Enriquillo, el invencible


Autor: Felipe Pigna

El espíritu rebelde renació con Guarocuya, hijo de uno de los caciques muertos en aquella espantosa quema masiva de seres humanos ordenada por Nicolás de Ovando, gobernador de La Española. Guarocuya pudo salvarse y fue criado en el convento que habitaba el padre Las Casas. Allí lo bautizaron como Enriquillo y estudió, demostrando una notable inteligencia. Se casó con doña Mencia, ejemplo del primer mestizaje americano, ya que era hija del español Hernando de Guevara y de Higuemota, la bella hija de Anacaona.

Enriquillo era parte del repartimiento de indios que le tocaba en suerte al español Francisco de Valenzuela, para quien trabajaba y de quien recibía un trato respetuoso. Tras la muerte de Valenzuela, su hijo Andrés heredó el repartimiento, pero no los buenos modos. El nuevo amo maltrataba a sus sirvientes y, como agravante, se la pasaba acosando a Mencia. Enriquillo decidió denunciar a su patrón ante el teniente de gobernador de la isla, pero el funcionario, fiel a las costumbres de los conquistadores, no sólo no atendió su reclamo, sino que lo insultó y lo encarceló. Al salir de la prisión, Enriquillo acudió a su cacique y presentó una demanda en la Audiencia de la ciudad de Santo Domingo.

No se puede decir que Enriquillo no haya agotado todas las instancias legales. Al no obtener ninguna respuesta favorable, decidió irse a las montañas del Bahoruco que habían sido los dominios de su padre y que eran inexpugnables para los españoles. Desde allí organizó la resistencia armada. El muchacho demostró tener un notable talento para la organización política y militar. Se rodeó de los caciques más guerreros y carismáticos y les encargó la vigilancia de los puntos estratégicos de la región; mujeres, niños y ancianos fueron a lugares seguros y alejados. Así lo cuenta Manuel Jesús Galván:

Como si éste no hubiera hecho en toda su vida sino ejercitarse en aquella guerra, a medida que le llegaban refuerzos los iba organizando con acierto y previsión admirables. A primera vista parecía adivinar la aptitud especial de cada uno, y le daba el adecuado destino. Creó desde entonces un cuerpo de espías y vigilantes de los que jamás funcionaba uno solo, sino por lo regular iban a sus comisiones de dos en dos y a veces más, cuidándose el sueño y la fidelidad respectivamente. Con los más ágiles y fuertes formó una tropa ligera, que diariamente y por muchas horas seguidas se ejercitaba en trepar a los picos y alturas que se juzgaban inaccesibles a plantas humanas; en saltar de breña en breña con la agilidad del gamo, en subir y bajar como serpientes por los delgados bejucos que pendían de las eminencias verticales, y en todas aquellas operaciones que podían asegurar a los rebeldes del Bahoruco el dominio de aquella fragosa comarca. 1

Así esperaron el ataque comandado por Valenzuela, compuesto de hombres a caballo. Las fuerzas de Enriquillo o Guarocuya vencieron y Valenzuela quedó prisionero. Demostrando el abismo que en calidad humana lo separaba de su enemigo, lo dejó en libertad, advirtiéndole que no se le ocurriera volver por aquellos pagos.

Pero Valenzuela era lo que era y organizó un segundo ataque con el apoyo de la Audiencia, en el que volvió a ser derrotado. La fama de Enriquillo corrió por toda la isla y muchos indígenas abandonaron a sus “amos” para unírsele en las montañas. Los esclavos africanos, que ya entonces eran “importados” para reemplazar la “mano de obra nativa”, cuando lograban fugarse acudían a la zona liberada y se sumaban al primer “ejército rebelde” que conoció el Caribe, en una lucha que duró trece años. Enriquillo permaneció en sus dominios de las montañas de Bahoruco hasta el fin de sus días sin ser capturado.

Hoy un inmenso y hermoso lago de agua salada y una paradisíaca playa de la República Dominicana llevan el nombre de Enriquillo, el invencible.

Referencias:
1 Manuel Jesús Galván, Enriquillo, Casa de las Américas, La Habana, 1977.