Madame Lynch, la princesa de la selva


Autor: Felipe Pigna

En la guerra contra el Paraguay, la figura de “madame” Lynch, compañera del presidente Francisco Solano López, se convertirá en legendaria. Nacida en Irlanda, Elisa Alicia Lynch tuvo una vida que parece de una novela de aventuras. Nació en Cork, Irlanda en 1833 en el seno de una familia de ricos navegantes y comerciantes. Se casó con un médico militar francés que la llevó a Argelia, se separó de él y, en París, en la Gare Saint Lazare, aquella que inmortalizará Monet en uno de los primeros cuadros de la escuela impresionista, conoció en 1853 a López. Los jóvenes se enamoraron perdidamente y tras la partida de Francisco, Elisa decidió viajar a Paraguay para reunirse con él y allí convirtió su casa en la más lujosa de Asunción. Al estallar la guerra, no quiso separarse de su compañero y del primer hijo de ambos, Panchito, compartiendo la vida de campamentos y combates. Tras casi cuatro años de heroica resistencia en la que logró resonante victorias a pesar de la disparidad de las fuerzas, el ejército paraguayo comienza a ser acorralado por las fuerzas aliadas.

Francisco Solano López y lo que quedaba de su ejército, con su inseparable compañera, Elisa Lynch, la “princesa de la selva”, sus cuatro hijos y poco más de 400 hombres, mujeres y niños que se negaban a entregarse, llegaron a Cerro Corá el 14 de febrero de 1870.

Allí preparó la última resistencia. Su ejército estaba compuesto mayoritariamente por niños y mujeres, y tenía el jefe de estado mayor más joven de la historia, su hijo Panchito, de sólo 14 años.

Las campanas de las iglesias se habían transformado en cañones que, a falta de balas, disparaban piedras, huesos y arena. Al mediodía del 1º de marzo, las tropas brasileñas llegaron al lugar. La lucha era demasiado desigual y la batalla duró poco.

López, al frente de lo que quedaba de su heroico pueblo, fue herido de un lanzazo. Le ordenó a Panchito proteger a su madre y sus hermanos. Varios soldados se abalanzaron sobre el hombre más buscado por la Triple Alianza. Nadie quería perderse las 100.000 libras que los “civilizadores” ofrecían por la cabeza del mariscal.

El presidente paraguayo se defendió como un tigre acorralado y mató a varios de sus atacantes. El general Cámara, a cargo del pelotón atacante, lo intimó a que se rindiera y le garantizó su vida. Pero a López ya no le importaba sino su dignidad. Siguió peleando, bañado en sangre, hasta que Cámara ordenó “maten a ese hombre”. Un certero disparo le atravesó el corazón.

Los soldados atacaron los carruajes que trataban de huir. Panchito montó guardia frente al que ocupaban sus hermanos y su madre. Los brasileños le preguntaron si allí estaban la “querida” de López y sus bastardos. Panchito defendió el honor nacional y familiar y fue fusilado en el acto.

A Elisa Lynch le tocó dar la última batalla de esta guerra miserable y despareja. Con toda su enorme dignidad, descendió de su carro, cargó el cadáver de su hijo y buscó el de su marido. Cavó con sus manos una fosa y enterró los dos cuerpos y parte de su vida.

Dice un testigo de los hechos:
El pueblo paraguayo, en esta última época, presentó un ejemplo que aún la historia de los tiempos modernos no revista otro igual: un último ejército de inválidos, viejos y niños de diez a quince años, combatiendo bizarramente contra fuerzas superiores, y muriendo como si fueran soldados, en los campos de batalla que no concluían sino para volver a dar comienzo, entre la agonía de los moribundos y el horror del degüello sin piedad. 1

Capturada, todos sus bienes fueron embargados y ella deportada, comenzando una larga etapa de viajes y juicios para recuperar su patrimonio, hasta su muerte en París en 1886. 2

La suerte corrida por miles de mujeres paraguayas fue mucho peor, aunque las leyendas y textos literarios no las recuerden. A medida que la guerra se prolongaba y las fuerzas de López comenzaban a sufrir duras derrotas, acompañan a los ejércitos en retirada, no sólo como cuarteleras, vivanderas y enfermeras, sino en muchos casos empuñando las armas para las cuales ya no había brazos masculinos.

Mujeres condenadas por guerreras, y sobre todo por dignas, por resistir hasta las últimas consecuencias a personajes como uno de los jefes de la guerra, el marqués de Caxías, que escribía cosas como esta:
¿Cuánto tiempo, cuántos hombres, cuántas vidas y cuántos elementos y recursos precisaremos para terminar la guerra, es decir, para convertir en humo y polvo toda la población Paraguaya, para matar hasta el feto del vientre de la mujer? 3

Las que no cayeron víctimas de la lucha, el hambre y las epidemias, debieron luego soportar sobre sus espaldas el construir de nuevo el país, sometido al saqueo de los vencedores. Muchas de ellas corrieron la terrible suerte de los prisioneros tomados por las fuerzas brasileñas: ser llevadas a miles de kilómetros a pie, a servir como en las plantaciones donde todavía estaba vigente la esclavitud.

El Paraguay que sobrevivió a los “civilizadores” era un país de mujeres y niños, volvió a ser el paraíso de Mahoma con diez mujeres por cada hombre.

Referencias:

1 José Ignacio Garmendia, Recuerdos de la Guerra del Paraguay. Campaña del Pikysiri, Peuser, Buenos Aires, 1890.
2 Héctor Pedro Blomberg, La dama del Paraguay, Club del Libro ALA, Buenos Aires, 1942.
3 Despacho privado del marqués de Caxías, mariscal del ejército en la guerra contra el Gobierno del Paraguay, a Su Majestad el Emperador del Brasil, don Pedro II, citado por León Pomer, La guerra del Paraguay. Política y negocios, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1971, pág. 241.