En 1947, mientras se encontraba en su casa de Viamonte 2790, junto a sus hijos y a su secretaria, Josefina Yanguas, Bernardo Alberto Houssay recibió un telegrama que anunciaba su nominación al premio Nobel de medicina y fisiología. El 23 octubre se conocía su premiación y a fin de aquel año, el 10 diciembre, en la ceremonia organizada por la Academia Sueca, Houssay recibía el premio, junto a la pareja Gerty y Carl Cori, por el descubrimiento de que la anterohipófisis regulaba no sólo el crecimiento sino también el metabolismo de los hidratos de carbono. Un año antes había sido jubilado anticipadamente. En 1945 su militancia en la Junta de Coordinación Democrática, opuesta a la candidatura de Juan Domingo Perón, le granjeó no pocos enemigos. Tras el triunfo del futuro líder justicialista, el interventor de la Facultad de Medicina lo pasó a retiro. De padres franceses, Houssay había nacido un mediodía del 10 de abril de 1887. A los 13 años, egresó del Colegio Nacional, con un promedio de 8.84. El niño prodigio ingresó de inmediato en la Escuela de Farmacia de la Universidad de Buenos Aires y pronto se volcó al estudio de la fisiología. En 1912, a los 25 años, era titular de la cátedra de Fisiología de la Facultad de Veterinaria. Tres años más tarde, fue designado jefe de la Sección Venenos y Órganoterapia del Departamento Nacional de Higiene. En 1917, ya estaba dedicado en tiempo completo a la investigación. Esta suerte, luego de una larga carrera académica e investigativa, lo llevó a crear el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Para recordar su vocación y genio científico, reproducimos parte del discurso brindado en el Instituto Popular de Conferencias, el 17 de mayo de 1929.
Fuente: Bernardo Houssay, Escritos y Discursos, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 1942.
«El adelanto de las ciencias en un país es el índice más seguro de su civilización. Hablar del futuro de las ciencias en una Nación es lo mismo que expresar qué jerarquía ocupará en el mundo civilizado. Falta de ciencia es sinónimo de barbarie o de atraso. La verdadera supremacía de un pueblo se basa en la labor silenciosa y obstinada de sus pensadores, hombres de ciencia y artistas; esta obra reporta fortuna y gloria al país, bienestar a toda la humanidad.
No es de extrañar que nuestra cultura científica sea aún deficiente, ya que un país alcanza primero a tener una literatura, luego comienza a aparecer la especulación filosófica y se desarrollan las artes, pero es sólo al fin, por una gestación lenta y muy laboriosa, que llegan a cultivarse las ciencias. Este florecimiento científico lento y tardío es un hecho constante en todas las naciones, aunque no significa en modo alguno una superioridad jerárquica de las ciencias, pues sólo responde a la evolución histórica del conocimiento humano.
Si en todos los países el crecimiento de las ciencias es relativamente moderno, vale esto, principalmente, para los hispanoamericanos, los que, como dijo Cajal para España, no tienen tradición científica; son países intelectualmente atrasados y no decadentes. Parecido sentido, aunque más profundo, tiene el dicho de nuestro Sarmiento: es la cultura científica la única redentora posible de estos pueblos, contra el estigma de su raza y de su historia. Cierto es que, desde cuando escribieron ambos, en España y algunos países de Sudamérica, los progresos han sido rápidos y promisorios contándose ya ahora con hombres y obras eminentes.
El dilema para nuestro país es querer ser o no querer ser una gran potencia en la obra de la civilización humana. Si queremos ser bien civilizados y serlo cada vez más, debemos cultivar las ciencias mucho más que hasta hoy.«
Bernardo Houssay
Fuente: www.elhistoriador.com.ar