Tras asumir la presidencia en enero de 1969, poco podía hacer prever que su gobierno correría con mayores obstáculos. Los éxitos transitorios en política exterior y las promesas de paz hacían creer a los republicanos que Richard Nixon podría mantenerlos en el gobierno de Estados Unidos por un período más.
Y los obstáculos temporales, incluidas las resonantes denuncias por parte del líder demócrata George McGovern, quien calificó su gobierno como la administración “más corrupta de la historia norteamericana”, no impidieron que en noviembre de 1972 se hiciera con más del 60% de los votos y renovara su mandato, aunque votó sólo la mitad de la población.
Pero la contundente victoria no evitó que se encendieran las alarmas. Su triunfo había estado lejos de ser el del Partido Republicano. Los votantes habían cortado boleta como pocas veces antes, y el Partido Demócrata obtuvo el control de ambas cámaras del Congreso.
Avecinándose una posible crisis económica, el segundo gobierno de Nixon estuvo marcado por la política interna, que lo llevó a descentralizar el gobierno, atribuyendo mayores funciones a los gobiernos locales, y disminuir los gastos federales. Al mismo tiempo, reimpulsó la política exterior intervencionista (en Laos y Camboya), frenó las investigaciones del Congreso que comprometían a su gobierno y vetó iniciativas legislativas destinadas a aumentar gastos: pocas veces antes se había desequilibrado tanto la política de poderes en Estados Unidos.
Pero el acto quizá de mayor prepotencia gubernamental había sucedido durante la campaña presidencial, cuando dos asesores de Nixon fueron arrestados al intentar instalar micrófonos clandestinos en la sede del Comité Nacional Demócrata, en el edificio Watergate de Washington. Entonces lograron hacer pasar el escándalo como un “intento de robo” sin implicaciones políticas.
Pero a comienzos de 1973, investigadores legislativos, ayudados por un audaz juez federal y la máquina mediática, lograron filtrar ante la opinión pública diversos actos de corrupción y escándalos delictivos. Prácticamente cada día se conocían nuevos casos que demostraban “los horrores de la Casa Blanca”. Las operaciones gubernamentales ilegales alcanzaban a todas las áreas posibles. La popularidad de Nixon cayó por el piso y hasta se comenzó a barajar la posibilidad del juicio político.
En un primer momento, el presidente estadounidense intentó evadirse de las denuncias, evitar las interpelaciones y hasta rehusarse a los pedidos de la Justicia de entregar material sensible de la Casa Blanca. Sin embargo, pronto la Corte Suprema de Justicia dictaminó en su contra y, ya cerca del juicio político, Nixon debió renunciar. Era el 8 de agosto de 1974. Un día más tarde, asumiría el vicepresidente Gerald Ford.
En esta ocasión, traemos las palabras del mismo Nixon, anunciando su renuncia.
Fuente: Fernando Martínez Rueda, Materiales para la historia del mundo actual, Madrid, Editorial Itsmo, 2006, pág. 303.
“Esta es la treinta y siete vez que me he dirigido a ustedes desde este despacho, donde se han tomado tantas decisiones que han compuesto la historia de esta nación. Cada vez he realizado esta labor para comentar con ustedes algún asunto que consideraba de interés nacional. (…) En todas las decisiones que he tomado en mi vida pública he intentado hacer lo que consideraba mejor para la nación. Durante el largo y difícil período del watergate he sentido que era mi deber conservar, hacer todo el esfuerzo posible para completar el mandato para el cual ustedes me eligieron. (…) En estos últimos días, sin embargo, me he dado cuentaclaramente de que ya no tengo la suficiente base política en el Congreso que justifique el continuar ese esfuerzo. (…) Al traspasar este cargo al vicepresidente, lo hago también con el pleno y profundo conocimiento del peso de la responsabilidad que recaerá sobre él mañana, y, por lo tanto, también de la comprensión, la paciencia y la cooperación que necesitará de parte de todos los americanos. (…) Ahora que asume esa responsabilidad, merecerá la ayuda y el apoyo de todos nosotros. Al mirar hacia el futuro, lo más importante y lo primero que debemos hacer es empezar a sanar las heridas de la nación: es decir, a olvidar las amarguras y las discordias del reciente pasado y a descubrir nuevamente aquellos ideales compartidos que están en el corazón de nuestra fortaleza y nuestra unidad como un pueblo poderoso y libre. (…) Al dar este paso, espero contribuir a acelerar el comienzo de este proceso de saneamiento que tan desesperadamente necesita América. (…) Lamento profundamente cualquier daño que se haya producido en el transcurso de los acontecimientos que han conducido a esta decisión. Diré simplemente que si algunos de mis conceptos fueron errados (y de hecho, algunos lo fueron) se basaron en lo que creí en ese momento ser el mejor interés de la nación.»
Richard Nixon
Fuente: www.elhistoriador.com.ar