En enero de 1989 asumió la presidencia de los Estados Unidos el republicano conservador George Herbert Walker Bush. Sucedía al actor Ronald Reagan, pero no cambiaba en ningún sentido la orientación del gobierno. De hecho, Bush había sido el vicepresidente en los ocho años anteriores. Reagan y Bush gobernaron durante los años finales de la Guerra Fría, que desembocaría en 1991 en la disolución de la URSS, llevando al país a una política que -junto con el giro conservador de varios gobiernos europeos, incluido el británico- caracterizada como “revolución neoconservadora”.
Este nuevo “consenso” logrado por la derecha norteamericana había incluso alcanzado al ala liberal del Partido Demócrata. Al licuarse el contrapeso ejercido por el bloque soviético en la política internacional, Estados Unidos desarrolló una política dedicada a consolidar el dominio mundial de la posguerra fría. Panamá sería en una de sus primeras víctimas.
Durante los ‘80, la potencia del norte había desarrollado las denominadas guerras de “baja intensidad” en países del Caribe. Éstas se destacaban por la provocación de sucesivas y pequeñas crisis artificiales, con fines desestabilizadores. Pero el 20 de diciembre de 1989, sin ningún tipo de eufemismos ni encubrimientos, las fuerzas armadas norteamericanas invadieron Panamá. Bajo la acusación de que el general Manuel Antonio Noriega, jefe de las Fuerzas de Defensa panameñas, estaba vinculado al narcotráfico internacional, veinte mil soldados, apoyados por buques y aviones, ocuparon el territorio de aquel país.
Según el Instituto de Geociencias de la Universidad de Panamá, la primera bomba estalló a las 12.46 hs del mediodía. A la medianoche, habían sido 422 las explosiones registradas en el perímetro de la capital. Una bomba cada dos minutos. Las tropas invasoras avasallaron pueblos enteros, masacraron a más de tres mil panameños e instalaron al gobierno títere del “civilista” Guillermo Endara, quien juró su cargo ante la presencia del general Thurman, jefe del Comando Sur. Entonces, la Organización de Estados Americanos se limitó a “deplorar” la brutal intervención y a “exhortar” al retiro militar.
La invasión puso fin al gobierno de Noriega, iniciado por un golpe de estado meses antes de este hecho, en mayo de 1989, y Estados Unidos retomó el control del istmo panameño. Recordamos la fecha de este aniversario con las palabras del historiador Howard Zinn, uno de los pocos intelectuales estadounidenses que se animaron a criticar la política exterior de su país.
Fuente: Howard Zinn, La otra historia de los Estados Unidos, Editorial de Ciencias Sociales, La Haban, 2006, pp.432-433.
«El presidente de la Junta de Estado Mayor, Colin Powell, dijo lo siguiente: ‘Quiero que el resto del mundo se muera de miedo. Y no lo digo de manera agresiva’. Para probar que la gigantesca institución militar todavía era necesaria, la admnistración Bush emprendió, durante su mandato de cuatro años, dos guerras: una pequeñita, contra Panamá, y otra masiva, contra Irak. El dictador de Panamá, el general Manuel Noriega, era corrupto, brutal y autoritario, pero el presidente Reagan y el vicepresidente Bush pasaron por alto ese dato porque Noriega cooperaba con la CIA en muchas facetas. Sin embargo, en 1987, Noriega dejó de ser útil, sus actividades en el tráfico de narcóticos estaban al descubierto y se convirtió en un objetivo ideal para que la administración Bush demostrara que Estados Unidos -potencia que parecía no poder destruir el régimen de Castro, ni a los sandinistas ni al movimiento revolucionario de El Salvador- todavía mantenía su predominio en la zona del Caribe. En diciembre de 1989, Estados Unidos invadió Panamá, con 26.000 soldados, con el pretexto de que quería llevar a juicio a Noriega por tráfico de drogas. También dijo que era necesario proteger a los ciudadanos estadounidenses. Fue una victoria rápida (…) En el poder se instaló un nuevo presidente, aliado de los Estados Unidos; pero la pobreza y el desempleo continuaron y en 1992 el New York Times informó que la invasión y la destitución de Noriega ‘fracasaron en su intento de poner fin al tráfico de narcóticos ilegales en Panamá.’ Sin embargo, Estados Unidos tuvo éxito en uno de sus objetivos: el restablecimiento de su fuerte influencia sobre Panamá. Los demócratas liberales (…) aprobaron la acción militar. Los demócratas estaban siendo fieles a su papel histórico de apoyar intervenciones militares y ansiosos por mostrar que la política exterior era bipartidista. Los demócratas estaban dispuestos a demostrar que eran tan duros (o tan despiadados) como los republicanos. Pero la operación Panamá fue de una escala demasiado limitada para conseguir lo que tanto querían las administraciones de Reagan y Bush: vencer el aborrecimiento que sentía el pueblo americano -desde los tiempos de Vietnam- por las intervenciones militares en el extranjero. Dos años más tarde, la guerra del Golfo contra irak les proporcionó esa oportunidad…”
Howard Zinn
Fuente: www.elhistoriador.com.ar