Mariano Fragueiro sobre la función del Banco de la Nación


El Banco de la Nación fue creado en un contexto muy particular: una grave crisis económica causada por la psicosis especulativa de los años de prosperidad engañosa en la época de Juárez Celman (1886-1890). La falta de recursos y el estrangulamiento del crédito externo hacían temblar la estabilidad del régimen oligárquico, que procuró por todos los medios pagar las deudas externas, incluso a acreedores de cuestionada legitimidad. La desvalorización de la moneda local era uno de los efectos más desastrosos de la crisis. El comercio exterior había disminuido casi el 50%. La renta nacional lo había hecho en un 30%. En aquella angustia, sin crédito, sin dinero, surgió la idea del Banco de la Nación. El proyecto del poder ejecutivo fue enviado al Congreso en mayo de 1891. Se trataba de una entidad mixta, con un patrimonio de 30 millones de pesos en moneda nacional y 20 millones de pesos moneda metálica, con el fin de abarcar la totalidad del territorio nacional. Luego un arduo debate en Diputados, donde se cuestionó su carácter privado, el 16 de octubre, el proyecto fue transformado en ley. Con posterioridad, en 1904, fue transformado en banco del estado nacional. Desde hacía tiempo, la necesidad de organizar el crédito en las provincias había sido revelada por varios pensadores. Quizás, en esta materia, el más audaz haya sido Mariano Fragueiro, quien originariamente unitario e interventor en Córdoba, fue luego ministro de Hacienda de la confederación bajo el gobierno de Justo José de Urquiza. Sus principales ideas fueron expuestas en su obra capital: Organización del crédito, en la que prescribía la monopolización estatal del crédito público.

Fuente: Mariano Fragueiro, Cuestiones argentinas y organización del crédito, Buenos Aires, Solar/Hachette, 1976.

«La República Argentina armada y fuerte, con un carácter enérgico y belicoso que la distingue en Sud América, ha dirigido siempre sus relaciones  exteriores por los caminos bienhechores de la conciliación y de la buena fe. Ella ha honrado así los intereses sagrados  de la civilización y de la humanidad, hasta donde esta política era conciliable con su decoro y con su integridad territorial.»

 

Mariano Fragueiro