Pablo Neruda


Fuente: Margarita Aguirre, Revista Crisis, N° 4, agosto de 1973

“Pueblerino de América”

En el número 4 de la revista Crisis, el correspondiente a agosto de 1973, se publicó el que sería el último reportaje a Pablo Neruda. Fue realizado por su entrañable amiga Margarita Aguirre durante el mes de junio, tres meses antes del brutal golpe militar contra Chile y de la muerte del poeta. Neruda habló de su mundo, de la política, de Borges, de Perón, de la literatura, de la relación con las nuevas generaciones de escritores de entonces, de sus recuerdos de la Argentina y del peligroso desempeño de la derecha chilena. Testimonio de una época vital y crítica, la entrevista de Aguirre muestra a un Neruda preocupado, ante la indefinición de los intelectuales del mundo para combatir el crimen que se avecinaba sobre Chile.

Cada día detesto más las entrevistas. No sé cómo pude dar la primera, pero después ya resultan un vicio y un abuso. Un vicio por parte de uno, un abuso por parte de los otros. Creo que las entrevistas literarias no conducen a nada. Las entrevistas son válidas preguntando a los cosmonautas las experiencias que tienen cuando regresan a la Unión Soviética o a Estados Unidos o cuando Cristóbal Colón, un poco antes, regresa de la América del Sur. Pero no veo ni el objeto ni la finalidad en molestarse y molestar a los poetas que están haciendo constantemente una sola cosa: poesía. Después resulta que estas entrevistas se van haciendo cada vez más rutinarias, se acumulan repeticiones, repeticiones de lo ya dicho por uno y por otros. Llega un momento en que en esta verbosidad provocada y artificial ya no sabe uno a quién le pertenecen las ideas. Por lo demás no tiene tanta importancia a quién pertenezcan o no.

Lo principal en estos casos parece centrarse siempre sobre algo que considero completamente inasible, que es el proceso literario, el proceso del trabajo poético, lo que se llama el camino de la creación. Todas estas palabras para definir la urgencia que tiene un verdadero escritor, para escribir su prosa o su poesía. Nunca entendí palote de este asunto, pero puedo decir que mi trabajo ha sido continuo desde que tuve uso de pluma, uso de lápiz, uso de papel, no por cierto uso de razón que todavía no la alcanzo. Pero desde que tuve a mi alcance los implementos necesarios nunca he dejado de hacer lo mismo y nunca me preguntaba por qué lo hacía ni podría explicarlo tampoco. Dentro de este trabajo, especial o espacial, mejor dicho, tendría que decirle que hay dos o tres factores que alteran de cuando en cuando esta cosa sistemática de mi trabajo (hablo de mí solamente, de mí en singular, ya que, por razones de su criterio o de la revista que a usted envía, parece ser que soy el tema en general de este coloquio). Una es la necesidad explosiva de escribir sobre ciertos temas de actualidad, sobre ciertos acontecimientos que, a la vez, son acontecimientos públicos, y que tienen tal circunstancia, decisión y profundidad dentro de uno, que lo llaman con urgencia a actuar en un determinado lugar poniendo todos los medios a su disposición.

Otra cosa debe tomar en cuenta el poeta que está en contra de la preceptiva tradicional, o de la superstición tradicional o de la herencia lírica y romántica, es que el poeta debe también sobresalir a los compromisos que se le pidan, es decir, la poesía que se accede a hacer a petición de un determinado grupo humano, debe tener la calidad necesaria para sobrevivir. Esto es importante porque el orgullo pequeño burgués de los poetas, cultivado siempre por los de las clases que mandan en la sociedad capitalista, quiere hacer creer al poeta que su libertad resulta menoscabada si atiende una petición. Existe la poesía escrita a petición por la necesidad evidente de un poema y que éste resulte verdadero, imperecedero, o por lo menos que tenga la fuerza, el contenido y la poesía necesarios para servir en un momento de alimento y de ayuda a un grupo o a un sector que naturalmente está íntimamente de acuerdo con el poeta. Éste es un factor, es una orden que el poeta debe esforzarse en cumplir, y cumplir con decoro. En mi caso particular tengo conciencia que, muchas veces, poemas míos hechos y dirigidos, solicitados y pedidos han sido de los que más me han satisfecho hasta ahora.

¿Quiere usted hablar de Borges? 
Sí, siempre quiere uno hablar de Borges, aunque sea un poco excesiva la atención que a veces se le dispensa, siendo él un hombre más bien quitado de bulla, no digamos un anacoreta, pero sí un hombre de probada austeridad. Es natural que la excelencia intelectual de Borges haga que su figura y su palabra sean siempre examinadas y vistas como si fueran tan translúcidas que pudiéramos penetrar hasta el otro lado de su sentido o de su transparencia. En los últimos meses muchos argentinos han recibido, con gran molestia y no poca ironía, sus palabras despectivas sobre la resurrección vital y plena del movimiento peronista, es decir, sobre el actual momento de transición libertadora que pasa el pueblo argentino. Hay que pensar, cuando se habla de Borges, que es natural que a uno no pueda satisfacerle jamás una actitud tan probadamente, tan empeñosa y cultivadamente reaccionaria como la de él. Hay algo en esto de su viejo narcisismo de escuela inglesa, y por ese motivo no debía preocuparnos. Claro, desconciertan si vienen de un hombre que, además de ser un gran escritor, es también un erudito y un ilustre archivero, puesto que fue el gran bibliotecario del país. Extraña que él no comprenda que esta época excepcional de la Argentina está llena de hechos, formulaciones, deseos insatisfechos, corrientes profundas. No se trata de «demagogia y tontería», como Borges califica al movimiento actual, a la revolución argentina; tienen que ser muchos los factores, los matices y los alíneos, es mucha la profundidad documental, es mucha la riqueza fenomenal de la actualidad argentina. Yo creo que la Argentina no ha vivido una época tan interesante desde el tiempo de Sarmiento y Alberdi. Tal vez Borges debió pensar en estas cosas. Pero en este mismo momento, a pesar de sentirme y ser antípoda de sus ideas, yo proclamo y pido que se conduzcan todos con el mayor respeto hacia un intelectual que es verdaderamente un honor para nuestro idioma.

Naturalmente, su desacomodo con las ideas mayoritarias argentinas no sólo significa un desacuerdo con la Argentina: también significa un desacuerdo con lo más valioso del mundo, con lo que está creciendo en el mundo, con la insurrección anticolonialista, antiimperialista, con un ascenso de las capas populares que está aconteciendo en nuestra América y en el mundo entero. El desconocimiento de Borges hacia estas realidades argentinas es el mismo desconocimiento que él ha tenido hacia la realidad actual del mundo.

El Canto general es una obra de enorme influencia. En ella no nombra usted a Perón. Dígame, compadre, ¿cuál es su juicio hoy sobre Perón y el peronismo? 
La figura de Perón es una figura que toma las proporciones históricas que le da el pueblo argentino. En una época, el gobierno de Perón fue un gobierno profundamente anticomunista; es posible que haya habido una incomprensión de parte y parte, yo estoy en general en contra de todos los anticomunistas. Estoy en favor de todos los antifascistas y en contra de todos los anticomunistas. Todo anticomunismo, donde esté, es sospechoso; todo anticomunismo encubre un desacato hacia el porvenir humano. Esos son mis conceptos. Naturalmente, pueden discutirse, pueden dialogarse, pueden hablarse. Ahora, bajo el puente de Perón, como bajo mi propio puente, ha pasado mucha agua; son las aguas de la historia las que están pasando. Ni Perón es el mismo, ni Pablo Neruda, modesto poeta de Chile, es el mismo tampoco. Es decir, nuestra tierra va cambiando, la sociedad humana va cambiando, y yo creo que el peronismo de entonces no es el de ahora; es decir, que no será el peronismo de ahora. Ahora viene Perón o las ideas peronistas amarradas, como dije antes, al gran movimiento de liberación de los pueblos. Estamos atravesando una revolución histórica en profundidad. Naturalmente que éste es un momento de liberación para la Argentina. ¿Qué va a pasar? No lo sabemos bien todavía, la experiencia histórica nos dice que los momentos de transición son los más duros, los más difíciles. Deseo, para el movimiento justicialista y el momento actual de la Argentina, el desarrollo más esplendoroso y mejor, es decir, el que acomode más al pueblo argentino de acuerdo con su razón histórica y con el porvenir de la humanidad que, naturalmente, es un porvenir progresista y antiimperialista.

Se habla mucho de que usted es inmensamente rico. 
Lo que gano -el editor lo sabe, que es el que hace mucho tiempo tiene los derechos de toda mi obra- es una suma bastante modesta, pero que me alcanza para vivir. De lo demás, todo se ha ido por mis manos comprando mis libros y comprando, de cuando en cuando, un mascarón de proa; no recibo rentas de ningún arriendo, no poseo acciones de ninguna parte, no tengo fortuna, no guardo depósitos en grandes bancos. En resumen, tengo lo que recibo de mi trabajo, eso es todo. Si esto suscita las simpatías de alguien, será de una persona que trabaje. Si esto suscita la envidia de otros, es, en general, de los que no trabajan. Entonces vamos a cerrar las compuertas de la maledicencia, del chisme sobre éste, sobre aquél, sobre mí y sobre los demás.

¿Pero a usted lo hiere la maledicencia?
De cuando en cuando -a pesar de que debiera estar curtido, de que debiera tener una piel de elefante-, de cuando en cuando me turba, me molesta, pero son cosas casi orgánicas. Yo soy un hombre del sur de Chile, debiera estar más acostumbrado al frío, nací y crecí en el clima frío del sur de nuestra América, y sin embargo, de repente me dan unos tiritones que no debiera tener y que me reprocho. Así me pasa también con la vanidad, que todavía sufre de algún pinchazo, de algún alfilerazo o de algún garrotazo.

¿Se definiría usted a sí mismo como una persona tímida? 
Yo creo que sí, comadre, también tengo ese sentimiento de pobre de nacimiento en los grandes restaurantes, en las grandes recepciones, en palacios o embajadas, o en grandes hoteles. Me parece que, de repente, van a notar que estoy de más allí y me van a decir: “Usted qué está haciendo aquí, por qué no se va”. Siempre he tenido ese sentimiento -que no era desagradable- de no pertenecer a tal cosa, a tal grupo. Y en realidad es así, no pertenezco.

Y con respecto a la timidez general hacia los hombres en la amistad, o hacia las mujeres en el amor, siempre la tuve. Es un sentimiento hermoso por dos cosas: para sentirlo y para vencerlo. En la amistad, muchos de mis mejores amigos me resultaron, en un principio, impenetrables, los sentí orgullosos; resultaba que ellos eran gente tímida como lo era yo, y no había aproximación. En el amor también; hubo muchas mujeres que me parecían absolutamente frías e inalcanzables, que me despreciaban de arriba abajo. Resultó hermoso hacer esa lucha contra mí mismo y contra ellas, y poder vencerlas o ser vencido.

Me gustaría preguntarle sobre sus recuerdos de la Argentina. 
Bueno, mis recuerdos de la Argentina son un poco tristes, porque mis amigos han ido desapareciendo, y yo soy un hombre de amigos y la Argentina era, y seguramente seguirá siéndolo, un país de amigos. Un hombre de amigos y un país de amigos es algo serio, profundamente serio. Yo pongo la amistad como una de las dimensiones de mi propia vida.

En verdad la Argentina es para mí una época inolvidable y el recuerdo de Norah Lange o de Oliverio, de Raúl González Tuñón y de Amparito, y de la rubia Rojas Paz y su salón literario, al que acudíamos con Pepe González Carballo y luego vino Federico García Lorca… Después conocí más a Rodolfo Aráoz Alfaro, uno de mis más queridos amigos -también mi compañero-, hasta me tocó ser detenido e ir preso con él, lo que es en realidad una aventura impresionante para uno, y además promueve un vínculo fraternal más estrecho aun. Me acuerdo que era el tiempo de Aramburu, entonces a mí me llevaron preso y me incomunicaron en una celda, la más inaccesible, la más remota.

Ya no existe esa cárcel, compadre. 
Yo la admiré mucho a esa cárcel porque nunca he visto tantas puertas de fierro como ésas. Conozco otras casas, castillos y residencias, pero esa cárcel tenía impresionantes rejas de fierro cada tres o cuatro metros, no se terminaba nunca de cruzar rejas. A mí me llevaron en una camilla y me dejaron encerrado allí. Al día siguiente, el diario La Prensa no se dio por aludido de que había centenares o miles de presos entre los cuales, modestamente, también estaba yo. El señor Gainza Paz es un gran farsante, y si no, búsquese en la colección de La Prensa de ese momento si hay siquiera la mención de un poeta preso que, por lo menos, tenía muchos amigos, era ciertamente conocido y tenía su editor en la Argentina.

Bueno, entre mis amigos argentinos de aquellos tiempos podría citar muchos, pero me gustaría también hablar de mis amigos en toda la América. Tengo amigos en México, en el Perú, en Venezuela, en el Ecuador, en el Uruguay, en Colombia, en Panamá, en todas partes. Naturalmente, también tengo grandes amistades en Francia, en Inglaterra, pero es en este continente donde están mis mejores recuerdos, mis grandes amigos. Yo soy un hombre local, provinciano de América, soy un pueblerino de Buenos Aires, soy un pueblerino de Santiago de Chile, soy un pueblerino de Temuco y de Parral, de donde vengo, del sur de Chile. También lo soy de los pueblos de Colombia o del Perú. Por todas partes yo siento el llamado de la sangre. La Argentina me atrajo siempre por sus contradicciones, por su extensión, por su belleza, por la cantidad de fenómenos curiosos y por sus diferencias con Chile.

Compadre, he leído estos días, en los diarios de Chile, un llamado suyo a los intelectuales. Me gustaría que los intelectuales argentinos también lo conocieran. 
Es algo complicado explicar la situación chilena, sobre todo al extranjero, debido a la información tendenciosa de la prensa o a la falta de información que muchos puedan tener. Naturalmente, mi llamado tiene por objeto despertar la conciencia de los intelectuales -de los pueblos, primordialmente, pero también de los intelectuales- hacia lo que está pasando en mi país.

El final de mi llamado se dirige a los escritores y a los artistas de la América nuestra y del mundo entero. Estamos en una situación bastante grave. Yo he llamado, a lo que pasa en Chile, un Vietnam silencioso en que no hay bombardeos, en que no hay artillería. Fuera de eso, fuera del napalm, se están usando todas las armas, del exterior y del interior, en contra de Chile. En este momento, pues, estamos ante una guerra no declarada. La derecha -acompañada por sus grupos de asalto fascistas y por un parlamento insidioso, venenoso, una mayoría parlamentaria completamente opositora, adversa, estéril y enemiga del pueblo, con la complicidad de los altos tribunales de justicia, de la contraloría y los caballos de Troya que tiene dentro de la administración y que se han tolerado hasta ahora, de la gran prensa chilena está tratando de provocar una insurrección criminal de la cual deben tomar inmediato conocimiento los pueblos de América latina. Se trata de instaurar un régimen fascista en Chile. Han tratado de incitar a una insurrección del ejército, han tratado de recurrir al pueblo para obtener en las elecciones un triunfo que les permitiera derrocar al gobierno. No han conseguido ni conmover al ejército para sus fines mercenarios ni alcanzar la mayoría necesaria como para derrocar al gobierno. Es verdad que hemos tenido un triunfo popular extraordinario, es verdad que el presidente Allende y el gobierno de la Unidad Popular han encabezado de una manera valiente un proceso victorioso, vital, de transformación de nuestra patria. Es verdad que hemos herido de muerte a los monopolios extranjeros, que por primera vez, fuera de la nacionalización de petróleo de México y de las nacionalizaciones cubanas, se ha golpeado en la parte más sensible a los grandes señores del imperialismo que se creían dueños de Chile y que se creen dueños del mundo. Es verdad que podemos decir, con orgullo, que el presidente Allende es un hombre que ha cumplido su programa, es un hombre que no ha traicionado en lo más mínimo las promesas hechas ante el pueblo, que ha tomado en serio su papel de gobernante popular. Pero también es verdad que estamos amenazados. Yo quiero que esto lo sepan y lo recuerden mis amigos, mis compañeros, mis colegas de toda América latina, pero en especial de la Argentina, que conocen este caso porque han visto muchas veces en su historia regímenes de implacable dureza que han sido instaurados en contra de la voluntad y los derechos del pueblo argentino. Por eso yo llamo a una solidaridad que se debe manifestar en una forma militante, en una forma ardiente, en forma fraternal. Ese es el objetivo de mi llamado y yo la autorizo, mi querida amiga, a darlo a través de su revista.

Quiero agregar, por último, que una entrevista como ésta debió haberse mantenido en lo posible, y esencialmente, como una conversación espiritual sobre las perspectivas y las derivaciones de la cultura. Pero quiero decir a los lectores de Crisis que la vida política de mi país no me ha permitido limitarme de una manera idílica a temas que tanto interesan. Qué vamos a hacer. Mi posición es conocida y mucho me hubiera gustado hablar de tantos temas que son esenciales para nuestra vida cultural. Pero el momento de Chile es desgarrador y pasa a las puertas de mi casa, invade el recinto de mi trabajo y no me queda más remedio que participar en esta gran lucha. Mucha gente pensará ¡hasta cuándo!, por qué sigo hablando de política, ahora que debería estarme tranquilo. Posiblemente tengan razón. No conservo ningún sentimiento de orgullo como para decir: ya basta. He adquirido el derecho de retirarme a mis cuarteles de invierno. Pero yo no tengo cuarteles de invierno, sólo tengo cuarteles de primavera.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar