Fuente: Felipe Pigna, Mujeres tenían que ser. Historia de nuestras desobedientes, incorrectas, rebeldes y luchadoras. Desde los orígenes hasta 1930, Buenos Aires, Planeta, 2011, págs. 541-544 y 538-540.
Los años del radicalismo en el gobierno coincidieron con los de la consagración del tango como música popular “ciudadana”. Desde comienzos de siglo venía recibiendo mayor aceptación, dejando atrás su fama de orillero y marginal. Así, la editorial Rivarola había logrado vender cien mil ejemplares de partituras del tango “La morocha”, de Enrique Saborido, 1 claro que con una letra ingenua, escrita por Ángel Villoldo en 1905, que poco tenía que ver con los versos prostibularios que solían adosarse a los tangos por entonces:
Yo soy la morocha,
la más agraciada,
la más renombrada
de esta población.
Soy la que al paisano
muy de madrugada,
muy de madrugada,
brinda un cimarrón.
A partir del Centenario, como danza, el tango ingresó en los cabarets “refinados” y poco a poco sus partituras podían aparecer en alguna casa de clase media con piano. Pero fue recién a partir del “tango canción” que se fue difundiendo masivamente, por medio de los discos y de los sainetes costumbristas y, luego, por la radio.
Suele señalarse como momento de cambio el éxito de “Mi noche triste”, de 1916 y estrenado en Buenos Aires en 1918. El tema del hombre abandonado por su amante, que inaugura la letra de Pascual Contursi sobre música de Samuel Castriota, además de la larga trayectoria que tendrá, sirvió de transición entre las elementales letras previas, que adoptaban el tono desafiante y zumbón del cafishio, y una nueva galería de personajes que construirán estereotipos de la vida porteña, pero que también llevarán a la labor de letristas como Celedonio Flores, Enrique Cadícamo, Discépolo, Homero Manzi o Cátulo Castillo, entre muchos otros, que se escaparán del lugar común.
Sin duda, los personajes femeninos más recordados en los tangos de la primera posguerra son las pobres Esthercitas devenidas milonguitas, las “francesitas” como Griseta, con destino trágico, o las ambiciosas Margots y “muñecas bravas”; las que, por engaño o “por su culpa” rodaban en la “mala vida”. También las “minas” que soñaban con el nivel de consumo y confort de las clases altas o medias más encumbradas, como la que pintaba Pascual Contursi en 1924, que “aburrida / de aguantar la vida que le di / cachó el baúl una noche / y se fue cantando así”:
Yo quiero un cotorro
que tenga balcones,
cortinas muy largas
de seda crepé,
mirar los bacanes
pasando a montones
pa’ ver si algún reo
me dice ¡qué hacé!Yo quiero un cotorro
con piso encerado,
que tenga alfombrita
para caminar.
Sillones de cuero
todo repujado
y un loro atorrante
que sepa cantarYo quiero una cama
que tenga acolchado,
y quiero una estufa
pa’ entrar en calor,
que venga el mucamo
corriendo apurado
y diga: “¡Señora,
araca, está el Ford!” 2
Rara vez los tangos de entonces mencionaban a las muchachas de arrabal que no “caían”. Cuando lo hacían, por lo general, era en los versos nostalgiosos del barrio –un tema que se haría recurrente recién en la década del treinta–. Eran “las fabriqueras / tentadoras y diqueras / bajo el sonoro percal”, 3 o “la morochita linda y gentil / que pone envuelta en su mirada / su simpatía sobre un mandil”, 4 casi siempre mencionadas apenas al pasar y como contracara del ambiente turbio de los cabarets o del lujo decadente. Lo que no quita que también hubiera espacio para versos dedicados a las muchachas enamoradas (“De un tiempo a esta parte, muchacha, te noto / muy pálida y triste; decí, ¿qué tenés?”) 5 o las solteronas (“En la soledad / de tu pieza de soltera está el dolor; / triste realidad / es el fin de tu jornada sin amor…”), 6 donde el ideal del “amor romántico”, al estilo de los folletines sentimentales, se mostraba como una aspiración “natural” de la mujer.
En “Milonguita”, con música de Enrique Delfino y letra de Samuel Linnig, se construyó uno de los arquetipos, el de la muchacha de barrio engañada:
¿Te acordás, Milonguita? Vos eras
la pebeta más linda ’e Chiclana;
la pollera cortona y las trenzas,
y en las trenzas un beso de sol…
Y en aquellas noches de verano,
al oír en la esquina algún tango
chamuyarte bajito de amor?Esthercita,
hoy te llaman “Milonguita”;
flor de noche y de placer,
flor de lujo y cabaret…
Milonguita,
los hombres te han hecho mal;
y hoy darías toda tu alma
por vestirte de percal.
También sobre las “francesas”, la mirada es nostálgica y sensiblera, apuntando a la soledad y falta de amor. Otro tango de Delfino, “Griseta”, con letra de José González Castillo, estableció otro lugar común: el de comparar a las “francesitas” con el destino de la Margarita Gauthier, de “La dama de las camelias”, un tema recurrente. En cambio, otros tangos simplemente ponían una mirada condenatoria, sobre “minas” a las que la ambición habían llevado a la prostitución. El ya citado “Margot” lo decía así:
Son macanas: no fue un guapo haragán ni prepotente,
ni un cafishio veterano el que al vicio te largó;
vos rodaste por tu culpa, y no fue inocentemente;
berretines de bacana que tenías en la mente
desde el día que un magnate de yuguillo te afiló…
Pero curiosamente, ya sea que se las pinte en su momento de “triunfos / pobres triunfos pasajeros” o en la decadencia, “sola, fané y descangallada” (como en 1928 Enrique Santos Discépolo escribirá en “Esta noche me emborracho”), los tangos de este período hablan siempre de las “minas” que se movían en los ambientes de los cabarets lujosos y entre “bacanes” y “magnates”, nunca de las muchachas de los prostíbulos de mala muerte, que eran la inmensa mayoría, con la hilera de clientes esperando en la salita bajo la mirada atenta de la madama, a la que al final de la “jornada” cada pupila entregaría las “latas” que certificaban la cantidad de “servicios” rendidos.
Referencias:
1 Horacio Salas, El tango, 2ª edición, Planeta, Buenos Aires, 1997, tomo 1, pág. 112.
2 “La mina del Ford”, tango con letra de Pascual Contursi y música de Fidel del Negro y Antonio Scatasso.
3 “Muchacho”, de Celedonio Flores y Edgardo Donato, de 1923.
4 “Bajo Belgrano”, de Francisco García Jiménez y Anselmo Aieta, de 1926.
5 “De todo te olvidas”, de Enrique Cadícamo y Salvador Merico, de 1929.
6 “Nunca tuvo novio”, de Enrique Cadícamo y Agustín Bardi, de 1928.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar