Fuente: Primera Plana, 20 de septiembre de 1966.
La posibilidad de que la Capital argentina sea trasladada, alguna vez, al centro de la República, suele hacer alentar esperanzas a los cordobeses, colocados en una envidiable situación geográfica. El día de ese cambio puede o no llegar pero, entre tanto, Córdoba promete no dejar de hacer sentir su presencia en la vida política del país. Es una tradición, porque de ninguna otra provincia salieron tantos presidentes; de allí brotó el movimiento del 16 de septiembre, que se conmemoró la semana pasada; en ningún otro lugar del interior se nucleó un foco tan poderoso de desarrollo industrial. Fueron cordobeses, en fin, los dos últimos ministros del Interior –virtuales jefes del gabinete político- que llegaron a la Casa Rosada. Tal vez Córdoba estaba predestinada a ser el primer foco de conmoción para el gobierno que se instaló a fines de junio; pero la predestinación fue la única causa que no investigó, la semana pasada, el enviado especial de Primera Plana, Roberto Aizcorbe. Las otras son analizadas en el presente informe.
El miércoles pasado, poco antes de retornar a Buenos Aires, el enviado especial de Primera Plana atendió, en su hotel de Córdoba, un misterioso llamado telefónico:
-No le importe quién soy. Usted no me conoce y no me conviene ir a su hotel ni verlo en una confitería, pero tengo datos muy interesantes para su nota. Podemos encontrarnos al pie del monumento a San Martín, en la plaza principal. Lo espero en cinco minutos.
Era la tarde, cuando el centro de la ciudad se puebla con una espesa multitud: la hora que las cordobesas aguardan para flamear su gallardía por las calles. Naturalmente, la curiosidad había conseguido forjar ya la estampa del interlocutor: sería un estudiante, quizás un estudiante prófugo ansioso por destilar alguna revelación.
-¿Qué le parece si nos sentamos en aquel banco?
No era un estudiante. Alto, rubio, de unos cuarenta años, de aspecto atlético, con bigote prolijamente recortado, denunciaba enseguida su condición militar; con todo, la envolvía en un fino terno de franela gris, corbata de seda granate, camisa celeste.
-Quizás usted no sepa quién era Santiago Pampillón. Fue el cabecilla de la rebelión de los suboficiales de aeronáutica, en Córdoba, a fines de 1962. Era un comunista, un infiltrado; en esa ocasión dio muestras de conocer perfectamente los métodos subversivos…
(Fue en diciembre de 1962: dos docenas de oficiales de Aeronáutica, encabezados por el brigadier Cayo Alsina, se rebelaron contra el presidente Guido, quien ya contaba con el apoyo del Ejército y de Juan Carlos Onganía. En Córdoba, un grupo de aspirantes de la Escuela de Suboficiales sorprendió a los jefes rebeldes: los apresó y mantuvo varias horas vueltos hacia una pared, con las manos en alto. Los jóvenes dijeron cumplir con instrucciones del Comando de Campo de Mayo.)
-Era un estudiante mediocre, más bien bueno, pero cuando la sedición acabó, los nuevos jefes lo ascendieron a encargado de la compañía. En junio de 1963 otro oficial se hizo cargo de ella: comenzó a vigilar las actitudes del cabo Pampillón y comprobó sus posturas de líder, reñidas con los reglamentos; por eso, a fin de año había acumulado 119 días de arresto. Se aconsejó su baja por mala conducta. El director, empero, se negó a expulsarlo…
-¿No había defendido Pampillón la posición del general Onganía?
-Vea, dejemos a Onganía por ahora. El director se negó a darlo de baja, pero al fin y al cabo, Pampillón era el hombre que reprimió a sus jefes, así que se optó por hacerle repetir el año. Quizá por eso, en febrero de 1964, Pampillón pidió motu propio su baja: anunció entonces su deseo de ingresar en la Facultad de Ingeniería. También mantuvo una conversación con su jefe de compañía y confesó su ideología: dijo que las escuelas militares configuran un privilegio de casta, se declaró adicto a la igualdad de clases; promovía un Gobierno netamente popular. Entonces se agregó a la izquierda cordobesa. Usted sabe que la mayoría de los estudiantes, aquí, son de otras provincias; lejos de sus padres, los muchachos no estudian, son una bomba de tiempo porque se dedican a la política subversiva, financiados por el Estado, que les cobra 30 pesos por comida. Además, Pampillón ingresó a IKA, una empresa comunista…
-¿Cómo? ¿No es de capitales norteamericanos?…
-¡Psch! … Los americanos ganan plata y nada les importa, pero sus jefes de personal inventaron un examen de ingreso que sólo superan quienes comparten sus ideas comunistas. Una prueba: Pampillón se ligó al Sindicato de Mecánicos, dominado por el comunismo…
-Me dijeron que en ese sindicato son de tendencia peronista.
-Sí, sí, peronistas de izquierda. Lo más curioso fueron los estudios de Pampillón: dicen los diarios que era un buen alumno de 2° Año de Ingeniería Aeronáutica, que tenía promedio 8. Falso: en dos años sólo aprobó Dibujo y rindió un examen parcial de Física, ¿qué le parece?
Prendimiento y muerte
La opinión merece consignarse: constituye el trasfondo de las declaraciones oficiales que incriminan a los estudiantes por comunistas. “Se habla de un avasallamiento de la Universidad, cuando lo que se quiere es salvarla del comunismo que soporta”, declaró el 8 un comunicado de la Gobernación.
De todos modos, habrá sido un comunista singular este Pampillón: al día siguiente de su muerte, la cabecera de su cama, de la pensión de Laprida 244, retenía aún, adherida con chinches, una estampa de la Virgen del Valle. “Soy católica y puedo asegurar que Cacho tenía una elevada moral –destacó su casera, Julia de Archer-. Todos los domingos asistía a misa como católico ferviente: en esta casa lo considerábamos un verdadero hijo.”
El pasado miércoles 7, la tragedia abrumó al país como aquella tarde de octubre de 1945, cuando cayó muerto en Buenos Aires, Aarón José Salmún Feijóo, como aquella noche de 1962, en que desapareció Felipe Vallese; en Córdoba, la ola de repudio copó a la clase media y se filtró en la clase obrera: ambas se sintieron impulsadas a rodear y amparar a los rebeldes universitarios.
En todos los niveles sociales se oye hablar del crimen del estudiante Pampillón (a la vez operario de inspección en Industrias Kaiser Argentina, becado por IKA para estudiar inglés en Instituto Argentino-Norteamericano, de 24 años de edad y subdelegado gremial ante el Sindicato de Mecánicos), una psicosis pegajosa anima a los cordobeses a comentar el hecho. Con todo, el temor, un temor sordo persigue a los ciudadanos: es algo tan notorio como el anónimo en que buscan ampararse; en los 49 encuestados por Primera Plana, apenas una docena accedió a revelar su nombre y condición. El abogado Alberto Etienot dijo que la Policía atemoriza a los testigos del suceso: amenaza con procesos por infracción a la Ley de Profilaxis o con detenciones en averiguación de antecedentes.
Con todo, uno de esos testigos, Lilia J. De Altamira, que presenció el ataque a Pampillón lo relató así a Primera Plana, en presencia de sus abogados, el propio Etienot y Julio Antún, y del dirigente sindical telefónico, Oscar Settembrino, de las Organizaciones De Pie.
“Yo vivo en Sucre y Avenida Colón; una de las ventanas de mi casa da a Sucre, las otras dos a Colón. La noche del miércoles 7 –agregó la señora, de 42 años, viuda de un profesor universitario-, yo estaba en el dormitorio tranquilamente leyendo cuando advertí el bullicio, las corridas, los estruendos. Salí a la ventana y observé una multitud de estudiantes gritando ¡Asamblea! Y ¡Gobierno tripartito! Luego la Policía los corrió y, desalojando Colón, se replegaron hacia Sucre, hacia Santa Rosa o a 9 de julio. Hubo cuarenta minutos de disturbios. Los estudiantes arrojaban piedras a la Policía; ésta respondía con gases: así, quedó la calle semioscura por la rotura de los faroles y nublada por el humo de los gases que lo enturbiaban todo.
”Entonces me asomé para cerrar las persianas y evitar que entrara el gas. Vi que un muchacho corría solo por Colón a refugiarse en un mercadito que está al lado del bar Dublín. En el momento en que se quería aferrar al portón para escabullirse dentro, fue detenido del brazo por un policía de uniforme azul y casco color acero. En seguida se entabló entre los dos una lucha, un forcejeo del que sacó partido el muchacho: se deshizo del agente. En ese instante, se detuvo en la vereda de enfrente un vehículo que venía de Sucre cargado con policías de casco color acero y armas largas. Dos de ellos se bajaron, armados, y cruzaron llevando armas como las que tienen los vigilantes que custodian los bancos. Lo vieron al muchacho, ¡único ser viviente en esa cuadra de Avenida Colón, se lo juro! Y luego: ¡Tac! ¡Tac! ¡Tac!, le tiraron tres balazos dirigidos al cuerpo. Desde el Banco de Galicia una chica gritó: ¡Asesinos! Lloré sin consuelo y yo también grité: ¡Lo han matado!”
En este punto de la declaración, la señora de Altamira rompe a llorar nuevamente; cuesta inducirla a continuar su relato. Cuando se recupera sigue:
“Pampillón cayó sin sentido. Vea: yo hago esta declaración porque como buena cristiana no puedo ocultar el hecho. La hubiera hecho también si el muerto hubiese sido un policía, porque la vida humana es sagrada…
”Un muchachito desde la sedería Brillante, enfrente, se corrió para alzar al caído, pero no lo dejaron acercarse. Lentamente, se empezaron a arrimar al herido muchos policías; luego lo tomaron por las piernas y los brazos, como quien alza un ternero muerto, y lo tiraron dentro de un vehículo que partió”.
Otros testigos coinciden o difieren parcialmente con Lilia Altamira: “Esa noche, aproximadamente a las 20.45 – afirmó el ingeniero Eugenio Álvarez-, cuando me encontraba en el segundo piso de Colón 350, se detuvo en el lugar el carro de asalto N° 8, del cual descendieron varios policías, entre ellos uno con ametralladora y otras armas de fuego. Uno, fornido, echando mano a la pistola reglamentaria, se acercó al joven y, alevosamente, lo baleó a quemarropa”.
Heriberto Formica y Manuel Merchan dijeron: “Nos encontrábamos sentados en el bar ubicado al frente de la Galería Cinerama cuando, luego de algunas corridas, llegó al lugar el carro número 8 de la Policía de la Provincia; de él bajaron varios agentes, entre ellos uno que esgrimía ametralladora. Trataron de detener al estudiante y logrado su propósito, lo conducían hacia el carro: el joven logró zafarse y huyó por el cetro de la calzada. Uno de los representantes del orden desenfundó su pistola reglamentaria y, sin más, disparó tres tiros contra el perseguido. Pudimos comprobar que este agente manejaba el arma con su mano izquierda, lo que puede ser un detalle importante para la pesquisa”.
Quizá lo sea: en la CGT de Córdoba se escuchó decir que un policía con esas características mató el 17 de octubre de 1958 al obrero Horacio Tacconi; el 6 de agosto de 1964 –durante los disturbios que interfirieron la visita de Charles de Gaulle a la provincia-, el mismo individuo habría tiroteado el frente de la central obrera. Los cordobeses no hablan de otra cosa: como una obsesión, ellos y sus diarios buscan al responsable del atentado; se deciden por tres hipótesis:
- El joven fue muerto por la bala calibre 45 que le disparó el policía aludido, a quien gran parte de los circunstantes vio tomar puntería.
- Fue asesinado por alguien que tenía interés en convertirlo en mártir: una tesis que, indirectamente, alimentó el martes 13 el ministro local de Salud Pública, Manuel Albarenque. Explicó que una herida de bala 45 a escasa distancia consigue estallar el cráneo, dejando como saldo una fractura radiada, como las patas de una araña. Para refutarle, el miércoles 14, Horacio de Césaris, un médico, recordó públicamente que la Policía cuenta con 1500 revólveres de calibre 38.
- Con todo, la mayoría de los testigos se hallaba a más de cincuenta metros del suceso. ¿No habrán visto apuntar al policía armado con pistola 45, y quizá tirar –se preguntan algunos-, aunque la muerte llegase para Pampillón por obra de otra arma (se escucharon tres disparos), quizá la ametralladora (posiblemente de modelo Halcón, calibre 32, que se adecua también para disparar tiro a tiro), y que todos advirtieron en manos del otro policía?
Los estudiantes de la mesa redonda
Nadie aparenta conocerlos, pero todo el mundo los conoce. Nadie debe conocerlos porque los dirigentes de la Mesa Coordinadora estudiantil tienen la captura recomendada: al atardecer del martes 13 citaron a Primera Plana en el hall de un cine céntrico. De allí, se trasladaron con el redactor a una confitería situada sobre el pasillo de acceso a una galería comercial.
“Ahora le corresponde al Gobierno nacional hacer un esfuerzo para comprender la posición estudiantil”, estimó el delegado integralista (una tendencia católica, nacionalista y mayoritaria en los claustros cordobeses). “No es difícil vaticinar que el rector, Ernesto Gavier renunciará. Luego, aunque no se consulte en un primer momento la opinión estudiantil, podrá instalarse a un rector y decanos neutrales. Los hay entre los profesores y algunos profesionales dedicados en este momento a llevar los hilos de una mediación. No podemos dar nombres.”
El salón rebosaba. Uno de los miembros del cenáculo, temeroso de que la conversación pudiera ser detectada por la policía, se levantó y colocó una moneda en el tocadiscos: “Sé de un mundo mejor / lejos de aquí…”, ululó Palito Ortega.
La universidad y el comedor estudiantil fueron clausurados el 8; se explicó al redactor el problema siguiente: el 80 por ciento de los alumnos son de otras provincias y, sin dinero, comenzaban a volverse a sus casas. Para evitarlo, la Mesa decidió instalar “ollas estudiantiles”; la primera se habilitó el sábado 10. La reacción popular fue sorprendente: el gremio de panaderos aportó, gratis, con su producto; alumnos provistos con cajas de zapatos, que intentaban parecer alcancías, detenían a los autos pidiendo contribuciones, y en dos días reunieron 300 mil pesos. Otros recaudaron comestibles por las casas de familia.
“Yo creo que los huelguistas de Córdoba ya hemos cumplido –supuso un alumno de abogacía, miembro de la Mesa-. Conseguimos demostrar que este Gobierno es dictatorial, pero que no puede, aun así, privarnos impunemente de nuestras conquistas. Creo que la lucha será larga, debemos decirlo a los estudiantes de todo el país. Ahora precisamos de una pausa para reorganizarnos y seguir.”
A una pausa obligada fueron sometidos los integralistas: desde el 18 de agosto, dos docenas de sus dirigentes venían soportando una huelga de hambre; el domingo 11, sorpresivamente, la levantaron. Pudo saberse que una gestión personal del nuevo embajador argentino en el Vaticano, Pedro J. Frías, forzó al arzobispo Raúl Primatesta a tomar una actitud similar a los huelguistas. Prácticamente fueron desalojados, pero el lunes 12, los integralistas instalaron en la misma parroquia un comedor estudiantil; la reacción arzobispal no se hizo esperar: Primatesta expulsó de la parroquia a sus encargados, presbíteros Nelson Dellaferrera y Oscar Gaido. También habrían sido separados de sus cargos en la Universidad Católica.
Ese martes 13, la charla con los jefes huelguistas terminó violentamente cuando entre el gentío se abrió paso un muchachón que repartía volantes. Un policía que advirtió su actividad, llamó en auxilio al pelotón de la Guardia de Infantería, apostado en la esquina próxima. Los soldados formaron un cordón frente a la galería, con las pistolas lanzagases apuntando hacia adentro; el agente se lanzó por entre las mesas para detener a su presa. Un vocerío indignado lo recibió: ¡Asesinos!, ¡Asesinos!, y la batahola permitió escapar al estudiante hacia otra calle, por los corredores. Entonces, el pelotón procedió: arrojó dos bombas de gases, inundó con ellos a la concurrencia; luego cargó sobre ella. Lógicamente, provocó el terror de mujeres y chicos, caídas espectaculares y empellones.
Un gobierno de familia
El volante, mimeografiado y firmado por la Juventud Nacionalista de Córdoba, dice así: “La provincia ha caído en manos de una trenza familiar y oligárquica que debemos conocer para saber quién es nuestro enemigo. Por obra y gracia del ministro del Interior, Enrique Martínez Paz, casado con Elisa Martínez Deheza, quien es prima del doctor Miguel Ferrer Deheza, este último llegó a ser gobernador de nuestra provincia. Para consumar este acomodo de parientes, se valieron del circunstancial interventor de Córdoba, general Gustavo Martínez Zuviría, quien está casado con Susana Ferrer Deheza, hermana del gobernador y prima hermana de la esposa del ministro del Interior: Martínez Zuviría se dio el gusto de transmitir el mando a su cuñado.
”El Gobernador ubicó como ministro de Gobierno a Guillermo Becerra Ferrer, sobrino suyo, y éste a su vez designó como subsecretario de la cartera a Gastón Urretz Zavalía, cuyo hermano Alberto está casado con una hija del ministro del Interior, como ministro de Educación; y como ministro de Obras Públicas a su socio y cliente, Ingeniero Apfalbaum. Este último siguió la política familiar y nombró director de Transportes a un hermano suyo; también, como presidente del Directorio de la Empresa Provincial de la Energía al ingeniero Raúl Giraudo, concuñado del Gobernador. Ferrer Deheza ubicó como interventor en el Instituto Provincial de la Vivienda a su primo hermano, Palacio Deheza, y en la presidencia del Banco de Córdoba al doctor Mario Martínez Casas, socio del doctor Carlos Ernesto Deheza, su tío. El doctor Enrique Martínez Paz promovió el nombramiento como Embajador ante la Santa Sede del doctor Pedro J. Frías, que está casado con Rosa Pinto Martínez Paz, sobrina del ministro del Interior.
”Martínez Paz recordó que el doctor Agustín Caeiro, director del muy privado Hospital Privado, casado con una hermana suya, tiene tres hijos (Caeiro Martínez Paz), que por rara coincidencia están casados con tres hijas del doctor Ernesto Gavier. Este parentesco posibilitó la designación de Gavier como rector de la Universidad de Córdoba. A su vez, el subsecretario del Interior de la Nación, doctor José Manuel Saravia, quien con su padre comparte el estudio jurídico de Miguel Ángel Cárcano (abogados del grupo Bemberg), es pariente también de Miguel Ferrer Deheza, pues su padre está casado con Ofelia Echenique Deheza.
”En la Facultad de Arquitectura, Gavier nombró como decano a Marcelo Urretz Zavalía, hermano del subsecretario de Gobierno de la provincia de Córdoba. En la Facultad de Derecho, el nuevo Rector designó decano a Edgar Ferreyra, casado con una prima hermana del rector Gavier (de apellido Díaz Gavier). Evidentemente, la nómina de parientes cercanos o lejanos, sanguíneos o afines, es mucho más extensa: hay infinidad de ellos en funciones y puestos menores, que sería largo detallar. Pero para muestra basta un botón. Las fuerzas del pueblo deben enfrentar hoy, más que nunca, a la oligarquía que otra vez se ha adueñado de los sectores de poder.”
Con sus exageraciones, el volante –en cuya redacción algunos quieren ver la pluma del ideólogo nacionalista Nimio de Anquín- refleja la actitud de los cordobeses ante su gobierno doméstico. Un pueblo que con infinito humor acuñó, en broma, una nueva fórmula para el juramento de los funcionarios. Es ésta:
-¿Juráis por Dios, por la Patria y estos Santos Evangelios cumplir y hacer cumplir la Constitución Nacional y los fines establecidos por el Estatuto de la Revolución?
-Sí, tío.
Más allá de la tensión reinante en Córdoba, por encima de las humoradas que sirven para aliviarla, quizá valga, en la católica Córdoba, la opinión de un cura en trance de definir la actualidad: “Hay algo curioso en todo este proceso –observó el del barrio obrero de Alta Córdoba, el lunes 12, pocas horas después del fallecimiento de Pampillón- y es la coincidencia entre las consignas estudiantiles de renovación y la necesidad de un cambio en la universidad que el presidente Onganía promovió luego del 28 de junio porque compartía sus principios; luego debió combatir al rector Gavier –un emisario del pasado-; forzosamente tuvo que aliarse con la minoría marxista que recorría este camino.
”Pienso que fue la huelga de hambre, pacífica, del integralismo lo que aportó cohesión al estudiantado de Córdoba, le permitió jaquear al gobernador Ferrer Deheza: un muerto se entierra y, desgraciadamente, se olvida; más difícil fue soportar la presión psicológica de un grupo de muchachos que se extinguía por momentos”.
Esa presión llegó a límites intolerables en la primera semana de septiembre y culminó en la muerte de Pampillón; el jueves y el viernes pasados aparentó descender: exactamente el viernes en la iglesia del Pilar, en Olmos y Maipú, se realizó con toda libertad el funeral cívico promovido por la CGT regional de Córdoba y los estudiantes de la Mesa Coordinadora; no hubo presencia policial que irritara los ánimos. Los tres mil concurrentes realizaron, por fin, la esperada marcha del silencio, interrumpida a bastonazos por los vigilantes en días anteriores: por la avenida Colón arribaron al sitio donde cayó Pampillón, depositaron claveles y luego se encaminaron al local de la CGT, en la avenida General Paz. Desde el balcón, Julio Petrucci, secretario general de la central obrera local dijo: “No queremos que las calles de Córdoba vuelvan a mancharse con sangre”. Tampoco lo deseaba el gobernador Ferrer Deheza cuando, rato más tarde, invitó “a la ciudadanía cordobesa a sumar esfuerzos para que nuestra tierra alcance los altos destinos señalados por Dios”: un discurso vinculado con sus dos primeros meses de gobierno que se radió esa noche.
Día a día se establecen las bases para una solución: si gobernar es avenir intereses dispares, aceptarlo supondría tal vez cambiar las autoridades de la Casa de Trejo y cosechar luego la rendición de los huelguistas. Pero esta decisión debe ser tomada fuera de Córdoba: está en manos del gobierno central.
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