La doctora Julieta Lanteri, la primera mujer que votó en nuestro país


(1873-1932)

Autores: Felipe Pigna y Mariana Pacheco.

Julieta Lanteri nació en Cuneo, Italia, el 22 de marzo de 1873. Llegó a Buenos Aires con sus padres y su hermana Regina cuando tenía seis años. A diferencia de otros inmigrantes italianos que arribaron en aquellos tiempos, su padre, Antonio Lanteri, era propietario de una casa de casi 500 m² en Santa Fe 1167, que había heredado de su primera mujer. Su condición de propietario y rentista le permitió a la familia vivir con ciertas comodidades, y Julieta pudo concretar su deseo de estudiar.

Fue la primera mujer que pudo ingresar y recibirse de bachiller en el Colegio Nacional de La Plata, por entonces una institución exclusiva para varones. En marzo de 1896 solicitó al decano de la Facultad de Medicina, Leopoldo Montes de Oca, el ingreso a la carrera. La matrícula le fue concedida en apenas dos días. Quedaba demostrado que la lucha de Elida Paso y Cecilia Grierson por el ingreso de mujeres a la Facultad de Medicina no había sido en vano. En 1898 se graduó de farmacéutica en la Universidad de Buenos Aires y algunos años después realizó prácticas de obstetricia en la Escuela de Parteras.

En 1906 participó del Congreso Internacional de Libre Pensamiento que se realizó en Buenos Aires, e integró el Centro Feminista cuya creación había impulsado Alicia Moreau de Justo. Más tarde Julieta fundaría la Liga Argentina de Mujeres Librepensadoras, entidad que presidiría.

En 1907 presentó su tesis doctoral titulada “Contribución al estudio del Deciduoma Maligno”, que aprobó con 8. Durante diez años ocupó el cargo de Médica de la Asistencia Pública.

Julieta sabía que la medicina era una carrera a la que había que consagrarse de lleno. En un artículo publicado en La Semana Médica sostenía: “Bajo ningún concepto debe el médico olvidarse de la misión humanitaria que se ha impuesto y no solo dedicarle todos sus anhelos y todos sus esfuerzos, sino que también tiene el ineludible deber de mantenerse al corriente de todos los adelantos y de todas las innovaciones habidas en el tiempo transcurrido desde la terminación de sus estudios universitarios” 1.

También en el mismo año en una conferencia que brindó en la Asociación obstétrica Nacional señaló: «La influencia del varón se ha dejado sentir siempre, y en todas las cosas y en su infinita pequeñez la mujer ha sido llamada a crear nada y ni siquiera a mejorar aquellas cosas más íntimas de su exclusiva incumbencia, ‘el trabajo de su parto’. Fácilmente sugestionable, ha sufrido más intensa y largamente la influencia de las doctrinas filosóficas que las religiones han llevado a los pueblos, y su ingénita debilidad material la ha tenido alejada del movimiento y de la lucha por la vida (…) El hombre piensa, estudia y trabaja y jamás siente saciedad del saber ¿por qué la mujer se detiene? … De ninguna manera se debe admitir esto y la prueba está en que un despertar placentero se manifiesta en la vida de las mujeres en general, y las hace entrar de lleno en la evolución y el progreso«.2

En 1908 propuso la organización del Primer Congreso Femenino Internacional, que se celebró en Buenos Aires en 1910, y del que fue secretaria. En él presentó una ponencia sobre prostitución que causó gran revuelo. Al referirse a las prostitutas, Lanteri denunciaba “la falta de previsión y de amor que muestran las leyes y las costumbres, creadas por la preponderancia del pensamiento masculino en la orientación de los destinos del pueblo” y acusaba a las autoridades de turno: “Si este mal existe es porque los gobiernos no se preocupan por extirparlo, y puede decirse que lo explotan desde que lo reglamentan y sacan impuestos de él” 3.

Fue también una crítica aguda de los políticos de su tiempo a quienes acusaba de preocuparse más por la salud del ganado que de la población: “Parece que el concepto de la vida y de sus fines hubiera sido olvidado o mal comprendido por los hombres públicos que han tomado en sus manos la grave tarea de formar la gran nación del porvenir, y que un denso y oscuro velo cubriera los ojos de su inteligencia y les hiciera preparar un grupo de hombres para criar un rebaño de animales”.4

Pero a pesar de sus grandes logros, nada sería fácil en la vida de esta médica, dispuesta a sortear cada obstáculo que la vida le presentaba. Su carrera académica se vio truncada por los prejuicios de aquella sociedad decimonónica. En 1909 se había presentado para ocupar el cargo de adscripta a la cátedra de enfermedades mentales pero la Facultad de Medicina rechazó su solicitud por su condición de inmigrante. Como siempre, Lanteri no bajaría los brazos, y poco después inició los trámites de nacionalización, una gestión que lograría concretar en 1911.

Aquel año, al obtener la nacionalidad argentina y en el contexto del debate sobre la reforma electoral que llevaría a la llamada Ley Sáenz Peña, la doctora Lanteri hizo una presentación judicial muy particular: reclamó que se le reconocieran plenos derechos como ciudadana, incluidos los políticos. Lo más curioso es que el fallo de primera instancia, luego refrendado por la Cámara Federal, resultó favorable. El juez E. Claros decía: “Como juez tengo el deber de declarar que su derecho a la ciudadanía está consagrado por la Constitución y, en consecuencia, que la mujer goza en principio de los mismos derechos políticos que las leyes, que reglamentan su ejercicio, acuerdan a los ciudadanos varones, con las únicas restricciones que, expresamente, determinen dichas leyes, porque ningún habitante está privado de lo que ellas no prohíben”. 5

Fue así que el 16 de julio de 1911 Julieta Lanteri fue la primera mujer incorporada a un padrón electoral argentino, y en las elecciones del 26 de noviembre de ese año fue la primera sudamericana que pudo votar. Lo hizo en la mesa 1 de la segunda sección electoral de la Capital Federal, en el atrio de la iglesia de San Juan Evangelista en el barrio de la Boca donde el presidente de mesa era nada menos que el historiador Adolfo Saldías, quien le manifestó “su satisfacción por haber firmado la boleta de la primera sufragista sudamericana”.6

Junto con su amiga Raquel Camaña, se interesó por los derechos políticos de la mujer y por la situación de la infancia. En 1911, ambas fundaron la Liga pro Derechos de la Mujer y del Niño. Dos años más tarde, convirtió su propia casa en la Secretaría del Congreso Nacional del Niño. La preocupación por la infancia será uno de sus grandes desvelos. Así lo manifestaba en la Revista Nuestra Causa, en 1920: “El pueblo que sea capaz de sostener debidamente a todo niño que venga al mundo y a toda madre que tenga un hijo, no debe temer el porvenir, pues éste le pertenece, por el hecho de haberlo conquistado en generosidad y grandeza de alma. El hijo amado y educado no será entonces la presa fácil de gobiernos insensatos que usan la máquina humana como pueden usar un cañón o una ametralladora y ponen la vida misma al servicio de intereses mezquinos”.7

Mientras tanto Julieta alternaba entre su lucha política su carrera académica y sus pacientes, a quienes atendía en un consultorio que había abierto en Av. De Mayo 981.

Tras obtener la nacionalización, Lanteri volvió a solicitar un puesto en la Facultad de Medicina, la adscripción al cargo de Profesor Suplente. Nuevamente el cargo le fue negado, esta vez lisa y llanamente por su condición de mujer.

En lo sentimental las cosas no marchaban mejor. En 1910 se había casado con Alberto Renshaw, un joven de origen norteamericano 14 años menor que ella, pero el matrimonio duró apenas unos meses.

Y para colmo, la ley 8871 sancionada en febrero de 1912, que democratizaba el sistema electoral al disponer su carácter secreto y obligatorio, imposibilitó que las mujeres recurriesen al trámite seguido por Julieta Lanteri unos meses antes. Al establecer que el padrón electoral correspondería al empadronamiento para el servicio militar, restringido a los ciudadanos varones, la ley “expresamente” establecía una “restricción”.

Julieta exigió que se la incluyese en el padrón militar, pero no la aceptaron, lo que no impidió que siguiera luchando y fuera por más: ahora daría batalla para ser candidata. Presentó ante la Junta escrutadora el siguiente escrito: “siendo ciudadana argentina, por nacionalización y, en virtud de sentencia de la Corte Suprema, no figura mi nombre en el padrón electoral, no obstante las gestiones que he realizado con tal propósito. Creo, sin embargo, que ello no constituye impedimento alguno para la obtención del cargo de diputado, y ya que la Constitución Nacional emplea la designación genérica de ciudadano sin excluir a las personas de mi sexo, no exigiendo nada más que condiciones de residencia, edad y honorabilidad, dentro de las cuales me encuentro, concordando con ello la ley electoral, que no cita a la mujer en ninguna de sus excepciones”.8

La Lanteri, como comenzaron a llamarla despectivamente en algunos medios gráficos, se convirtió entonces en la primera mujer candidata a un cargo electivo. En abril de  1919 se había constituido el comité ejecutivo provisional del Partido Feminista Nacional, del que Julieta Lanteri era secretaria.Lanzó entonces su candidatura con una plataforma electoral altamente progresista que incluía la licencia por maternidad, el subsidio estatal por hijo, la protección a los huérfanos y la prohibición de la producción y venta de bebidas alcohólicas,
, la abolición de la prostitución reglamentada, el sufragio universal para los dos sexos, igualdad civil para los hijos legítimos y los conceptuados no legítimos; horario máximo de 6 horas de trabajo para la mujer; salario igual para trabajos equivalentes para los dos sexos; jubilación y pensión para todo empleado u obrero; abolición de la pena de muerte, divorcio absoluto y representación proporcional de las minorías en los órdenes nacional, provincial y municipal 9.

En las elecciones de diputados de 1919, Julieta obtuvo 1.730 votos sobre un total de 154.302 sufragios emitidos. Vale la pena recordar que todos sus votantes eran hombres.

Julieta continuaría imparable con su lucha, incluso una vez producido el golpe de Uriburu. Hasta que la tarde del 23 de febrero de 1932 10 , mientras caminaba por Diagonal Norte y Suipacha, fue atropellada por un auto que se subió a la vereda marcha atrás. Al volante estaba un miembro de la Legión Cívica. La notable luchadora murió dos días después en el Hospital Rawson, a los 59 años. En un artículo publicado varios años antes había augurado el rol de las mujeres en el concierto de la sociedad: “Las nuevas tendencias arrastran a la mujer a la lucha de clases y a la lucha política, como hace años arrastró al varón de una manera subconsciente casi, pero ineludible. (…) ¿Cómo se comportará la mujer dueña de su voto y capacitada para usarlo de manera que estime conveniente? Lo primero que atraerá su atención serán las propias necesidades y las de su prole, y dictará leyes que protejan la vida y la [vuelvan] soportable… La protección de la maternidad será fundamental, pero no una protección caritativa sino reconociéndola como la función más excelsa de la vida y a la cual la sociedad debe sus primordiales atenciones. Ligado a ella naturalmente está el niño, su higiene física y mental y su preparación para la vida”. 11

Referencias:

1 Araceli Bellota, Julieta Lanteri. La pasión de una mujer, Buenos Aires, Ediciones B, 2012, págs. 45-46.

2 Revista Obstétrica, Año V, Tomo V, 1907, Conferencia en Asociación Nacional, “Moral Obstétrica” Biblioteca de la Facultad de Medicina,  págs. 135-151.

3 Araceli Bellota, Julieta Lanteri…, op. Cit., págs. 68.

4 Ibídem.

5 Citado en Mónica Deleis, Ricardo de Titto y Diego L. Arguindeguy, Mujeres de la política argentina, Aguilar, Buenos Aires, 2001.

6 Revista Nuestra Causa, Nº 10, 10 de febrero de 1920, pág. 221.

7 Ibídem, pág. 225.

8 Araceli Bellotta, Julieta Lanteri, pág. 96-67.

9 La Prensa, 18-2-1920, p. 11, citado por Araceli Bellota y Julia Matesanz, “Julieta Lanteri, primera sufragista de América Latina”, en Revista Todo es Historia, p. 76-82.

10 Tres días después de la asunción del presidente Agustín P. Justo, elegido gracias a un escandaloso fraude electoral.

11 Revista Nuestra Causa, Nº 2, 10 de junio de 1919, págs. 28-29.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar