Los Oesterheld, por Fernanda Nicolini y Alicia Beltrami (Fragmentos)


El 4 de setiembre se celebra en Argentina el día de la historieta, que recuerda la aparición de la revista Hora Cero, aquel día del año 1957, que presentaba en sus páginas El Eternauta, de Héctor Oesterheld, quizás la mejor historieta de ciencia ficción escrita en la Argentina con ilustraciones de Francisco Solano López. Oesterheld fue también el creador de otras aventuras que dejaron honda huella en la historia de la historieta argentina, como Sargento KirkBull RockettErnie PikeSherlock Time y Mort Cinder.

“Preguntado hacia 1970 d.C. sobre cuál era su obra maestra, Oesterheld respondió: no tengo una sino cuatro obras maestras: “Estela”, “Diana”, “Beatriz”, “Marina”, mis hijas.” Así se refería en una autobiografía ficticia Oesterheld a sus adoradas hijas, a quienes crió en un chalecito de zona norte junto a su mujer Elsa Sánchez, quien recuerda sobre aquellos años: “En Beccar nos decían la familia Conejín. La gente no entendía que estuviéramos todos en la casa todo el tiempo. Ahí había mucha gente extranjera que te encontrabas en la verdulería y se preguntaba qué hace este hombre, de qué vive… Lo veían en el jardín plantando flores con las cuatro nenas y llamaba la atención: ¿en dónde había un padre en esa época que estuviera todo el tiempo con los chicos?, sólo un loco, un escritor como él. (…) Era un padrazo”.

La historia de la familia Oesterheld-Sánchez no tuvo el final feliz que auguraba la idílica vida familiar de aquellos años. Héctor, sus cuatro hijas, tres yernos y posiblemente dos nietos (ya que dos de las hijas estaban embarazadas al momento de ser secuestradas) encontraron un final trágico en manos de la última dictadura militar.

Sólo Elsa Sánchez y dos nietos lograron sobrevivir a los años más oscuros de la historia argentina.

A continuación reproducimos fragmentos del libro Los Oesterheld, de Fernanda Nicolini y Alicia Beltrami, una biografía coral que reconstruye las vivencias, las motivaciones y los sueños de aquella familia diezmada por la dictadura. El eco de las voces de los diversos protagonistas –a través de las cartas y de los testimonios de más de doscientos entrevistados– se entrelaza con un relato ágil y desgarrador, que desentraña aquel momento clave de la historia familiar en el que Héctor pasó de historietista de fama mundial a correo de Montoneros y sus cuatro hijas, alumnas destacadas de colegios bilingües, abandonaron la bohemia artística para volcarse de lleno a la militancia en villas y a la lucha revolucionaria.

En una de sus historietas, el célebre corresponsal de guerra Ernie Pike, creado por Oesterheld para narrar las trágicas historias de soldados durante la Segunda Guerra Mundial, le dice a su fotógrafo: “Tiene que haber un lugar donde estas tragedias hechas de coraje y desencuentros se anoten a favor de la especie humana…”. La cita, que abre la biografía familiar, parecería ser a la vez una declaración de principios de quien se propuso en su obra y en su vida rescatar del olvido a seres anónimos y una invitación a adentrarse en este libro, que a través de sus 400 páginas retrata no solo la tragedia familiar de los Oesterheld, sino la tragedia de un país devastado por una dictadura militar, que dejó 30.000 desaparecidos.

Fuente: Fernanda Nicolini y Alicia Beltrami, Los Oesterheld, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, págs. 13, 53-57, 257-260, 383-384.

Testimonio de Elsa Sánchez de Oesterheld

Mi nombre es Elsa Sánchez de Oesterheld y soy la mujer de Héctor Germán Oesterheld, famoso en el mundo por haber escrito la historieta El Eternauta. En la época trágica de este país desaparecieron a mis cuatro hijas, mi marido, mis dos yernos, y otro yerno que no conocí, y dos nietitos que estaban en la panza. Diez personas desaparecidas en mi familia. Pero prefiero recordar los años en los que fui feliz. (…) Las chicas fueron todas de absoluta vocación artística. En casa los libros, la cultura, el arte, los cuadros, los dibujos eran un alimento cotidiano. No sólo venían dibujantes ahora muy reconocidos, sino que se establecían conversaciones donde cada uno aportaba, y se discutían temas que estaban basados en todo lo que ellos habían leído y aprendido en sus viajes. A Estela le encantaba dibujar. Era muy precoz, habló y caminó muy rápido. Desde los dos años, cuando el padre estaba sentado en el escritorio, ella le pedía dibujitos, y él nunca le negaba nada a una criatura que iba y lo interrumpía. Así que él le hacía unos cuantos dibujitos y después la sentaba en el escritorio con unos almohadones y le daba unos lápices y ella garabateaba. Pero a los tres o cuatro ya hacía dibujitos sola. Le gustaba dibujar ojos, tenía pasión con los ojos. El padre estaba fascinado. Ella se sentaba en cualquier lado a pintar y nos los mostraba a todos. Alberto Breccia me dijo que la mandara a Urruchúa, un maestro muy mayor con alumnos consagrados, y yo la llevé a la chiquilina de 15 años. Él siempre les daba vegetales para dibujar, era un fenómeno el viejo, y para él era una novedad tener una alumna de 15 años entre tantos tipos grandes. A ellos no les gustaba dibujar lechugas, rabanitos, zanahorias. Una noche agarró el trabajo de cada uno y decía: esto lo hiciste de mal humor, esto lo hiciste contento, y cuando vio el de ella, lo miró y ella temblaba por miedo a que la cargara, la mira y me mira a mí: esta chica ahora mismo la lleva al cine o al teatro a donde ella quiera, porque ha hecho un colorido maravilloso. Y ahí ella se quedó tranquila. Era un estudio por San Telmo. Yo la llevaba y me quedaba ahí hasta que terminara para que no volviera sola de noche. Estelita ahí ya iba al Nacional San Isidro y la juventud empezaba a volcarse a las carreras humanistas, yo era de la Comisión de Cultura de la escuela y me acuerdo de que los profesores me decían que ya nadie seguía carreras exactas, que todo era humanístico, y ahí empieza la transformación. Entonces ya cuando Estelita ingresa a la facultad, a Filosofía y Letras, empeza0mos a darnos cuenta del cambio brutal que se había establecido en una juventud universitaria. (…)

Fragmento del capítulo El origen de la militancia

Para principios de 1971, los alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA habían implementado una nueva manera de organización frente a la intervención de la dictadura: los Cuerpos de Delegados, que emulaban el modelo de la organización sindical de las fábricas y descentralizaban el poder. Una estructura que, de algún modo, también reproducía la organización celular de los grupos armados y, en medio de una universidad vigilada, les permitía convocar a asambleas multitudinarias sin repartir un solo volante.

A la pregunta inicial de quién debía decidir dentro de la facultad, le siguieron consignas más radicales como el cambio de los programas de las materias y la impugnación de algunos profesores, acusados de colaborar con el gobierno de facto. En casi todos los casos, las reivindicaciones estaban motorizadas por los militantes independientes que no querían ser absorbidos por los aparatos existentes en la universidad. En esa transición entre las viejas identidades reformistas y las corrientes de la nueva izquierda, las facultades estaban llenas de siglas de grupos que se orientaban en el nuevo escenario de la guerra de Vietnam, la Revolución Cubana y la Revolución Cultural China. Las antiguas estructuras de los partidos de la izquierda tradicional —el Partido Socialista y el Partido Comunista— se habían quebrado y los jóvenes de esas agrupaciones habían formado las nuevas corrientes críticas maoístas, trotskystas o leninistas. Entre todas ellas, los independientes comenzaban a orientarse hacia la comprensión del fenómeno peronista, que asomaba de un modo minoritario a través del FEN, Federación de Estudiantes Nacionales. En pocos meses, la Juventud Universitaria Peronista se transformaría en la organización más importante de la facultad.

Fue un año de reuniones permanentes, tomas y posteriores desalojos, cierres temporarios de la facultad, policías dentro del edificio, marchas y actos relámpago con barricadas y molotovs en donde un joven Néstor Perlongher estaba a cargo de la autodefensa. También fueron días de reafirmar una definición que trascendía el universo estudiantil: el apoyo de las mayorías a la lucha armada. Gran parte de la generación que había crecido con el peronismo proscripto fantaseaba con integrarse a algún grupo político militar como único medio para enfrentar de un modo genuino a la dictadura. Los partidos políticos, excepto el peronismo, habían sido funcionales a ella en casi todos los casos.

El secuestro de Luis Pujals el 17 de septiembre de 1971, máxima figura del ERP junto a Mario Santucho, reforzó esta postura, al punto de que en las asambleas de Filosofía y Letras se discutía cómo debía ser la revolución en la Argentina. El enfrentamiento era en términos de insurrección versus guerra popular prolongada, la misma disputa teórica que se había generado al interior de las agrupaciones armadas. FAUDI (Frente Antiimperialista Universitario de Izquierda, brazo estudiantil del PCR), la Tupac (Tendencia Universitaria Popular Antiimperialista Combativa, de Vanguardia Comunista), y la TERS (Tendencia Estudiantil Revolucionaria Socialista, vinculada con Poder Obrero) decían que el camino era generar más Cordobazos para que las masas tomaran el poder canalizadas por una vanguardia y abogaban por la tesis insurreccionista. El resto del arco de izquierda, incluidos los grupos cristianos, apoyaban la teoría prolongadista, que postulaba la creación de un ejército del pueblo apoyado por la clase obrera que librara una guerra total.

En el medio, los PRT La Verdad —fracción que se declaraba en contra de la lucha armada— chicaneaban a los independientes.

—Ustedes parece que al final nunca toman una posición definida y hacen todo esto sólo para propiciar acciones violentas.

Fue en ese momento que Oscar Reyes, el máximo referente de los independientes y a quien le decían el argelino por su parecido con uno de los protagonistas del film La batalla de Argel, concluyó: “La vía para la toma del poder es sin dudas la guerra popular prolongada”.

Estallaron los aplausos. La asamblea decidió votar. El noventa por ciento apoyó su moción.

Para fin de año, Montoneros establecía la necesidad de una guerra total, nacional y prolongada a través de un documento interno.

Por esos días, Estela todavía formaba parte de cierta masa estudiantil que no podía estar ajena a la agitación, pero que acompañaba de un modo inorgánico. Y si bien venía de una escuela pública en la que ya se empezaban a vislumbrar los cambios sociales, hasta 1969 las inquietudes y transgresiones de los alumnos del Nacional San Isidro habían pasado más por las expresiones artísticas y culturales que por la política.

De ahí que cuando Estela entró, tras su paso por el Northlands, no tardó en integrarse a un pequeño grupo al que lo deslumbraba el arte en todas sus formas. Eran Alfredo Prior, Daniel Iglesias, Ana María del Carmen Granada y Graciela Pini. Entre el pop, el hippismo y el Mayo Francés, se reunían en el chalet de Beccar en donde pintaban y escribían poemas colectivos. Además, editaban una revista literaria, iban a galerías de arte o al teatro. En 1969 fueron a ver una obra del Clan Stível, que hacía furor con el unitario Cosa Juzgada.

Graciela Pini a veces se sentía un poco inhibida dentro del grupo: ella no pintaba, y apenas se animaba a esbozar algunos versos. Estela la integraba y también la invitaba a los té cena de los domingos que organizaba Elsa y a los que seguían yendo algunos vecinos con pretensiones románticas no correspondidas, como Pepo Rojas Silveyra. Héctor lo iba a retratar en la historieta Dos entre la Gente, que se publicó en revista Gente durante 1970, como el personaje de Pepo Salas, el polista exitoso, adinerado y candidato ideal al que la protagonista, hija de una familia de clase acomodada de Belgrano, rechaza para quedarse con Marcos, un estudiante de geología que ante una oferta de trabajo en Texas prefiere quedarse en la Argentina porque, dice, es un país en el que todavía hay mucho por hacer. Este pasado de geólogo que tantas veces se cruzaba en las historietas de Héctor, también era un punto en común para Graciela y Estela. Sus padres habían sido compañeros del laboratorio del Banco de Crédito Industrial, pero recién lo supieron una tarde que Héctor le preguntó a Graciela por su apellido y si era hija de Silvio. Su padre, químico, había muerto pocos meses antes y Héctor tenía un recuerdo especialmente cariñoso de él: era su compañero de bromas. Les gustaba, por ejemplo, impresionar a otro colega que tenía aprehensión por la sangre, simulando peleas que terminaban con manchones de salsa de tomate por todos lados. Eran dos hombres con más de treinta años que compartían el espíritu lúdico, bastante naif, en un ambiente que pretendía ser ascético. Mucho después, Graciela se preguntaría si Favalli, el científico sabio de El Eternauta, no estaría inspirado en su propio padre. El parecido físico con el dibujo era llamativo —corpulento, morocho, con bigote y anteojos— y también la capacidad para resolver cuestiones con inteligencia práctica.

La despedida de quinto año fue la célebre vuelta olímpica que terminaba con todos los alumnos del San Isidro subidos al tren rumbo a Retiro cantando a los gritos «Vea, vea, vea, no sea animal, y sáquese el sombrero cuando pasa el Nacional». Detrás de aquella consigna entre cándida y prepotente, ya había empezado a latir, en algunos, la marca de los levantamientos de las ciudades del interior durante aquel 1969 que tuvo su correlato en el colegio. Al día siguiente del Correntinazo, el 15 de mayo, la abanderada decidió dejar la bandera a media asta en homenaje a Juan José Cabral, el estudiante asesinado por la policía durante una manifestación de jóvenes de la Universidad del Nordeste que protestaban por el aumento del comedor universitario. Ese hecho iba a ser, para muchos alumnos del Nacional San Isidro, parte de la prehistoria de su militancia.

Si bien ahora la facultad a Estela la ponía en contacto con las nuevas definiciones políticas de la época, el arte seguía ocupando un espacio importante en su vida. Como en un juego de historias paralelas, la misma cercanía que tenía con Nicky en Filosofía y Letras, la tenía con Ernesto Meló en sus clases en Estímulo de Bellas Artes. Él también estaba enamorado de ella y no se animaba a decírselo. A los dos les atraían particularmente los talleres de Jorge Santa María, escultor y militante del PC, que los empujaba a salirse de los moldes, a experimentar con nuevos materiales. A veces ensayaban cadáveres exquisitos: Estela empezaba con una figura para que Ernesto la siguiera después. Así, mientras ella tomaba pedacitos de pastel con sus dedos finos, él trataba de registrar cada uno de sus movimientos.

—A veces percibo que tengo como unas cuerdas doradas que salen hacia el dibujo, hacia el papel —le dijo ella mientras bocetaba algo.

—¿Cuerdas?

—Sí, veo cuerdas doradas que vibran cuando estoy dibujando. No sé cómo explicarlo.

Después de esa escena, Ernesto sintió que finalmente habían llegado a un grado importante de intimidad, especialmente porque ella le contó que su madre no la entendía, que se había generado demasiada distancia entre ellas y que era algo que la angustiaba.

A los pocos días participaron de una muestra que había organizado la Sociedad Argentina de Artistas Plásticos en contra de la censura. Ernesto presentó un dibujo un poco elemental de un pintor al que le cortaban las alas. Estela prefirió algo abstracto, con muchos colores. El día de la vernissage, caminaron juntos desde Estímulo hasta la Galería. Eran unas pocas cuadras por el centro porteño. Estela estaba especialmente alegre, y le dijo que quería que conociera a alguien. Ernesto rogó que no fuera un novio.

—Te presento a mi papá.

Héctor sonrió, lo saludó con un cómo estás, pibe y después pasó el brazo por la cintura de su hija.

Ernesto no sabía quién era. Tiempo después, sería alumno de Alberto Breccia, ilustrador de cómics, y posaría como Mort Cinder para una de las últimas versiones de este personaje.

Para fin de año, los dos decidieron hacer el ingreso a la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano. Estela dejó Filosofía y Letras. Ernesto, Arquitectura. Ese mismo mes, diciembre de 1971, un decreto le quitó el primer premio del II Certamen de Investigaciones Visuales a «Celda», una obra de Gabriela Bocchi y Jorge Santa María —aquel profesor de Estímulo que los empujaba a experimentar— en la que recreaban un calabozo con un espejo, donde el espectador se veía junto a los nombres de los 273 presos políticos del gobierno de Lanusse. Entre ellos figuraban Mario Roberto Santucho y los líderes sindicales Raimundo Ongaro y Agustín Tosco.

Ernesto abandonó el curso de ingreso a Bellas Artes antes de dar los exámenes y no supo nada más de Estela, hasta que a mediados del año siguiente, una amiga en común le comentó que su amor imposible se había puesto de novia con alguien a quien le decían «el Vasco». (…)

Entrevista a Héctor Oesterheld en Radio Belgrano

Héctor entró en el estudio de Radio Belgrano y el joven Martín García —periodista, fanático de las historietas y conductor de un programa llamado Cinco para Buenos Aires—, no podía creer que ese hombre estuviera una vez más ahí, sentándose junto a un micrófono. Sin conocerlo, le había propuesto hacer un programa en el que, cada martes de febrero, recorrieran su obra como guionista. Héctor estaba encantado.

—Y como prometimos el martes pasado, volvemos a estar con Héctor Oesterheld hablando de sus personajes, pero antes de entrar en sus personajes vamos a charlar un poco de usted.

—Buenas noches.

—Buenas noches.

— ¿Le gusta el café con leche?

—Mucho, sobre todo a la mañana. Una taza bien grande con mucho pan, manteca y dulce de leche.

—¿Fuma?

—No fumo, nunca aprendí a fumar.

—¿Cómo somos los porteños?

—Y no podría decirlo porque son como yo.

—¿Cómo es usted?

—Como los porteños (risas). Es muy difícil definir así en tan pocas palabras. Basta con leerme.

—¿Le gusta tomar mate?

—También me gusta tomar mate.

—Qué le gusta más: ¿charlar en la cocina con amigos o en un café?

—Prácticamente los cafés, salvo en la época de estudiantes, nunca más los frecuenté. No porque no me gustara el café ni tuviera nada contra ellos, sino en realidad por falta de tiempo. Vivo un poco lejos, en las afueras, durante mucho tiempo he vivido en Beccar, después me he mudado y también vivido en centro, ando de un lado a otro.

—¿Qué lugares le gustan más de Buenos Aires?

—Esa sí que es una pregunta difícil porque cuando ando por el centro me gusta tanto que, cuando puedo evitarlo, no tomo colectivo ni subte sino que camino. Más de una vez si tengo que ir de Retiro a Constitución me atravieso todo el centro a pie, me gusta mucho caminar por el centro, pero a la vez también me gusta mucho la vida en las afueras, así que no sé cuál me gusta más.

—¿Le gusta la pizza con faina?

—Prefiero el faina solo, la pizza me gusta pero me parece que no es comer, el faina es más comida.

—Y seguimos con el señor Héctor Oesterheld hablando de sus personajes, de sus creaciones y curiosamente de un aspecto que hace un poco distinta a la historieta argentina de otras historietas del mundo que es la amistad…

“Hay un aspecto de la amistad que se encuentra en Bull Rockett, se encuentra en el Sargento Kirk y se va a encontrar en muchos otros personajes suyos, y es que de alguna manera todos forman una familia. Incluso en el Sargento Kirk está el Chatoga, el indiecito huérfano que es un poco el hijo de la familia, pero donde curiosamente, salvo en El Eternauta, no hay una familia de verdad. Si bien hay un sentido de la amistad que une, y todo un sentido de familia de esa amistad, es decir, de integración, de vida en común, de compartir la vida y un poco la filosofía de la vida; pareciera que hay un cierto desarraigo en todos los personajes. Como si pudiéramos ser amigos pero a la vez fuéramos profundamente individuos, desconectados o desenchufados de una realidad previa. Como si la realidad fuera elegida… yo me junto con tal amigo y con tal otro amigo, pero no hay una familia previa…

—Esto es algo nuevo que no lo había pensado, no se me había ocurrido reflexionarlo antes. Encuentro muy justa la observación que suelen ser amistades entre desarraigados. Ahora empiezo a pensar… destacar la amistad de gente que no tiene ningún vínculo, que no tiene incluso ninguna razón para ser amigo y que la vida los junta y está esa solidaridad de un ser humano por otro y la amistad nace sola, sin necesidad de un parentesco, sin necesidad de ninguna relación anterior. Quizá es más válida esa amistad, la amistad que nace porque sí, la amistad que nace de una necesidad de cada uno de darse, que en el fondo es el único motor que deberíamos tener… darnos.

—Hablando de cosas nuestras, hubo una historieta que usted hizo con Carlos Roume, el gran dibujante de caballos además de otras cosas, que fue Patria Vieja, donde comenzó a verse la historia argentina desde abajo, la gente simple, la gente pueblo, cómo vivió la gesta emancipadora argentina, y muchas otras historias que surgieron desde el campo. Eso también fue una cosa nueva cuando se hizo.

—Sí, Patria Vieja yo diría que más que desde abajo fue la historia vista desde adentro, y por supuesto que de un modo u otro la historia la hacen los de abajo, es una historia vista desde abajo y desde adentro. En su momento fue un enfoque original dentro de la historieta porque empezó a verse una historia nuestra diferente de la conocida, no tanto porque fuera revisionista, sino porque eran historias humanas, de cualquier gente que podría ser la de hoy viviendo en 1810 o 1820, yo creo que ésa fue una de las razones del éxito desde el principio, que la gente se reconocía en esas historias, es decir, las creía como que las podía vivir. Por ejemplo, hay una historieta previa al combate de San Lorenzo con unos chicos que son chicos de la Argentina de siempre, eran chicos en 1812 y son los mismos chicos que hoy podrían estar en un baldío. Yo creo que ése fue el mérito mayor de la historieta, hasta ese momento se veían los personajes de la historia nuestra siempre muy acartonados, muy duros, como si a San Martín nunca le hubiesen dolido las botas o nunca hubiera tomado un mate muy caliente. En Patria Vieja se trató de pintar esa historia sentida, esa historia vivida. Desgraciadamente quedó muy a mitad de camino, no se pudo hacer nunca como yo lo hubiera querido desarrollar. Es una de mis viejas aspiraciones poder retomar esa manera de enfocar nuestra historia.

—Patria Vieja también significó la asunción por parte de la historieta de algo que no registraba la historia, que era la cantidad de héroes anónimos que quedaron y que también hicieron el advenimiento de una nueva patria.

—Justamente el enfoque de Patria Vieja era ése, contar la historia que no se contó nunca. Es como si hoy quisiéramos reflejar la Argentina actual y en lugar de contar lo que hacen los personajes que manejan la política, la economía, hiciéramos historias de gente sencilla. Seguro que para el historiador del futuro, esa historia que haríamos con la gente común será la historia válida. (…)

Carta de Elsa Sánchez de Oesterheld

Querida Nelly:

Sé y comprendo que no esperaras respuesta a tu carta. Yo también creí no volver a hacerlo. No por resentimiento porque no lo tengo en lo más mínimo, sino por abandono. (…) quedó Miguelito, que solo me tiene a mí para darle todo lo que debieron darle padre, madre, abuelo, tías, hermanitos y todos los seres que hacen que una criaturita se sienta rodeado del amor que le hace falta y que de alguna manera también depende.
El desafío que me impone la vida es ciclópeo. De mí depende que no sea un resentido, un amargado, un ser negativo. Para eso necesito yo misma demostrarle que no soy así. Quiero que me vea como alguien capaz de infundirle alegría, ternura, confianza y, sobre todo, la seguridad que careció los años fundamentales en que su sensibilidad fue puesta a prueba de la manera más cruel para un niño. No sé hasta qué punto fue dañado. El tiempo lo dirá. Por el momento es el ser más cariñoso, alegre y tierno que se pueda imaginar. Me idolatra y después de unos días de estar en casa ya no nombró más a sus padres, integrándose totalmente a mí. Esto me facilita mucho las cosas y me ayuda en este esfuerzo increíble que todavía me exige la vida. Tal vez por eso fui capaz de resistir lo que resistí. Esta historia increíble que es mi vida todavía no terminó. Empieza otra etapa que solo Dios sabrá por qué fue así y en qué terminará. Tal vez mis nietos puedan contar el final. Un beso,

Elsa

Fuente: www.elhistoriador.com.ar