Réquiem para un oficial

Fuente: Revista Primera Plana, N° 315, 7 de enero de 1969, pág. 16.

Fue inquisidor de Ricardo Costantino y de César Magrini, dos funcionarios de la Municipalidad porteña cuyos hábitos él se complacía en censurar desde La Plata, cada vez que enviaba un informe a la SIDE; el episodio se cerró con la dimisión, en octubre pasado, del Secretario de Cultura Roberto Vernengo, fiel a sus amigos heridos.

Pero Vernengo no sería el único bolo que cayese ante sus tiros: de su despacho en la calle 51 de La Plata salían también los que fulminaron al comisario Luis Botey, encargado nada menos que de la custodia del Gobernador Francisco Imaz; la acusación: manejos irregulares por parte de Botey, quien yace en San Isidro a la espera de una investigación exhaustiva.

Aunque quizá no sea necesaria. A la sordina, el 28 de diciembre de 1968, cuando nadie lo esperaba, el moralista Subjefe de Policía de Buenos Aires, teniente coronel en retiro Juan José Claisse, 45, debió entregar su dimisión al general Imaz. Durante la última semana, las fuentes habituales del Gobierno platense se negaron a aclarar los entretelones del caso.

Tampoco Claisse abrió juicio sobre los motivos de su renuncia; eso sí: a las pocas horas de que le fuese exigida por el Jefe de Policía, coronel retirado Eduardo A. Nava, el deponente reunió al cuadro de oficiales y le endilgó un altanero discurso. «No defraudemos las esperanzas de nuestros hijos, que juzgarán nuestra traición y cobardía advirtió. No vine a lograr un empleo, tampoco terminé mi obra, pero me alejo con la satisfacción del deber cumplido.» Era una velada acusación a los jerarcas.

¿Qué había ocurrido? Entre el personal inferior cundió esta leyenda. «A Claisse lo echan por influjo del Cacho Otero, que cotizó en 200 millones su cabeza. Otras versiones preferían suponer que las influencias adversas al Subjefe quien había tomado el cargo 16 meses antes provenían de los capitalistas de juego, de los tratantes de blancas y de los drogadictos. Es que, según los vigilantes, el puntilloso Claisse iba camino de lograr la desaparición de todas aquellas lacras: habría motivado, así, una ofensiva común de la delincuencia contra él. La explicación suena a rocambolesca. En esferas más elevadas se dijo, en cambio, que el Subjefe cayó en desgracia ante Imaz por su vocación de controlar severamente las amistades particulares de ciertos funcionarios y sus familias; estos círculos, estrechamente ligados al Gobernador, habrían precipitado su caída.

Pero quienes sostienen esta tesis no pueden probar que la inmoralidad haya cundido en torno del mandatario provincial; empero, el silencio que recubrió al despido de Claisse resulta un caldo de cultivo eficaz para la marea de versiones. Desde luego, todo sería más fácil si el Gobierno de Buenos Aires pusiera las cartas sobre la mesa y explicara de una buena vez los motivos del alejamiento del Subjefe. Bastaría para ello con dar a conocer el texto de su dimisión.