Fuente: Felipe Pigna, Los mitos de la historia argenina 3, Buenos Aires, Editorial Planeta, 2006, págs. 53-.
Yrigoyen asumió la presidencia con la guerra europea en pleno desarrollo. Los Estados Unidos todavía no habían ingresado en ella; recién lo harían en 1917. Nuestro país mantuvo la neutralidad iniciada por Victorino de la Plaza, por las mismas razones económicas y políticas que había argumentado su antecesor: nos permitía continuar con las exportaciones tradicionales y facilitar créditos a los países que nos compraban.
Pero la actitud de Yrigoyen será mucho más enérgica que la de su predecesor quien toleró, sin hacer absolutamente nada, el ataque alemán contra un consulado de nuestro país en Bélgica, el saqueo del edificio y el fusilamiento del propio cónsul argentino.
El 4 de abril de 1917 un submarino alemán, violando el principio de neutralidad, hundió el buque mercante argentino Monte Protegido. Inmediatamente el gobierno de Yrigoyen le exigió explicaciones al gobierno alemán en estos términos: “El hundimiento del Monte Protegido (…) constituye una ofensa a la soberanía argentina que pone al gobierno de la República en el caso de formular la justa protesta y la reclamación de las explicaciones consiguientes. (…) El gobierno argentino espera que el gobierno imperial alemán, reconociendo el derecho que asiste a la República, le dará las satisfacciones debidas, desagraviando el pabellón, y acordará la reparación del daño material”.1
El gobierno alemán contestó el 28 de abril: “El gobierno imperial, deseoso de demostrar el espíritu amistoso de que está animado, se apresura a asegurar al gobierno argentino que está dispuesto a dar la reparación por el daño causado, y expresa al mismo tiempo, sus sinceros sentimientos de pesar por la pérdida del buque argentino”.
Pero parece que los germanos tenían un concepto muy particular del espíritu amistoso y dos meses después otro barco argentino, el Toro fue hundido por otro submarino alemán. El gobierno argentino volvió a quejarse “La República (…) no puede consentir como legítimo el daño directo, a base de una lucha en la que no participa. No es posible que sus productos neutrales se califiquen en momento alguno como contrabando de guerra (…) Son el fruto del esfuerzo de la Nación en su labor vital (…) El gobierno argentino no puede así reconocer que el intercambio de la producción nacional del país, sea motivo de una calificación bélica restrictiva de su legítima libertad de acción y de evidente menoscabo a su soberanía”.2
Finalmente el gobierno imperial concretó sus disculpas oficiales y aceptó indemnizar a la Argentina: “El Gobierno imperial (…) ha resuelto (…) indemnizar al gobierno de la República los daños causado por el hundimiento de dicho buque (…) Declara al mismo tiempo que la libertad de los mares, también para la navegación argentina, constituye uno de sus objetivos principales en esta guerra. Por consiguiente reconoce gustoso (…) las normas del derecho internacional (…)”.3
Los alemanes hicieron efectivo el desagravio a nuestros símbolos patrios y el pago de la indemnización en la base naval de Kiel el 21 de septiembre de 1921 a bordo del acorazado Hannover.
Se suscitaron nuevos incidentes diplomáticos con Alemania al filtrarse el contenido de unos cables reservados del embajador alemán en Buenos Aires, Karl von Luxburg, en que le aconsejaba a sus submarinos dejar pasar o hundir, sin dejar rastros, a los barcos argentinos Guazú y Orán, y trataba en éstos términos al canciller argentino Honorio Pueyrredón: “He sabido de fuente segura que el ministro interino de Relaciones Exteriores, que es un notorio asno y anglófilo, declaró en sesión secreta del Senado, que la Argentina exigiría de Berlín la promesa de no hundir más barcos argentinos. Si no se aceptase eso, las relaciones se romperían. Recomiendo rehusar, y, si fuera necesario, buscar la mediación de España”.4
Yrigoyen tomó la cosa con calma sabiendo que los partidarios de la entrada Argentina a la guerra podrían encontrar en el episodio un excelente justificativo y señaló que “no llevaría al país a los horrores de una guerra sólo porque Luxburg lo hubiera insultado a Pueyrredón y a él (Luxburg lo había llamado “rufián”)”. En un acto del Comité Nacional de la juventud declaró: “Argentina no va a permitir ser conducida a la guerra por los Estados Unidos”.5 Se limitó a decretar: “Entréguese sus pasaportes al señor conde Karl de Luxburg, enviado Extraordinario y ministro Plenipotenciario del Imperio Alemán, quedando terminada así su misión diplomática acerca del gobierno argentino”.6 Y le exigió al gobierno alemán que dejara en claro que no avalaba ni la actitud ni las palabras de su ex embajador.
La divulgación del incidente causó un escándalo en Alemania. La prensa apoyó la protesta argentina y repudió la actitud de Luxburg. El secretario de Estado Kuhlman se disculpó con el gobierno argentino: “Señor Ministro: Al acusar recibo de su nota de fecha 14 del corriente, por la cual se me ha comunicado que el Conde de Luxburg ha cesado de ser persona grata, tengo el honor de hacerle saber que el Gobierno Imperial lamenta vivamente lo que ha pasado, y desaprueba en absoluto las ideas expresadas por el Conde Luxburg en los telegramas publicados por nuestros adversarios, sobre la forma de hacer la guerra de cruceros. Esas ideas no han tenido ni tendrán ninguna influencia sobre las decisiones y las promesas del Gobierno Imperial”. 7
Referencias:
2 Roberto Etchepareborda, Yrigoyen/1, Buenos Aires, CEAL, 1984.
3 Raimundo Siepe, Yrigoyen, la Primera Guerra Mundial y las relaciones económica, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1992.
4 Etechepareborda, op. cit.
5 Siepe, op. cit.
6 Iñigo Carrera, Héctor, La experiencia radical, Buenos Aires, La Bastilla, 1980.
7 La Época, 23 de septiembre de 1917.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar