Fuente: Felipe Pigna, Revista Caras y Caretas.
Eduardo, cuál es el origen de Espejos, el libro que uno podría decir que es una Memoria del Fuego universal, digamos… Casi universal, como decís vos…
El libro se llamaba Espejos, a partir de la certeza de que uno puede reconocerse en otros, aunque esos otros hayan nacido y vivido siglos antes, y en tierras lejanas… Entonces, Espejos en el sentido de que cuando uno se mira al espejo, en realidad el espejo te devuelve una infinidad de rostros, que me gustaría que siguieran allí, o sea, cuando uno se va, ¿se van? Ojalá no, ojalá este libro ayude a que no se vayan las muchas personas que habitan el espejo en el que te mirás. Y el subtítulo -porque no tenía subtítulo el libro originalmente- nació de una nieta mía de 9 años que me preguntó: “Pero, a ver, ¿qué es lo que estás haciendo, que no entendí?”. Y le digo: “Bueno, nada, algo así como una historia, no sé cómo decirte, de otros lugares, de todos los lugares…“ “¿De todos los lugares?”, me dice. “Bueno, no de todos, de casi todos”. “Ah, bueno, una historia casi universal”, “bueno, muchas gracias”, le dije, “me regalaste el subtítulo que necesitaba: Una historia casi universal”.
Menos mal que están los chicos, ¿no?
Sí, que desolemnizan todo, porque sino “una historia universal”, imaginate, es una cosa tan pomposa, ajena a mi estilo…
Vos te definís como “sentipensante”. Contános el hermoso origen de esa definición…
Sí, esa fue una palabra que aprendí en la costa colombiana. La decían los pescadores y yo pensé: “Este es el lenguaje que dice la verdad, el que siente y piensa al mismo tiempo, el que ata lo desatado, como por ejemplo la emoción y la razón que han sido desatadas por el sistema que nos fractura”.
Sí, ahí está la clave de tus libros, que me parece que están cargados de sentimiento. Hablemos un poco de Las venas abiertas… ¿Cómo fue aquella enorme investigación y ese libro que hemos leído todos y que en algún momento nos abrió la cabeza a muchos jóvenes allá por los ‘70 y hoy, afortunadamente sigue abriendo cabezas?
Sí, fue un libro escrito, la verdad, sin ninguna pretensión más que de divulgar cosas que no se conocían. Es un libro muy centrado en la economía política, yo después me abrí a otros espacios. Pero en aquel momento me pareció que era necesario que se conocieran ciertos datos, informaciones que estaban guardadas bajo siete llaves en los códigos de la literatura especializada. Entonces traté de divulgarlos, de escribirlos de otra manera, en otro lenguaje. Fueron cuatro años de trabajo pero la escritura duró noventa noches, con mucho café…
Ahí venía el “Sentipensamiento”, claramente…
Sí, por eso perdió el libro. Yo lo presenté al concurso de Casa de las Américas y perdió, justamente porque no tenía el lenguaje al que se suponía…
Ah, claro, el académico.
Exactamente.
¿Y qué opinás de los académicos?
Hay una identificación errónea de la seriedad con el aburrimiento. No necesariamente lo serio tiene que ser aburrido. A veces hay cosas muy serias que no son aburridas, y las cosas más serias son las que nos enseñan a reír, lo cual contradice el principio de seriedad al que estamos acostumbrados.
¿Y cómo cambió tu vida a partir de aquel maravilloso libro?
Cambió porque fue el primer libro que yo me tomé realmente en serio. Yo había publicado antes algunos libros de relatos, de crónicas. Pero este fue el primero en el que yo sentí que me jugaba más a fondo. Y bueno, perdió, como te digo, en el concurso. Después se lo mandé a Reinaldo Ortega, a Siglo XXI en México y él me dijo que lo iba a publicar. El libro vendió poco, al principio, y él me mandó una carta, que lamentablemente no guardé por tantos exilios, viajes, traslados de todo tipo. Así que no la guardé, se voló, se la llevó el viento. Pero era una carta muy cariñosa, donde me decía que no me desalentara. Era la primera liquidación que me hacía, que era patética… Entonces me dijo: “No se desaliente, nosotros vivimos en tierras difíciles, aquí es muy duro. Pero bueno, ya el libro hará su camino”. Y después, sí, en efecto, el libro hizo su camino y caminó con sus propias piernas y muy bien. Y sigue caminando.
¿Qué fue lo que más te dolió en ese libro que, evidentemente, tiene dolor y tiene propuesta de lucha, es como del dolor a la lucha?
Sí, en ese libro y en los siguientes… Uno se alimenta de dolores y no sólo de dolores…
Sí, pero hay en ese libro mucho dolor.
Sí. Quizá la Triple Alianza, el asesinato del Paraguay fue lo que más me dolió de todo. Y después, una experiencia que fue dolorosa hasta cierto punto solamente, porque fue también muy alegre para mí y que me enseñó mucho. Fue el período que yo pasé en las minas bolivianas, donde me ayudó mucho mi facilidad para el dibujo porque yo quería ser dibujante antes de meterme a escribir. Y entonces estuve en Yayagua, un pueblo minero importante donde ocurrió la matanza de San Juan. Y en Yayagua pasé un mes y medio o más. Me ayudó mucho el arte del dibujo porque yo me convertí en el dibujante del pueblo. Entonces dibujé a todos los niños de los mineros y los carteles del carnaval. Entonces me hice muy amigo de todos, al final estaba incorporado. La vida de los mineros era muy dura, estaban condenados a morir temprano. Y era muy doloroso saber que los amigos iban a morirse en un rato nomás, con los pulmones podridos por la silicosa. Pero por otro lado yo tenía una sensación de comunión con gente aparentemente tan diferente, porque eran todos indios campesinos metidos a mineros, con otro color de piel, otra cultura. Y sin embargo yo estaba ahí como pez en el agua. Y cuando vino la última noche, la noche de la despedida, fue una noche tremendamente emocionante para mí. Todos borrachos, de chicha, de lo que viniera. Cuando se aproximaba la hora en que iba a sonar la campana llamando a la mina, los más entrañables se animaron a pedirme que les contara cómo era el mar. Y yo pensé “ellos nunca lo van a ver, primero por una cuestión geográfica, porque está metidos en el corazón de América y segundo porque no iban a vivir mucho más”. Ese fue el primer desafío que yo tuve en mi vida de escritor, la necesidad de encontrar palabras que fueran capaces de mojarlos. Fue la primera vez que yo sentí que el arte de narrar escondía un desafío. Y que había que ser digno de ese desafío y que no era fácil.
Y había que conformarlos además y no darles tantas ganas de ir al mar porque no iban a poder…
No, pero yo hice aquella noche un viaje imaginario y creo que sí, que los mojé.
¿Cómo recordás la etapa de la revista Crisis? ¿Cómo empezó aquella aventura tan extraordinaria?
La verdad es que es una parte importante de mi vida, que yo celebro que haya ocurrido. No sólo como experiencia personal, fue una experiencia colectiva. Un grupo de gente entrañable, muy unida, unida en la certeza de que la cultura es comunicación o no es nada. Entonces intentamos con éxito hacer una revista que llegó a un público no habituado a las publicaciones culturales. En aquel tiempo las publicaciones culturales o literarias llegaban a un público muy reducido de la calle Corrientes y de ahí no pasaba. Nosotros logramos eso: conversar con la gente. La cultura como comunicación. Entonces las voces que venían de la realidad fueron ocupando cada vez más espacio en las páginas de la revista, sin descartar las voces que opinaban sobre la realidad, las voces de los intelectuales profesionales. Las voces de la realidad misma, cómo sonaba eso, los graffitis en las paredes, los testimonios. Los presos, los sueños. Me acuerdo que Carlitos Domínguez, que ahora es un escritor muy conocido, empezó en la revista, tenía 16 años cuando llegó con unos papeles, unos relatos que había escrito que me dejó, llenos de talento y de faltas de ortografía. Y yo le di un trabajo. Le dije: “Vos, ahora vas a conseguirte un grabador, si no lo conseguís, nosotros te lo vamos a prestar, y vas a investigar el siguiente tema: Los sueños de los colectiveros, con qué sueñan los colectiveros”. Y en eso estuvo Carlitos trabajando como dos meses e hizo un trabajo espléndido. Los colectiveros padecían, supongo que ahora también, lo que se llamaba el sueño blanco, que es una enfermedad profesional, manejaban dormidos. Después lo mandé a la Chacarita a que se pusiera en la tumba de Gardel a ver qué decía la gente. Una mujer le dijo: “Yo lo quiero porque él nunca me hizo nada malo”.
No es poca cosa.
Es cómico y al mismo tiempo trágico.
¿Qué recordás de Federico Vogelius, el hombre que financió Crisis?
Fue un tipo que se portó muy bien conmigo. Vendió un Chagall que tenía para financiar la revista y confió plenamente en mí. Él me traía a veces trabajos de amigos y no me gustaban y no se publicaban. Él nunca me impuso nada; yo tuve libertad total en la revista; él no se metía. Estaba muy orgulloso de la revista, muy contento con lo que hacíamos. A partir del número 7 u 8 la revista se autofinanciaba, no era más necesario el auxilio de él, que siguió estando siempre muy cerca. Y después lo pagó, porque estuvo preso y en la tortura perdió los dientes…
Crisis era una revista que trascendía las fronteras de Argentina
Era una revista latinoamericana o pretendía serlo. Lo que pasa es que fue muy difícil el problema de la distribución en aquel tiempo. Era prácticamente imposible tener una revista que funcionara en distintos lugares de América Latina y que los distribuidores te pagaran. Pero nuestra vocación latinoamericana seguía intacta. Pero el país al que primero teníamos que tener referencia y que era nuestra fuente nutricia de alimentación más importante era la Argentina. Y bueno yo, y todos los compañeros que estábamos trabajando en esta aventura compartida creíamos que el peronismo no era para nada despreciable, que era un movimiento popular muy importante, que contenía tendencias muy diferentes, una especie de campamento sin fronteras dentro del cual nosotros podíamos también reconocer cosas que valía la pena difundir sin que eso significara que la revista fuera peronista. Pero tampoco era antiperonista. Partíamos del respeto a la gente; ese era el principio de la revista; a la gente había que respetarla.
No subestimarla.
Y sin caer en la jodida costumbre de algunos intelectuales que aman a la humanidad pero desprecian a la gente.
Te quería preguntar sobre tu pasión futbolera y sobre este personaje extraordinario que fue Obdulio Varela. Hablános de aquella hazaña de la selección uruguaya en el Maracaná en la final del mundial del 50 contra Brasil
Toda esa historia me la contó él, Obdulio, así que no es un invento; es una historia real. Además, él era un tipo muy modesto; no se creía Obdulio Varela y cuando contaba algo lo contaba de verdad. Era una cosa que yo sabía de a pedacitos; no sabía si era cierta o no y le pregunté. A él le costó contarla porque se emocionaba mucho cuando evocaba aquella tarde-noche. Porque a la tarde fue el milagro; Uruguay iba perdiendo 1 a 0, y ganó 2 a 1, contra todo pronóstico y contra toda evidencia porque Brasil era el favorito absolutísimo. Tenía todo armado para la victoria y llegó este chaparrón imprevisto. Y el autor de la hazaña había sido él porque él supo ganar el partido, la pelota abajo del brazo cuando iban perdiendo.
Además Obdulio había sido el líder de la huelga del futbol en Uruguay
Había sido el capitán de la huelga, una huelga muy larga de jugadores, siete meses de huelga. Los jugadores uruguayos exigían que se les reconociera el derecho a organizarse sindicalmente como trabajadores, cosa que hasta el momento era impensable en el país. Y tuvieron apoyo popular porque qué sería de los uruguayos sin fútbol. Un domingo sin fútbol es grave, pero siete meses de domingos sin fútbol es inimaginable. Y sin embargo sobrevivieron. Y el capitán de la huelga fue Obdulio, que después fue el capitán del equipo capaz de esa hazaña. Entonces por supuesto que él era la súper estrella de la victoria, y se escapó y se escurrió. Cuando estaban todos celebrando salió por otra puerta, nadie lo vio, se metió como una especie de impermeable disfrazado de Humphrey Bogart y se escapó.
Y se fue a beber a las cantinas; la droga de él era el vino. Y por eso lo llamaban “Vinacho”. Pero en las cantinas brasileñas como no había vino él tomaba cerveza. Se puso a tomar cerveza con uno, con otro, y encontró a la gente llorando. Ese animal rugiente de doscientas mil cabezas, la mayor cantidad jamás reunida en la historia del fútbol. Él los había odiado con todas sus fuerzas. Cuando los vio de a uno llorando la derrota sintió una pena tremenda por ellos. Y ellos decían “Tudo foi por Obdulio”, nadie lo reconocía. Y él pensaba “cómo pude yo hacerles esa maldad, esta pobre gente”. Y bueno, la historia es esa, él pasó toda la noche abrazado a los vencidos.
Me gustaría que hablemos un poco de un personaje muy querido por vos y por mí también, que es el general José Gervasio Artigas. ¿Qué es en tu vida Artigas?
Fue, sin duda, de todos los caudillos de la independencia americana el que tuvo una visión social más clara y el que tuvo más clara la certeza de que la independencia no debía ser una emboscada contra los hijos más pobres de América. Hizo la primera reforma agraria, medio siglo antes que Lincoln y un siglo antes que Zapata. Y tuvo una visión muy clara del destino común de esta región del mundo. Los pueblos libres, la unión federalista… Él sin duda no concibió al Uruguay como un país separado…
Jamás quiso la independencia.
No, claro… Quería la independencia pero de todos juntos y peleó contra tres ciudades. Fue derrotado por Buenos Aires, Montevideo y Río de Janeiro. No era un gran militar, pero eso no es tan importante cuando uno ve las cosas en perspectiva. Por algo lo odiaron como lo odiaron. Sarmiento lo odió como nadie. Artigas tenía ojos claros y era blanco. Cuando yo veo las imágenes de Sarmiento, que se ve que ni tenía ojos claros ni era blanco, pero que adoraba a los blancos de ojos claros. Artigas se jugó por los indios, por los negros, por los gauchos desamparados. Y (Sarmiento) saludaba al exterminio de los paraguayos, bienvenido sea, y la sangre de los gauchos, “no ahorre sangre de gauchos, eso tienen de bueno, fecundar la tierra”. Y me hizo acordar una cosa que me contaron, que está en el libro, yo la puse en el libro ahora, en Espejos, la escuché en Cuba hace muchos años. Cuando Fernando Ortiz -el gran antropólogo cubano, que se había educado en España y fue redescubridor de la cultura negra en Cuba y de la cultura indígena también- vuelve a la isla, que era su tierra, a los 16 años, estaba paseando por las calles de La Habana con el padre y se cruza con un flaquito, calvo, que camina muy apurado y el padre le dice: “Mirálo bien. Ojo con ese; es blanco por fuera pero por dentro es negro”. Era José Martí. Y yo creo que por ahí venía la cosa de Sarmiento. Sarmiento no le podía perdonar al otro -que era el que al fin y al cabo tenía la cara que él hubiera querido tener- que se jugara por los que él odiaba.
¿Cómo definirías a Latinoamérica? ¿Somos realmente originales, somos distintos, cómo somos los latinoamericanos?
Somos una región del mundo que tiene la suerte de ser muy diversa, y que tiene la suerte de tener también un destino común a conquistar. Pero por ahora seguimos trabajando por nuestra propia perdición porque hemos sido entrenados para odiarnos entre nosotros, entrenados para el divorcio mutuo, la mutua ignorancia y nos cuesta muchísimo encontrar ese destino común, ese cauce común.
Y ese entrenamiento ¿de dónde nos viene?
La costumbre imperial digamos. Todos los imperios han sabido bien y lo han practicado con eficacia, que hay que dividir para reinar, no fue un invento británico como se cree. Los ingleses lo hicieron, pero no fueron los únicos. Como ahora lo hacen. Fijáte lo que está ocurriendo en Irak, en Palestina, los palestinos matándose entre sí, los iraquíes despedazándose entre ellos; es el sueño imperial por excelencia. Y nosotros también hemos sido víctimas de eso y nos cuesta muchísimo entender, comprender, sentipensarnos como parte de algo que está esperándonos para crecer, para ser.
¿Cuánto tenemos de Buendía?
Mucho también.
Porque eso es maravilloso. Eso vos lo reflejás muy bien en tus libros, ese realismo mágico, esas soluciones alternativas…
La realidad es completamente loca por suerte y ella es nuestra mejor aliada, la que a la larga nos toca el hombro y nos dice: “Déjense de bobadas; vamos a gozar la vida y vamos a gozarla juntos”.
¿Cuál es tu posición frente al conflicto con las papeleras?
Bueno, me ha creado problemas en el Uruguay porque yo tengo, como se sabe, una posición en contra, de esta especie de celulitis nacional. Yo no creo en el monocultivo y además escribí ese libro, Las venas abiertas…, que se refiere a eso precisamente, la experiencia de cinco siglos de monocultivo- que te dan pan para hoy hambre para mañana, glorias fugaces que después son ruinas de larga duración.
El rey azúcar, por ejemplo…
Sí, sí, la plata y todos los productos, el caucho y todo lo que se te ocurra imaginar. Y ahora estamos con la moda de la soja y de la celulosa, estos bosques artificiales, industriales que resecan la tierra y que la gente llama con razón “bosques mudos” porque en ellos no cantan los pájaros.
Hablemos de Patas arriba que se publica en un momento muy particular de América Latina. En pleno triunfo aparente del neoliberalismo, vos salís con un libro que es, efectivamente, Patas arriba, das vuelta todo ese concepto del éxito, del triunfo de los buenos, de los lindos y todo aquello…
Patas arriba surgió precisamente de la conciencia de que era un mundo patas arriba, lo sigue siendo. En primer lugar porque recompensa al revés, o sea, recompensa la deshonestidad, la falta de escrúpulos, premia al más vivo. Como que le da la razón a algunos tangos que conocíamos, la idea de que el bobo es el que trabaja.
El que no afana es un gil…
Cuando yo era chico pensaba que al corazón lo llamaban “bobo” porque se enamora, pero al corazón lo llaman “bobo” porque trabaja todo el tiempo. No deja de trabajar nunca. Ese desprecio por el trabajo que ahora, en el mundo de hoy, ha llegado ya a extremos…
Yo me acuerdo de un libro que leí que hablaba sobre Buenos Aires a fines del siglo XIX, donde el autor explicaba el desprecio por los gallegos como un desprecio por el trabajo. Como que ya entonces había signos de que iba a ocurrir lo que al final ocurrió, que el trabajo ahora vale menos que la basura. Y fijáte las empresas más exitosas del mundo, Wallmart y Mc Donald’s prohíben los sindicatos, las dos, o sea, si un trabajador se afilia a un sindicato es despedido en el acto y son las más exitosas.
Entonces, claro que es un mundo patas arriba, dos siglos trabajando, quemándose la vida tantos militantes obreros para lograr que se reconocieran sus derechos, la dignidad del trabajo…Y eso se ha ido a la mierda en un minuto.
¿Y por qué crees que lo permitimos? ¿qué nos pasó en los noventa?
Ahora empiezan, ojalá, empiezan a cambiar las cosas. Porque hemos sido entrenados para la aceptación de lo inaceptable y no sólo en América Latina, en el mundo.
Espejos es una tentativa de revisar la historia; yo no soy historiador, vos sí, y seguramente conocés el tema mucho mejor que yo. Pero a mí hay cosas que desde el principio me sonaban mal… ¿Cómo es posible que el mundo haya aceptado que la mitad de la humanidad estuviera fuera de circulación, o condenada a ser nada más que decorativa? “Detrás de todo gran hombre hay una mujer”; la mujer como respaldo de silla… ¿Cómo es posible que se haya aceptado eso durante tantos siglos?
O el tema de la escritura, se tardó 5000 años en divulgarla. Fijáte que la educación popular aparece recién entre mediados y fines del siglo XIX. Se la guardaron muy bien los señores, ¿no?
Es verdad. Y todavía hay muchísima gente que ignora que la escritura nació en Irak. Yo creo que Bush cree que nació en Texas, de otro modo no se explica que haya hecho lo que hizo con ese país. Los bombardeos destruyeron muchísimo y después vino el saqueo de la biblioteca, pero como la historia también te enseña que la muerte y el nacimiento vienen juntas, que cada oscuridad contiene su luz secreta, porque fijáte que en Irak, en esa tierra hoy aniquilada, nace el primer poema de amor de la historia de la humanidad. Fue escrito en tablas de barro que cuenta, la noche de amor de una diosa y un pastor, la diosa inmortal y el pastor mortal, pero mientras duró esa noche fueron inmortales los dos. Y el poema que cuenta esa hermosura proviene del mismo lugar donde se vive hoy la gran tragedia de esta guerra que ha olvidado sus propios pretextos porque nació de una mentira y mintiendo sigue.
No han encontrado nunca las “armas de destrucción masiva”, un término que les cabe muy bien a ellos, a los invasores…
Y han logrado que los iraquíes se peleen entre ellos, porque el problema es que este sistema montado desde hace muchísimo tiempo por los amos del mundo, que ha tenido nombres sucesivos, en mi infancia se llamaba capitalismo pero ahora se llama economía de mercado, pero bueno, más o menos, lo bautizan de distintas maneras. Pero este sistema ha logrado realmente este milagro de que los hijos de la desdicha se peleen entre sí y entre sí se destruyan. Y que los pobres se culpen al espejo, que los despreciados se desprecien, todo eso que Marx llamó con razón “alienación” y que ha llegado en nuestros días a extremos trágicos. Yo supongo que esto tendrá, así como caminos de ida habrá caminos de vuelta. Y de nuevas idas. Iremos abriendo espacio para ver las cosas de otra manera porque no puede ser que sigamos así trabajando en esta operación suicida, operación colectiva suicida de un sistema que premia al revés, que recompensa al revés.
¿Vos te sentís como el chiste del gallego que va contramano por Libertador y que escucha por torre de tránsito que hay un hombre en contramano y dice: “No, están todos en contramano”?
No, todos no, pero sí que los dueños del mundo están yendo a contramano y que consiguen hacerlo con escandalosa impunidad. El 17 de diciembre de 2007, hace un rato, el Banco Mundial difundió un informe donde explica que, en realidad, los cálculos anteriores sobre la pobreza en el mundo estaban mal hechos porque estaban basados en una información incorrecta. ¡Caramba! Y entonces el Banco, de golpe, dice que en realidad la cantidad de pobres más pobres, esos que llamamos indigentes, no es exactamente la que decía, que hubo un errorcito, son quinientos millones más. ¿Quinientos millones más? Y ustedes nos vendieron el cuento de que el mercado libre era la píldora de la felicidad, que había que privatizar todo porque ya el mundo se estaba quedando sin pobres. Los pobres nunca se enteraron de la mala noticia porque estaban mal informados, pero los expertos estaban peor informados que ellos.
Es la teoría del derrame, que cosa tan repugnante. A mí me causa repugnancia porque es la teoría de las sobras. Si algo sobra caerá para los pobres. Pero esa teoría se usó seriamente.
Hay un amigo mío colombiano que propuso que la teoría se invirtiera y se convirtiera en una fuente de orgullo. Hace unos años, en el 98, creo que fue, en Barranquilla, la Universidad compraba mendigos vivos. Entonces se los mataba para la clase de anatomía. Entonces se hizo una manifestación, de los vomitados de la tierra, los pobres más pobres, en Bogotá y este amigo contó para ellos la verdadera historia de la creación. Dijo que en realidad lo que había ocurrido era que Dios había creado el sol, las estrellas, la luna, la noche, el día, la lluvia, la tierra, las plantas y que se había olvidado de crear a la mujer y al hombre y a medida que iba creando cada cosa que creaba, Dios iba echando los restos al abismo. Y entonces allá en el fondo del abismo lo que eran proyectos de mujer y de hombre seguían esperando que Dios se acordara de crearlos y a Dios se le había pasado, ocupado como estaba. Y entonces la mujer y el hombre no tuvieron más remedio que hacerse a sí mismos y se hicieron con los restos de todo lo demás. Y entonces él les decía: “Estamos todos hechos de basura, todos nacimos de basura y por eso todos tenemos algo de noche y algo de día, algo de sol y algo de lluvia y algo de planta”.
Qué maravilla, un derrame al revés.
Un derrame al revés, convertir en fuente de orgullo lo que es un acto de humillación.
¿Hubo algo que te sorprendiera, que no conocieras buscando material para Espejos?
Sí, bueno, muchísimas cosas. Hablábamos del fútbol hoy, por ejemplo, y yo no sabía y mis amigos futboleros tampoco lo sabían, pero lo descubrí por casualidad. Cuando tuvieron lugar las olimpíadas de 1936 en Berlín, que Hitler organizó por su propia gloria, ocurrió un hecho inesperado, muy desagradable y fue que Perú le ganó a Austria 4 a 2. O sea, Austria era la patria del Führer y estos peruanos insolentes -el rodillo negro le llamaban a la delantera- le ganan 4 a 2. El árbitro hizo lo imposible por evitarle ese disgusto al Führer, que era el dueño de la fiesta, y les anuló dos goles a los peruanos. Pero a pesar de eso ganaron 4 a 2. O sea que fijáte vos que eso fue en 1936, pero parece de ahora la historia. Se reúnen las autoridades olímpicas y futboleras esa misma noche y anulan el partido. Anularon el partido. La delegación peruana furiosa se retiró de las Olimpiadas. Nadie se enteró porque a nadie le importaba un coño eso y Austria fue segunda e Italia, la Italia de Mussolini, primera. Esa es una de los millones de cosas que uno fue descubriendo así por casualidad, que son pequeñas cosas pero muy reveladoras.
Es muy lindo cuando en Espejos te metés con el amor en Roma. Todas esas cosas que contás de cómo eran por ejemplo los métodos anticonceptivos.
Sí. Eran completamente locos, pero era una época en la que se creía cualquier cosa. En eso de los métodos anticonceptivos yo reivindiqué siempre el método español tradicional que es rezar pidiendo: “San José, tú que tuviste sin hacer, haz que yo haga sin tener”. Ese sí que científicamente es el mejor.
Por qué no nos contás quienes eran las dueñas del placer en la Antigua Roma.
El placer era un asunto sobre todo reservado a las esclavas, que eran la fuente del placer. Porque las mujeres eran propiedad del padre, del marido y tenían que ver con el derecho de herencia, el patrimonio y con cosas mucho más importantes que el placer. El placer lo proporcionaban las esclavas y los esclavos, la mano de obra. La romana y la griega fueron sociedades esclavistas, donde los esclavos eran el motor de todo. Tuvieron aquella rebelión espléndida de Espartaco y otras rebeliones, muchas, que no fueron contadas porque fueron ahogadas a sangre y fuego. Y fijáte que ahí hay algo que no está plenamente confirmado, pero hay numerosos testimonios que prueban que los esclavos de Espartaco se acercaron mucho a Roma y que en algún momento la tuvieron ahí, al alcance. Y yo no sé por qué extraño pánico, ahí estaba la dueña del mundo, la dueña y señora del mundo, y no la invadieron. Y la tenían ahí, al alcance de la mano. Eso se repite siglos después con Túpac Amaru, que llega a cercar el Cuzco y no lo invade, no lo toma. Parece que fue -y esto me resulta muy creíble conociendo cómo es la cultura indígena- que Túpac Amaru no quiso entrar en el Cuzco porque sabía que iba a tener que matar muchos indios y había muchos caciques traidores, pero sobre todo uno que había puesto sus indios a disposición del poder español y entonces los muertos iban a ser indios, de los dos lados. Como suele ocurrir, que los pobres se matan entre ellos.
También contás aquella notable historia de Oliver Law
Era un obrero de Chicago negro que se va a España a pelear por la República con la Brigada Lincoln, y lo hacen comandante de un batallón grande. Él tiene a sus órdenes soldados blancos y negros. Es la primera vez en la historia de los Estados Unidos que ocurre esa doble circunstancia: primero que un comandante negro mande a los blancos, cosa insólita, y segundo que blancos y negros peleen juntos. Pero la tercera cosa insólita es que Oliver Law daba las órdenes de ataque y se ponía al frente. Y así murió. En la batalla de Brunete una bala le partió el pecho. (…) Oliver Law (…) se preguntaba “¿qué hago yo, negro, entre tantos blancos si los blancos siempre nos han humillado? ¿Qué hago yo aquí, peleando por quién?” Y decía “Bueno, peleando contra el fascismo”. Eran diálogos de él con él, que dejó escritos. “El fascismo se va a comer al mundo si no lo detenemos y algunos tendrán que morir en la tarea, no sé si me tocará, ojalá que no”. Le tocó. Y yo lo evoqué a Oliver Law a propósito de las Malvinas, porque en las Malvinas ningún oficial hizo eso. Me pareció que era uno de esos valientes que vale la pena rescatar y además rescatar con él todo un período de la vida de los Estados Unidos que es bastante ignorado. Porque la gente no sabe, los propios norteamericanos ignoran que al mismo tiempo que se restablecía la discriminación en las tropas, se restablecía la discriminación allí. Cuando Estados Unidos entró en la Segunda Guerra, la Cruz Roja norteamericana prohibió la transfusión por orden del Pentágono de sangre negra. Porque había el peligro de que se hiciera por inyección lo que estaba prohibido en la cama. Y entonces el director de la Cruz Roja dijo: “Esto de la sangre negra es un disparate. Todas las sangres son rojas. No existe la sangre negra”. Y entonces lo echaron. Se llamaba Charles Drew y era negro. Él había, yo no te digo que inventado el plasma porque el plasma era anterior, pero sí lo había perfeccionado. Fue gracias a Drew que se salvaron millones de vidas en esta guerra, y este hombre era negro y su sangre no podía ser transfundida. No podía por el pánico a la mezcla, que está muy bien contado en las novelas de Faulkner, esos personajes del sur con pánico de la mezcla de sangre.
Hablando de valientes… Siempre me quedó y la cito porque me parece una maravilla de valentía y de genialidad la anécdota que vos contás de aquel preso que estaba en el penal de Libertad, perversamente así llamado en Uruguay, y que su niña le llevó un hermoso dibujo…¿Por qué no nos contás esa historia tan hermosa?
Sí, esa historia ocurrió de verdad. La niña se llamaba Milay en homenaje a la aldea vietnamita masacrada por las tropas de Estados Unidos y entonces el padre estaba preso en ese penal paradójicamente llamado penal de Libertad. Y en el penal estaba prohibido en los tiempos de la dictadura militar llevar dibujos de flores, de mujeres embarazadas, de pájaros, una gama enorme de dibujos que se suponía que podían alterar la paz espiritual de los presos. Y Milay que tenía en ese momento siete años, le lleva al padre un dibujo de varios pájaros así coloridos, muy locos y se lo rompe la censura. Esto que cuento parece increíble pero ocurrió. La censura rompía los dibujos de pájaros y entonces al domingo siguiente la niña vuelve con un dibujo de árboles, árboles con frutos, y ése pasa porque los árboles no estaban prohibidos. Se les había olvidado prohibirlos. Entonces, el padre le pregunta a la hija, siempre bajo la atenta mirada de los guardianes que andaban por ahí: “¿Qué frutas son, son naranjas, limones, qué son?” Y la hija le dice: “Shhhh. Bobo, no ves que son ojos, son los ojos de los pájaros que te traje a escondidas”.