El 28 de mayo de 1810, el decreto confiriendo honores al presidente de la Junta


Hacía tiempo que el ritmo natural que durante siglos había caracterizado a las colonias españolas de América se había alterado. El 13 de mayo de 1810, los habitantes de Buenos Aires pudieron confirmar los rumores que circulaban intensamente: la Junta Central de Sevilla, último bastión de la Corona española en pie, había caído también a manos de los ejércitos napoleónicos. Inmediatamente, el virrey Cisneros advirtió que se crearía una nueva regencia americana en representación de Fernando VII y en defensa de la Corona. Pero los patriotas criollos creyeron que era momento de convocar a un Cabildo Abierto que discutiera los pasos a seguir.

El 21 de mayo, una multitud, encabezada por Domingo French y Antonio Luis Beruti, se reunió con las armas en la mano para exigir el Cabildo Abierto y la renuncia del virrey. El 22 de mayo, “la parte más sana y principal del vecindario” concurrió al Cabildo. Se discutía qué hacer tras haber caído Sevilla en manos de los franceses. Los más conspicuos defensores del statu quo, entre quienes se encontraban el obispo Benito de Lué y Riega y el fiscal Manuel Genaro Villota, sostenían que los americanos debían obediencia a los españoles. Pero los criollos, en boca de Juan José Castelli y Juan José Paso, exigían la conformación de juntas autóctonas, porque consideraban que, desparecido el rey, el poder había regresado al pueblo.

Tras la votación, triunfó ampliamente la opción de deponer al virrey y delegar el poder en el Cabildo. Sin embargo, ese mismo día el Cabildo daría su golpe contrarrevolucionario nombrando una junta presidida por al virrey depuesto, algo que concretaría el 24 por la mañana y que resultaría inadmisible para los partidarios del cambio.

El 25 de mayo las protestas eran ya incontenibles. La misma multitud de días atrás ocupaba nuevamente la plaza. Ni los jefes militares estaban ya del lado del virrey. Los cabildantes debieron finalmente solicitar la renuncia de Cisneros y aceptar la propuesta de nombrar una nueva junta. Así, nacía el primer gobierno patrio.

Saavedra fue el presidente. Lo secundaron Mariano Moreno, Juan José Paso, Manuel Alberti, Miguel Azcuénaga, Manuel Belgrano, Juan José Castelli, Juan Larrea y Domingo Matheu. Todos juraron en nombre de Fernando VII, pero algunos creían que era sólo cuestión de tiempo para que esto dejara de ser así. Años de guerra deberían pasar antes de que el 9 de julio de 1816 se declarara la independencia.

Pronto, comenzaría a cobrar protagonismo un joven abogado, Mariano Moreno, quien como secretario de Guerra y Gobierno, llamaría a defender a la Junta contra la inminente reacción de los realistas, que no tardaría en aparecer en algunos conatos provinciales, como Córdoba. Comenzarían las expediciones militares, pero también las disensiones internas entre saavedristas, de tendencia más conservadora, y morenistas, de corte más radicales.

El secretario cobraba cada vez mayor relevancia y tiempo después, Ignacio Núñez comentaría: “El doctor Moreno encaminaba la nave a un punto determinado y sin hipocresía hablaba y escribía sobre la soberanía del pueblo, sobre el despotismo y tiranía, sobre esclavitud y libertad, sobre patria e independencia, haciendo circular también una traducción del Contrato social, de Juan Jacobo”.

El 28 de mayo, la junta emitió un decreto que organizaba su labor, el tratamiento y honores que correspondían. En parte se conferían los mismos honores al presidente que los que anteriormente había tenido el virrey. Más tarde se cristalizarían en este decreto las profundas diferencias entre el presidente y el secretario de la junta.

Si bien Moreno aseguró que el decreto del 28 de mayo fue “un sacrificio transitorio” para el “bien general de este pueblo”, un episodio vendría a complicar aun más la relaciones entre ambos. El 5 de diciembre de 1810, hubo una fiesta en el Regimiento de Patricios, para celebrar la victoria de Suipacha. Uno de los asistentes, el capitán de Húsares Atanasio Duarte propuso un brindis «por el primer rey y emperador de América, Don Cornelio Saavedra,» y le ofreció a doña Saturnina, la esposa de Saavedra, una corona de azúcar que adornaba una torta.

Al enterarse del episodio, el secretario Moreno redactó el 6 de diciembre un decreto prohibiendo todo brindis o aclamación pública a favor de cualquier funcionario y suprimió todos los honores especiales de que gozaba el Presidente de la Junta. La pelea entre Moreno y Saavedra estaba desatada.

Recordamos en esta oportunidad las palabras dadas por Moreno, al momento de explicar el decreto que confería honores excesivos al presidente de la Junta.

Fuente: Ignacio Núñez, Noticias históricas, Buenos Aires, Jackson, 1953.

«… Es verdad que consecuente al acta de su erección, decretó al Presidente en orden del 28 de mayo los mismos honores que antes se habían dispensado a los virreyes; pero éste fue un sacrificio transitorio de sus propios sentimientos, que consagró al bien general de este pueblo. La costumbre de ver a los virreyes rodeados de escoltas y condecoraciones habría hecho desmerecer el concepto de la nueva autoridad, si se presentaba desnuda de los mismos realces; quedaba entre nosotros el virrey depuesto; quedaba una audiencia formada por los principios de divinización de los déspotas; y el vulgo que sólo se conduce por lo que ve, se resentiría de que sus representantes no gozasen el aparato exterior, de que habían disfrutado los tiranos, y se apoderaría de su espíritu la perjudicial impresión de que los jefes populares no revestían el elevado carácter de los que nos venían de España. Esta consideración precisó a la Junta a decretar honores al Presidente, presentado a el pueblo la misma pompa del antiguo simulacro, hasta que repetidas lecciones lo dispusiesen a recibir sin riesgo la moderación del Presidente con aquella disposición, pero fue preciso ceder a la necesidad, y la Junta ejecutó un arbitrio político, que exigían las circunstancias, salvando al mismo tiempo la pureza de sus intenciones con la declaratoria, de que los demás Vocales no gozasen honores, tratamiento, ni otra clase distinciones».

 

Mariano Moreno