Autor: Horacio Verbitsky
«La muerte lenta» . Una crítica democrática a la democracia.
Guillermo O’Donnell, que vive y enseña en Estados Unidos, llegó a Buenos Aires pocos días antes de la renuncia del vicepresidente Alvarez. El más respetado de los politólogos argentinos resulta así un excepcional observador de la crisis, capaz de reflexionar sobre ella sin perderse en las intrigas cotidianas y de proponer caminos que mejoren el pronóstico de la democracia. La descripción de la muerte lenta que la acecha, la caracterización de los imposibilistas que abundan en los partidos del gobierno y de las asignaturas pendientes del ex vicepresidente son nuevos brillantes aportes del estudioso del estado burocrático autoritario y la ciudadanía de baja intensidad.
«Las democracias no sólo sufren muertes rápidas, como un terremoto. También pueden sufrir, y más insidiosamente, una muerte lenta, como una casa carcomida por las termitas. Nuestra clase política se está portando como un caso de manual para la muerte lenta. Esto es particularmente grave, ya que han quedado en pie tantos y tan poderosos reductos autoritarios. Advierto una suerte de conformismo, tanto en quienes están satisfechos con esta democracia truncada como en sus críticos, como si dieran por sentado que al menos seguiremos teniendo esta pobre democracia. Esta es una estupidez digna de María Antonieta, e ignora que no hay punto de equilibrio para esto que tenemos». La impactante frase pertenece a Guillermo O’Donnell, el más respetado de los politólogos argentinos. O’Donnell vive en Estados Unidos, donde es catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Notre Dame, pero llegó a la Argentina pocos días antes de la renuncia del vicepresidente Carlos Álvarez. Resulta así un observador excepcional de la crisis. Ex presidente de la Asociación Internacional de Ciencia Política, sus estudios sobre los estados burocráticos autoritarios, las transiciones y las democracias que los sucedieron son clásicos insoslayables. En este reportaje ayuda a pensar sin perderse en las intrigas cotidianas y propone algunos caminos que mejoren el pronóstico sobre la democracia. «La muerte lenta es un proceso largo en el que se produce una creciente corrosión, frente a la que nadie hace nada porque no hay episodios muy espectaculares. Pero en tres o diez años uno se despierta y se da cuenta de que esa democracia se acabó. Me la imagino como una casa con los cimientos corroídos por las termitas. Hasta anoche parecía perfecta y a la mañana siguiente un pequeño viento la derrumba», afirma.
Las termitas
¿Cómo la describiría?
Un día uno se despierta y se da cuenta de que las libertades políticas básicas de la democracia política han sido abolidas de hecho, no necesariamente de derecho. Empiezan a pasar cosas que son casi moleculares, el sistema legal funciona sesgadamente, los jueces miran para un solo lado, se condona la violencia sobre gente que no merece consideración, ya sea Rosa Luxembugo o algún villero. Los actores políticos y los liderazgos sociales miran para otro lado, como si fuera algo que no les atañe. Algunas asociaciones son perseguidas y reprimidas, la libertad de prensa padece un sistema de censura de hecho, se piensa que las próximas elecciones van a ser fraudulentas y ese pequeño pero importante espacio de libertades que define a la democracia política en lugar de haber sido suprimido por un alzamiento militar se fue perdiendo en un proceso más o menos largo. Pero las consecuencias no son menos perversas. Algunos trazos falseados de la democracia se pueden conservar, como las elecciones fraudulentas o una pseudo libertad de prensa.
La democracia de Stroessner.
O la de Fujimori. El gran desafío para ciudadanos, intelectuales, periodistas es hacer una dura crítica democrática a la democracia para no dar lugar a la crítica autoritaria que ya asoma en la sociedad. Yo he encendido mis luces de alarma. Esta democracia tan frágil e imperfecta ha entrado en un curso de muerte lenta. No es inevitable que ocurra, no es inminente pero hay síntomas preocupantes.
¿Cuáles?
Una distancia creciente de los actores políticos respecto de la ciudadanía, que responde con cinismo, alienación y enojo, porque siente que lo que pasa en la política nada tiene que ver con sus anhelos y sus pesares. Y por parte de la clase política, un juego de perros que se muerden la cola, cerrados en la coyuntura, con cada vez mayor incapacidad para mirar a la sociedad y atenderla. Cuando hay situaciones muy problemáticas, gravísimos conflictos sociales, económicos y políticos, casi todo el mundo se encierra en una visión de corto plazo, focalizada en los detalles, y deja de mirar hacia afuera, al largo plazo, hacia adelante y hacia atrás y de ver experiencias similares en otros lados y épocas que pueden ayudar a entender algunos aspectos de esta crisis.
La República de Weimar
¿Cuáles?
La República de Weimar, que precedió en Alemania el ascenso del nazismo; la Italia de 1890 a 1920, anterior al triunfo del fascismo. Y más cerca, Venezuela, Paraguay, Bolivia, Perú. Habría que releer un estudio del gran sociólogo español Juan Linz de la década del ’70 sobre el quiebre de las democracias. Linz enumera sus características:
– Creciente alejamiento de la ciudadanía respecto de los actores políticos.
– Angostamiento de la escena política, que se reduce a intrigas de palacio entre un grupo limitado de actores.
– El Congreso deja de legislar, el Poder Judicial deja de ser una entidad respetada que asume los derechos de todos los ciudadanos: actúa mirando hacia los favoritos políticos o los grandes intereses económicos y se tapa el otro ojo.
– Gran deterioro de la efectividad de esos derechos y de la imparcialidad en su aplicación.
Todos estos fenómenos están presentes en la Argentina. Si no avanzamos en llamar la atención sobre ellos, en reconocer que son problemas políticos de la mayor magnitud y si no peleamos todos por esto, la tendencia va a seguir siendo en dirección a la muerte lenta. Debemos recordar que esta democracia es nuestra, de una ciudadanía que se ha sacrificado y ha luchado por conseguirla y que los mandatarios son representantes que derivan su autoridad de nuestras luchas, para conducirla hacia su expansión y no hacia su muerte.
¿Cómo se produciría el hipotético derrumbe?
Una sintomatología típica aprendida de la historia puede ser la llegada a un punto en el cual la ciudadanía no cree en nada ni en nadie, donde siente que lo que pasa en la política le es ajeno y frecuentemente hostil, pero ya no tiene nada que decir, se interrumpió el vínculo, no hay a quien hablarle, no vale la pena hablar porque no va a ser escuchada.
La venganza social
La democracia argentina, ¿no es consecuencia del colapso de la dictadura en una guerra exterior contra una potencia mundial y de su incapacidad para administrar la economía?
Esos fueron los desencadenantes. Pero hubo muchos puntos de resistencia. Los horrores de la represión, la crueldad de un Estado que se hizo enemigo de todos, que se pudrió por dentro, sumada al destrozo económico que el muy ilustre señor Martínez de Hoz presidió como un acto de venganza social contra la Argentina plebeya, han producido un aprendizaje en gran parte de la ciudadanía, que ha pasado a valorar la democracia. El origen de muchas de las cosas que ocurren hoy está en la combinación entre ese Estado asesino y los estertores de una oligarquía que llevaba cuarenta años queriendo vengarse de ese pueblo indisciplinado. Como economista Martínez de Hoz demostró su abismal ineptitud, pero en su venganza social ha sido un gran triunfador, en el sentido de desindustrializar, de dispersar a la clase obrera lejos del peligroso cinturón que produjo el 17 de Octubre, atomizarla, matar a algunos dirigentes sindicales, sobornar a otros. Cuando en 1987 aparece la amenaza de los carapintada se produce ese momento emocionante y masivo, de gente que aprendió que tenía que defender la democracia que habíamos conseguido. Después entramos en un período de desilusiones. La hiperinflación tuvo consecuencias que aún no conocemos bien, de una intensidad y profundidad tremendas. Mucha gente creyó que Menem traía una actitud popular, la revolución productiva, el salariazo. Pero tuvimos el espectáculo obsceno de la gran farra del menemismo. La Alianza suscitó la esperanza de una aproximación a la gente, de políticas no sólo honradas sino también más progresistas. Y nuevamente en este momento hay dudas y expectativas defraudadas. La clase política está cada vez más ocupada de sí misma y no de las grandes cuestiones públicas. El desprestigio del Congreso y del Poder Judicial es colosal. La negación de derechos, con mensajes alarmantes como el de ese jefe de policía de Buenos Aires que dice que a quien torture lo va a fusilar, y por la espalda por si fuera poco, agrega un componente de ilegalidad, de falta de respeto por factores básicos de convivencia. Me parece muy valiosa la prédica de algunos periodistas y ONGs que marcan la cuestión de los derechos civiles, del debido proceso, de la legalidad en la actuación del Estado y de la policía. La lucha por el derecho y contra el crecimiento de reductos violentos y de discursos autoritarios es muy política y prodemocrática y requiere apoyo desde diferentes frentes en defensa de la frágil casa de esta democracia.
Asignaturas pendientes
¿Cuál fue la última vez que vio a Carlos Álvarez?
Poco antes de la renuncia.
¿Cómo lo encontró?
Muy preocupado. Pero fundamentalmente aprovechó mis ventajas comparativas y me preguntó sobre temas de política internacional, de Estados Unidos, de Brasil.
Álvarez pasó de una sobreactuación a otra. Durante ocho meses fue el más vertical defensor de todas las decisiones del presidente. Aceptó de modo acrítico políticas contradictorias con el programa de la Alianza y los valores que se suponía encarnaba el Frepaso. Esto generó tensiones dentro del Frepaso y en su propia conciencia al percibir el repudio popular a esas medidas. Para salir de esa encerrona comenzó a sobreactuar en sentido contrario su diferenciación, a riesgo de destrozar la Alianza y generar una inestabilidad institucional.
Más allá de este análisis, que es altamente verosímil, me interesa señalar otras cosas. Atribuyo enorme importancia a su renuncia, porque ha puesto en la escena política un tema que parecía olvidado, ajeno al juego político, que es la ética en la función pública. Al renunciar, ha creado una crisis, y me parece bien, en términos de mi preocupación por la muerte lenta. Crisis implica oportunidad, la posibilidad de introducir nuevos temas, de discutir rumbos, de abrir perspectivas. No tengo la bola de cristal para saber si de esto sale algo mejor. Pero en la necesaria transposición de este momento ético a un momento político renovador, Álvarez tiene dos asignaturas pendientes que incluso los ciudadanos que le tenemos gran simpatía debemos cobrarle rigurosamente.
¿Cuáles son?
La primera es hacer del Frepaso algo que se parezca a un partido político, con implantación territorial, con una razonable institucionalidad de los organismos de dirección. Eso le quitará capacidad de maniobra inmediata, pero es condición necesaria para que un liderazgo político democrático avance en dirección constructiva y de largo aliento. La segunda es ofrecer un auténtico y verosímil perfil progresista, desde el llano y eliminando lo que sí creo que fue una sobreactuada adhesión a algunas medidas que dudo que él haya compartido.
¿En qué consistiría tal perfil?
En delinear alternativas responsables pero mucho más creativas en el plano económico-social e incorporar una preocupación explícita sobre los temas de derechos civiles y humanos, por su significación política y no sólo intrínseca. Como toda asignatura pendiente, vamos a ver si se inscribe en las materias para darlas, y si las aprueba. Yo espero que lo haga.
Los imposibilistas
¿Cómo ve el rol y las posibilidades de De la Rúa?
Me permití opinar sobre Álvarez porque lo conozco y lo estimo. Con el presidente he conversado alguna vez accidentalmente, de manera que voy a ser más cauto. Un riesgo grave es que quede prisionero de un tipo de política muy angosta. Cuando, advirtiendo este problema, últimamente ha salido a hablar, me ha sonado poco convincente, con un discurso impostado o ensayado. Habría que crear una nueva categoría conceptual: la de los imposibilistas, que abundan sin distinción de partidos en este gobierno. Hay demasiados cautos funcionarios que ante cualquier idea mínimamente innovadora hacen largos catálogos de por qué es imposible, que los mercados, que al presidente no le va a gustar o que los desgraciados de la trenza del piso de abajo la van a vetar. Cuando se miran los acontecimientos después del derrumbe, la clase política queda retratada como mediocre y estúpida, los que debieron ver y no vieron, y nadie hizo nada para pararlo. A nuestros políticos les podría interesar que esa imagen histórica de la pequeñez no fuera cierta respecto de ellos. He escuchado muchas más enunciaciones de imposibilidad que proyectos de cosas posibles. ¡Qué bien saben por qué no se pueden hacer las cosas!
¿Por ejemplo?
La reforma política no incluye una reforma de la ley electoral, porque, me dicen, no pasaría, porque atacaría los intereses de las máquinas partidarias. Si hay un punto clave para renovar la política, hacer del Congreso un órgano legislativo y no de prebendas e irresponsabilidades es renovar la forma en la que se eligen los representantes del pueblo. Con la actual legislación son sólo representantes, débiles, de caudillos locales. Con un susurro responden que sería muy bueno pero que es imposible. Yo digo: por lo menos pónganlo en discusión, va a haber fuerzas sociales, organismos, instituciones, periodistas, que van a entrar en la discusión. Contestan que sería muy conflictivo, que atentaría contra los consensos necesarios. Entonces la reforma nace truncada en su propia base. Una política económica tiene que ser responsable, conseguir una sana situación fiscal, no puede ignorar el chantaje al que el capital financiero somete a países de Estado débil. Pero aun con esas restricciones se podrían haber hecho otras cosas.
Rendición incondicional
¿Alguna de ellas?
Sobre todo no cometer la barbaridad de disminuir los sueldos de los empleados estatales. Lo leía en Internet y no lo podía creer. Hacer eso es darle otro golpe en la nuca a un Estado que la derecha económica no necesita salvo para reprimir. Pero si decimos que somos progresistas, necesitamos que sea mucho más fuerte, para hacer las políticas sin las que el progresismo no es más que un discurso vacío. Si sólo se trata de navegar los mal llamados mercados, por supuesto la pasividad imposibilista es una forma muy posibilista de hacer un cierto tipo de política. Me parece un acto de rendición casi incondicional. De hecho, el actual sistema electoral, que no ha sido tocado en el proyecto que elaboraron Interior y Vicepresidencia, es el peor en términos de representación.
¿Por qué?
El caudillo o el jefe que controla la provincia o el municipio designa a dedo a quienes serán senadores y diputados, nacionales y provinciales. Leí un trabajo académico en curso de Mark Jones y otros, que me sorprendió. Entre 1955 y 1999 la tasa de reelección de senadores y diputados nacionales en la Argentina fue de apenas 17 por ciento. Este es un record mundial. En Estados Unidos es del 75 por ciento para diputados y del 80 por ciento para senadores. Dada esa baja expectativa de continuidad, un legislador carece de incentivo racional en aprender a serlo. Si para continuar en una tarea legislativa dependiera mucho más de los votantes del territorio, se ocuparía de tener más contacto con la gente que lo va a nominar. Esto establecería relaciones mucho más cercanas. Si esa cosa permanente que es el electorado lo reconoce como un legislador bueno, puede pensarse haciendo una carrera legislativa, con honra y satisfacciones que el Congreso actual no puede dar.
¿Cómo incide en esto la constitucionalización de los partidos de la reforma de 1994?
Está bien constitucionalizar a los partidos que, pese a sus defectos, son indispensables. Si las candidaturas no pasaran por ellos, sería otro síntoma de muerte lenta. No hay democracia política sin partidos. El tema es cómo los ubica la ley. Pueden funcionar de diferentes maneras: controlar las candidaturas o abrirse a postulaciones ciudadanas. Una característica argentina es el insólito poder de la máquina partidaria para designar a los legisladores, que no existe en ninguna democracia madura contemporánea. Existía en Italia antes de la gran crisis, y ahora se ha revisado. Por eso fracasa este lado de la reforma política, la máquina lo veta.
¿Cómo debería ser la nominación?
Mediante elecciones más abiertas de representantes por parte de los ciudadanos, que no sean confrontados con una lista cerrada. Los imposibilistas no han tenido el coraje de plantearlo. El proyecto de reforma incluye elecciones internas sólo para presidente y vice, pero no para los demás cargos. Este es otro modo de ocluir la representación. Las internas tienen problemas, pueden ser manejadas por la máquina, pero ofrecen la oportunidad de introducir otras candidaturas que las del cacique, de organizarse, de movilizar, de ofrecer alternativas, discutir plataformas. En la no reforma que le han llevado a De la Rúa, esa posibilidad ha sido clausurada.
¿Qué rol juega la deuda externa?
Es la herencia maldita de Martínez de Hoz, que produjo un capitalismo especulativo y predatorio, con ayuda de la ineptitud de los Roque Fernández y Guillermo Calvo, que desde el CEMA inventaron la tablita. En algún momento podrían tener la vergüenza de reconocer el daño que hicieron. No hay forma de no pagar la deuda. Ahí sí, soy imposibilista. La actitud originaria de Caputo y Alfonsín, de que porque somos buenos y tenemos amigos en Europa nos van a perdonar, no resulta. El capitalismo financiero mundial es muy duro, incontrolable por un pobre país marginal. Todo depende del tipo de Estado desde el que se negocia. Un Estado débil, con una política deslegitimada, con una crisis por el menor vientito, por supuesto que no puede negociar, va a firmar lo que le pongan adelante. Y en todo caso a pedir lástima. Los brasileños tienen algo que se parece mucho más a un Estado y a una burguesía con componentes nacionales. Con todos sus defectos, negocian mejor y han tenido más éxito. También los chilenos, con Aylwin y con Frei y no solamente con Pinochet. Aunque no resuelven la hipoteca, hay márgenes posibles y mejores. Lo que pasa es que con este Estado, con esta política y con este inmediatismo en el cual vivimos, sólo podemos pedir de rodillas que nos aguanten un poquito más. Es muy fácil caer en la declamación demagógica del no pago. Pero tampoco es admisible la encerrona en que muchos nos quieren meter, porque tienen intereses muy importantes, de que esto es así o así. No es cierto. Hay buenos ejemplos de países que mejoraron un 3 por ciento, un 5 por ciento, que alargaron los plazos cinco años, lo que hace una diferencia fundamental. Vista desde Estados Unidos, la imagen de la Argentina en estas cosas es realmente la de un país africano, les tienen mucho más respeto a los mexicanos y a los brasileños. Al acreedor uno puede empezar a interesarle si tiene alguna fuerza atrás y le plantea condiciones sociales, requisitos políticos. Si va con el sombrero en la mano y acepta la premisa única de vender hasta la heladera para pagar la hipoteca, empieza perdiendo y no sale nunca de eso.
Otra cuestión es que acá los recursos para pagar se generan únicamente recortando programas sociales, bajando salarios, con la famosa consigna de Avellaneda, sin explorar alternativas.
En conversaciones con gente del gobierno dije que para salir de la crisis del Senado con algo más que una actitud moral habría que poner en la agenda legislativa la reforma del sistema impositivo. Aparte de sus agujeros, tal cual está estructurado normativamente es uno de los grandes candados para impedir una razonable política progresista, porque castiga a unos sectores, exime a otros, es un sistema de adiciones recaudadoras, que se autoderrota a sí mismo por ser tan fiscalista y que no encarna un proyecto de política nacional. Discutir el sistema impositivo lleva a una cierta visión del país al que se quiere llegar, y de las alianzas sociales para ello, y lo mismo ocurre con la ley de presupuesto.
¿Cuál fue la respuesta?
Que sería muy importante hacerlo, pero que al menos por ahora no es posible porque asustaría a los mercados. Y me miraron como a un marciano que propusiera invadir Noruega.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar