1° de Enero de 1946
Mis queridos amigos:
Sean mis primeras palabras de salutación cariñosa para este hermoso pueblo del cual me despedí hace veinticinco años siendo Teniente Primero, pensando en volver algún día, pero no con la satisfacción de hoy, en que los estrecho a todos en un estrecho abrazo.
Tengo la inmensa dicha de cerrar esta primera fase de mi campaña con esta visita a Santa Fe. He visto en el Norte, las provincias doloridas por el abandono de tantos años; la niñez, víctima de la miseria fisiológica y mucho más de la miseria social, he pensado que todo cuando se critica en mi campaña de justicia social se justifica sólo viendo a un pobre miserable changuito de los altiplanos de Jujuy, hambriento, desnutrido y harapiento.
Puede ser que nuestros enemigos, que se ensañan empleando la calumnia y la mentira, tenga razón en algunas de sus acusaciones. Debo decirles que a pesar de la prensa venal, de sus calumnias, de sus mentiras y sus mueras, cada día vamos teniendo más razón en ser enemigos de ellos y amigos de los pobres.
No somos enemigos de los buenos comerciantes, de los industriales, de los buenos ganaderos ni de los buenos patrones. Somos enemigos de los egoístas, capaces de ser indiferentes a la miseria sin que se les conduela el corazón, porque la única víscera sensible que tienen es el bolsillo. Nuestro Movimiento no busca la destrucción de nadie. Persigue una construcción equilibrada en la que, como hemos afirmado muchas veces, no exista la ignominia de contemplar la riqueza en medio de la miseria. Queremos una política más justa y en esa tarea estamos empeñados. Hemos de realizarla desde el Gobierno o desde lo llano.
Por eso nos reunimos en esta magnífica asamblea que tiene su germen más genuino en la más pura democracia de los pueblos. Se nos dijo primero comunistas, después se nos dijo nazis, lo que demuestra que tomando el punto intermedio resulta lo justo: somos única y exclusivamente argentinos. Somos única y exclusivamente argentinos que abogaremos incansablemente por una Patria mejor que soñaron nuestros mayores y a la que demagogos y ladrones, a quienes acusamos y acusaremos eternamente, la desviaron en su provecho.
No luchamos por beneficios personales ni por compromisos políticos, sino por un ideal que todos conocemos y sentimos. En nuestro movimiento no hay fuerzas extrañas ni que vengan allende los mares ni de los grandes capitalistas de la Nación. Luchamos solamente por el beneficio que el Gobierno está en la obligación de dar a su pueblo, que todo lo hace y que no le reclama nada.
Por eso yo invito a todos los ciudadanos argentinos a que reflexionen sobre la hora que estamos viviendo. No estamos fundando un partido político; somos la resultante de una Revolución en marcha que tiene un contenido económico, social y político, que irremediablemente ha de cumplirse. Vamos a la reforma del Estado en que hemos estado sometidos durante treinta años. Partimos del principio fundamental de la Nación después de ciento treinta años de independencia política. Queremos que cada argentino tenga acceso a la tierra y que está sea del que la trabaja y no del que explota su renta.
Nosotros, a quienes se ha acusado de malgastar los dineros del Estado, hemos saneado las finanzas del País. Debíamos ocho mil millones de pesos y hemos pagado cuatro mil millones y durante la guerra abastecimos a los países aliados por valor de otros cuatro millones, suma que en este momento nos deben. Estamos al día, no debemos un centavo a nadie. Por primera vez en la historia del país podemos decir que no debemos del exterior, que tenemos nuestra independencia económica que complementa la independencia política hace 139 años.
Y pensar que los que son nuestros acusadores antaño fueron no los que realizaron obras por ocho millones, sino los que vendieron el país por ocho millones.
Y pensar que en esta tierra como no hay otra en el mundo hemos estado cien años negando la existencia de hierro y carbón, y que en este momento estamos produciendo tres toneladas por hora de hierro y dentro de un año produciremos seis toneladas por hora.
Es que en este país, en vez de hacer alta finanza se la hecho economía doméstica desde el Gobierno.
Se encuentra también lanzada una reforma industrial que ha de permitir al país reconquistarse a sí mismo para no ser tributario eterno de los extranjeros en un Estado de civilización semicolonial. Necesitamos una industria, y hay que conquistarla, aunque sea a pulmón.
De ahí va a salir lo necesario para una distribución equitativa de los beneficios. De ahí va a salir la justicia que propugnamos y necesitamos. Le voy a explicar hoy cuál ha sido nuestra política social y por qué se ha realizado.
La política social del Gobierno de la República es absolutamente racional y obedece a un plan perfectamente preconcebido. Lanzamos desde el gobierno las tres reformas. Primero, la reforma rural, aumentando la riqueza por la explotación de la tierra mediante el Consejo Agrario, entregando la tierra a quien a trabaja. La reforma rural sería la base para el aumento de la reforma, que debía completarse con la acción industrial, transformando esa producción y multiplicado su valor por la industrialización. Con ello, el país, más rico por su mayor producción y multiplicada su riqueza por la industrialización, arrojaría beneficios suficientes para satisfacer la justicia social que propiciamos.
Ése era el orden: primero la reforma rural, después la industrial y, finalmente, la social. Pero hubo necesidad de alterar el orden de la realización.
Yo era un hombre que llegaba por primera vez al Gobierno. No tenía detrás de mí otra opinión que la de mis amigos, un círculo muy reducido. Necesitaba pensar seriamente en el orden que había de dar a estas reformas.
La reforma social no podía postergarse ni oponerse a la rural e industrial porque si no nuestros obreros, cuando recibieran los beneficios, ya habrían fallecido de inanición. Por otra parte, yo necesitaba el apoyo de las masas obreras para lanzar estas reformas. Por esos motivos, cambié los términos y comencé por la reforma social; los que se llaman a sí mismos las fuerzas vivas reaccionaron y me lanzaron un torpedeamiento sistemático por los diarios a su servicio mediante numerosas solicitadas. Yo, que había previsto el ataque, tres horas después les conté. Inmediatamente, ellos reaccionaron. Pero las masas estaban satisfechas con nuestra justicia social, se hicieron cargo del combate y fue una batalla ganada en Diagonal y Florida por doscientos cincuenta mil trabajadores.
Desde entonces, la oligarquía y esos vivos de las fuerzas se han dedicado a comprar…de contrabando, pero olvidan que para manejar…se necesitan hombres, y ellos no son hombres.
Nuestras reformas están en marcha. Por eso he dicho que somos un movimiento de renovación y que representamos una antorcha en marcha que ilumina un nuevo camino de una Argentina más justa y más digna.
Por eso no hemos cedido ante el extranjero. No hubiéramos tenido ni problema internacional ni problema interno si no hubiéramos decidido a vender el país como se nos solicitaba. Nuestro movimiento respalda esas reformas. Es un movimiento de depuración y de renovación que requiere talento para administrar y dirigir el país; pero quiere también virtud para calificar ese talento, que sin aquélla es una condición negativa en los hombres.
Nuestro movimiento, que respalda las reformas fundamentales que hace cien años espera el país, es un movimiento orgánico. No puede ser una turba política. Por eso he aguardado el fin de este viaje para decir a todos los argentinos de esta tribuna que es necesario organizarse.
Yo soy enemigo de los hombres providenciales. Por eso tengo fe en las fuerzas organizadas, porque la organización es lo único que vence al número, a la violencia, a la maldad y a la mentira.
Ahí nace precisamente la reforma política que complementa la reforma económica y social, porque la reforma social está destinada a consolidar las otras dos reformas.
Esa reforma política ha de venir por los caminos que corresponden.
Uno por el método ideal, desde el Gobierno, por el camino constitucional, y otro por el método real, realizado por el pueblo, formando una verdadera fuerza política organizada, sin la cual repetiremos el fenómeno a que nos tiene acostumbrados la política argentina.
¿Qué es un gobierno orgánico? Es una agregación de fuerzas sólidamente aglutinadas que tiene a su frente a un idealista, que no debe ser forzosamente ni un genio ni un sabio, sino un hombre a quien la naturaleza ha dotado de una condición especial para abarcar un panorama completo que otros no ven. Ese hombre tiene dos o tres discípulos para que cuando muera haya quien lo prolongue en el tiempo y el espacio. Detrás de ellos viene la plana mayor del partido, que tiene ocho, diez o veinte especialistas o técnicos para cada gran rama del Estado, que son los candidatos a ser ministros, y se preparan desde el llano con estudio y sacrificio, y no hay problema del país, por insignificante que sea, que en su rama no lo dominen y tengan la solución, para que, al llegar al gobierno, abran el cajón de su escritorio, saquen el plan y ordenen su inmediata ejecución.
Detrás de estos técnicos está un cuerpo de especialistas para planificar y más allá de los capitanes, con la masa que apoya la opinión pública para las decisiones del Gobierno.
Ése es un partido orgánico. Analicen cuál ha sido un partido organizado así en la República. Nuestros partidos, por condición gregaria, han nacido detrás de un hombre y no han tenido organicidad. Como consecuencia de ello, cuando un hombre llega al Gobierno, se sienta en la silla y dice: «Ministro de agricultura, Fulano; ministro de Hacienda, Mengano; ministro de Obras Públicas, Sutano», de los cuales muchas veces ninguno conoce los problemas con los cuales va a manipular.
A causa de esa improvisación, hasta que cada uno de ellos toma la mano de lo que tiene que realizar, anda un año a la deriva, para un lado y otro, y como hay veinte aspirantes para cada cargo, se pelean entre sí y el partido se disocia, perdiendo el Gobierno el apoyo de su partido político.
Ambas cosas hacen que el partido pierda, en el primer año de gobierno, todo su prestigio. Después dicen que el pueblo argentino es eminentemente oposicionista porque está siempre contra el Gobierno. No es así; es que el Gobierno, en ese primer año, no deja error por cometer y merece el repudio del pueblo.
Buscamos que nuestro movimiento no caiga en esos errores, y para ello es necesario adquirir organicidad, disciplinarse como fuerza cívica. Que laboristas, radicales y hombres de buena necesidad se unan codo con codo y corazón a corazón para esta gran cruzada de los argentinos.
Quizá esta pueda ser la última oportunidad, argentinos. La ocasión la pintan calva, como dice el pueblo, y el pueblo siempre tiene razón. Es necesario que ahora que la fortuna nos tiende la mano estemos listos para asirla y no largarla jamás. Por eso, cada uno de ustedes ha de luchar incansablemente por la unidad de nuestras fuerzas, por la pureza de nuestros principios y porque hagamos, con nuestro sacrificio y nuestro desprendimiento personal, una obra que nos agradecerán nuestros hijos, nuestros nietos y todas las generaciones venideras.
No deseo terminar estas breves palabras sin recomendarles lo que siempre he recomendado a los obreros que siempre me visitaban semanalmente a la Secretaría de Trabajo y Previsión: Estén atentos a la propaganda de las fuerzas del mal, propaganda que hoy especula con la falta de discernimiento de los hombres y que busca explotar la sugestión colectiva dirigiéndose a presentar un hecho que el olvido general a la desaprensión de los que andan en otros problemas acepta sin reflexionar.
La propaganda constituye el virus de la falacia más absoluta. Ella ha hecho que la conducción de los pueblos no esté en manos de hombres más morales y capaces, sino de quienes pueden pagar una mejor propaganda. Queremos matar esa mentira y para ello existe un solo remedio que Dios ha dado a los hombres: el discernimiento.
He contado siempre a mis amigos un cuento de mi niñez que me sirvió de ejemplo para toda mi vida. Mi padre, viejo estanciero del Chubut, había comprobado unos carneros en la Exposición rural y cuando los recibió dudaba de que fueran realmente buenos. Yo creía que lo eran y le dije que no desconfiara. Él me respondió: «Escucha, hijo», y llamando a un perro grande que tenía, le dijo: «León, León», y León vino. » ¿ Ha visto? Le digo León y vino, pero no es león; es perro», Cuando creamos que es un león, tengamos cuidado, porque puede ser perro.
Lo que yo llamo propaganda preventiva me han dado un gran resultado con mis amigos obreros. Los mismos canillitas, al venderles los diarios, les dicen: «Sírvase, señor; son todas mentiras». Los obreros ya no creen en lo que dice la prensa que se paga. En cambio, la oligarquía que la paga se autointoxica con sus propias mentiras.
Cuando algunos amigos se afligen porque en Córdoba, donde tuvimos doscientos mil hombres en un mitin y la prensa dice que tuvimos diez mil, se enojan, yo les digo que me alegra mucho, porque los que se engañan son ellos, porque nosotros sabemos que eran doscientos mil.
Mañana esos órganos que se llaman opinión y son empresas comerciales dirán que aquí hubo tres mil personas y que a cada uno le pagamos cincuenta pesos.
Finalmente, les podría decir como Martín Fierro, que nunca olviden los consejos de un padre, que más que padre es un amigo. Sean unidos; no hagan pequeñas diferencias entre hermanos frente al enemigo común.
Piensen que estamos empeñados en una lucha en que se juega el ser y el destino mismo de la Nación; porque yo estoy persuadido de que si alguna vez a este pueblo, que ha despertado a la vida cívica y democrática, se le cerrara nuevamente el camino a la administración, a la legislación y al Gobierno, tendríamos la guerra civil.
Somos hombres de paz y de orden; no queremos pelear, queremos votar. No queremos insultar a nuestros enemigos políticos que pasan el día insultándonos. Ellos dicen «Muera Perón». Yo les pregunto: » ¿ Viva quién?»
Les pido unión, desprendimiento personal, valores morales; que elijan a los hombres pensando en la Patria y en nuestro movimiento, que ha de perdurar si los hombres que se eligen son puros y capaces.
¿Quién ha de gobernar Santa Fe? Lo dirán los santafesinos. No he de intervenir jamás en problemas regionales, porque soy un líder de la verdadera democracia, que nace del pueblo, para gobernar al pueblo, para el pueblo.
Elijan bien. ¡Pobre país si volvieran a repetirse los errores del pasado!
Los que han equivocado el camino y han delinquido en la función pública deben ser condenados al ostracismo, a la usanza de los antiguos romanos.
No nos ocupemos de criticar a nuestros enemigos porque tenemos muchos problemas por resolver.
Y antes de terminar, invocando a Dios, les ruego que en este año de 1946 lleven sobre ustedes y sus familias todo el cúmulo de felicidades y bendiciones que ustedes merecen.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar