El cazador de historias, de Eduardo Galeano (fragmentos)


«Nací el 3 de setiembre de 1940, mientras Hitler devoraba media Europa y el mundo no esperaba nada bueno. Desde que era muy pequeño, tuve una gran facilidad para cometer errores. De tanto meter la pata, terminé demostrando que iba a dejar honda huella de mi paso por el mundo.” Con estas palabras aludía Eduardo Galeano a sus comienzos y legados, y pese a que fue un gran amante del fútbol y la gambeta, el tiempo se encargó de demostrar que no serían sus piernas las destinadas a dejar su huella indeleble en varias generaciones.

Sus manos, capaces de construir mundos y encender llamas, sí. “No importa de dónde venga la historia –decía Galeano- la escribo si me pica la mano.” Y parece que la mano picó y mucho, convocando a “las palabras que le caminaban por dentro”, como dijo alguna vez, plasmándose en diminutas libretas sobre las historias más diversas, que pronto se abrían camino en libros que recorrerían el mundo.

Eduardo Galeano nació en Montevideo, Uruguay, y desde pequeño quiso ser jugador de fútbol. La vida lo llevó por otro lado. Fue obrero en una fábrica, cobrador, pintor y dibujante. A los catorce años, se inició en el periodismo en el seminario socialista El Sol, donde publicó dibujos y caricaturas que firmaba bajo el pseudónimo de Gius. En la década de 1960 se desempeñó como editor del semanario Marcha y del diario Época. Comprometido con la situación política de su tiempo Galeano publicó en 1971 Las venas abiertas de América Latina, en el que recorre la explotación de América Latina desde los tiempos de Colón.

Su preocupación por los desheredados, los marginados, los invisibles es constante en su obra: China; Guatemala, clave de Latinoamérica; Reportajes; Siete imágenes de Bolivia, Violencia y enajenación; Crónicas latinoamericanas; Vagamundo; El libro de los abrazos; América Latina para entenderte mejor; Patas arriba; Escuela del mundo al revés, La canción de nosotros, Memoria del fuego; Bocas del tiempo; Espejos y los Hijos de los días, son solo algunos ejemplos.

Tras el golpe de Estado de 1973, Galeano se exilió en la Argentina, donde fundó la revista Crisis. Más tarde, con el derrocamiento de María Estela Martínez de Perón por los militares, debió continuar su exilio en España. En 1985, con la vuelta de la democracia a Uruguay, Galeano regresó a su Montevideo natal y junto a Mario Benedetti y otros escritores y periodistas fundó el semanario Brecha. Formó parte del Consejo Asesor de esta revista hasta su muerte ocurrida el 13 de abril de 2015.

Compartimos en esta ocasión algunos fragmentos de El cazador de historias, un libro póstumo que Galeano había terminado en 2014, cuyo lanzamiento debió demorarse a causa de su débil estado de salud. El libro, de fuerte compromiso social, es una exquisita síntesis de ternura y humor que tiene al mundo en que vivimos de telón de fondo.

Fuente: Eduardo Galeano, El cazador de historias, Buenos Aires, Siglo XXI, 2016, págs. 15, 16, 24, 28, 32, 38, 43, 44, 53, 221, 255.

Los libres

En los días, los guía el sol. En la noche, las estrellas.
No pagan pasaje, y viajan sin pasaporte y sin llenar
formularios de aduana ni de migración.
Los pájaros, los únicos libres en este mundo habitado
por prisioneros, vuelan sin combustible, de polo a
polo, por el rumbo que eligen y a la hora que quieren,
sin pedir permiso a los gobiernos que se creen dueños
del cielo.

Los náufragos

El mundo viaja.
Lleva más náufragos que navegantes.
En cada viaje, miles de desesperados mueren sin
completar la travesía hacia el prometido paraíso donde
hasta los pobres son ricos y todos viven en Hollywood.
No mucho duran las ilusiones de los pocos que consiguen
llegar.

Costumbres bárbaras

Los conquistadores británicos quedaron bizcos de asombro.
Ellos venían de una civilizada nación donde las mujeres
eran propiedad de sus maridos y les debían obediencia,
como la Biblia mandaba, pero en América encontraron
un mundo al revés.
Las indias iroquesas y otras aborígenes resultaban
sospechosas de libertinaje. Sus maridos ni siquiera
tenían el derecho de castigar a las mujeres que les pertenecían.
Ellas tenían opiniones propias y bienes propios,
derecho al divorcio y derecho de voto en las decisiones de
la comunidad.
Los blancos invasores ya no podían dormir en paz:
las costumbres de las salvajes paganas podían contagiar
a sus mujeres.

Sordos

Cuando los conquistadores españoles pisaron por vez
primera las arenas de Yucatán, unos cuantos nativos les
salieron al encuentro.
Según contó fray Toribio de Benavente, los españoles
les preguntaron, en lengua castellana:
—¿Dónde estamos? ¿Cómo se llama este lugar?
Y los nativos dijeron, en lengua maya yucateca:
—Tectetán, tectetán.
Los españoles entendieron:
—Yucatán, Yucatán.
Y desde entonces, así se llama esta península.
Pero en su lengua, los nativos habían dicho:
—No te entiendo, no te entiendo.

La explicación

El fraile dominico Antonio de la Huerte escribió, en
1547, a propósito de las rarezas de América:
Se diría que, en el día de su creación, al Señor le temblaba
un poco el pulso.

La piel del libro

Él nos dio y nos da mucho placer, pero recibió poco
o ninguno.
Tsai Lun, eunuco, miembro de la corte imperial china,
inventó el papel. Fue en el año 105, tras mucho
trabajar con la corteza del árbol de la mora y otros vegetales.
Gracias a Tsai Lun, ahora podemos leer y escribir
acariciando la piel del libro, mientras sentimos que son
nuestras las palabras que nos dice.

Los profetas de Túpac Amaru

A principios del siglo dieciocho, Ignacio Torote se
alzó, en la selva peruana, contra los intrusos que habían
venido a llevarse las almas y las tierras.
Al mismo tiempo, el ejército quechua de Juan Santos
Atahualpa impedía, de paliza en paliza, el avance de las
tropas españolas.
A mediados del siglo, mientras Juan Santos moría,
muy lejos de su selva impenetrable el joven José Gabriel
Condorcanqui elegía llamarse Túpac Amaru y encabezaba
la insurgencia indígena más numerosa de toda la
historia americana.
Y de derrota en derrota, de rebelión en rebelión, la
historia continuó: cuando ella dice adiós, dice hasta
luego.
Buenos Aires nació dos veces
El primer nacimiento ocurrió en 1536.
La ciudad, recién nacida, murió de hambre.
En 1580, Buenos Aires nació, por segunda vez, donde
hoy está la Plaza de Mayo.
¿Por qué se llama como se llama la zona de La Matanza?
Porque los indios no dieron la bienvenida a los
intrusos. Desde el principio, hubo guerra. La populosa
zona de La Matanza fue bautizada así en memoria
de una carnicería: los muertos fueron, todos, indios
querandíes.
Según el conquistador Juan de Garay, eran naturales
alterados.
Homenajes
En el cerro Santa Lucía, en pleno centro de Santiago
de Chile, se alza una estatua del jefe indígena Caupolicán.
Caupolicán más bien parece un indio de Hollywood,
y se explica: la obra fue esculpida, en 1869, para un
concurso de los Estados Unidos en memoria de James
Fenimore Cooper, autor de la novela El último de los
mohicanos.
La escultura perdió el concurso, y el mohicano no
tuvo más remedio que mudarse de país y mentir que
era chileno.

El primero de mayo es el día más universal de todos.
El mundo entero se paraliza rindiendo homenaje a
los obreros que fueron ahorcados, en Chicago, por el delito
de negarse a trabajar más de ocho horas diarias.
En mi primer viaje a los Estados Unidos, me sorprendió
que el primero de mayo fuera un día como cualquier otro
día, y ni siquiera la ciudad de Chicago, donde la tragedia había
ocurrido, se diera por enterada. Y en El libro de los abrazos,
confesé que esa desmemoria me dolía.
Mucho tiempo después, recibí una carta de Diana Berek y
Lew Rosenbaum, desde Chicago.
Ellos nunca habían celebrado esa fecha, pero en el año
2006, por primera vez, junto a una multitud jamás vista habían
podido rendir homenaje a aquellos obreros que en la
horca habían pagado su valentía.
Chicago te abraza, decía la carta.

Quise, quiero, quisiera

Que en belleza camine.
Que haya belleza delante de mí
y belleza detrás
y debajo
y encima
y que todo a mi alrededor sea belleza
a lo largo de un camino de belleza
que en belleza acabe.
(Del “Canto de la noche”, del pueblo navajo)
Sobre Andresito, el hijo adoptivo de Artigas, La garra charrúa, la matanza de los indios ordenada en 1832 por Fructuoso Rivera.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar