Juan Alemann habla claro y de todo

Cuatro periodistas de SOMOS entrevistaron, el lunes 29, en su despacho, al secretario de Hacienda, doctor Juan Alemann. El funcionario tiene fama de ser un hombre polémico, que efectúa declaraciones explosivas. Es, sin embargo –como él mismo lo afirma–, una persona que le gusta decir la verdad. Aunque sea antipática. Por eso se tocaron todos los temas que interesan actualmente a la opinión pública. El doctor Alemann analizó profundamente la situación económica nacional. Estas son las partes principales del diálogo.

Fuente: Revista Somos, Año 2, N° 89, 2 de junio de 1978.

¿Cuándo cree usted que los argentinos vamos a empezar a ver los resultados de la política económica?

Yo no sé si alguna vez se van a ver los resultados a nivel de expectativa popular. Sí van a ver que realmente tiene voluntad de progreso. Eso es así globalmente, porque yo no creo  en los resultados masivos, salvo en ciertas cosas. Por ejemplo, todo el mundo se dará cuenta de un resultado concreto cuando tome su coche y circule por la autopista de Mayo. Ahora si usted se refiere a resultados en cuento al nivel de los ingresos, se va a avanzar paulatinamente y en forma dispar, de modo que avanzará más el que vale más, y menos el que se queda. Es que el desarrollo –y esto debe entenderse bien– no es repartir bienestar para todos. El desarrollo es un tren que lleva al que quiera acoplarse, o sea que requiere algún esfuerzo propio. Hay que hacer el esfuerzo de subirse al tren. Es como si dijéramos que es un tren que está en marcha, que nunca para y que para subirse a él hay que correr. El que no corre, no se sube al tren.

El costo de la vida es el tema que más preocupa actualmente a los argentinos, quienes se preguntan: ¿Se le fue de las manos al gobierno la inflación? ¿Este es el ritmo inflacionario que se preveía?

No, de ninguna manera se nos fue de las manos.

¿Pero, estamos con la inflación prevista por el Gobierno?

No, tampoco. Ahora es un poco más alta que la prevista. Lo que pasa es que la tasa de inflación en el corto plazo es inmanejable. Uno hace mientras mediciones a los fines del cálculo, pero no se compromete con nada. Si analizamos procesos similares, como lo han tenido Chile u otros países, comprobamos que la baja de la inflación tiene una tendencia absolutamente errática. Por ahí sube, después baja violentamente, y cuando esto ocurre todo el mundo se dice: ¡qué bien, ahora camina todo! Es un proceso dificilísimo, muy lento, que sube y baja.

Pero la opinión pública juzga el éxito o el fracaso del programa económico en base al índice de inflación.

Sí, pero es un error.

¿El gobierno no debería explicar que esto es un error? Porque la gente abre un diario, ve que el costo de la vida subió el 9 por ciento y dice que Martínez de Hoz se equivocó.

Si es un error eso que usted dice no se lo puedo contestar. Esta es una cuestión que tendrían que explicar los expertos en información pública.

Pero usted dice que el índice de inflación es más elevado de los que preveía el gobierno. ¿Por qué?

Explicar esto es bastante difícil. Hay un montón de fenómenos. Nosotros producimos cambios profundos en la economía y la relación que esto produce a un enfermo y le da fiebre. Eso trae una reacción inflacionaria. Por ejemplo: nosotros producimos cambios en los precios relativos a favor de las tarifas públicas –que todavía están por debajo del nivel real de 1968–, pero las queremos elevar pensando que cada uno tiene que pagar sus servicios y contribuir en alguna medida a la capitalización de esos servicios. La reacción de todo el mundo, entonces, es querer subir sus precios de la misma manera que las tarifas. La conducta de la gente es que piensa que el cambio de precios relativos en realidad no es tal sino que es un anticipo de una tendencia inflacionaria en general.

¿Son los empresarios?

Sí, los empresarios chicos, quizá. El almacenero, por ejemplo, que le subieron el gas o la luz y él aumenta los precios de igual forma.

Quiere correr delante de la inflación…

Sí. Pero quiere correr delante de un precio relativo que aumenta más que la inflación. Se produce la tradicional lucha de cada uno por mantener su porción de ingreso, porque nadie quiere aceptar que el cambio de precio relativo significa cambios en los ingresos y que alguno debe perder, con lo cual el cambio de precios relativo se transforma en un factor de inflación. Esto es lo que se llama la teoría estructural de la inflación, que en nuestro caso se da perfectamente. En segundo término existe lo que el ministro de Economía calificó como la indexación mental. Es decir, es la gente que dice que “ya que la inflación está en el diez por ciento mensual, yo aumento”. No le importa si tiene más costo, más demanda. Nada. Aumenta sin respetar leyes de mercado. Es muy difícil cambiar esta mentalidad. Pero para que la gente se convenza de que eso está mal se produce la recesión, que es lo que hubo ahora. Entonces más de uno se golpea la cabeza contra la pared y se da cuenta de que eso, así, no va.

¿Estaba prevista la recesión con inflación?

Sí, estaba prevista. En algún momento, sabíamos, tenía que venir la recesión. Es un poco inevitable, pero aquel que aumentó los precios todos los meses porque sí, los va a dejar de aumentar recién cuando se dé cuenta de que otro competidor no los aumenta y le saca mercado. Es lo que está empezando a pasar ahora. Tenemos, por otra parte, un numeroso sector de empresas que han vendido más que el año pasado, pese a la recesión.

¿Cuál será, entonces, el paso siguiente?

El paso siguiente de esto es que el que no vende también tendrá que bajar los precios o, mejor dicho, no aumentará más ese diez por ciento por mes. Esto tiene un efecto estabilizante en cadena. Cuando todos bajan los precios, o no los suben más, se produce un efecto expansivo sobre la economía.

Esta política produce distintos efectos según la capacidad financiera de las empresas.

Es que las situaciones son distintas entre las empresas. Las hay con problemas financieros, laborales, con problemas de obsolescencia de maquinarias, etcétera. Las condiciones de competencia son muy distintas y cada uno tiene que ubicarse como pueda. Esto es el mundo moderno. No le damos a ninguna empresa una garantía de subsistencia.

Pero en un mercado con expansión ¿la demanda no vuelve a actuar como factor inflacionario?

Bueno, no en la medida en que la gente esté un poco, digamos, quemada. Nosotros todavía estamos bajo la impresión psicológica de la gran inflación de 1975, donde mucha gente perdió gran cantidad de dinero por no aumentar los precios lo suficiente. Esa gente ahora dice “a mí no me agarran más”. Pero cuando la experiencia inmediata sea al revés, es decir que el que aumentó más los precios se perjudica y se funde, entonces va a pensar que si aumenta, pierde mercado. La gente tiene que tener noción de la competencia efectiva. Por eso también nuestra política de fijar aranceles, que si bien son altamente proteccionistas no son prohibitivos. Entonces, en cierto modo, juega también la competencia externa. Esto no es para liquidarlo, sino para asustarlo un poco.

¿El argentino tiene mentalidad para vivir y desempeñarse en un mercado de libre competencia?

Esto es u desafío de época. Es un camino sin retorno. Lo otro, lo de antes, no va más. Aquí, lo que ocurre es que la Argentina tiene una enorme frustración por no haber crecido mucho, por no haberse desarrollado, y el argentino tiene un complejo cuando va a otros países y comprueba cómo se han desarrollado mientras nosotros quedamos atrás. Esta frustración la canaliza. En 1973 sabemos como la canalizó. Y nosotros los que queremos no es canalizar su frustración sino, directamente, quitársela. Hacerlo competitivo, eficiente. Y, además, quitarle ese enorme complejo de ineficacia que tiene. Recién ahora se están dando cuenta los empresarios que no necesitan protección, como también hace muy poco que se dieron cuenta que pueden exportar.

Existe la idea, bastante generalizada, de que no se ha hecho bastante con las empresas del Estado y de que el traspaso de éstas al sector privado es demasiado lento. ¿Es cierta esta idea, se puede ir más rápido?

Evidentemente podríamos ir más rápido, pero humanamente esto es muy difícil. Pero estamos en un ritmo que es rápido para lo que es la Argentina. Por supuesto que si estuviéramos en los Estados Unidos, por ejemplo, sería muy lento. Lo que sucede es que cuanto se tienen empresas gigantescas el arranque es siempre lento. Es que, también nuestro país es lento. Hay que partir de esa base. Bajo otro punto de vista estas grandes empresas, hasta que los nuevos administradores, que tienen una total discontinuidad con los anteriores, toman las empresas, las analizan y empiezan a aplicar medidas profundas, pasa cierto tiempo. Porque si no se improvisa.

¿Hay quienes se oponen al pase de las empresas estatales a la órbita privada?

Siempre hay alguno que dice que no, pero realmente es una política que se quiere aplicar. Cuanto más grande es la empresa, más se tarda en dominarla. Hay que poner al frente de ellas a gente capaz, pero también darles un plazo de permanencia. Las empresas estatales están enormemente trabadas en comparación con las privadas. No pueden diferenciar por categorías a su personal, tienen dificultades para contratar expertos, para comprar. Es decir, el mecanismo se hace muy pesado porque han sido asimiladas a la administración pública no sirve para el dinamismo de una empresa. De ahí dimos el primer paso al convertirlas en sociedades anónimas del Estado, que es una forma jurídica más dinámica.

¿Hay empresas que no se pueden privatizar?

Sí, por ejemplo YPF, Ferrocarriles, Teléfonos, Gas del Estado. Es decir las empresas estructuralmente muy complejas o las que son de origen público o social.

¿Pero no podría permitirse la aparición de empresas que le hicieran competencia a aquellas? Por ejemplo a ENTEL.

Podría haber, pero no en las grandes urbes. De hecho actualmente en el interior existen empresas privadas telefónicas. Pero tener dos empresas en una misma ciudad lleva a superposiciones y eso no es racional. Y además hoy nadie se instalaría con una empresa de teléfonos.

No quiere correr el riesgo de que cualquier día se la quiten. La gente quiere seguridad en su inversión. Digamos la verdad, el inversor extranjero para servicios públicos de este tipo no viene al país, y al inversor nacional tampoco le interesa. Entonces, no perdamos tiempo en el tema. Yo postulo lo siguiente: están las empresas privatizables, en las que el Estado no tiene nada que ver, que sí deben quedar afuera. En las demás busquemos la privatización periférica. YPF, por ejemplo, está haciendo contratos de explotación y de exploración. Es decir que está acoplando empresas periféricamente. Lo cual significa que YPF se deshace de ciertas actividades y se reduce. Es una forma de privatización que hace, a la vez, que el empresario privado presione a la empresa estatal para una mayor eficiencia. Actúa por contagio. Por otra parte, la idea nuestra es la siguiente: ganancia no es igual a eficacia. Una cosa es perder conscientemente, por ejemplo, cuando se actúa por fomento, y otra cosa es perder donde se debe ganar. Esto es un principio de buena finanza. Nosotros no somos liberales a ultranza que decimos: ningún subsidio. No, demos subsidio, que es un aspecto puramente político, pero sepamos a quién se lo damos y cuánto le damos.

Así tiene más importancia el manejo presupuestario…

Claro. Esta es la gran revolución que hemos hecho acá adentro: hacer del manejo presupuestario la gran arma del gobierno. Antes al presupuesto no se le daba importancia. El gobierno tomaba decisiones al margen de éste. Ahora pensamos que el presupuesto, para que se cumpla, hay que tomarlo en serio. Yo esto no lo puedo manejar solo, evidentemente. Tengo que llevarlo más arriba. Entonces nosotros preparamos un presupuesto y le damos una última repasada en Planeamiento y en el gabinete nacional. Antes los presupuestos nunca se trataban en reunión de ministros. Se consideraban a libro cerrado, cuando estaba terminado.

¿Ahora compromete más a cada ministro para que el presupuesto se cumpla?

Por supuesto. Es que cuando los ministros empiezan a discutir, es cuando la decisión se hace razonable. Porque de golpe ocurre que un ministro le dice al otro: “está bien, yo reduzco mis gastos, pero aquél también tiene que reducirlos”. Las discusiones se producen, claro que en un alto nivel, pero finalmente todos se interesan en que gastan la plata. Porque la gran decisión es saber optar, como en todas las cosas de la vida. Antes, en materia de presupuesto, no se optaba: se sumaba.

La opinión pública no llega a comprender todo esto.

No, pero no hace falta que lo entienda. Las cosas hay que explicarlas en otra forma. En materia de ingresos se debe explicar a la gente que el gasto se paga de todos modos. Si no es por impuestos. Lo que nosotros queremos es que todo el mundo pague los impuestos que tiene que pagar. Eso es lo más justo. Si no lo hacemos así, si no perseguimos a los evasores, otros pagarán los impuestos, ya sea por inflación o por cargas excesivas. En materia de gastos, el gran concepto que hay que hacerle entender a la gente es que el gasto no es ilimitado. Que el Estado puede gastar para una cosa o para la otra, pero que no gaste mal. Por ejemplo, la discusión sobre el Campeonato Mundial de Fútbol hizo que la gente se diga ahora si con ese dinero no se podrían haber hecho hospitales, escuelas  u otras obras. Es la primera vez que se discutió el gasto público en esos términos de opción.

Los periodistas extranjeros que vinieron para el Mundial de Fútbol dicen que la Argentina es uno de los países más caros del mundo.

Eso es un problema de tipo de cambio. Cuando se están acumulando divisas en forma feroz, como lo hacemos nosotros –que es otro factor inflacionario monetario–, tenemos que tratar que el tipo de cambio sea relativamente bajo, porque si no acumularíamos más divisas todavía.

¿El peso está en su paridad?

No. El peso estaría un poco sobrevaluado, lo que hace que la Argentina sea un país caro. Pero en términos de balanza de pagos, es lo que corresponde.

¿Y eso influye para que un traje cueste 300 dólares y la comida sea cara, comparándola internacionalmente?

Sí, porque cuando antes un traje costaba 100 dólares era cuando el tipo de cambio estaba mal. Era un tipo de cambio de crisis de balanza de pagos. Pero en realidad lo lógico es que el tipo de cambio se ubique en la paridad media de una canasta de productos de los Estados Unidos y de la Argentina. Estas son cuestiones de absoluto equilibrio. El que tiene un equilibrio en contra en su balanza comercial externa tiene un tipo de cambio alto, y el que tiene el equilibrio a su favor tiene un cambio bajo. Por ejemplo, en la pos guerra Estados Unidos tenía un saldo muy favorable en su balanza de pagos, pero era el país más caro del mundo. Ahora es más barato que Suiza, por ejemplo, y tiene una balanza comercial sumamente desfavorable.

¿Qué vamos a hacer con los cinco mil millones de dólares que tenemos de reserva?

Bueno, siempre alguna reserva hay que tener para evitar cualquier pánico, para evitar la especulación contra la Argentina. En este momento uno sabe que no se puede especular contra el país.

¿Qué es especular contra el país?

Es creer que viene una especulación muy grande de golpe, por ejemplo, y salir corriendo a comprar dólares. Eso no se lo aconsejaría a nadie. Otra parte de las divisas está para gastar en caso de que venga un año con malas cosechas. Y otra parte está para importar más. Debe tenerse en cuenta un hecho histórico: cuando el Producto Bruto Interno crece, las importaciones aumentan más que el PBI.

También sirve para pagar la deuda externa. ¿Es muy alta?

La deuda externa se mide siempre en forma racional en proporción con las exportaciones. Nosotros tenemos una deuda del orden de los diez mil millones de dólares y exportamos más de cinco mil millones por año; para el mundo moderno es una deuda muy chica.

¿Hay presiones internacionales para vendernos productos?

Nosotros somos un buen mercado. Todos nos quieren vender. Pero lo malo es que como somos tan buen mercado nos quieren vender financiado, y entonces aumentamos más nuestras reservas.

¿A dos años y medio del proceso se puede decir que el gradualismo es beneficioso?

Mire, aplicar en 1976 una política de shock hubiera sido imposible. Primero porque nos habría llevado a una tasa de desocupación del 20 o del 25 por ciento. Eso la Argentina no lo hubiera soportado. Toda política económica hay que instrumentarla. Y toda política de shock tiene que ser prevista, por ejemplo, dos años antes. Imagínese que lío que se puede armar si salen en un día doscientas leyes de golpe. Es como si todo lo que hicimos en dos años lo hubiéramos hecho en un día. Ahora si el gobierno anterior hubiera durado seis meses más, entonces habría producido el descalabro total – como ocurrió con Alemania en 1923 y en 1948–, la desmonetización, y ahí sí podríamos haber aplicado una política de shock; el país lo hubiera admitido, porque tendríamos una desocupación enorme dentro de la inflación.

¿Y ahora se prevé algo más de desocupación?

Muy poco. Aquí, el que quiere trabajar lo hace. Trabajo no falta, cuando más habrá que cambiar de actividad.

¿Es difícil ser funcionario público? ¿Por qué, salvo excepciones, nunca han hablado claramente?

Porque los echan. Nosotros no somos dueños del país. Somos administradores transitorios de la cosa pública, de algo que es de todos. Entonces tenemos que estar rindiendo cuentas permanentemente de lo bueno y de lo malo, para que todos lo juzguen. La Argentina no está acostumbrada a que le digan la verdad. Yo creo que una de las causas esenciales del progreso de Estados Unidos es que siempre contaron toda la verdad. O sea que si estuviéramos ahora en Estados Unidos usted me preguntaría de todo y yo le contestaría de todo.

Este equipo económico ¿tiene un total apoyo político?

Yo creo que los apoyos políticos nunca son totales. Pero también creo que este equipo tiene el suficiente apoyo como para seguir adelante.

¿A usted le molestan las críticas?

A mí no me molesta ninguna crítica, siempre que me dejen contestar.

También la gente se pregunta por qué cada vez que el doctor Martínez de Hoz sale de viaje usted hace declaraciones explosivas.

Eso no es cierto. Las declaraciones más explosivas las hice estando el doctor Martínez de Hoz acá. Yo hablo siempre igual. Lo que pasó recientemente con ENTEL y Fabricaciones Militares no fueron declaraciones explosivas. Decir que el teléfono no anda no es explosivo, eso lo sabe todo el mundo. El fondo del asunto está en cuánto le interesa a uno el cargo que ocupa. Si todo lo que hacemos no lo acompañamos con un proceso de clarificación mental, puede venir otro y en un mes destrozar lo que uno hizo en dos años. La única forma de dar permanencia a esto es con una clarificación mental.

¿Usted se considera un hombre popular?

Mis amigos dicen que conmigo pasa una cosa muy curiosa: las opiniones sobre mí están muy polarizadas, la mitad está totalmente a favor y la otra mitad totalmente en contra. Entre éstos últimos están, por supuesto, los que pagan impuestos. En la Argentina hay un gran deseo de la gente de que se diga la verdad. La imagen de un funcionario que dice verdades aunque sean antipáticas, tal vez no traiga popularidad pero sí un gran respeto, y pienso que es el respeto que el pueblo tiene que tener por el Estado.

¿Son muy altos los impuestos en la Argentina?

No. Comparándola con otros países la carga impositiva es baja. Acá es de un 21 por ciento, mientras que en Israel es del 50 por ciento y en Europa más del 35 por ciento.

¿Su esposa, cuando hace las compras, recorre varios negocios para comprar en el más barato?

No. Como acá los precios aumentan todos los días nadie sabe nada, pero hay una diferencia; cuando compra mi esposa, gasta menos que la mucama.

Personalmente ¿Cuándo cree usted que va a mejorar la situación económica?

Creo que en 1979 va a ser un buen año, pero que a partir del segundo semestre de este año la cosa va a ir mejorando.

¿Va a ir a ver algún partido del Mundial de fútbol?

A algún partido tendré que ir, pero no me interesa el fútbol.

¿Qué opinión hay en el exterior sobre la economía argentina?

Cuando Martínez de Hoz viaja, tiene un éxito apoteótico. La recuperación argentina en estos dos años se aprecia mucho mejor desde el exterior. Acá nos fijamos en el precio del rabanito y de la lechuga. Allá se fijan en lo grande, porque saben que una inflación como la que tuvimos no se resuelve en un año ni en dos. Serán tres, cuatro, pero entretanto el país se va proyectando hacia el futuro.