Rodolfo González Pacheco


Nota publicada en Página/12 el Sábado 9 de Abril de 1994.

Cuando al dramaturgo Rodolfo González Pacheco, en la Sociedad de Actores, le preguntaron cómo se había hecho anarquista, respondió sonriente: «La culpa es de unos agitadores que disfrazados de marineros y vendedores de casimires de contrabando llegaron una tarde a la estancia de mis padres, en los primeros años de este siglo. Yo era un hijo de papá, un aprendiz de gaucho, mujeriego en los bailes de rancho y pendenciero en las reuniones de pulpería. Respetado por los gauchos que veían en mí más que al mozo guapo a un protegido de los milicos porque era hijo de estanciero. Aquellos falsos contrabandistas pidieron permiso para pernoctar, y de acuerdo con la costumbre hospitalaria de nuestra pampa, se les dio carne asada y catres para pasar la noche. Al día siguiente, cuando se fueron, uno de los peones me trajo una colección de folletos que los forasteros se habían olvidado en el galpón, repartidos estratégicamente para que se pudieran hallar después de irse… eran pensamientos de Bakunin, de Kropotkin, de Pietro Gori, de Malatesta. Al leerlos, fue la primera vez que advertí que en el mundo había algo más que las ginebras, guitarras y carreras cuadreras. Había gente que se preocupaba por sus congéneres. Y que mi vida era canallesca comparada con la nobleza y los sentimientos de esa gente…».

González Pacheco fue un aclamado hombre del teatro: conmovió a los sectores populares con sus obras Hermano loboLas víborasLa inundaciónHijos del pueblo. Aunque durante mucho tiempo esas obras se estrenaron en las salas céntricas, él las escribía especialmente para que se presentasen en los «cuadros filodramáticos» (teatros con los que contaban todas las sociedades de resistencia), creadas por socialistas y anarquistas.

Fue un nato sembrador de ideas. Un orador político por excelencia. Estuvo en todo el país para hablar. Habló en todas las campañas: la de Radowitzky, la de Sacco y Vanzetti, la de los mensúes, la de los mineros. Pero ante todo fue el creador de «los Carteles»: eran recuadros que se publicaban en los periódicos anarquistas y donde se tomaba posición ante los acontecimientos públicos que se conocían.

Fundó el semanario La Mentira, que fundó junto al policía Federico Gutiérrez. Participó escribiendo en Germinal, en Campana Nueva, en La Batalla.

Por estar en contra de la Ley Social y la Ley de Residencia, junto a otros luchadores fue preso a Ushuaia. Pero no se amilanó, y apenas regresado a Buenos Aires fundó Libre Palabra y El Manifiesto. Poco tiempo después creará La obra, aunque durante la Semana Trágica de Yrigoyen hizo que esa obra fuera clausurada, junto con La Protesta.

Aun con las amenazas de cárcel, Pacheco creó Tribuna proletaria: durante el gobierno de alvear lo condenan a seis meses de prisión por los elogios hacia el alemán Kurt Wilckens.

En 1936 irá a defender al pueblo español contra Franco. Y en 1943 ya no pasarán sus obras en los sindicatos.

La huelga fue llevada a cabo por la Federación de Obreros de Construcciones Navales. Debajo del nombre tenía en letras grandes, la palabra autónoma, para que no hubiera dudas. Tenían su sede en Pedro de Mendoza 1915, en el corazón de la Boca. Después de trece meses de huelga, cayeron vencidos. Pero, como lo dijo el último boletín repartido en los muelles, en los diques y en las calles de Barracas y La Boca: «Sin arriar bandera». El motivo de la huelga de 1956 fue por mejor calidad de vida: horario de seis horas en lugar de ocho, para poder dedicar más tiempo a la cultura y a la familia, para gozar de la naturaleza. Fueron vencidos por los militares Aramburu y Rojas. Los marinos de guerra fueron los más insistentes en eliminar del puerto toda semilla de innovación social. El almirante Sado Bonet y el capitán de navío Patrón Laplacette, ministro de Obras Públicas e interventor de la CGT, fueron los artífices de la derrota obrera.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar