Cuando Cristóbal Colón se aventuró a través del océano Atlántico a navegar por maresantes desconocidos, estaba seguro de que su destino era Asia. Tan poderosa era su convicción sobre lo fructuoso del viaje, que soportó siete años de desdenes en las Cortes de Portugal y de Castilla sin abandonar su empresa. El marino genovés había adquirido todos los elementos de astronomía, geometría y álgebra que eran necesarios para los cálculos náuticos. Además, sabía de cartografía y geografía. Los relatos de Marco Polo sobre el gran Kublai Kan le daban más fuerza. Colón reunió todas las características de la época, una mezcla de lo medieval y lo moderno: su móvil fue al mismo tiempo la riqueza, el conocimiento de la naturaleza y la expansión del cristianismo. Después de una esperanzada noche, en la madrugada del 12 de octubre de 1492 1, un tripulante de la carabela La Pinta, dio el aviso de tierra. Pero, ¿cómo fue posible que un insignificante y reducido grupo de marineros enviados por la corona española destruyera sin mayores trámites los imponentes imperios de las tierras hasta entonces desconocidas por los europeos? Las explicaciones han recorrido varias sendas: desde las características personales de los mandamás aztecas (mexicas en náhuatl) e incas, las guerras intestinas entre los pueblos indígenas, la superioridad militar europea, sumada a la guerra microbiana que fulminó a la población local. Como fuera, este encuentro es el mayor genocidio conocido hasta hoy. Más de trescientos años después de la llegada de Colón, en las ciudades coloniales era poco frecuente que la masacre y dominio del indígena fuera motivo de denuncias. Pero en los albores de la gesta de Mayo, algunos revolucionarios ya mostraban un particular interés por poner de relieve estos hechos. Así lo hacía Bernardo de Monteagudo, en la recordada oración pronunciada durante la inauguración de la Sociedad Patriótica, en 1812. Reproducimos aquí parte de su exposición.
Fuente: Bernardo de Monteagudo, “Oración inaugural pronunciada en la apertura de la Sociedad Patriótica la tarde del 13 de enero de 1812”, en Obras Políticas, Buenos Aires, La Facultad, 1916, pág. 247.
«Una religión cuya santidad es incompatible con el crimen sirvió de pretexto al usurpador. Bastaba ya enarbolar el estandarte de la cruz para asesinar a los hombres impunemente, para introducir entre ellos la discordia, usurparles sus derechos y arrancarles las riquezas que poseían en su patrio suelo. Sólo los climas estériles donde son desconocidos el oro y la plata, quedaban exentos de este celo fanático y desolador. Por desgracia la América tenía en sus entrañas riquezas inmensas, y esto bastó para poner en acción la codicia, quiero decir el celo de Fernando e Isabel que sin demora resolvieron tomar posesión por la fuerza de las armas, de unas regiones a que creían tener derecho en virtud de la donación de Alejandro VI, es decir, en virtud de las intrigas y relaciones de las cortes de Roma con la de Madrid. En fin, las armas devastadoras del rey católico inundan en sangre nuestro continente; infunden terror a sus indígenas; los obligan a abandonar su domicilio y buscar entre las bestias feroces la seguridad que les rehusaba la barbarie del conquistador. La tiranía, la ambición, la codicia, el fanatismo, han sacrificado millares de hombres, asesinando a unos, haciendo a otros desgraciados, y reduciendo a todos al conflicto de aborrecer su existencia y mirar la cuna en que nacieron como el primer escalón del cadalso donde por el espacio de su vida habían de ser víctimas del tirano conquistador. Tan enorme peso de desgracias desnaturalizó a los americanos hasta hacerlos olvidar que su libertad era imprescriptible y habituados a la servidumbre se contentaban con mudar de tiranos sin mudar de tiranía.»
Bernardo de Monteagudo
Referencias:
1 O un día después, si se confirman las investigaciones que afirman que el grito del llamado Rodrigo de Triana se produjo el 13.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar