Mayor entre cinco hermanos, hijo de una familia tradicional y adinerada, Ernesto Guevara fue una de esas personas que no se pueden definir por sus ocupaciones o profesiones, tal como se hace habitualmente: es profesor, político, abogado, etc. No se puede comenzar por otro lado sino por el de definir al “Che” como un revolucionario, dedicado a tiempo completo a transformar las realidades injustas del mundo. Ningún debate actual acerca de los métodos revolucionarios de los años 60 y 70, los acuerdos o desacuerdos, las añoranzas o revulsiones, puede opacar el profundo humanismo que fundaba el andar de Guevara.
Nacido en Rosario, a mediados de 1928, Ernestito pasó su infancia en Buenos Aires y San Isidro, hasta que a raíz del asma que le detectaron, la familia se mudó a Alta Gracia, en Córdoba. Esta enfermedad determinaría en gran parte su carácter, obligándolo a sobreponerse a cada paso y a redoblar esfuerzos para realizar actividades a la par de sus amigos y compañeros.
De carácter rebelde y seguro, su adolescencia no le despertó ningún activismo político ni social, pero ya a finales de los años de secundario, en tiempos de ocaso de la Segunda Guerra Mundial y comienzos del peronismo, ya se vislumbraba en él una marcada posición anti-norteamericana. Entonces, sobrevienen los intensos y más conocidos años de quien se iba convirtiendo en el “Che”.
Trasladado a Buenos Aires por razones familiares, Ernesto se inscribió en la carrera de Medicina en la UBA, recibiéndose de médico años más tarde. Por aquellos años de fines de los ’40 y comienzos de los ’50, se haría cada vez más intenso su interés por la filosofía, especialmente la existencialista, y por las obras de pensadores radicales, entre ellos, Carlos Marx. Enseguida sobrevendrían los primeros viajes audaces, a dedo, en bicicleta, en moto y en buque, a lo largo del país y a distintos puntos de América Latina. Ernesto cambiaría para siempre: nacía el “Che”.
La experiencia guatemalteca (una dictadura pro-estadounidense) y los años en México, donde conocería a Fidel Castro y al grupo de exiliados cubanos del Movimiento 26 de Julio y a quien sería su primera esposa, lo convencieron de lanzarse a la actividad radical. En poco tiempo más, estaría embarcado en el proyecto revolucionario cubano, formando parte del puñado de hombres que desembarcaría hacia fines de 1956 en el sur de la isla gobernada por el dictador Fulgencio Batista, con el objetivo de transformar el país que entonces era conocido como el prostíbulo y casino de los millonarios norteamericanos.
La inicial experiencia guerrillera resultó adversa, pero una decena de hombres alcanzó a instalar un foco en la Sierra Maestra. Desde allí, principalmente, se organizaría la revolución cubana. Como médico, luego como soldado y finalmente como comandante, el “Che” se convertiría en uno de los hombres más destacados del ejército popular que lograría la huida de Batista y la toma de La Habana, al comenzar el año 1959. El gobierno de coalición formado tomó medidas radicales, pero sólo se trasladó bajo la órbita de la URSS, sin poder tampoco ser dirigido por el gigante ruso, cuando Estados Unidos se mostró decidido a intervenir directa y violentamente en la nueva realidad cubana.
En aquellos años, el “Che” se transformó en una de las figuras más admirables y respetadas de la revolución, llegó a ocupar importantes cargos de gobierno y a representar en varias ocasiones a Cuba en el exterior. Pero pronto entendió que su rol estaba fuera de la isla, en la necesidad de extender la transformación social a todo país que estuviera sometido al imperialismo. Se trataba de aplicar la experiencia foquista en los países subdesarrollados. La fracasada experiencia del Congo, la estadía en Praga y la revisión crítica de varios de los postulados de la experiencia soviética, serían parte del itinerario que lo llevaría a Bolivia, a fines de 1966. Aquel país revolucionado hacía poco, pero dirigido entonces por el dictador Hugo Barrientos, era pensado como el punto de expansión hacia todo el continente.
La experiencia boliviana pondría fin a la vida de Ernesto Guevara. Aislado, perdido, asediado por las fuerzas bolivianas y de la CIA, el grupo guerrillero sería desmembrado y finalmente vencido. Con 39 años, el 9 de octubre de 1967, en una escuelita del pueblo boliviano de La Higuera, el “Che” sería cobardemente fusilado y sus restos desaparecidos. Tan amplia fue la repercusión de su caída, que el mismo Juan Perón, desde Madrid, escribiría pocos días más tarde: “Su muerte me desgarra el alma porque era uno de los nuestros, quizás el mejor: un ejemplo de conducta, desprendimiento, espíritu de sacrificio, renunciamiento. La profunda convicción en la justicia de la causa que abrazó, le dio la fuerza, el valor, el coraje que hoy lo eleva a la categoría de héroe y mártir.”
En oportunidad de un nuevo aniversario de su asesinato, recordamos algunos fragmentos de las extensas palabras que pronunciara Fidel Castro, ante una acongojada multitud reunida en la Plaza de la Revolución de La Habana. Entonces, entre sentidos reproches por su pérdida, Fidel dejaba uno de los más emotivos perfiles de Ernesto Guevara.
Discurso de Fidel Castro en la Plaza de la Revolución, el 18 de octubre de 1967
Fuente: Cristianismo y Revolución, Cuaderno N° 2, 1968.
FIDEL HABLA DEL CHE
Compañeras y compañeros revolucionarios:
Fue un día del mes de julio o agosto de 1955 cuando conocimos al Che. Y en una noche -como él cuenta en sus narraciones- se convirtió en un futuro expedicionario del “Granma”. Pero en aquel entonces aquella expedición no tenía ni barco, ni armas, ni tropas. Y fue así cómo, junto con Raúl, el Che integró el grupo de los dos primeros de la lista del “Granma”.
(…)
Y en esta noche nos reunimos, ustedes y nosotros, para tratar de expresar de algún modo esos sentimientos con relación a quien fue uno de los más familiares, uno de los más admirados, uno de los más queridos y, sin duda alguna, el más extraordinario de nuestros compañeros de Revolución (…).
Che era una de esas personas a quien todos le tomaban afecto inmediatamente, por su sencillez, por su carácter, por su naturalidad, por su compañerismo, por su personalidad, por su originalidad, aun cuando todavía no se le conocían las demás singulares virtudes que lo caracterizaron.
(…)
De este modo, un día, a fines de noviembre de 1956, con nosotros emprendió la marcha hacia Cuba. Recuerdo que aquella travesía fue muy dura para él puesto que, dadas las circunstancias en que fue necesario organizar la partida, no pudo siquiera proveerse de las medicinas que necesitaba y toda la travesía la pasó bajo un fuerte ataque de asma, sin un solo alivio pero también sin una sola queja.
(…)
Sobrevino el primer combate victorioso y Che fue soldado ya de nuestra tropa, y, a la vez, era todavía el médico; sobrevino el segundo combate victorioso y el Che ya no sólo fue soldado, sino que fue el más distinguido entre los soldados en ese combate, realizando por primera vez una de aquellas proezas singulares que lo caracterizaban en todas las acciones; (…)
Esa era una de sus características esenciales: la disposición inmediata, instantánea, a ofrecerse a realizar la misión más peligrosa. Y aquello, naturalmente, suscitaba la admiración, la doble admiración, la doble admiración hacia aquel compañero que luchaba junto a nosotros, que no había nacido en esta tierra, que era un hombre de ideas profundas, que era un hombre en cuya mente bullían sueños de lucha en otras partes del continente, y, sin embargo, aquel altruismo, aquel desinterés, aquella disposición a hacer siempre lo más difícil, a arriesgar su vida constantemente.
Fue así como se ganó los grados de Comandante y de Jefe de la Segunda Columna que se organizara en la Sierra Maestra; fue así como comenzó a crecer su prestigio, como comenzó a adquirir su fama de magnífico combatiente que hubo de llevar a los grados más altos en el transcurso de la guerra.
(…)
Somos capaces de apreciar todo el valor de su ejemplo y tenemos la más absoluta convicción de que ese ejemplo servirá de emulación y servirá para que del seno de los pueblos surjan hombres parecidos a él.
No es fácil conjugar en una persona todas las virtudes que se conjugaban en él. No es fácil que una persona de manera espontánea sea capaz de desarrollar una personalidad como la suya. Diría que es de esos tipos de hombres difíciles de igualar y prácticamente imposibles de superar. Pero diremos también que hombres como él son capaces, con su ejemplo, de ayudar a que surjan hombres como él.
Es que en Che no sólo admiramos al guerrero, al hombre capaz de grandes proezas. Y lo que él hizo, y lo que él estaba haciendo, ese hecho en sí mismo de enfrentarse solo con un puñado de hombres a todo un ejército oligárquico, instruido por los asesores yanquis suministrados por el imperialismo yanqui, apoyado por las oligarquías de todos los países vecinos, ese hecho en sí mismo constituye una proeza extraordinaria.
Y si se busca en las páginas de la historia, no se encontrará posiblemente ningún caso en que alguien con un número tan reducido de hombres haya emprendido una tarea de más envergadura, en que alguien con un número tan reducido de hombres haya emprendido la lucha contra fuerzas tan considerables. (…)
Los enemigos creen haber derrotado sus ideas, (…).
Pero se equivocan los que cantan victoria. Se equivocan los que creen que su muerte es la derrota de sus ideas, la derrota de sus tácticas, la derrota de sus concepciones guerrilleras, la derrota de sus tesis. Porque aquel hombre que cayó como hombre mortal, como hombre que se exponía muchas veces a las balas, como militar, como jefe, es mil veces más capaz que aquellos que con un golpe de suerte lo mataron.
Sin embargo, ¿cómo tienen los revolucionarios que afrontar ese golpe adverso? ¿Cómo tienen que afrontar esa pérdida?
¿Cuál sería la opinión del Che si tuviese que emitir un juicio sobre este particular? Esa opinión la dijo, esa opinión la expresó con toda claridad, cuando escribió en su Mensaje a la Conferencia de Solidaridad Latinoamericana que si en cualquier parte le sorprendía la muerte, bienvenida fuera siempre que ese su grito de guerra haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se extienda para empuñar el arma.
Y ese, su grito de guerra llegará no a un oído receptivo ¡llegará a millones de oídos receptivos!, y no una mano, sino que ¡millones de manos, inspiradas en su ejemplo, se extenderán para empuñar las armas!
(…)
No es que consideremos que en el orden práctico de la lucha revolucionaria su muerte haya de tener una inmediata repercusión, que en el orden práctico del desarrollo de la lucha su muerte pueda tener una repercusión inmediata. Pero es que el Che, cuando empuñó de nuevo las armas, no estaba pensando en una victoria inmediata, no estaba pensando en un triunfo rápido frente a las fuerzas de las oligarquías y del imperialismo. Su mente de combatiente experimentado estaba preparada para una lucha prolongada de cinco, de diez, de quince, de veinte años si fuera necesario. ¡Él estaba dispuesto a luchar cinco, diez, quince, veinte años, toda la vida si fuese necesario!
Y es con esa perspectiva en el tiempo en que su muerte, en que su ejemplo -que es lo que debemos decir- tendrá una repercusión tremenda, tendrá una fuerza invencible.
Su capacidad como jefe y su experiencia en vano tratan de negarlas quienes se aferran al golpe de fortuna. Che era un jefe militar extraordinariamente capaz, pero cuando nosotros recordamos al Che, cuando nosotros pensamos en el Che, no estamos pensando fundamentalmente en sus virtudes militares. ¡No! La guerra es un medio y no un fin, la guerra es un instrumento de los revolucionarios. ¡Lo importante es la Revolución, lo importante es la causa revolucionaria, los sentimientos revolucionarios, las virtudes revolucionarias!
Y es en ese campo, en el campo de las ideas, en el campo de los sentimientos, en el campo de las virtudes revolucionarias, en el campo de la inteligencia, aparte de sus virtudes militares, donde nosotros sentimos la tremenda pérdida que para el movimiento revolucionario ha significado su muerte.
Porque Che reunía, en su extraordinaria personalidad, virtudes que rara vez aparecen juntas. Él descolló como hombre de acción insuperable, pero Che no sólo era un hombre de acción insuperable; Che era un hombre de pensamiento profundo, de inteligencia visionaria, un hombre de profunda cultura. Es decir, que reunía en su persona al hombre de ideas y al hombre de acción.
Pero no es que reuniera esa doble característica de ser hombre de ideas, y de ideas profundas, la de ser hombre de acción, sino que Che reunía como revolucionario las virtudes que pueden definirse como la más cabal expresión de las virtudes de un revolucionario; hombre íntegro a carta cabal, hombre de honradez suprema, de sinceridad absoluta, hombre de vida estoica y espartana, hombre a quien prácticamente en su conducta no se le puede encontrar una sola mancha. Constituyó por sus virtudes lo que puede llamarse un verdadero modelo de revolucionario.
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Pero además añadía otra cualidad, que no es una cualidad del intelecto, que no es una cualidad de la voluntad, que no es una cualidad derivada de la experiencia, de la lucha, sino una cualidad del corazón, ¡porque era un hombre extraordinariamente humano, extraordinariamente sensible! (…)
Y por eso le ha legado a las generaciones futuras no sólo su experiencia, sus conocimientos como soldado destacado, sino que a la vez las obras de su inteligencia. Escribía con la virtuosidad de un clásico de la lengua. Sus narraciones de la guerra son insuperables. La profundidad de su pensamiento es impresionante. Nunca escribió sobre nada absolutamente que no lo hiciese con extraordinaria seriedad, con extraordinaria profundidad; y algunos de sus escritos no dudamos de que pasarán a la posteridad como documentos clásicos del pensamiento revolucionario.
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Trabajador infatigable, en los años que estuvo al servicio de nuestra patria no conoció un solo día de descanso. Fueron muchas las responsabilidades que se le asignaron: como presidente del Banco Nacional, como Director de la Junta de Planificación, como Ministro de Industrias, como Comandante de regiones militares, como Jefe de Delegaciones de tipo político, o de tipo económico, o de tipo fraternal.
Su inteligencia multifacética era capaz de emprender con el máximo de seguridad cualquier tarea en cualquier orden, en cualquier sentido. Y así representó de manera brillante a nuestra patria en numerosas conferencias internacionales, de la misma manera que dirigió brillantemente a los soldados en el combate, de la misma manera que fue un modelo de trabajador al frente de cualesquiera de las instituciones que se le asignaron, ¡y para él no hubo días de descanso, para él no hubo horas de descanso! Y si mirábamos para las ventanas de sus oficinas, permanecían las luces encendidas hasta altas horas de la noche, estudiando, o mejor dicho, trabajando o estudiando. Porque era un estudioso de todos los problemas, era un lector infatigable. Su sed de abarcar conocimientos humanos era prácticamente insaciable; y las horas que le arrebataba al sueño las dedicaba al estudio; y los días reglamentarios de descanso los dedicaba al trabajo voluntario. (…)
Los imperialistas cantan voces de triunfo ante el hecho del guerrillero muerto en combate; los imperialistas cantan el triunfo frente al golpe de fortuna que los llevó a eliminar tan formidable hombre de acción. (…) A nosotros nos duele no sólo lo que se haya perdido como hombre de acción, nos duele lo que se ha perdido como hombre virtuoso, nos duele lo que se ha perdido como hombre de exquisita sensibilidad humana y nos duele la inteligencia que se ha perdido. Nos duele pensar que tenía sólo 39 años en el momento de su muerte, nos duele pensar cuántos frutos de esa inteligencia y de esa experiencia, que se desarrollaba cada vez más, hemos perdido la oportunidad de percibir.
Nosotros tenemos idea de la dimensión de la pérdida para el movimiento revolucionario. Pero, sin embargo, ahí es donde está el lado débil del enemigo imperialista: creer que con el hombre físico ha liquidado su pensamiento, creer que con el hombre físico ha liquidado sus ideas, creer que con el hombre físico ha liquidado sus virtudes, creer que con el hombre físico ha liquidado su ejemplo. Y lo creen de manera tan impúdica que no vacilan en publicar, como la cosa más natural del mundo, las circunstancias casi universalmente ya aceptadas en que lo ultimaron después de haber sido herido gravemente en combate. No han reparado siquiera en la repugnancia del procedimiento, no han reparado siquiera en la impudicia del reconocimiento. Y han divulgado como derecho de los esbirros, han divulgado como derecho de los oligarcas y de los mercenarios, el disparar contra un combatiente revolucionario gravemente herido.
Y lo peor es que explican además por qué lo hicieron, alegando que habría sido tremendo el proceso en que hubiesen tenido que juzgar al Che, alegando que habría sido imposible sentar en el banquillo de un tribunal a semejante revolucionario.
Y no sólo eso sino que además no han vacilado en hacer desaparecer sus restos. Y sea verdad o sea mentira, el hecho es que anuncian haber incinerado su cadáver, con lo cual empiezan a demostrar su miedo, con lo cual empiezan a demostrar que no están tan convencidos de que liquidando la vida física del combatiente liquidan sus ideas, liquidan su ejemplo.
(…)
Si queremos expresar cómo aspiramos que sean nuestros combatientes revolucionarios, nuestros militantes, nuestros hombres, debemos decir sin vacilación de ninguna índole: ¡Que sean como el Che! Si queremos expresar cómo queremos que sean los hombres de las futuras generaciones, debemos decir: ¡Que sean como el Che! Si queremos decir cómo deseamos que se eduquen nuestros hijos, debemos decir sin vacilación: ¡Queremos que se eduquen en el espíritu del Che! Si queremos un modelo de hombre, un modelo de hombre que no pertenece a este tiempo, un modelo de hombre que pertenece al futuro, ¡De corazón digo que ese modelo sin una sola mancha en su conducta, sin una sola mancha en su actitud, sin una sola mancha en su actuación, ese modelo es el Che!
Si queremos expresar cómo deseamos que sean nuestros hijos, debemos decir con todo el corazón de vehementes revolucionarios: ¡Queremos que sean como el Che!
(…)
En su mente y en su corazón habían desaparecido las banderas, los prejuicios, los chovinismos, los egoísmos, ¡y su sangre generosa estaba dispuesto a verterla por la suerte de cualquier pueblo, por la causa de cualquier pueblo, y dispuesto a verterla espontáneamente, y dispuesto a verterla instantáneamente!
Y así, sangre suya fue vertida en esta tierra cuando lo hirieron en diversos combates; sangre suya por la redención de los explotados y los oprimidos, de los humildes y los pobres, se derramó en Bolivia. ¡Y esa sangre se derramó por todos los explotados, por todos los oprimidos; esa sangre se derramó por todos los pueblos de América y se derramó por Viet Nam, porque él allá, combatiendo contra las oligarquías, combatiendo contra el imperialismo, sabía que brindaba a Viet Nam la más alta expresión de su solidaridad!
(…)
Es por eso que nosotros, en la noche de hoy, después de este impresionante acto, después de esta increíble -por su magnitud, por su disciplina y por su devoción- muestra multitudinaria de reconocimiento, que demuestra cómo este es un pueblo sensible, que demuestra cómo este es un pueblo agradecido, que demuestra cómo este pueblo sabe honrar la memoria de los valientes que caen en el combate, que demuestra cómo este pueblo sabe reconocer a los que lo sirven, que demuestra cómo este pueblo se solidariza con la lucha revolucionaria, cómo este pueblo levanta y mantendrá siempre en alto y cada vez más en alto las banderas revolucionarias y los principios revolucionarios; hoy, en estos instantes de recuerdo, elevemos nuestro pensamiento y con optimismo en el futuro, con optimismo absoluto en la victoria definitiva de los pueblos, digamos al Che, y con él a los héroes que combatieron y cayeron junto a él: ¡Hasta la victoria siempre! ¡Patria o Muerte! ¡Venceremos!
La Habana, 18 de octubre de 1967.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar