La vida en colores de Frida Kahlo

La artista mexicana tenía una mirada poética y esperanzada de la vida. Su frase «Pies para qué los quiero si tengo alas para volar» lo comprueba.

Autor: Felipe Pigna

Frida Kahlo nació el 6 de junio de 1907, en el Distrito Federal de México, fruto de la unión entre una mujer hispano indígena de religión católica y un fotógrafo judío alemán. El padre aportaba al hogar bohemia y amor al arte, y la madre, orden y pies sobre la tierra.

En 1913, cuando México hacía tres años que estaba en plena revolución capitaneada por los caudillos Pancho Villa y Emiliano Zapata, la pequeña Frida contrajo una poliomielitis que la postró nueve meses en la cama y que tuvo como consecuencia que le quedase una pierna más pequeña y flaquita que la otra.

A los 15 años, con la idea de estudiar medicina, se anotó en una escuela con 2.000 alumnos, de los cuales solo 35 eran chicas, y al interés por la pintura incorporó la poesía y la música. Tres años más tarde, estaba volviendo a su casa cuando el ómnibus en el que viajaba fue atropellado por un tranvía y un hierro le atravesó el cuerpo.

El accidente le partió la columna, la pelvis, la pierna y también la vida. La obligó a soportar más de 30 operaciones, internaciones y a estar postrada incontables veces. Fue allí, en su cama, donde comenzó a pintar sus famosos autorretratos y a crear un universo tan bello como trágico. Su frase: “Pies para qué los quiero si tengo alas para volar”, expresa su mirada poética y esperanzada.

Cuando se repuso, Frida ya había cambiado su idea de convertirse en médica por la de ser pintora. Decidida como era, se fue a ver al famoso muralista Diego Rivera, quien quedó flechado por la joven y por sus pinturas. Ambos compartían además intereses políticos, por lo que a pesar de que Rivera le llevaba 20 años, el amor no tardó en surgir y cuando Frida tenía 22, se casaron.

Junto a Diego se potenció la entrega al arte, la pasión por la cultura mexicana y el fervor revolucionario. Frida floreció y cambió sus trajes masculinos por la ropa colorida y los tocados de las campesinas de su país.

En 1930 la pareja se fue a Estados Unidos, donde se quedó por más de 4 años, durante los cuales la fama del muralista se consolidó. Para Frida representó la posibilidad de dar a conocer sus trabajos y que algunos de sus cuadros fuesen comprados por artistas de Hollywood.

De regreso a México, su frágil salud la tuvo a maltraer, lo que no le impidió preparar su primera exposición en su patria y más tarde, en los días previos a la Segunda Guerra Mundial, ir a París para mostrar sus trabajos.

Durante todos esos años, la artista hizo varios intentos por tener hijos, que terminaron en abortos y que la llevaron a pintar una decena de cuadros sobre su maternidad frustrada.

También participó con Rivera de los acontecimientos políticos, brindándoles apoyo a los republicanos durante la Guerra Civil Española, realizando gestiones para conseguirle asilo político al revolucionario ruso León Trotsky (de quien Frida fue además amante) y militando en las filas del Partido Comunista.

En 1939, la pareja se divorció pero no pudieron soportarlo, de modo que al año volvieron a casarse. Frida siguió pintando sobre el amor, la enfermedad y la muerte, transformando ese dolor en algo bello y mostrando el lado luminoso de la vida representado por la comida, los animales y las flores.

Sus trabajos fueron ganando mayor reconocimiento tanto en su país como en los Estados Unidos, y en 1943 comenzó a dar clases en la facultad de la Escuela de Pintura y Escultura. Pero su cuerpo era pura tragedia y su salud comenzó a deteriorarse más y más.

En 1953 la amputación de una pierna marcó el principio del fin. Al año siguiente, se enfermó de neumonía, y el 13 de julio de 1954 murió en la Casa Azul, donde había nacido.