La Revolución Cubana y la prensa estadounidense


Pocos acontecimientos históricos han traído tanta cola como la Revolución Cubana. Pero no sólo por las pasiones –positivas o reactivas- generadas, sino porque, en aquellas décadas, la victoria de los “barbudos” en la isla caribeña contribuyó decisivamente a acelerar la historia mundial.

A diferencia de otros países del continente americano, Cuba recién logró su independencia de España en 1898. Y difícilmente lo hubiera logrado sin la decisiva ayuda de Estados Unidos, en el marco de la guerra hispano-estadounidense, que incluyó también a otras colonias españolas, como Filipinas, Guam y Puerto Rico.

Sin embargo, como bien entendía el poeta cubano José Martí, lo del país del norte no era mera filantropía: “Es un deber mío evitar, mediante la independencia de Cuba, que los Estados Unidos se extiendan por las Indias Occidentales y caigan con mayor fuerza sobre otras tierras de nuestra América (…) Conozco al monstruo porque he vivido en sus entrañas…”, sentenciaba Martí.

Desde entonces, como siempre se ha recordado, Cuba se transformó en el “patio de juegos y placeres” para los ricos norteamericanos, al mismo tiempo que los grandes monopolios, como la United Fruit, devastaban el trabajo y riqueza que generaban los “guajiros”.

Tal era el dominio que la potencia ejercía sobre la isla que, a cambio de la independencia formal obtenida, Cuba había aceptado la llamada Enmienda Platt, que reconocía el derecho norteamericano de manejar la política exterior e intervenir el país “para proteger la vida, libertad y bienes de sus conciudadanos”.

Si a ello se le sumaba la extrema corrupción y un sistema político que oscilaba entre la inoperancia y la represión, se reunían fácilmente las condiciones para que todo estallara un día a otro.

La Revolución encabezada por el Movimiento 26 de Julio (M26J), con el protagonismo de los hermanos Fidel y Raúl Castro, en la década de 1950, no era el primer intento de transformar la realidad cubana. De hecho, este movimiento se reconocía heredero de las luchas populares, nacionales y democráticas del Partido Revolucionario Cubano (PCR) de José Martí y del Partido Revolucionario Cubano Auténtico (PCRA) y el posterior Partido Ortodoxo (PO) de Eduardo Chibás.

De modo que antes que a la influencia del Partido Comunista (PC), el M26J respondía al lema “Cuba para los cubanos”. No les faltaba razón: hacia 1952, era de propiedad norteamericana el 50% de la producción azucarera, el 90% de la electricidad y teléfonos, el 70% de las refinerías petroleras, el 100% de la producción de níquel y el 25% de los hoteles, casas comerciales y producción de alimentos.

Desde el primer intento insurreccional del M26J, cuando asaltaron el cuartel militar Moncada en 1953, hasta el ingreso triunfante en La Habana y Santiago de Cuba, el 1º de enero de 1959, pasaron más de seis años, a través de los cuales los diferentes sectores del pueblo cubano fueron aceptando la idea de que sólo por la fuerza se terminaría con el “régimen colonial”.

Dos años estuvieron los guerrilleros del M26J en la Sierra Maestra, tiempo en el que debieron no sólo hacerse conocer, sobrevivir, ganar territorios y sumar combatientes, sino también desarrollar una estrategia de unidad con otros sectores, urbanos principalmente, algo que no resultó nada sencillo.

A finales de 1958, el régimen del dictador Fulgencio Batista estaba en franco desmoronamiento. Hacia fines de diciembre, las columnas guerilleras se habían desplegado alrededor de vastos sectores del país y encabezaban duras batallas: la más emblemática de éstas, la que comandó Ernesto “Che” Guevara en Santa Clara.

Tras hacerse del tren blindado enviado por Batista, última estrategia defensiva del régimen, el dictador huyó hacia Santo Domingo. Lo que vino después no sólo se puede explicar por la necesidad de una radical transformación que exigía la realidad cubana, sino por la forma e intensidad de la reacción norteamericana y por el contexto de la Guerra Fría, que dividía al globo en dos grandes mundos: el socialista y el capitalista.

Reproducimos en esta ocasión un fragmento de la introducción al diálogo entre la sociedad cubana y la norteamericana imaginado por el reconocido sociólogo estadounidense Charles Wright Mills, tras visitar la isla en 1960, que se conoció con el nombre de “Escucha, Yanqui”.

Fuente: MILLS Charles Wright, Escucha, Yanqui, FCE, México, 1961, pág. 12.

«Mi objetivo central en este libro es presentar la voz del revolucionario cubano, con la mayor claridad y fuerza posibles. Me he fijado este objetivo porque esa voz está absurdamente ausente en las noticias de Cuba que se difunden en Estados Unidos. No encontrarán ustedes aquí ‘toda la verdad sobre Cuba’ ni tampoco ‘una apreciación objetiva de la Revolución Cubana’. No creo que nadie pueda hacer en este momento semejante apreciación (…) Los hechos y las interpretaciones expresados en estas cartas de Cuba reflejan con exactitud, en mi opinión, las opiniones del revolucionario cubano. (…) He aquí algo de su optimismo, sus fatigas, su confusión, su ira, su vehemencia, sus preocupaciones –y, sin embargo, si escuchan ustedes bien, descubrirán el tono racional que prevalece en los argumentos revolucionarios cuando se discute seriamente y en privado. Esta revolución que tiene lugar en Cuba es un enorme impulso popular. La voz de Cuba es hoy la voz de la euforia revolucionaria. Mi intención es expresar un poco de todo esto al mismo tiempo que las razones que explican por qué se sienten así los cubanos. Porque sus razones no son sólo suyas: son las razones de todo el mundo hambriento. (…) Al terminar la primavera de 1960, cuando decidí ‘enterarme de lo que pasaba en Cuba’, leí por primera vez todo lo que pude encontrar y lo resumí, en parte como información y en parte como preguntas que no tenían respuesta en la letra impresa. Con estas interrogaciones y cierta idea de cómo obtener las respuestas, me dirigí a Cuba. Ese viaje me obligó a pensar –lo que por mucho tiempo me había negado a creer- que mucho de lo que hemos leído recientemente acerca de Cuba en la prensa norteamericana está muy lejos de la realidad y el significado de lo que allí está sucediendo actualmente. (…) No estoy seguro de cómo deba explicarse este hecho y no creo que sea muy sencillo. A diferencia de muchos cubanos, no considero que sea totalmente por una campaña deliberada de difamación. Es verdad, sin embargo, que si las finanzas norteamericanas afectadas por la revolución no controlan todas las noticias que ustedes leen acerca de Cuba, las finanzas como sistema de intereses (incluyendo los medios de comunicación en masa) pueden constituir, no obstante, un factor de control en cuanto a todo lo que pueda llegar al conocimiento de ustedes respecto a Cuba. Es cierto también que la exigencia de encabezamientos violentos de los jefes de redacción de los periódicos restringe y modifica los reportazgos de los periodistas. Editores y periodistas tienen la tendencia a considerar que el público norteamericano prefiere leer acerca de las ejecuciones que de la puesta en cultivo de nuevas tierras. Es decir, publican lo que consideran mercancía de fácil venta. (…) Pero una cosa resulta evidente: en los Estados Unidos no recibimos una información exacta de todo esto. Quizás la verdad sea que los medios de información en masa están influidos, frecuentemente, no tanto por las presiones de los anunciantes, las recomendaciones oficiales y las conversaciones extraoficiales cuanto por la ignorancia y confusión de quienes los dirigen. En pocas palabras: es probable que algunos periódicos estén con frecuencia controlados; el hecho es que muchos periodistas, como muchos hombres, se engañan a sí mismos.»

Fuente: www.elhistoriador.com.ar