A raíz del excesivo poder y la autonomía que habían tomado los “adelantados”, la monarquía española decidió crear instituciones para controlar a los que habitaban las lejanas tierras conquistadas.
El poder absolutista español no perdía la razón a pesar del mareo provocado por la llegada de toneladas de oro y plata desde sus usurpadas tierras americanas. Ya para mediados del siglo XVI, las mentes más lúcidas del poder imperial podían hacer un balance de la experiencia ultramarina que en los primeros años las había tomado por sorpresa. Estaban en condiciones de poner en palabras sus sospechas, confirmadas por centenares de documentos, sobre el excesivo poder y la creciente autonomía que iban adquiriendo los “adelantados”. La monarquía española decidió crear instituciones para controlar a los que habitaban las lejanas tierras conquistadas. Entre los momentos clave por sujetar las riendas sobre los conquistadores y sus secuaces, se suele mencionar un día de verano en Castilla, cuando Felipe II estableció El orden que se ha de tener en descubrir y poblar, documento conocido por el título más formal y burocrático de Ordenanzas sobre descubrimiento, nueva población y pacificación de las Indias de 1573. 1 Este “orden” establecía las primeras pautas generales de lo que debía ser la ocupación permanente de sus súbditos en América. Se trataba de comenzar a “poblar” las Indias… con pobladores “blancos” que asegurasen “reducir a nuestra obediencia” a los “naturales”. De ahí en más, el documento real imponía el enmascaramiento, ordenando que no debía usarse “el título y nombre de conquistas” para las expediciones que seguirían llegando a imponer a sangre y fuego el dominio español, sino que debía hablarse de “pacificación”. Don Felipe II decía en el escrito: “Los descubrimientos no se den con título y nombre de conquistas pues habiéndose de hacer con tanta paz y caridad como deseamos no queremos que el nombre dé ocasión ni color para que se pueda hacer fuerza ni agravio a los indios”. 2
Este compendio de instrucciones, firmado en el bosque de Segovia, es detallista. Indica hasta cómo se debe elegir el sitio para fundar ciudades en toda América, sin hacer diferencias entre el Caribe, los Andes peruanos, la Patagonia o el Paraguay. En sus 148 ítems incluye una sola vez un término que sugiere que, además de los hijos de gobernadores, clérigos, corregidores y oficiales, se pensaba en poblar con mujeres. Es en el número 93, donde se lee: “Declaramos que se entienda por vecino el hijo o hija o hijos del nuevo poblador o sus parientes dentro o fuera del cuarto grado teniendo sus casas y familias distintas y apartadas y siendo casados y teniendo cada uno casa de por sí”. 3
Pese a su escasa mención –que muestra la manera de pensar del rey y sus funcionarios–, las mujeres españolas estaban destinadas a cumplir un papel clave en esa política, que buscaba instalar en las colonias una población que asegurase el dominio sobre estas tierras, sobre sus pobladores originarios sometidos a servidumbre y sobre la extracción de sus riquezas 4. Para ello la fundación de ciudades “españolas” era fundamental. A lo largo de la colonia estas ciudades serán los hitos principales de la ocupación territorial, sedes de las autoridades y centros de la organización económica y represiva.
Referencias:
1 Estas ordenanzas pueden consultarse en Textos y documentos de la América Hispánica (1492-1898), seleccionados y presentados por Guillermo Céspedes del Castillo, en Manuel Tuñón de Lara (dir.), Historia de España, tomo XIII, Labor, Madrid, 1986, y en Francisco Morales Padrón, Teoría y leyes de la conquista, Ediciones Cultura Hispánica del Centro Iberoamericano de Cooperación, Madrid, 1979, pág. 489-518.
2 En Morales Padrón, Francisco, op.cit., pág 495. Se ha modernizado la grafía.
3 En Morales Patrón, op. cit., pág. 506. Se ha modernizado la grafía.
4 Las mismas Ordenanzas de 1573 son claras al respecto, sobre todo en su punto 25, en el que se busca ahorrarle “a nuestra real hacienda” los gastos de las expediciones.
