Autores: Felipe Pigna y Mariana Pacheco.

Salvador Mazza nació en Buenos Aires el 6 de junio de 1886. Pasó parte de su infancia en Rauch y concurrió más tarde al Colegio Nacional Buenos Aires. Tras terminar el bachillerato intentó ingresar en la Escuela de Marina de Guerra Argentina, pero no pasó la revisación médica. Quienes cortaron de cuajo aquella primera vocación de Mazza ignoraban que tal decisión contribuiría a engrandecer la historia de la medicina del país.

Quizás su página más conocida haya sido la de comprobar científicamente la existencia del Mal de Chagas, la enfermedad descubierta por el científico brasileño Carlos Ribeiro Justiniano das Chagas, pero ignorada por la comunidad científica durante más de 20 años.

En efecto, en 1909, mientras investigaba sobre paludismo en Minas Gerais, Chagas halló en la sangre un parásito, el Trypanosoma, al que llamó cruzi en honor del investigador y epidemiólogo brasileño Oswaldo Cruz, y vinculó la presencia de este parásito con diversas alteraciones clínicas.

La enfermedad es transmitida por la vinchuca, una palabra de origen quechua que significa “dejarse caer”, porque es así, dejándose caer de los techos y paredes, como este insecto desciende de sus escondites por la noche precipitándose sobre animales o personas. La vinchuca pica para alimentarse, pero son sus heces las que suelen contener el parásito, que puede entrar en el torrente sanguíneo a través de la picadura. En el largo plazo, el Trypanosoma cruzi causa trastornos cardíacos, digestivos, neuronales, y hasta muerte súbita.

En 1912, el científico brasileño expuso su descubrimiento en Buenos Aires, pero asoció erróneamente la presencia del parásito con alteraciones de la glándula tiroidea, lo que le valió inmensas críticas y, peor aún, que su descubrimiento fuera ignorado durante años.

La enfermedad está estrechamente vinculada a la pobreza, porque las vinchucas, los vectores responsables de transmitir la enfermedad, se alojan en las grietas de las paredes de adobe o en los techos de paja de los ranchos, especialmente en zonas rurales. Chagas –que no llegó a disfrutar en vida la consagración de su descubrimiento– señalaba con amargura: “Hay un designio nefasto en el estudio de la Trypanosomiasis. Cada trabajo, cada estudio, apunta un dedo hacia una población malnutrida que vive en malas condiciones; apunta hacia un problema económico y social, que a los gobernantes les produce tremenda desazón pues es testimonio de la incapacidad para resolver un problema tremendo. No es como el paludismo un problema de bichitos en la naturaleza… Es un problema de vinchucas, que invaden y viven en habitaciones de mala factura, sucias, con habitantes ignorados, mal nutridos, pobres y envilecidos, sin esperanza ni horizonte social y que se resisten a colaborar. Hable de esta enfermedad y tendrá a los gobiernos en contra. Pienso que, a veces, más vale ocuparse de infusorios de los batracios que no despiertan alarma a nadie…”[1]

Para entonces, hacía tiempo que Mazza trabajaba en la investigación de diversas enfermedades endémicas en el interior del país. Había realizado varios viajes de perfeccionamiento a los más destacados centros científicos de París, Berlín, Hamburgo y Londres. Trabajó durante unos meses en las filiales del Instituto Pasteur de Argelia y de Túnez. En este último había trabado una estrecha amistad con el prestigioso entomólogo y bacteriólogo Charles Nicolle[2].

 

En 1925, por iniciativa de Mazza,  Nicolle fue invitado a la Argentina por el Departamento Nacional de Higiene. Juntos viajaron por el norte argentino investigando enfermedades como la brucelosis, el tifus exantemático y la leishmaniasis tegumentaria americana.  Nicolle, considerado “un segundo Pasteur”, fue clave en el desarrollo de la carrera de Mazza, quien más tarde dirá sobre su mentor: “conocerlo y encontrar al maestro que siempre había deseado, fueron una misma cosa”[3].

Nicolle apoyó con firmeza el proyecto de Mazza de fundar un instituto para la investigación y diagnóstico de las enfermedades endémicas americanas y recomendó enfáticamente que tal organismo  se ubicara en el interior del país para evitar “que el fárrago de las metrópolis con sus intrigas dominantes ahoguen el propósito de la institución y desvíen a los hombres de su empeño»[4].

El proyecto no tardó en hacerse realidad. En 1928, se creó oficialmente en Jujuy, con el patrocinio del profesor José Arce, la Misión de Estudios de Patología Regional Argentina (MEPRA), un organismo de extensión universitaria, dependiente del Instituto de Clínica Quirúrgica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Ahí se instalaría Mazza, director de la institución, junto a su mujer, Clorinda Brígida Razori, que lo acompañaría hasta su muerte.

El trabajo realizado por Mazza, en el marco de la MEPRA, fue decisivo para la confirmación de la existencia de la enfermedad de Chagas

La MEPRA, emplazada en las afueras de Jujuy, realizaba estudios de laboratorio para los casos clínicos y jornadas de extensión universitaria, y practicaba experimentos con animales. En 1930 la institución lanzó su boletín científico, que llegó a publicar 72 números con cientos de artículos.

El trabajo realizado por Mazza, en el marco de la MEPRA, fue decisivo para la confirmación de la existencia de la enfermedad de Chagas, y significó un gran avance en el estudio de sus síntomas, otorgándole relevancia internacional.

Pero tenaz e inquieto como era, Mazza no se conformó con limitar sus conocimientos a la provincia de Jujuy. Preocupado por conocer las enfermedades en los lugares donde se desarrollaban, consiguió que le construyeran un vagón de tren, especialmente diseñado por él, equipado con laboratorio y consultorio, al que denominó E600. Así, pudo recorrer todo el país diagnosticando y curando todo tipo de enfermedades.

En 1946 Salvador Mazza viajó a México como invitado especial a unas jornadas de medicina. El 7 de noviembre se sintió mal y súbitamente sufrió un infarto agudo de miocardio. Murió aquel día en la ciudad de Monterrey. Tras su muerte, la MEPRA perdería su motor principal. Su disolución  definitiva tuvo lugar el 16 de mayo de 1959 por resolución del Concejo Superior de la Universidad de Buenos Aires.

Según la Organización Mundial de la Salud, hay actualmente en el mundo entre 6 y 7 millones de personas infectadas por Trypanosoma cruzi, la mayoría de ellas en América Latina[5]. Es todavía hoy una de las endemias más expandidas y peor atendidas de la región. Eduardo Galeano apuntaba su poesía hacia este problema con estas palabras: “No estalla como las bombas, ni suena como los tiros. Como el hambre, mata callando. Como el hambre, mata a los callados; a los que viven condenados al silencio y mueren condenados al olvido. Tragedia que no suena, enfermos que no pagan, enfermedad que no vende. El mal de Chagas no es negocio que atraiga a la industria farmacéutica, ni es tema que interese a los políticos ni a los periodistas. Elige a sus víctimas en el pobrerío. Las muerde y lentamente, poquito a poco, va acabando con ellas”.

Referencias:

Vicente Larraga Rodríguez de Vera (editor), La lucha frente a las enfermedades de la pobreza: responsabilidad y necesidad, Bilbao, Fundación BBVA, 2011, pág. 73.
Más tarde, en 1928, Charles Nicolle obtuvo el Premio Nobel de Medicina por sus investigaciones sobre el Tifus Exantemático.
3 Paula Bombara, Conociendo a nuestros científicos: Salvador Mazza, San Luis, Universidad de La Punta, 2009.
4 Hugo E. Castagnino, “Mazza y la lucha contra el Mal de Chagas”, en Revista Todo es Historia, Nº 225, enero de 1986, pág. 14.
http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs340/es/

Fuente: www.elhistoriador.com.ar