo forzado en las plantaciones, de acuerdo con la ley de la Convención francesa). Derrotado por las fuerzas enviadas por Napoleón, fue remitido preso a Francia, donde murió en 1803.
4 Nacido en 1758, Dessalines era un esclavo que se sumó a las fuerzas de Toussaint-Louverture, de quien llegó a ser lugarteniente. Tras la captura de su jefe, en 1802 inició un nuevo levantamiento contra los franceses, a los que derrotó por completo. En 1804 declaró la independencia de la República de Haití y fue su primer gobernante. En 1806 se proclamó emperador, como Jacques I, pero fue asesinado por Pétion y Christophe.
5 “Papá Buen Corazón”, apodo popular que los campesinos del norte de Haití le dieron a Pétion luego de su distribución de tierras.
6 Leclerc estaba casado con Paulina Bonaparte, quien luego sería la modelo de la famosa Venus Borghese, del escultor Antonio Canova.
7 Cyril Lionel Robert James, The Black Jacobins: Toussaint-Louverture and the San Domingo Revolution
Fuente: www.elhistoriador.com.ar