La salud de Domingo Faustino Sarmiento


Fuente: Daniel López Rosetti, Historia Clínica 2, Buenos Aires, Editorial Planeta, 2014, págs. 87-122.

El paciente en estudio es, tal vez, el más polémico de los próceres destacados de la historia argentina. Ha sido venerado por muchos y criticado con vehemencia por otros. Aquí, en la historia clínica, no intentamos dilucidar esa polémica sino explicar su porqué, desenhebrando la intimidad del paciente. (…)

Sarmiento tuvo, sin duda, una personalidad polifacética: fue escritor, periodista, político, senador, militar, presidente de la Nación, pero su característica más saliente fue la de ser “maestro”, comulgando así con la máxima del sabio chino Kuan Tsu del año 300 A.C.: “Si planeas para un año, siembra arroz. Si lo haces para diez, planta árboles. Si es para toda la vida, educa a los hombres”.

Hombre arrogante, ególatra, egocéntrico, orgulloso, de humor cínico, de muy alta autoestima, impulsivo, autorreferencial, vanidoso, susceptible, paranoico, agresivo y violento por un lado, e inteligente, franco, sincero, en lo absoluto hipócrita, autodidacta, estudioso y con gran capacidad de trabajo, sensible, emotivo, memorioso y con un innegable amor por la Patria.

Sarmiento se crió en un hogar muy pobre y austero, cuyo eje y sostén fue la figura materna. Su padre y su tío José Eufrasio Quiroga Sarmiento le enseñaron a leer a la edad de cuatro años. Luego se sumaron algunos parientes notables, como Domingo y José de Oro.

Más tarde concurriría a una de las “escuelas de la Patria” que nacieron en virtud a los gobiernos de la Revolución. En el colegio, al interactuar Sarmiento con sus compañeros de aula, aparecen diferencias notables que pueden explicar el origen de un perfil psicológico de vanidad. (…) Un escrito de Sarmiento nos da una idea de esta situación y la repercusión anímica que generó en el paciente y su influencia en la construcción de su psiquismo.

“Siendo alumno de la escuela de lectura, construyóse en uno de sus extremos un asiento elevado…, al que se subía por gradas, y fui ya elevado a él con el nombre de ¡primer ciudadano! Esta circunstancia, la publicidad adquirida por encones, los elogios de que fui siempre objeto y testigo, y una serie de actos posteriores han debido contribuir a dar a mis manifestaciones cierto carácter de fatuidad de que me han hecho apercibirme más tarde. Yo creía desde niño en mis talentos como un propietario en su dinero, o un militar en sus actos de guerra.” (…)

Otros dos testimonios escritos por Sarmiento, en Recuerdos de Provincia, nos ayudan a delinear la velocidad madurativa del paciente durante la etapa escolar… Dice Sarmiento: “Dábanme además superioridad decidida mis frecuentes lecturas de cosas contrarias a la enseñanza, con lo que mis facultades inteligentes se habían desenvuelto a un grado que los demás niños no poseían”. Resulta evidente que la edad madurativa era mayor a la cronológica y su interés se alejaba de la actividad diaria de sus compañeros, como lo deja bien claro en el siguiente párrafo: “No supe nunca bailar un trompo, rebotar la pelota, encumbrar un cometa, ni uno solo de los juegos infantiles a los que no tomé afición en mi niñez”.  (…)

Hacia 1823, a la edad de doce años, el paciente vivió una experiencia frustrante y traumática que bien puede considerarse una bisagra en su esquema de aprendizaje y capacitación. Se postuló a una beca de estudios para el Colegio de Ciencias Morales de Buenos Aires, pero no salió sorteado; tampoco contaba con las relaciones y el dinero suficiente para ir a estudiar a Buenos Aires. Sin duda, fue para él un impacto muy fuerte… De ahí en más, quedará condenado a formarse como autodidacta, toda una paradoja en la futura vida pública del paciente.

En el escrito Mi defensa, el paciente nos dejó otra huella en tinta que nos invita a conocer su personalidad: “Desde la temprana edad de 15 años, declara, he sido jefe de mi familia. Padre, madre, hermanas, sirvientes, todo me ha estado subordinado y esta dislocación de las relaciones naturales ha ejercido una influencia fatal en mi carácter. Jamás he reconocido otra autoridad que la mía”.  (…)

De las lecturas biográficas y particularmente de sus propios escritos y libros, (…) pueden señalarse dos características más de su perfil psicológico: podía realizar varias tareas al mismo tiempo y era un hombre de gran voluntad. (…) La impulsividad y la conducta pro activa eran otras de sus características destacadas, manifiestas en distintos ámbitos de la vida. (…)

Otro aspecto saliente del perfil psicológico y conductual del paciente es la ira, un rasgo popularmente aceptado cuando se construye la “imagen” de Sarmiento. Sin duda, era uno de los emergentes más importantes de su carácter, una arista que aparece en numerosas anécdotas. (…)

Las reacciones de ira en Sarmiento debieron ser más notorias con el paso del tiempo, al menos por dos motivos. El primero de ellos es porque sencillamente el correr de los años no hace más que remarcar y enfatizar los perfiles salientes y distintivos de la personalidad. El segundo, porque el paciente desarrollaría sordera, lo que en general hace que la relación interpersonal se complique. (…)

Las reseñas biográficas se encuentran plagadas de reacciones del paciente en términos de ira. Era frecuente que las discusiones y polémicas terminasen en insultos, agresiones o incluso en eventos de pugilato. Este rasgo de la personalidad probablemente sea el que más contribuyera a que sus enemigos lo apodaran “el Loco”. (…) Cuando era Presidente, solía visitar los hospitales de modo sorpresivo para ver cómo se atendía a la gente. Cierta vez, visitó el hospital psiquiátrico. Se acercó a un grupo de internados que charlaba en el patio. Enseguida uno de ellos le dijo: “¡Bienvenido! Yo sabía que el Loco Sarmiento iba a terminar entre nosotros”.

Otro rasgo de la personalidad que resulta claro en el paciente es la llamada personalidad “tipo A”1. Este estilo de comportamiento fue descripto por los doctores Ray Rosenman y Meyer Friedman en Estados Unidos en 1959. Desde entonces, cientos de trabajos de investigación científica se centraron en este “constructo psicológico” como estilo de comportamiento estable en los sujetos con personalidad “tipo A”. Los rasgos que componen este estilo conductual son los siguientes:

  1. Fuerte inclinación hacia la competitividad.
  2. Tendencia a un esfuerzo sostenido hacia el logro de objetivos preseleccionados.
  3. Alto compromiso con el trabajo.
  4. Tendencia a la rapidez, prisa o impaciencia.
  5. Tendencia a la conducta hostil
  6. Un constante y elevado nivel de alerta física y mental.
  7. Tendencia a comprometerse en múltiples actividades al mismo tiempo.
  8. Baja sensibilidad a los síntomas físicos.
  9. Alta resistencia al cansancio mental y físico.
  10. Tendencia a visualizar en el entorno un alto nivel de amenazas.
  11. Tendencia a reaccionar intensamente ante la presencia de desafíos y demandas.
  12. Noción de invulnerabilidad.
  13. Necesidad de tener todo bajo control. (…)

Casi todas estas características pueden acreditarse a Sarmiento.

Los afectos de Sarmiento. Un amor prohibido

Como sabemos, las emociones resultan ser centrales en el equilibrio psíquico de las personas. De hecho, en la evolución histórica de nuestra especie, la emoción aparece cronológicamente antes que la razón, es una función biológica previa a la razón.

Sarmiento fue una persona con un mundo emocional muy rico. (…) Este mundo afectivo tiene su correlato en sus relaciones amorosas. (…) A Sarmiento no le era fácil la conquista en virtud de sus dotes físicas; simplemente no las tenía. A falta de ellas recurrió siempre a sus otros talentos. La sensibilidad, el buen trato, la consideración hacia la mujer y el don de su palabra. Cuando se exilia por primera vez en Chile a la edad de veinte años, conoce a una chilena, María Jesús del Canto, también de veinte años. De esa relación nació su hija Ana Faustina. Sarmiento la reconoció, pero la relación amorosa no duró mucho. Sarmiento terminó enviando a su hija a San Juan, donde quedaría al cuidado de su madre y su hermano. (…) Faustina acompañaría a Sarmiento incondicionalmente hasta el fin de sus días.

El próximo capítulo en la vida sentimental de Sarmiento tuvo lugar a sus treinta y cuatro años, en 1845, durante su nuevo exilio a Chile, donde conoce a una mujer descripta como “hermosa”. Benita Martínez de Pastoriza era una chilena, esposa de un médico mucho mayor que ella, el doctor Castro y Calvo. La situación no fue impedimento para que se enamoraran e iniciaran una relación. Al poco tiempo, Sarmiento debió viajar a Estados Unidos, Europa y África, y al regresar tres años más tarde, se entera de que Benita había tenido un hijo varón al que llamó Domingo. Su marido había muerto, y ella esperó a Sarmiento, quien reconoció al niño Domingo Fidel dándole su apellido. Los trascendidos de la época dan cuenta de que el hijo era en realidad hijo de Sarmiento y al parecer éste le dio su apellido bajo esta presunción.

El capítulo siguiente en la historia de las relaciones amorosas de Sarmiento es sin duda muy especial, de hecho fue uno de los romances más renombrados en nuestro país. (…) Dos amantes que vivirían un amor prohibido por treinta años. (…) …el flechazo llegaría cuando Sarmiento regresó a Buenos Aires desde Chile en 1855. Ella (Aurelia Vélez) tenía veinte años, él cuarenta y cuatro. Era atractiva, inteligente, muy preparada y secretaria de su padre (Dalmacio Vélez Sarsfield), con quien colaboró en la preparación del Código Civil. (…) Aurelia y Sarmiento iniciaron su historia amorosa.

La relación entre Aurelia y Sarmiento perduró hasta el final de sus días con un constante ir y venir de cartas por momentos amorosas y por momentos de amistad, aceptando la imposibilidad de la relación. Pero el vínculo existiría para siempre, hasta el final.

No hay mal que por bien no venga
Cuando tenía veinte años, el paciente, junto con su padre, se incorporó a las fuerzas sanitarias del general José María Paz. Los federales de Facundo Quiroga terminaron por tomar todo San Juan y el general Paz fue capturado en Córdoba. Esta situación condujo a Sarmiento al exilio en Chile. Pasaría los siguientes cinco años en Chile, donde llevó a cabo distintas tareas para sobrevivir. Fue maestro (…), trabajó como empleado en un comercio… (…) Sobre el final de su permanencia en Chile, consiguió un trabajo en una mina de plata del Norte, en Copiapó, en la zona de Atacama. (…) El ambiente de trabajo era insalubre y la comida, en base a porotos, era suficiente en calorías pero incompleta en nutrientes. (…) Fue cuando comenzó a sentirse físicamente mal. Al principio, tuvo decaimiento, pérdida de fuerza y apetito, dolor de cabeza y fiebre. Cuatro o cinco días más tarde, la fiebre aumentó mucho, 39-40º C, y postró en cama al enfermo. (…) El diagnóstico médico real fue fiebre tifoidea. (…) La enfermedad fue muy grave y la familia de Sarmiento intercedió ante el nuevo gobernador de San Juan, Nazario Benavídez, que (…) tenía fama de buen hombre y bonachón. El gobernador finalmente autorizó la repatriación del paciente. (…)

Fue por esa época cuando Sarmiento comenzó a publicar su periódico semanal El Zonda. Sin embargo, el gobernador Benavídez se sintió molesto por las publicaciones críticas de Sarmiento. No clausuró el periódico, sino que optó por una medida más simple pero efectiva. Aplicó un impuesto extraordinario que Sarmiento no podía pagar. El Zonda se dejó de publicar en el sexto ejemplar.

Nuevamente acompañado por su padre, Sarmiento volvió a exiliarse en Chile. Durante el camino dejó pintada en una roca la famosa frase “Las ideas no se matan”.

¡Hable más fuerte… No lo escucho!
Hacia 1850, (…) el paciente comenzó a notar una pérdida de la audición o hipoacusia. Sarmiento tenía por entonces treinta y nueve años. (…) La sordera fue en lento pero implacable aumento, hasta que asume la presidencia de la Nación. A los cincuenta y ocho años, Sarmiento ya era muy sordo. Es más, para entonces usaba una “corneta” que colocaba en su oído para amplificar los sonidos.  (…)

Una anécdota bien documentada describe la sordera y la personalidad de Sarmiento. Los parlamentarios estaban preocupados por cómo podrían comunicarse con Sarmiento cuando éste asumiese como senador por San Juan en 1875, a causa de su sordera. Ante tal situación, Sarmiento afirmó: “No se preocupen porque no vengo a escucharlos, sino a que me escuchen a mí”. Ése era Sarmiento.

El comienzo del final
En el año 1876, al paciente le restaban aún doce años de vida. Hasta ese momento y en términos generales, era un hombre físicamente saludable. Es cierto, era sordo, comenzaba a necesitar anteojos para leer, signo de miopía, calvo, feo, como él mismo lo reconocía, tenía cierto exceso de peso, mala dentadura y lucía muy avejentado. Del carácter ya hemos hablado, un cabrón egocéntrico, como lo llamaba Paul Groussac.

Pero entonces, a sus sesenta y cinco años algo sucede cuando estaba en Tucumán: se le hinchan las piernas. (…) El origen podría ser por distintas causas (…) Pero la evolución de la historia clínica de Sarmiento sólo nos deja un diagnóstico posible: insuficiencia cardíaca congestiva. La causa más probable de su insuficiencia cardíaca, teniendo en cuenta la evolución natural de la enfermedad del paciente, es la enfermedad coronaria.

Más tarde, cuando Sarmiento combatía la candidatura de Juárez Celman, se produjo un cuadro pulmonar que afectó fuertemente al paciente. En realidad, Sarmiento fue siempre susceptible a complicaciones respiratorias. Era su punto débil. No olvidemos que además era fumador y no podemos descartar por el aspecto físico de su tórax la presencia de un cuadro de enfermedad pulmonar obstructiva crónica o EPOC, frecuente en fumadores.  Hacia julio de 1887, por sugerencia del doctor Lloveras, Sarmiento embarca hacia Asunción del Paraguay. El diagnóstico de un cuadro bronquial y la enfermedad cardíaca hacía que el clima más templado de Paraguay resultara médicamente recomendable.

El paciente no deja de trabajar, de estudiar, de producir. Recibe por entonces, en carácter de donación, por parte de unos amigos paraguayos, un terreno para construir su casa. El paciente no perdió oportunidad para planear levantar ahí una vivienda isotérmica preconstruida como las que había visto una vez en Estados Unidos. (…) Sarmiento mejora clínicamente del cuadro broncopulmonar y con la insuficiencia cardíaca a cuestas regresa a Buenos Aires. (…) Fue entonces cuando, aun sin abandonar una actividad intensa, cultiva una hiedra para la que iba a ser su tumba en el Cementerio de la Recoleta. Resulta increíble la percepción y el planeamiento del porvenir.

Su estado clínico no era bueno: falta de aire al caminar rápido o realizar mucho movimiento, tos, palpitaciones por la taquicardia, tobillos y piernas hinchadas por el edema de origen cardíaco y cansancio fácil. Así las cosas, en busca de un clima más propicio para su deteriorada salud y con el proyecto personal de construir su casa isotérmica de avanzada, embarca nuevamente al Paraguay el 28 de mayo de 1887. Lo acompañaron su hija Faustina y su nieta María Luisa, quienes lo cuidaban con esmero… Su nieto, Julio, también lo acompañó en este viaje. Al despedirse de Buenos Aires, le dice a su nieto Augusto: “No paso de este año…hijo, me voy a morir…”, y agrega una declaración que habla nuevamente de su personalidad: “¡Ah! Si me hicieran Presidente! ¡Les daría el chasco de vivir diez años más!” Al alejarse del puerto se le escuchó decir “Morituri te salutant” (los que van a morir te saludan), el saludo de los gladiadores romanos antes del combate final. Sarmiento, en una condición clínica ya muy deteriorada, emprendía el viaje del cual ya no regresaría.

El final
El terreno donde construía su última morada se encontraba a unas veinte cuadras del centro de Asunción. Sorprendentemente, trabajó junto a los peones ayudando a construir el predio. Se ocupó del pozo de agua, plantó árboles, planeó la cerca, mientras aprovechaba para jugar con sus nietos.

La casa isotérmica prefabricada era una señal de la modernidad que siempre promovió. El modelo había sido inventado por el mismísimo Gustav Eiffel, quien construyera la famosa torre de París. (…)

Hacia agosto, la palidez del paciente “impresionaba”. (…) El 4 de septiembre fue un día soleado. En el terreno de la casa isotérmica había brotado agua del pozo. El paciente estaba excitado y se excedió en su actividad física. Era la alegría. Había agua en el pozo. La sobrecarga se hizo sentir. Pasó una noche muy mala. El síntoma dominante fue la fatiga, la falta de aire, síntomas de descompensación o el empeoramiento del cuadro de insuficiencia cardíaca. A la mañana siguiente (…) perdió el conocimiento… Se trataba de un síncope. (…) El cuadro fue transitorio y Sarmiento se recuperó. Los doctores Andreuzzi y Hassler atendieron al paciente. El diagnóstico no era bueno; todos sabían de la gravedad del cuadro clínico.

 

El 10 de septiembre la situación era aún peor. García Merou recibió un informe pormenorizado de la salud del paciente por parte de los doctores Andreuzzi y Hassler. No había esperanza, la situación era crítica y terminal. El Dr. Andreuzzi lo describió así: “Igual que ayer: resiste gracias a su espíritu”. El paciente, agitado por la falta de aire, descansará en su sillón de lectura. Leía. Sabía que iba a morir y eligió un libro para que lo acompañara en los últimos minutos. Tal vez buscando una respuesta, Filosofía sintética, de Spencer.  ¿Habría sido casual la elección de ese autor? Seguramente no. Spencer fue un psicólogo, sociólogo, naturalista y filósofo inglés. Fue autodidacta, sin educación formal, como Sarmiento. Agnóstico como el paciente. (…) Posiblemente existía en el paciente alguna identificación personal con los postulados de Spencer.

 

La madre de Sarmiento, doña Paula Albarracín, hubiera querido que su hijo fuera sacerdote. Sarmiento desde un comienzo decidió que ése no era el camino. Tampoco quiso la asistencia religiosa en sus últimas horas; prefirió la lectura de Spencer. (…)

El frío bronce
El paciente esperaba llegar a ver el sol del día siguiente antes de despedirse. No pudo ser. Se encontraba en su cama, con respiración dificultosa. El corazón bombeaba poca sangre y la presión arterial era muy baja. Así, la circulación sanguínea en los miembros era mínima y sentía frío en manos y pies. Sus pies estaban fríos y así lo sentía. Sarmiento describe esta frialdad en los pies de modo médicamente correcto, comparándolo con el frío del metal, pero no de un metal cualquier; elige el bronce. Sarmiento dice en sus últimos momentos: “Siento que el frío del bronce me invade los pies”. A las 2:15 horas de la madrugada del 11 de septiembre de 1888 deja de existir el paciente. Muere Juan Domingo Faustino Sarmiento, el maestro.

Luego de colocar su cuerpo en su sillón de lectura, como gustaba estar, estudiando, leyendo, escribiendo, Manuel San Martín le sacó una foto histórica en esa posición. (…) Los doctores Candelon, Andreuzzi y Hassler embalsamaron el cuerpo. Como había sido su voluntad, el cuerpo fue trasladado cubierto por las banderas de Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay.

Al llegar a Buenos Aires, todos los diarios, en reconocimiento a quien fundara tantos medios de prensa y escribiera un sinnúmero de artículos periodísticos, resolvieron homenajearlo unificando sus títulos como “La Prensa Argentina”. Un único título en todos los diarios para un único hombre. El cuerpo llega a Buenos Aires diez días después, el 21 de septiembre, que sería luego, en homenaje al maestro, el día del estudiante.
Domingo Faustino Sarmiento fue político, escritor, periodista, militar, gobernador de la provincia de San Juan, senador nacional por la misma provincia, ministro del Interior, presidente de la Nación, pero por sobre todo, fue un maestro. De puño y letra, Sarmiento deja su testamento: “Nacido en la pobreza, criado en la lucha por la existencia, más que mía de mi Patria, endurecido a todas las fatigas, acometiendo todo lo que creí bueno, y coronando la perseverancia con el éxito, recorrido todo lo que hay de civilizado en la tierra y toda la escala de los honores humanos, en la modesta proporción de mi país y de mi tiempo, he sido favorecido con la estimación de muchos grandes hombres de la tierra, he escrito algo bueno entre mucho indiferente; y sin fortuna, que nunca codicié, porque era bagaje pesado para la incesante pugna, espero una buena muerte corporal, pues la que me vendrá en política es la que esperé y no deseo mejor que dejar por herencia millares en mejores condiciones intelectuales, tranquilizado nuestro país, aseguradas las instituciones y surcado de vías férreas el territorio, como cubierto de vapores los ríos, para que todos gocen del festín de la vida, del que yo gocé sólo a hurtadillas”.

Referencias:

1 Hay que aclarar que, en sentido estricto, la personalidad tipo A no se ajusta a la definición psicológica clásica de personalidad. Más bien es un estilo conductual. En inglés Type A Behaviour (TAB) que significa literalmente “comportamiento tipo A”.