El fin del Mayo Francés


En mayo de 1968 se produjo en Francia la rebelión obrero-estudiantil conocida como el Mayo Francés, que puso en jaque al gobierno de Charles De Gaulle. Sin embargo, el movimiento no obtuvo la adhesión de los franceses de clase media, atemorizados ante la posibilidad de una Francia comunista y alarmados por la propaganda exagerada del gobierno. El gobierno gaullista lograría inicialmente salir fortalecido; sin embargo, la derrota en el referéndum de abril de 1969 significó la dimisión de De Gaulle y su retiro de la política.

La protesta comenzó el 22 de marzo de 1968 cuando un grupo de estudiantes de la Facultad de Nanterre invadió las oficinas de la dirección reclamando el derecho a celebrar reuniones políticas y bregaron por la modificación de los planes de estudio. Pronto el movimiento se extendió a París, y cuando el gobierno de De Gaulle ordenó la ocupación del Barrio Latino (donde se encuentra la Soborna) y obligó a los estudiantes a desconcentrar la movilización, la protesta se generalizó. Cientos de automóviles fueron incendiados y los obreros declararon la huelga general en solidaridad con los estudiantes. Reproducimos a continuación un artículo aparecido en Madrid. Diario de la Noche, el jueves 30 de mayo de 1968, que -pese a lo errado de las presunciones del articulista da cuenta de la magnitud de la agitación que se vivía por esos días no sólo en Francia sino también en otras regiones del mundo.

Angustiosa espera ante el Consejo de Ministros de hoy

FuenteMadrid. Diario de la Noche, jueves 30 de mayo de 1968.

Francia: es el final

Un grito en la calle: “¡Dimisión!”

Esta es la hora de Francia. De Gaulle, en la “cumbre” de una protesta generalizada, y bajo su efigie paseada no precisamente con aire triunfal, una palabra, un grito: “¡Dimisión!” Tiempo de peticiones irrevocables, en la calle, y tiempo de urgente actividad en el gobierno, ante un final que ya es. Según informa la Agencia EFE, en las primeras horas de esta tarde, el general De Gaulle hablará por radio al país. De otra parte, tanto la Federación de las izquierdas como los centristas de Lacanuet siguen especulando con el nombre de Pierre Mendes-France como posible jefe de un Gobierno provisional o de transición. Mendes-France, en una declaración hecha pública anoche, dijo que “después de haber analizado la situación no podía rehusar tomar sus propias responsabilidades”, y que el Gobierno que él pudiera presidir, se vería obligado a tomar decisiones inmediatas, por el mismo hecho de ser de transición. Definitivos momentos los que se viven en Francia. También para esta tarde está prevista en París una manifestación del “pro-gaullismo”. Mientras tanto, al otro lado de esa línea política continúan generalizadas, prácticamente, las huelgas. El país atraviesa por momentos definitivos.

Retirarse a tiempo: No al general De Gaulle

Si estamos o no en los comienzos de una nueva Revolución Francesa, el tiempo lo dirá. Pero lo que ha quedado claro es la incompatibilidad de un gobierno personal o autoritario con las estructuras de la sociedad industrial y con la mentalidad democrática de nuestra época en el contexto del mundo libre. Aun en los mismos regímenes socialistas del Este el culto a la personalidad, característico del período staliniano, ha tenido que desaparecer. Tampoco el recuerdo de figuras como las de Hitler y Mussolini ha logrado revestirse de la leyenda que hizo perdurable la gloria de Napoleón. En los regímenes democráticos, incluso, grandes personalidades, como Churchill y Adenauer, fueron objeto de duras críticas y se vieron obligados a abandonar el poder por los electores que en otros momentos les manifestaron entusiasta adhesión o un simple reconocimiento de sus servicios.

El régimen más o menos autoritario de De Gaulle se encuentra ahora con que ha acumulado todas las desventajas y los inconvenientes de los autócratas y estadistas citados. La principal característica de sus diez años de presidente de la República ha sido una exagerada personalización del poder. Ha gobernado prescindiendo de la opinión y consejo de casi todos los políticos o incluso en contra de ella. Ha menospreciado a los partidos, los  sindicatos y la prensa. Por último, se ha encontrado ya anciano y queriendo mantenerse en el Gobierno con una crisis que puede acabar con él sin haber abordado a tiempo ni la organización del partido que pueda continuar su obra ni la preparación adecuada del posible sucesor.

Son demasiados los actos personales de Gobierno ejecutados por el general para que ahora, en unos días, semanas o meses, pueda rectificar con medidas de emergencia. Su política argelina, acertada desde un punto de vista internacional, le enemistó con gran parte del Ejército que le llevó al Poder y con la extrema derecha francesa; su política contra Europa unida quebrantó una de las más fundadas ilusiones y esperanzas de la juventud; su hostilidad a la NATO y a los anglosajones le llevó a acercarse a Rusia y fortaleció a los comunistas franceses, que están en la oposición; su actitud contra Israel le valió la hostilidad general de los intelectuales; los viajes Canadá y a Polonia motivaron nuevas irritaciones fuera y dentro de Francia.

De Gaulle quiere lograr de nuevo y directamente del pueblo el apoyo para sus medidas y decisiones personales. Quizá pudiese conseguir una ligera mayoría por el miedo que produce una alternativa en la que el partido más fuerte puede ser el comunista. Pero, ¿podrá seguir adelante el anciano general cuando ya no es capaz de escuchar ni de rectificar? A este respecto recuerdo aquella aguda observación de Lequerica, en su despacho de las Cortes, cuando él mismo se consideraba como vicepresidente con derecho a sucesión, sobre el triste sino de los gobernantes que se hacen viejos en el poder. Son sus mismos éxitos los que les traicionan, porque se aferran a lo que en otras ocasiones les fue favorable, aun contra la opinión de quienes les rodeaban. Pero al cambiar las circunstancias, ese inmovilismo resulta funesto. Me citó el caso de Carlos X de Francia. Lo mismo hubieran podido decir del viejo Bismarck, al que el Emperador se vio obligado a hacer dimitir por su incapacidad de retirarse a tiempo.

El resultado de las elecciones presidenciales de 1965 ya fue una advertencia a De Gaulle. No quiso escucharla y se ratificó en las legislativas de 1967: casi la mitad del pueblo francés mostró su disconformidad con la política personal del general. ¿Va a reaccionar ahora como Leopoldo de Bélgica? El Rey ganó el plebiscito, pero comprendió que no podía reinar contra una mitad del pueblo que englobaba precisamente a los obreros. De Gaulle pidió a Johnson un gesto dramático que hiciera posible la paz en el Vietnam. El presidente americano lo hizo retirando su candidatura a las elecciones. ¿Qué puede ahora hacer el general en el mismo sentido? ¿Renunciar a su “forcé de frappe” y acometer la reforma universitaria, la social y la económica?

La primavera de 1968 nos ha traído una avalancha de noticias que se suceden sin dar tiempo a asimilarlas. A la renuncia del presidente Johnson ha seguido el asesinato de Luther King; el atentado contra Dutschke; las manifestaciones estudiantiles en toda Alemania; el ensayo de la libertad en Praga; las conversaciones sobre el Vietnam, sin interrupción de los bombardeos; y ahora la acción de los estudiantes, los sindicatos y las izquierdas contra De Gaulle.

Todos estos acontecimientos, especialmente los franceses, inducen a la reflexión. España mantiene una semejanza de situaciones sociales y políticas con el vecino país. Si a Francia se le presenta el problema de la sucesión de De Gaulle y del régimen de la V República, también con especiales características está planteado en España. Mientras el general francés ha realizado una política exterior izquierdista, pero conservadora en el interior, la política exterior española ha sido de otro signo y en el interior está por hacer la reforma de las estructuras económicas y sociales.

Si el movimiento universitario y el obrero son de oposición radical al régimen personal de De Gaulle por la falta de participación de los gobernados en los niveles económico, social y político, los españoles no hemos resuelto la plena participación democrática cuando, según las leyes, se dan por terminados los períodos totalitarios y autoritarios del régimen.

Esta es la cuestión clave. En la vía de su resolución se plantean estos interrogantes prácticos y urgentes: ¿Cómo puede formarse un gobierno para enfrentarse con las nuevas realidades?, ¿cuál será la organización política más adecuada para que este gobierno pueda contar en sus decisiones con la mayor participación individual y asociativa? Y, por último, en el momento de producirse la vacante previsible, ¿quién ha de ser el jefe del Estado que reúna las mejores condiciones para la acción del aquel gobierno y para contar con la máxima adhesión popular?

Fuente: www.elhistoriador.com.ar