Se puso al frente de una expedición a estas tierras cuando su marido murió en el medio de los preparativos.
Si bien había algunas pocas mujeres entre los primeros aventureros que se animaron a cruzar el Atlántico, fue a finales del siglo XVI cuando la Corona castellana fomentó una activa política de poblamiento, procurando establecer “la pureza de sangre” entre los colonizadores y poner fin a las uniones informales y a la vida licenciosa que proliferaban en América.
Así, quienes estaban casados se vieron forzados a llevar a sus mujeres o mandarlas a buscar, si ya se encontraban en tierra americana. No hacerlo significaba multa, cárcel y hasta deportación.
Por otra parte, el conquistador casado gozaba de beneficios como el acceso a tierra, a encomiendas de indios o la posibilidad de legar encomiendas a su descendencia, ya que sólo estaba permitido hacerlo a hijos legítimos.
En el actual territorio argentino, el arribo de mujeres europeas comenzó en 1536, con la expedición de Pedro de Mendoza.
Recién a mediados del siglo XVI comenzaron a cruzar el Atlántico “mujeres de linaje” con destino al Río de la Plata. Una de las más notables fue doña Mencía Calderón, esposa de Juan de Sanabria, quien jamás imaginó la aventura que le tenía preparada el destino.
En 1547, su marido firmó las capitulaciones con el rey por las que se lo nombraba nuevo adelantado. En ellas se comprometía a traer 80 hombres casados, con sus familias, y 80 “doncellas”, en lo que comenzaba a ser la nueva política de poblamiento respecto de las colonias: establecer la “limpieza de linaje” entre la naciente elite colonizadora.
Pero Juan de Sanabria murió en 1549, en medio de los preparativos del viaje. Su hijo Diego, que era menor de edad, fue nombrado en su reemplazo, pero la impulsora y organizadora de la expedición sería su madre, doña Mencía, que pasaría a la historia como “la Adelantada”.
Juan de Salazar y Espinosa ejercía la autoridad de la flota que partió en abril de 1550 de San Lúcar de Barrameda. En ella viajaban unas 500 personas, entre ellas, algo más de 50 mujeres, incluidas doña Mencía, sus hijas y su amiga Isabel Contreras de Becerra.
El viaje empezó mal y una tormenta los arrojó hacia las costas del África, donde fueron atacados por piratas. El hambre, las enfermedades y la muerte acompañaron a los viajeros, que, a fines de ese año, llegaron a las costas de Santa Catalina, un territorio dominado por los portugueses.
Allí perdieron las naves, pero consiguieron construir otra para llegar al Río de la Plata y de allí a Asunción, aunque antes se dirigieron al norte para establecer la villa San Francisco, y en busca de ayuda a la capitanía portuguesa de San Vicente. Corría 1552, y los planes se vieron entorpecidos, pues el gobernador confinó a las recién llegadas, hasta que pudieron volver a San Francisco.
Mencía, que sostenía la moral de los viajeros, decidió dirigirse a Asunción a pie, guiada por un baqueano, adonde llegó después de cinco meses.
Algunas bodas tuvieron lugar, como las de las hijas de “la Adelantada”, Mencía de Sanabria, con Martín Juárez de Toledo, y María Sanabria con Hernando de Trejo.
La primera fue madre de Hernando Arias de Saavedra, Hernandarias, que se convertiría en el primer gobernador criollo del Río de la Plata, y la segunda, del fundador de la Universidad de Córdoba, Hernando de Trejo y Sanabria.
Por su parte, una de las hijas de su amiga Isabel de Becerra, también llamada Isabel, en 1562 se casó con otro “hidalgo” de la conquista: Juan de Garay, el fundador de Santa Fe y “refundador” de Buenos Aires.
Entre las “mujeres de la Adelantada” también llegó Francisca Josefa de Bocanegra, quien hacia 1575 creó en Asunción la primera escuela para niñas de la región, hecho poco frecuente por esos años.