Roberto Viola


Revista Extra

Hace muchos años, uno de los argentinos más ilustres, don Carlos Pellegrini, asumía un calificativo que se prolongó en la historia: piloto de tormenta. Los rastreadores de revistas viejas recuerdan algún dibujo a pluma del prócer en el cual empuña el timón de la bisoña nave de la República. Un término náutico selló así su paso -augusto en su inteligencia, majestuoso en su andar- que, a caballo de dos siglos, marcó tres décadas de nuestra organización. Mucho tiempo después, una Argentina distinta, castigada por cincuenta años de vacilación y desencuentro, obliga a recurrir al lenguaje marino para definir uno de los períodos más complejos de su marcha. La conmoción del cambio ha provocado la tempestad, el ímpetu de los vientos golpea las estructuras de la reorganización. En nuestra búsqueda encontramos la acepción que parece precisar el momento histórico: el ojo de la tempestad, título de esta nota, significa -diccionario mediante- la rotura de las nubes que cubren el vértice de los ciclones, por la cual puede verse el azul del cielo. Más allá de pensar que se trata de un acierto periodístico creemos que determina, sin vestiduras rasgadas, una circunstancia real, en nada agravada por el dramatismo de las palabras elegidas. Integran esta nota de tapa un reportaje exclusivo al presidente de la Nación y un comentario -a la vez retrospectivo y futuro- que pretende echar un poco de luz sobre la estrategia política del Proceso.

No hablemos del mes de octubre, fecha en la cual usted fue designado presidente de la Nación por la Junta Militar. Avancemos hasta dos meses antes de la asunción, cuando ya se perfilaban públicamente las dificultades económicas. ¿Pensó usted por entonces que la crisis sería tan profunda como aparece hoy?
Entiendo que la forma en que usted me hace la pregunta me exige darle una opinión previa. La palabra crisis se utiliza hoy en día para muchas cosas y, subjetivamente, no siempre le asignamos el mismo contenido. Yo quiero aclararle que, desde un cierto punto de vista, todas las situaciones de cambio son de por sí de crisis. Además, quisiera compartir con usted y los lectores de su revista una reflexión de Ortega y Gasset que recuerdo haber leído en momento menos ajetreados. Ortega sostiene en algún pasaje de su interesante obra que los contemporáneos de la crisis viven siempre la propia como si fuera la mayor de todas. Este concepto es sabio porque nos enseña a no dramatizar ni a preocuparnos más de la cuenta. De lo contrario nos sumergimos en una mar de lamentaciones que ahoga nuestra capacidad de análisis y nos impide reacciones adecuadamente lúcidas. Yendo directamente a su interrogante le recuerdo que en mi primer discurso al país repetí más de una vez que «conozco la situación nacional y sé de sus problemas». Un conocimiento que no se circunscribe en el tiempo, al momento en que fui designado presidente de la Nación, sino que se extiende mas allá, abarcando toda mi gestión como jefe del Estado Mayor General del Ejército y como comandante en jefe del arma, cargos desde los cuales participé activamente -en el marco de mis responsabilidades específicas- en la gestación y desarrollo del Proceso que hoy me toca conducir en circunstancias particularmente complejas. De esa manera, puedo afirmar que he vivido en plenitud todas las alternativas por las que ha pasado la economía nacional y he tomado conocimiento -con adecuada profundidad- de la evolución de cada uno de los factores que han influido sobre su desarrollo. Ello me ha permitido -obviamente- evaluar el sentido y la profundidad de la situación global en cada una de las circunstancias vividas por el Proceso de Reorganización Nacional.

Si bien el Proceso, como lo han declarado sus responsables, tiene objetivos y no plazos, el señor presidente sabe que en economía la marcha tiene su propio calendario, muchas veces perentorio. ¿Cómo encara usted estas «urgencias» respecto de la «permanencia» de los mecanismos o, aún, de los hombres, teniendo en cuenta los problemas que se han presentado?
Encaro las urgencias como lo que son y con las premuras que resultan menester; pero sin comprometer mi serenidad de examen y análisis, porque otro estado de ánimo por parte del titular del Poder Ejecutivo puede llegar a ser más peligroso que la situación misma. La permanencia de los mecanismos y aun de los hombres -como usted dice- son, en política, en más de un sentido, un valor en sí mismo, porque orientan y favorecen la estabilidad y el sosiego colectivo y porque, como es lógico, ningún mecanismo, y ningún hombre, opera sobre la realidad instantáneamente. Pero no tenga duda de que todo y cada uno de los problemas nacionales de la hora pasan por el meridiano de la responsabilidad que he asumido. Y no vacilo en hacer pública mi decisión de enfrentar cada situación particular por grave que ésta fuera, recurriendo a todos los instrumentos de gobierno de que dispongo.

La mayoría de los analistas observa que las actuales complicaciones son políticas, devienen de la política, más allá de la importancia y de la incidencia de la economía. Si así lo considera, ¿estima, señor presidente, que pueden «atacarse» las dos vertientes al mismo tiempo o, por lo contrario, los cronogramas para enfocarlas deben ser distintos, no obstante la estrecha relación entre ambas?
Estoy de acuerdo respecto de la solución general de los problemas argentinos exige una respuesta política capaz de articular creativamente las discrepancias y las pujas sectoriales. De allí la necesidad y justificación histórica del Proceso de Reorganización Nacional. Pero suponer que puedan plantearse prioridades o alternancias entre las respuestas económicas y las políticas es un error porque consiste en querer ver la realidad en forma fracturada. Eso puede ser útil como metodología intelectual de análisis pero nunca como indicador para la acción plenaria del gobernar, que es práctica y tan rica como la realidad misma. Yo le aseguro que cada instante de la vida institucional de un país tiene su expresión específica en cada uno de los ámbitos de la vida nacional, en una estrecha y compleja interrelación que no puede dejar de ser considerada en el análisis y en la acción consecuente.

Es cierto que los partidos políticos han reconocido la legitimidad del Proceso de Reorganización Nacional. Es cierto, también, que por muchas razones -por ejemplo, la suspensión de las actividades partidarias y la falta de creatividad eventualmente imputables a ellos y al Gobierno- sus actuales estructuras no diferirían casi nada de la realidad política de 1976. ¿Cómo cree, señor presidente, que se puede enfrentar la presunta contradicción de este planteo y la que puede surgir del llamado a la convergencia nacional que formuló en su último mensaje?
La Argentina ha vivido y viene viviendo una experiencia histórica que le ha enseñado muchas cosas. Hemos aprendido todos: los empresarios, los obreros, los profesionales, los militares y los políticos también. Mi llamado al entendimiento de los argentinos es un llamamiento esperanzado en que los viejos errores no nos sigan impidiendo enfrentar el porvenir. Pero ése no es sólo un llamamiento del presidente de la Nación, es el llamado de las autoridades del Proceso a lo largo de todas sus instancias. Con él, estoy seguro, estamos de acuerdo todos los argentinos de bien. Por eso no será un llamamiento en vano y estoy seguro de que dará sus frutos, por encima de la mediocridad, el derrotismo, la mezquindad y el facilismo. Por eso estoy seguro, en suma, que cada etapa del Proceso en su marcha hacia la democracia estable a que aspiramos requiere una efectiva convergencia de los distintos protagonistas de la sociedad argentina, cualquiera sean las circunstancias jurídicas y políticas que vivan sus instituciones.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar