(S. XV-1613)
Autor: Felipe Pigna
Junto a sus socios formó una banda de contrabandistas en la Buenos Aires del 1600.
Uno de los primeros contrabandistas seriales porteños de la época colonial fue el lusitano Bernardo Sánchez, más conocido como Bernardo Pecador o “hermano Pecador”.
El hombre era un auténtico maestro en las artes del enriquecimiento y amasó una considerable fortuna. A su muerte, la banda de contrabandistas portugueses quedó al mando de don Diego de la Vega, un «zorro» que había entrado clandestinamente a Buenos Aires con su mujer, Blanca Vasconcelos.
En su manzana, delimitada por las actuales Alsina, Moreno, Balcarce y Defensa, y en su chacra de Barracas atracaban los barcos para descargar esclavos y mercaderías. Para entonces ya dominaba el tráfico con el Brasil y Portugal, y tenía agentes en Lisboa, Londres, Río de Janeiro, Flandes, Lima, Angola y el interior de la región del Río de la Plata.
Don Diego, en compañía de Diego de León, Juan de Vergara, el capitán Mateo Leal de Ayala y el tesorero de la Hacienda Real, Simón de Valdez, armó una organización conocida como El Cuadrilátero, que se transformaría en la banda de contrabandistas más grande de toda la América española.
El objeto de esta sociedad era ejercer este lucrativo tráfico clandestino. En algo más de tres años introdujeron alrededor de 4.000 “piezas” (como los negreros llamaban a los hombres, mujeres y niños capturados en África para explotarlos en América), obteniendo una ganancia de más de 2 millones de ducados.
Sus maniobras se ajustaban a la norma que disponía que todo contrabando requisado debía ser rematado de inmediato. Cumpliendo con tal requisito, en cuanto llegaba un contrabando, los miembros de la pandilla se encargaban de denunciarlo, de manera que enseguida los negros se ponían a la venta pública.
Ninguna oferta podía sobrepasar el precio básico de la ley, unos 100 pesos plata, y el que hacía una oferta que lo sobrepasara, si no era de la banda, perdía la plata y hasta la vida. Los desdichados negros eran vendidos luego en Potosí por varias veces la suma que habían pagado los delincuentes.
Los confederados no descuidaron el aspecto legal y enviaron a España al abogado Antonio de León Pinelo, para cerciorarse de que estaban actuando “dentro de la ley”.
Diego de la Vega armó una organización conocida como El Cuadrilátero. En algo más de tres años introdujo alrededor de 4.000 personas traídas de África como esclavos.
El encargado de organizar estas subastas, a las que llamaron “contrabando ejemplar”, era el tesorero real Simón de Valdez, quien llegó al puerto de Buenos Aires en febrero de 1606, tomó posesión de su cargo el 13 de marzo y fue aceptado por el Cabildo el 3 de abril.
Al día siguiente se presentó en sociedad: en la casa de los oficiales reales, frente al Fuerte, se enfrentó a puñaladas con el contador de la Real Hacienda, Hernando de Vargas.
Simón de Valdez vino con Lucía González de Guzmán, que llegó a ser una activa participante de la banda. Lucía adoraba ostentar sus riquezas. Sus gustos se habían refinado tanto que sólo iba a misa si se hacía conducir por sus esclavos en silla cubierta, con estrado y cojines de ricas telas.
En 1610, don Diego de la Vega logró que el Cabildo porteño le concediese la calidad de vecino, demostrando que “hacía 9 años que tenía casa poblada y haciendas de importancia en la ciudad”.
Por aquel entonces, su socio Juan de Vergara había comenzado a ocupar cargos en la administración local y poco a poco fue transformándose en uno de los mayores terratenientes de la región, exportador de ganado y productor agrícola, utilizando gran cantidad de esclavos e indios alquilados.
El nuevo gobernador Negrón dictó una disposición que le costaría la vida: ordenó que las subastas de cargas ilegales por “arribadas forzosas” se hiciesen previa tasación del gobernador y a su “justo precio”. El 26 de julio de 1613 murió repentinamente.