
Un texto inédito de John William Cooke escrito en febrero de 1960
Fuente: Revista La Opinión Cultural, fomingo 9 de septiembre de 1973, págs. 4 y 5.
Febrero de 1960. Una clase media apenas arañada por una crisis económica en ciernes, entibiaba en las playas del sur los últimos arrestos de un país envanecido con el desarrollo. Un atractivo más se sumaba a las bondades del ocio: en esa temporada, Mar del Plata recibiría la visita de Eisenhower, de gira por la Argentina.
A 400 kilómetros de allí, en el cinturón de Buenos Aires, febrero iluminaba otra realidad. Del otro lado de la General Paz, había una Argentina que no sería visitada por el mandatario norteamericano. John William Cooke, habitante de ese país, dio a luz a la revista Santo y Seña una “Carta al Presidente Eisenhower”. La represión, ensañada con ciertas publicaciones, condenó a la carta a la clandestinidad. A continuación, sus fragmentos más relevantes.
Señor Presidente:
A su llegada, Ud. será halagado por mandatarios, funcionarios y de la prensa comercial, la cuota de aplausos que los débiles sin coraje prodigan al cortejo de los fuertes. Si esa algarabía fraccional pasa a sus ojos como un homenaje que le tributa el país, se alejará de aquí tan ignorante de la problemática argentino-norteamericana como antes de pisar nuestra tierra. En cambio sus expertos y asesores –hombres seleccionados por el “gran dinero” para dirigir la política interamericana– saben bien que todo esto es una creación convencional de propagandística, la reunión casual de dos elencos unidos por una relación cómplice. El equipo nativo que lo recibirá es el agente local de la potencia que usted preside y no la encarnación del pueblo argentino, cuya vacancia intenta expresarse en estas cartas.
Aspiro a sintetizar el pensamiento de millones de argentinos
La comunicación epistolar de este tipo unilateral se presta a todos los prodigios dialécticos, desde la invocación al apóstrofe, desde la ironía al minucioso detalle de las fojas que componen el prontuario del imperialismo. Renunciando a esos fáciles caminos, aspiro a sintetizar el pensamiento de millones de argentinos y a demostrarle las razones por las cuales su visita está confinada a la zona intrascendente de los intereses creados y la publicidad regimentada. Como nuestro enfoque es diametralmente opuesto, me temo que lo más cómodo para usted sea refugiarse en la leyenda negra que sobre el Peronismo han difundido los diarios de su patria, para descartar estas opiniones como inspiradas en torvas doctrinas totalitarias. Sería de desear que desdeñe el subterfugio escapista de descalificar apriorísticamente las voces de la rebeldía y de la angustia. Sabemos que cualquiera de los funcionarios del Sur de los Estados Unidos viola permanentemente los derechos civiles y humanos de sus compatriotas de color, y que usted ha procurado, dentro de sus limitadas posibilidades, mejorar la condición de esos ciudadanos de segunda clase. Nosotros no juzgamos a su país por esos esclavistas disfrazados de demócratas; no juzgue usted a América latina por los esclavos disfrazados de gobernantes, ni por los financistas de almas heladas ni por los políticos de kermesse. La conversación entre el ventrílocuo y sus muñecos es entretenida para el público, pero el ventrílocuo no aprende nada.
La consolidación del frente occidental en la lucha entre EE.UU. y la URSS
Su gira, Mr. Eisenhower, tiene por fin consolidar el frente occidental en la lucha con la URSS por el predominio mundial. Los países situados al Sur del Río Grande tenemos una ubicación geopolítica especial, aislados en medio de grandes masas de agua y con el “cono sur” alejado del “hinterland” compuesto por el continente euro-asiático y la América del Norte. Constituimos la “isla sudamericana”, factor importantísimo en los planes del Pentágono como bastión de defensa ideológico-política, como base de abastecimientos y eventualmente, como elementos activos para la lucha militar. El pacto del Atlántico Sur, las maniobras conjuntas de nuestra Marina con la de Estados Unidos, forman parte de esa estrategia global, cuyos aspectos comprenden desde las planificaciones del Fondo Monetario hasta la liquidación de los movimientos nacional-liberadores para asegurar la estabilidad de los gobiernos sumisos.
Y, bien. Nosotros no nos resignaremos jamás a ser instrumentos de esa política de poder, ni a dejarnos acarralar por falsas antinomias. “Democracia contra totalitarismo”, “Civilización Occidental contra barbarie de Oriente”, “Valores del espíritu contra materialismo” son fórmulas de propaganda que no reflejan ningún dato concreto de nuestro drama americano. Las oligarquías están enroladas en esa lucha porque sus intereses coinciden con los del capital colonial, pero las masas han superado las disyuntivas mentirosas y saben que la única división real que existe en el mundo es la de países oprimidos y países opresores, la de pueblos que gozan de cierto bienestar social y los pueblos sometidos a la ignorancia, la represión y el infraconsumo.
Comprenderemos que los Estados Unidos estén empeñados en preservar el “american vay of life” (el modo de vida americana) que como usted ha declarado hace nos días, el ingreso “per capita” en su país ha llegado en 1959 al más alto nivel conocido. Pero nosotros, los latinoamericanos, ¿por qué hemos de participar en su defensa? ¿Para preservar nuestra pobreza, nuestra frustración, nuestra dependencia? No experimentamos resentimiento porque ustedes sean vecinos ricos: simplemente creemos que ningún fatalismo nos condena a la servidumbre y estamos dispuestos a hacer valer nuestro derecho a un destino propio.
Usted podría decirme que el “american way of life” es también una filosofía, un sistema espiritual cuyo máxima valor es la libertad humana. Aquí también discreparemos. La especulación abstracta carece de valor cuando sirve para disimular la realidad. El imperialismo es un hecho concreto surgido como consecuencia del desarrollo liberal-capitalista. Los países coloniales y semicoloniales somos víctimas de ese hecho, y no participantes de un mundo supuestamente libre e igualitario. De allí que, no obstante los planteos espiritualistas, no veamos que el enfrentamiento entre los dos bloques mundiales encierre para nosotros un dilema moral.
La “tercera posición”, solidaria con los pueblos que luchan para conquistar o preservar su independencia, es la que interpreta con toda vigencia el sentimiento nacional.
Es poco lo que nos une y mucho lo que nos separa
Como usted ve, Mr. Eisenhower, es poco lo que nos une y mucho lo que nos separa. No sólo estamos enfrentados en la relación imperialismo-colonia, sino que además nuestra libertad requiere la destrucción de las oligarquías locales, lo que contrapone nuestros intereses y diferencia nuestros estilos de vida y necesidades. El nacionalismo de ustedes es agresivo, es expansión, como corresponde a un centro cíclico; nosotros somos nacionalistas que deseamos un país libre y soberano. Ustedes son una gran nación con una política internacional y una estrategia en escala mundial; nosotros queremos recuperar nuestra autodeterminación y fijar una línea de conducta que contemple nuestros intereses y no los de potencias extranjeras, sean de Oriente o de Occidente. Ustedes necesitan que el Hemisferio responda a los cálculos de sus estrategos y de sus planificadores económicos; nosotros confiamos en que llegaremos a integrarnos con nuestros hermanos de Latinoamérica para constituir la unidad que soñaron Bolívar, San Martín y los grandes próceres. Ustedes han tenido una maraña continental de pactos, convenios, contratos y acuerdos; nosotros desconocemos todo compromiso que menoscabe nuestra soberanía, nos embarque en aventuras bélicas o afecte nuestras fuentes de producción.
Estados Unidos adoptó un régimen político que le permitió convertirse en la primera potencia mundial; América latina tiene que poner fin al desajuste entre esos sistemas institucionales trasplantados y las necesidades de sus masas empobrecidas. El capitalismo norteamericano está identificado con la política general que el país acepta; nuestra oligarquía sirve políticas extra nacionales y se alía con las fuerzas que traban nuestro desarrollo. Desde 1776, Estados Unidos se anexó más de ocho millones de kilómetros cuadrados; nosotros queremos ser dueños de nuestro suelo y nada más. La opinión pública norteamericana se canaliza a través de los dos grandes partidos; nuestro pueblo está reducido a la opción forzosa entre varios partidos que son avanzadas del imperialismo. Ustedes afirman que existe la “igualdad de oportunidades” y que ella, al permitir que los más aptos en la lucha económica ganen posiciones en la escala del ingreso, constituye una forma acabada de justicia social; nosotros pensamos que esos éxitos individuales aumentan el número de los privilegiados sin disminuir la injusticia de la estratificación clasista. Ustedes tienen un sindicalismo apolítico, que cree en el orden establecido y negocia dentro de él por mejoras de salarios y de condiciones de trabajo; nuestro movimiento obrero es político y revolucionario y constituye el eje de la lucha nacional, ya que su suerte como clase está vinculada a la obtención de la independencia; no puede reducirse a ser “grupo de presión” sino que aspira a participar en un gobierno de liberación nacional.
Esta enumeración, que podría prolongarse durante varias carillas, le explicará por qué no es suya la culpa si su gira no pasa a ser un episodio en lo periférico de la relación continental. Por el contrario, usted tiene todas las condiciones que facilitan el éxito propagandístico: además de victorioso militar, es afable, buen padre de familia y sin duda alguna, bien intencionado. Pero las calidades personales, con ser importantes, no gravitan fuera del mazo impuesto por la contingencia. Antes se comparaba al imperialismo inglés, sutil y habilidoso, con el imperialismo yanki, cuya dura mano llenó de cicatrices al continente. Pero esa distinción era un tema de “cocktail party” y nosotros no tenemos tiempo para ir a fiestas; el imperialismo es siempre el imperialismo, ya actúe por medio del garrote de Teddy Roosevelt o de la sonrisa de hombres simpáticos como usted. No nos impulsa ningún oscuro rencor antiyanki. Si alguna vez los cañones norteamericanos arrasaron las instalaciones de las Islas Malvinas cuando estaban en poder de sus legítimos dueños, los argentinos, queremos que ese incidente quede sepultado en el fondo de la historia. Lo que tenemos la obligación de no olvidar es que la nación que usted preside es factor primordial de nuestra recolonización a partir de 1955. Y como los países y los hombres se definen por sus actos, eso no pueden borrarlo ni las exquisiteces del protocolo ni la calidad hipnótica de su sonrisa.
La meditación del catolicismo
Claro, Mr. Eisenhower, que en su carcaj retórico queda una flecha envenenada: siendo católica la mayoría de la población de América latina ¿no se considerará obligada a combatir contra el “materialismo” comunista? No puede negarse que cierto porcentaje de católicos han caído en esta trampa de presentar el conflicto interbloques como una guerra santa. Excluyamos a los que utilizan su condición de católicos para mantener las desigualdades sociales: esos carecen de importancia porque sus móviles son extra espirituales. Un usurero católico. Pero hay otros cándidos sobre los cuales la propaganda masiva –que todas partes manejan los capitalistas y en los países periféricos el imperialismo– ha surtido efecto. Cada vez serán menos. En primer lugar, porque una posición que se define negativamente –contra el comunismo– manifiesta su notoria debilidad espiritual. Estados Unidos y la URSS, con sus respectivos aliados, no agotan las posibilidades humanas y menos cuando se forma parte de un continente en cuya liberación están implícitas nuevas formas político-sociales. Y luego, porque tarde o temprano comprenderán que los han encerrado en una falsa disyuntiva. Para terminar con el “materialismo” marxista, se les ofrece la solución de apoyar otro materialismo. El sistema de libre empresa capitalista es la glorificación del afán de lucro, que pone los bienes materiales y del espíritu en manos de los que tienen un talento determinado: ganar dinero. La propiedad de medios materiales es el eje alrededor del cual se van integrando los demás valores, desde la acumulación de más dinero hasta el acceso a la cultura y el saber, que se transforman en instrumentos técnicos de la riqueza. Los privilegiados de esta organización predatoria la mistifican, presentándola como un orden ético-cultural de suprema grandeza espiritual, lo cual es una burda desvirtuación de la teología.
La categoría esencial de la burguesía es la del tener, y no la del ser. Su actividad es práctica y horizontal, y la fe que ahora invoca en defensa de su mundo en descomposición es un modo de propiedad, algo que se tiene como una cosa y no un acto espiritual “que afecta, penetra y sobreeleva al ser mismo de la persona”. El sistema capitalista, es un orden contingente que como tal pasará. Utilizar a Dios para eternizar ese instante de la Historia es una prostitución de los ideales religiosos. Para un católico auténtico, la Historia está en el Cristianismo, y no a la inversa. De lo contrario, se quiere sumir lo infinito en lo finito y se está negando que la Iglesia tenga su fuente en lo trascendente y no en puros valores históricos inmanentes. El capitalismo quiere ser dueño de todo –de las cosas, de las ideas, de las grandes palabras, de la religión– porque ha creado un mundo donde los medios se han transformado en fines y donde el criterio de lo útil prevalece sobre la búsqueda de la Verdad. Como su filosofía está desintegrada por la crítica y por Historia, quiere hacer de la Religión la ideología que lo afirme en la explotación del hombre. El protestantismo fue el ideal religioso que convalidó al naciente capitalismo, equiparando la predestinación de la riqueza. El imperialismo declinante quiere ahora mediatizar al catolicismo. Quienes se prestan a ello son crucificadores disimulados o Judas que no han encontrado su hoguera.
La “coexistencia” no puede significar la liquidación de los movimientos nacionales de liberación
Le agradecemos que en Camp David haya procurado, junto con Mr. Krutschev, evitar que volemos todos. Pero de la “coexistencia” entre la URSS y los Estados Unidos no puede extraerse como saldo el congelamiento del hemisferio en su actual primitivismo político-económico. Si estamos en campos hostiles, no es porque nos guíe ninguna campaña pro-soviética, sino porque nos negamos a enlazar nuestro destino con ninguno de los colosos. Esta generación ha superado la etapa de la rebeldía y quiere entrar en la etapa de la construcción revolucionaria, que culminará cuando, de veinte soberanías teóricas encubriendo veinte servidumbres famélicas hagamos una gran unidad. Lo que no lograrán los gobernantes que hablan constantemente de amistad mientras contribuyen el mantenimiento de las estructuras que perpetúan nuestra impotencia, sino los pueblos irrumpiendo para imponer nuevas formas sociales que aseguren una libertad vigente, el desarrollo independiente de una economía diversificada y el reparto equitativo del producto social.
Toda decisión política es una decisión ética
La alternativa es plegarnos al imperialismo o militar contra él y sus formas locales. Usted conocerá muchos hombres que han resuelto el problema en su favor; también Tito cuando destruyó Jerusalén llevaba dos judíos en su comitiva. Otros piensan que es imposible enfrentar a los poderosos, y esos también han decidido, pues la inacción y el derrotismo son formas de tomar partido por el statu quo imperante. Pero esa minoría nada representa ante los millones de hombres y mujeres incorruptos que saben que toda decisión política es una decisión ética y no han abdicado de su libertad, asumiendo una tarea liberadora cuyas dificultades y peligros conocen. El pensamiento Latinoamérica no puede sino ser revolucionario. En cuanto deja de serlo se niega a sí mismo, porque admite como inmutable la situación que nos oprime. Un sistema es nada más que “una elección humana convertida en situación”; es contingente y determinado histórica y geográficamente. La historia no es un hecho externo del hombre, sino el producto de la voluntad humana. Piense, señor Presidente, que aunque la lucha parezca demasiado desigual, el destino de nuestra América lo forjaremos los que padecemos la opresión sin convalidarla con nuestro silencio. Los que soportamos al verdugo pero no lo bendecimos. Los que estamos dispuestos a morir a manos de él pero no por él.