El 4 febrero de 1905, varios distritos del país volvieron a sacudirse, una vez más, del letargo político que imponía el régimen oligárquico. La Capital Federal, Mendoza, Santa Fe, Córdoba, Rosario, entre otras ciudades, eran escenario de otra sublevación cívico militar de las fuerzas radicales dirigidas por Hipólito Yrigoyen. No era la primera vez que sucedía, pero en esta ocasión, a diferencia de 1890 y 1893, no contaría con la fuerza de antaño. En Mendoza y Córdoba, los rebeldes depusieron a las autoridades y en la ciudad mediterránea, llegaron incluso a capturar al vicepresidente Figueroa Alcorta.
El alzamiento revolucionario se proponía, en boca de su líder, “mejorar y encarrilar la vida institucional de la República”. Pero manipulados y restringidos los canales políticos, la “protesta armada respetable” parecía legítima. Luego de la derrota, el astuto conservador Carlos Pellegrini admitía: “En nuestra república, el pueblo no vota; he ahí el mal”.
El recientemente asumido presidente Manuel Quintana decretó el estado de sitio por noventa días y la sublevación fue sofocada. Sin embargo, el alzamiento permitió que las demandas radicales obtuvieran una publicidad fenomenal y revivió el interés del pueblo por la posibilidad de una reforma electoral, sobre todo cuando los rebeldes fueron amnistiados un año más tarde.
El 16 de mayo de 1905, los rebeldes justificaron la insurrección fracasada. Recordamos la sublevación radical con un fragmento de dicho manifiesto, repudiando la realidad de sometimiento del país a la que se había llegado, donde se alude a la participación del entonces presidente Manuel Quintana como abogado patrocinante de los intereses bancarios británicos en 1878 contra el Gobierno de Santa Fe.
Fuente: Félix Luna, Yrigoyen, Buenos Aires, Hyspamérica, 1985.
«El criterio extranjero está habituado a pasar por alto el concepto de nacionalidad soberana y organizada a que tenemos derecho, para sólo preocuparse de la riqueza del suelo argentino y de la seguridad de los capitales invertidos en préstamos a los gobiernos o empresas industriales o de comercio. A esa condición hemos llegado, como consecuencia de una moralidad política que no ha sabido rodear de respeto el nombre del país, caracterizando su reputación ante el mundo por la rectitud de sus procederes y la seriedad en el cumplimiento de las obligaciones contraídas. Los causantes y beneficiarios de este desastre del honor y el crédito nacional carecen de autoridad y de título para condenar, invocando el prestigio argentino en el exterior, un movimiento de protesta armada respetable y digno, porque es y será siempre representativo de intereses sociales y de altos anhelos.»
Manifiesto radical del 16 de mayo de 1905
Fuente: www.elhistoriador.com.ar