Entrevista a Litto Nebbia sobre tango y tangueros


El 11 de diciembre es el día nacional del tango, en recuerdo del nacimiento de los creadores de dos vertientes de ese género musical: Carlos Gardel, el más reconocido cantante de tango de todos los tiempos, y Julio de Caro, destacado violinista, compositor y director de orquesta. Los recordamos en esta ocasión con una entrevista al cantante, músico y compositor Litto Nebbia (Seudónimo de Félix Francisco Nebbia Corbacho). Nebbia fue líder de la banda Los Gatos y uno de los autores, junto a Tanguito, de La Balsa, canción fundacional del rock nacional argentino.

Nacido en Rosario, Santa Fe, en 1948 en el seno de una familia de músicos, desde pequeño Nebbia tuvo contacto con destacadas figuras del tango. En esta entrevista repasa algunos recuerdos de sus encuentros con Enrique Cadícamo, los hermanos Virgilio y Homero Expósito y el Polaco Goyeneche. Entre otras anécdotas nos cuenta cómo Cadícamo escribió en Barcelona la letra del célebre tango Anclao en París.

Autor: Felipe Pigna.

¿Cómo surgió tu relación con los tangueros?

Mi padre fue el primer cantor melódico que hubo en el país y mi madre era concertista de piano y tuvo también uno de los primeros grupos de orquesta de tango de mujeres en Rosario. Fue en 1942, cuando todavía no existía el feminismo… Eran 14 minas y mi vieja era la pianista. El grupo se llamaba Orquesta típica de señoritas Los Colonos. Los Colonos era un lugar que estaba en Sunchales y Sunchales era un lugar “pesuti”. Esto hizo que yo tuviera muy pequeño esta vocación por la música, que lógicamente me trasladaron ellos. Además como yo era único hijo, y mis viejos eran unos bohemios totales, yo salía con ellos. Estábamos los tres juntos todo el día. Íbamos al cine, íbamos a los cabarets, íbamos al hipódromo. Para todos lados… Yo tenía 6 años y tenía unas ojeras que parecía Brigitte Bardot. En esa época yo era muy parlanchín, muy osado… Y mis viejos conocían a mucha gente. Venían Alfredo Gobbi, Virgilio Expósito, Alfonso Ortiz Tirado, Pedro Vargas. Agustín Lara me tenía en brazos.

Yo vivía en Rosario y Rosario en esa época –siempre lo fue– era un lugar muy popular para la música,  el arte y la cultura. Los músicos, inclusive músicos del extranjero, querían ir a Rosario. Y las orquestas de tango se quedaban dos o tres semanas actuando. No hacían un recital como hoy en día que van y vuelven en el día, sino que a lo mejor tocaban 20 días sin parar. Bueno, esto le daba al asunto un ambiente bárbaro. Yo conocí la primera época. Yo tengo por ahí algunas fotos perdidas con mis viejos, en las que estoy con Héctor Mauré, con Jorge Vidal, con Floreal Ruiz, con Charlo. Eran amigos de él y de mi vieja.

¿Y cómo siguió tu relación con los autores de tango?

Más tarde, cuando empecé con el sello Melopea Discos, empecé a conocer a los tangueros. Tuve la suerte de que muchos de ellos me tuvieran confianza musicalmente. Era muy difícil el tema generacional. Imagináte que yo salía a comer con Enrique Cadícamo y yo estaba por cumplir 50 y él estaba por cumplir 100. Esto también se debe a la bonhomía de los tipos de los que te hablo, como Virgilio Expósito. Unos tipos con una cabeza adelantada.

¿Y de qué hablaban con Cadícamo?

Cadícamo era impresionante. Un día me dijo: “Mirá, si vos vas a tocar a Barcelona, andáte al hotel Oriente, porque ahí fumando en el bar escribí Anclao en París. Y fui. Era uno de esos hoteles que aparecen en las películas de Alfred Hitchcock, donde el protagonista se encuentra con un espía para mandar un mensaje.

¿Por qué había ido a Barcelona Cadícamo?

Porque en esa época no existía Sadaic. Para cobrar los derechos de autor, había un editor que tenía una especie de sucursal en otra ciudad, en otro país. Y entonces él iba a ver al editor de Barcelona, y el tipo tenía una cantidad de papelitos con números de cómo esos discos de pasta de 78 revoluciones se habían vendido. Las ventas salían los lunes en una revista que se conseguía en los kioscos de diarios. Entonces decía, por ejemplo: “Se vendieron 3423”. Y tenía un número atrás. Y entonces te daba la plata en el momento. Cadícamo salía con una cantidad de plata impresionante. Era muy joven. Se gastaba hasta el último mango. Se hacía zapatos a medida; se compraba unos cigarros turcos y se tomaba un champancito. Y ahí empezaba a escribir…

¿Y cómo escribió Anclao en París?

Un día le llegó una carta de París, de Guillermo Barbieri, uno de los violeros de Gardel que decía: “a ver, maestro, si se le ocurre alguna letrita, alguna cosa que pegue porque no tenemos nada de laburo con don Carlos. (Don Carlos era Gardel.) No pasa nada acá. No le dan bolilla”. Cantaban en un boliche y el tipo le había dicho: “pibe, vos esta noche hacé un solo tema, porque lo tuyo no gusta”.  Entonces Barbieri le dijo a Cadícamo algo así: “estamos acá varados; no sabemos para dónde ir; ni para atrás ni para adelante”. Y fue así que a Cadícamo se le ocurrió Anclao en París. Después de leer la carta, tomó como guión lo que le estaba pasando, sin darse cuenta en ese momento, de que esa canción, Anclao en París, es la primera canción de un exiliado, porque en realidad Gardel estaba allí porque no le daban bolilla en Buenos Aires. Hay un viejo libro por ahí perdido de cartas de Gardel a amigos. En una carta Gardel comentaba que se iban en el barco con Lepera porque habían estado en el Metro, en la calle Cerrito, y habían ido a verlos 62 tipos. Pero volviendo a la anécdota de Anclao en París,  Cadícamo le mandó felizmente por carta el texto a París; Barbieri agarró la viola y fue el éxito que es hasta el día de hoy, porque es un temazo.

¿Qué otros recuerdo tenés de Cadícamo?

Una vez le pregunté cuántas canciones había escrito y él no sabía, pero miramos en un tabulado de Sadaic y había cerca de 300, y la mayoría conocidas. Pero no solamente escribía  canciones. También escribía libros. Yo tengo siete u ocho libros de él. No entiendo por qué nadie le hace publicidad a eso. Tiene una dinámica narrativa que parece Raymond Chandler.

¿Están editados los libros?

Están editados por Corregidor. Tienen mil años. Hay uno de memorias. Después hay otro que se llama Los días de Gardel en París

¿Qué más recordás de Cadícamo?

Yo empecé a cantar con mis viejos a los siete años. Cantaba media hora en un show mío que salía por LT8 de Rosario. Me acompañaban unos jazzeros amigos de mis viejos. Yo tenía que estar a las 11 en punto. El programa era de 11 a 11:30 en el auditorio con gente, porque todos los espectáculos musicales en las radios eran gratis. Pero cada vez que tenía que cantar, dos horas antes yo empezaba a llorar de miedo, de nervios. Mi vieja me despertaba a las 8 de la mañana para que se me aclarara la voz, y yo empezaba: “Uy, no… Tengo que ir de nuevo; me miran; y a mí me da nervios”. Y mamá me decía: “No, Litto, no seas pavote; vos sabés que una vez que cantás la primera canción, se te aclara la voz y no te para nadie…”. Pero llegó un momento en que mi vieja se cansó de que todos los domingos pasara lo mismo. Y me empezó a cargar cantándome una canción que estaba en boga en ese momento: “Llorón, vos pa’llorar sos un artista…” Era un tango medio picaresco. Y un día le conté esta anécdota a Cadícamo y resulta que el tema era de él. Mirá desde cuándo lo conocía sin saberlo.

Cadícamo un día me dijo que tenía que largar el pucho. Y yo le dije: ¡Vos me decís esto! ¡Todas tus canciones hablan de humo, del champagne…!” Y él me contestó: “No, pero yo dejé.” Y entonces le pregunté cuándo había dejado. Y él me dijo: “A los 80”.

¿Y a los Expósito los conociste también?

Sí, mi viejo a veces traía a sus amigos a la pensión donde vivíamos y si yo estaba, me hacía cantarles una canción a capela. Un día mi viejo agarró un cuaderno y empezó  a anotar todas las canciones que yo sabía. Eran aproximadamente mil. Entonces íbamos a cualquier lado, y él llevaba el cuaderno y decía: “mirá, lo ves a este chiquito, tan flaquito, pedíle la canción que quieras”. Entonces el tipo agarraba cualquiera y decía: “A ver, la 372, A la hora señalada. Y yo cantaba la que marcaba. Era una especie de marciano o un payaso. Entonces, un día entre tanta gente que llevó, lo llevó a Virgilio Expósito. Era amigo de ellos. Virgilio Expósito y Homero habían lanzado a Billy Cafaro, que fue un éxito. En aquella época no estaban ni los Beatles todavía. Y algunas de las canciones que cantaba las habían inventado los Expósito, pero las inventaban como para darse corte de que ellos sabían la mecánica, el formato de la música. Entonces podían hacer Naranjo en flor y después podían hacer Eso, eso, eso. Lo hacían como una broma. Pero de pronto Eso, eso, eso tenía éxito y con las otras, que eran obras de arte, no tenían ni para comer.

¿Cómo eran los Expósito?

Los dos Expósito eran muy rezongones. Eran divinos, pero tenían un exceso de exigencia. Un día Virgilio vino a la pensión, y mi viejo me hizo llamar y mostrarle cómo cantaba. Yo en esa época no tocaba la guitarra; ponía una hebilla de cinturón naval en una silla y me acompañaba con ese rebote, que parecía  como un redoblante. Tenía 7 años. Entonces, hice mi show de niñito precoz y cuando terminé me empezó a dar con un hacha. Me dijo: “Está muy bien, pero tenés que estudiar…”. Como diciendo: “Está todo bien que vos tengas bocina, afinación y todo, pero a mí no me engrupís. Si vos no estudiás, vas a ser mediocre”. Mal me lo dijo. El tipo parecía que te retaba… Y pasó la vida.

¿Cómo llegaste a grabar sus discos?

Un día me lo encontré en el restaurante Los Teatros, donde tocaba él a veces; otras veces tocaba Chupita Stamponi. A los dos los fui a ver y a los dos me los llevé al otro día al estudio. Grabamos un disco con cada uno. El día que lo vi a Virgilio, me acerqué y le propuse hacer un disco. Mi idea era que él cantara con el piano y nada más. Él no creía en eso. Pero lo convencí de que viniera. Se cayó al otro día a la grabación con una carpeta, donde estaban todas las partituras y unos temas inéditos, además de Naranjo en flor y Vete de mí. Entonces, me dijo: “Este no lo conocés”. Y me tocó uno que casi me desmayo, que se llama algo así como La estrella del sur. No lo había grabado nadie nunca. Y entonces le pedí que lo hiciera de nuevo, así lo grabábamos en el momento. Y entonces, discutimos un poco… Al final los dos discos los hicimos así: él tocando el piano y cantando al mismo tiempo. Después yo le agregué algunas cosas; por ejemplo en Naranjo en flor hay una parte de movimiento, donde toqué el bajo; después en otro tema pusimos un bandoneón, que tocó Marconi; después en otro tema agregué guitarritas o cierres con cuerdas, pero siempre la base era él con el piano cantando y nada más.

¿Cuántos discos hicieron?

Hicimos dos discos con Virgilio. Al segundo día, ya íbamos por el quinto tema y de pronto me preguntó: “¿Pero vos estás seguro, pibe, dejar esto, con esta voz toda ronca que tengo yo?” Y yo le contesté: “¿No escuchaste los discos de Louis Armstrong? ¿No está ronco?” Finalmente grabamos todo el disco de tangos; se empezó a envalentonar y cuando terminamos, quiso hacer el melódico, que ellos llamaban cancionístico. Y ahí empezamos con el melódico, que tiene Vete de mí y otros boleritos divinos. También algunos temas donde él empezó a hacer letras. Primero grabamos todos los clásicos con letras de Homero, su hermano; después con letra de él y después los boleritos. Esos dos discos los editamos en Melopea primero en cassette. No pudimos editarlo en vinilo porque no nos alcanzaba la plata. Debemos haber vendido 200 cassettes.

Después, pasó el tiempo, cuando fui a grabar a España, empecé a tocar en un sello que de alguna manera impulsó a los jóvenes flamencos: Tomatito, Ketama, Pata Negra. Y entonces hicimos un convenio. Yo tenía que promocionar acá el flamenco y él iba a editar material de tango y cosas nuestras. Y el primer disco que editó fue el de Virgilio, porque lo asoció a artistas como Bola de Nieve. Entonces, lo sacó en compact disc, con una tapa muy hermosa y la biografía de Virgilio y vendimos casi 4000 cds. Cuando cobré era casi como una herencia. Además, a Virgilio le consiguieron una fecha en Madrid, y una fecha en Los Tarantos de Barcelona. Para él fue una locura; en los dos lugares había piano de media cola. Y después tuvimos otras satisfacciones. El trabajo con él tiene una canción que hicimos en el momento como cierre del disco. Esa canción era un texto inédito de Homero. Un día me había llamado para pedirme que le pusiera música. Al poco tiempo, Homero murió y yo quedé varado ahí, y cuando empecé con Virgilio, un día le dije: “mirá, tengo una letra que me dio tu hermano, tomála”. Pero él me dijo que si me la había dado a mí, le pusiera yo la música. Al final decidimos ponerle la música entre los dos. Y al final, ese tema, Batilana, tiene la letra de Homero, y la música de Virgilio y mía.

Hablemos un poco del Polaco Goyeneche…

Con el Polaco hicimos los últimos tres discos. El polaco era tierno, divino. La primera vez nosotros teníamos un miedo bárbaro. Parecía que el tipo nos iba a comer. Como tenía problemas de respiración durante la última época, siempre estaba con cara de mal humor. Después cuando el tipo tomaba confianza con vos, empezaba a contar chistes. Un día lo fui a buscar y entré a su departamento y el tipo estaba viendo los dibujitos, al ratón Mickey. Es muy raro buscar al Polaco Goyeneche y que esté mirando al ratón Mickey. Fuimos al estudio y estábamos grabando un disco de Antonio Agri, La conversación. Un disco que hacíamos en trío: tocaba Morgado la guitarra, yo el piano y era todo a la parrilla. Y entonces, el Polaco y Agri se saludaron y empezaron a acordarse de canciones, y ahí empezó el tema Viejo ciego, que fue una grabación memorable. Es tan buena que la pusimos en el disco de Agri y en el del Polaco. Grabar con el Polaco era lo más sencillo de la tierra.  Teníamos la base musical hecha y en la primera toma ya estaba.