El grito lo ensayó varios días en un campo de Martín Coronado y, cuando lo lanzó en el Congreso, no tuvo tiempo de repetirlo en inglés, como era su intención. El presidente Agustín P. Justo lo mandó “desterrado” a La Pampa. Esta es una de las tantas anécdotas que don Liborio tiene para contar. Tiempo charló con él y recorrió más de 60 años de historia.
No quiere decir su edad, pero anda pasando los 80 largos. Fue testigo y protagonista de la historia del país de los últimos 60 años. Hijo mayor del general Agustín P. Justo, presidente de la Argentina durante la década del 30, fue el primer trotskista en esta margen del Plata. Su vida fue (y es) una aventura permanente. Caminador del mundo y especialmente de América latina, su obra literaria, que comprende cuentos, novelas y ensayos políticos, firmada con su propio nombre o con los seudónimos de Quebracho y Lobodón Garra, es conocida y estudiada en todo el continente.
Irónico e incansable polemizador, el autor de “A sangre y lanza”, “Prontuario” y “La patria vasalla”, charló con los periodistas Humberto Márquez, Carlos A. Torregno y Rodolfo Colángelo, en un café de Córdoba y Callao, apenas unos días antes de viajar al Ecuador con el fin de proseguir sus investigaciones que culminarán en un libro sobre la personalidad política del libertador Simón Bolívar. Sin pelos en la lengua, Liborio Justo se mete con todo en las cuestiones y personajes que hacen a la historia argentina contemporánea.
Fuente: Tiempo Argentino, 27 de mayo de 1984
¿Cómo llega Liborio Justo, hijo de un general de la Nación, a interesarse por la actividad política?
Yo era estudiante de medicina cuando me agarró el proceso de la Reforma Universitaria; yo entré en la universidad en 1919, en plena época de la Reforma acá en Buenos Aires. No alcancé a terminar mis estudios, llegué hasta cuarto año, pero toda esa agitación estudiantil estimuló en mí una ansiedad de liberación para América latina. Yo creía que a través de nuestra acción se iba a realizar la unidad de la América latina y la transformación de la sociedad a través de la lucha contra el imperialismo yanqui. Teníamos un concepto mesiánico del asunto, como que estábamos destinados a llevar a cabo esos objetivos.
¿Y qué pasó con usted cuando abandonó los estudios?
Para esa época no conseguía que alguien pensara como yo, de manera que estaba muy solo. Cuando gané una beca para ir a los Estados Unidos la utilicé para luchar contra los yanquis. Y así fue, allá tuve, que soportar muchas cosas, al final estallé y en un acto en la universidad de Williamstown hablé contra el imperialismo yanqui. Pienso que nuestra generación fue algo así como la continuación de la generación del 37, la que construyó la organización nacional; pero nuestra tarea no pudo concluir porque nos agarró la declinación del capitalismo. Por mi parte, yo encontré la salida en el marxismo.
¿Cómo llegó al marxismo?
Hay muchas razones; una de ellas es que yo era muy extremista. Mi padre siempre decía que yo era tan extremista que en la vida nunca iba a llegar a nada. Yo tuve una facilidad que nadie tuvo, la de que mi padre estuviera siempre en puestos oficiales importantes; yo utilicé eso todo lo que pude y viajé y viví exclusivamente para mis posiciones políticas.
¿Tenía frecuentes discusiones con su padre?
Ninguna, porque él sabía cómo pensaba yo y me respetaba, hasta creo que si hubiera podido me hubiera seguido.
¿Se afilió a algún partido político de izquierda por aquellos tiempos?
Nunca me afilié a un partido porque no había ninguno, ¡qué me voy a afiliar! Estuve en el trotskismo y teníamos nuestro grupo, la Liga Obrera Revolucionaria, que yo orientaba; pero no estuve en ningún otro partido.
¿Cómo fue su educación?
Al principio fue burguesa y oligárquica; por lo pronto fui al colegio Lasalle. Mi familia no me dejaba ir solo al colegio, siempre iba a acompañado por personal de servicio, por alguna tía o por mi abuela.
¿Cómo hace para romper con toda esa formación?
¿Cómo rompo? El destino mío era ése, romper con todo ese mundo; yo no me encontraba en ese ambiente.
¿Usted fue el único de su familia que toma otros rumbos?
El único, el único. Mis hermanas son ultracatólicas, van a misa todos los días.
¿Su padre trató de corregirlo en algún momento?
No, jamás. Vea, mi padre era muy liberal; solamente le llamaba la atención el bicho raro que le había salido.
¿Y los amigos de su padre?
Mire, yo estuve viviendo en el Colegio Militar, cuando mi padre fue director. Jugaba al básquetbol y competía en natación con los militares, algunos de los cuales después fueron ministros de Farrell. A quien nunca conocí (ni oí hablar) fue a Perón; nunca.
Todavía no está claro, don Liborio, el motivo de su cambio radical.
Una de las cosas que me hicieron cambiar fue la crisis del 30. Yo estaba en los Estados Unidos como diplomático, aunque lo de diplomático era puro formalismo, ya que lo único que tenía que hacer era descifrar los telegramas cifrados. Bueno, durante la crisis ningún economista acertaba con una resolución. Empecé a dudar y a comprar libros sobre socialismo; y me di cuenta de que yo era socialista sin saberlo. Cuando volví a la Argentina tenía las cosas mucho más claras, aunque todavía no era un marxista convencido. Ya se había producido el golpe de Uriburu, que para mí fe una cosa terrible, sobre todo al ver mezclado también a mi padre en eso. Encontrar al país sometido a una dictadura militar, cosa que nunca se me hubiera ocurrido, era algo que no podía soportar.
¿Y a partir de ese momento?
A partir de ese momento de ser socialista me puse a leer la Revolución rusa, y descubrí que Trotski tenía razón. Yo descubrí a Trotski en el 32; yo nunca fui stalinista. ¿Pero qué podía hacer?; no iba a venir como hijo del presidente a meterme en la extrema izquierda. Entonces me metí en el stalinismo, no como miembro, sino como amigo. Me llevaban a todos los congresos, estuve en ellos en Chile; ¡uf!, lo que no hicieron en Chile conmigo. Yo era un infiltrado, pero ellos no se daban cuenta, pensaban que me estaban utilizando y era yo el que los estaba utilizando a ellos.
¿Cuándo rompió definitivamente con ellos?
Me declaré públicamente trotskista con motivo de la Revolución Española. No podía aceptar que el stalinismo estuviera liquidando esa revolución; entonces me declaré trotskista en una carta que salió publicada en la revista Claridad.
¿Cuándo usted se declaró trotskista, su padre ya era presidente?
Sí, señor.
¿Ahí rompió con su padre?
Nooo, nunca rompí con mi padre, él era tolerante. Claro que dejé de verlo, durante años dejé de verlo. Los que embromaban eran los amigos de mi padre, me querían meter en un manicomio, hasta se había corrido por aquella época que yo era un loco.
¿Sufrió cárcel por aquellos años?
Sí, varias veces; en 1939, 1940 y 1941, por repartir el periódico Lucha Obrera, que después Abelardo Ramos me lo copió.
¿Qué pasó con usted cuando la visita de Roosevelt a la Argentina siendo su padre presidente de la Nación?
Cuando llegó Roosevelt todos fueron a recibirlo al puerto, también los stalinistas, que lo calificaban de gran demócrata. Yo dije: algo hay que hacer; le voy a gritar. Yo estaba en buenas relaciones con mi familia; no veía a mi padre, pero me encontraba con mi madre en una confitería del centro; y les pedí que me dieran una entrada para el acto del Congreso el grito en castellano y en inglés. Cuando Roosevelt iba a empezar su discurso y todos estaban atentos para escucharlo, grité: “¡Abajo el imperialismo!”, pero no me dieron tiempo a gritarlo en inglés. Cuando grité desapareció toda la gente que estaba al lado mío, quedé yo solito ahí. Creían que era un terrorista que iba a tirar una bomba. Después vinieron como 20 canas que me agarraron y me llevaron en el aire por las escaleras. Claro, cuando yo grité mi padre estaba al lado de Roosevelt. La policía me preguntó sobre la forma que utilicé para entrar y yo le mostré la credencial que decía “Presidencia de la República”. Me llevaron a una pieza y me tuvieron ahí; yo pensé que me iban a destrozar. Después me llevaron a la Central de Policía, donde estuve varios días. Papá no podía hacer nada, ¡qué iba a hacer! En cambio, el jefe de policía, el general Vaccarezza, a quien yo conocía, me dio una mano. Luego vino un amigo de mi padre y me sacó. Me llevaron a La Pampa en una especie de destierro; estuve allí un mes y aproveché para escribir “Prontuario”.
Pasemos a otro tema: usted fue muy amigo de don Elías Castelnuovo, ¿no?
Sí, y le tenía mucho aprecio; pero él no tenía nada que ver con nuestra posición, él era peronista.
Sin embargo, Castelnuovo venía del anarquismo.
Los anarquistas generalmente terminan así, pasándose al otro lado. Ahí lo tiene a Abelardo Ramos, que también viene del anarquismo. Inevitablemente todos los individuos que traicionan al movimiento vienen del anarquismo. El anarquismo es una cosa que no tiene base; en cambio, el trotskismo es una cosa supersólida que no nos va a abandonar nunca. Una vez que se llega a él no es posible abandonarlo, es la verdad absoluta.
Hablando de trotskismo, ¿usted lo conoció a Posadas?
¡Sííí!, ¡oh!
¿Qué opinión tienen de Posadas?
Es lo más superficial que conocí. Ese tipo es una de las causas que demuestran que la Cuarta Internacional no es nada seria; porque no tiene ninguna seriedad. Sobre todo ahora, ¿usted ha visto cómo está?
¿Cómo fue su experiencia junto a Horacio Quiroga en la Selva misionera?
Él me llevó, desgraciadamente; él tiene la culpa de haberme llevado a su casa; yo estaba en mis cuestiones políticas…
¿Era amigo suyo?
Yo no tenía amistad con él, pero era uno de los literatos con los cuales tuve relación; el otro es Castelnuovo. Yo lo fui a visitar, a ver al río Paraná. El me había invitado con una carta, pero yo le contesté que estaba en otra cosa: en la actividad política. Ese año estaba cansado de la cabeza, de manera que me dije: voy a darme una vuelta por el Alto Paraná. Y me fui. Después de estar conversando toda una tarde con él y su familia, se emperró en que yo tenía que ir a vivir con ellos. Yo no quería, imagínese, no lo conocía íntimamente. Pero tanto hizo…, para colmo hacía un frío bárbaro, cosa que nunca ocurre en ese lugar; y yo estaba calentito al lado de la estufa. Entonces, acepté. Estuve unos tres o cuatro días.
Usted habla de Horacio Quiroga y Elías Castelnuovo; ¿Y Ernesto Sábato y Jorge Luis Borges?
¡Jamás!, ¿cómo me van a interesar? Por lo pronto Sábato es mucho más joven que yo. Yo lo conocí cuando él se acercó al trotskismo. Estuve en su casa, en La Plata. Pero su literatura es lo más inmundo que hay, es burguesa, expresa la decadencia total de esa clase.
¿Y Borges?
Nooo, por favor; no me venga con eso. A mí el único que me interesa es Quiroga.
¿Arlt tampoco?
Nooo; en mi época era un periodista que a veces hacía literatura. Él creía que la revolución se iba a hacer a través de un movimiento financiado con dinero de los prostíbulos; y eso no tiene nada que ver con la clase obrera.
¿Cuál era su opinión respecto a los poetas del tango; por ejemplo, Manzi o Discépolo?
¡No me los nombre…! No me meta eso en la cabeza; usted me lleva a los sótanos del pensamiento.
Pero eran poetas populares…
¡No importa! Fueron populares que no tuvieron ni tienen nada que ver con la revolución. Nada, nada que ver. Al revés, son enemigos de la revolución. El tango es producto de una clase desclasada, de todo ese elemento marginal del puerto que vivía de la prostitución. ¿No ve que todas son cuestiones de cabaret, alcohol y prostitución?
¿Cómo vivió el 17 de octubre de 1945?
Yo estaba en casa de mi hermana, en la avenida Santa Fe, viendo cómo pasaban; pero nunca tuve nada que ver con eso.
¿Pero no era la clase obrera la que pasaba rumbo a la Plaza?
Sí; pero aunque fuera la clase obrera eso no quiere decir que expresara ideas claras. También hubo clase obrera detrás de Mussolini. Perón fue ante todo y sobre todo anticomunista; empleó todo el movimiento y toda la fuerza para impedir la revolución proletaria; basta recordar su discurso en la Bolsa de Comercio, cuando afirmó que nunca iba a estar mejor el capitalismo, que no se asustaran de su obrerismo. ¿Usted va a apoyar eso?; yo no, porque yo soy un marxista.
¿Sufrió persecuciones bajo el gobierno peronista?
No solamente fui perseguido, sino que vinieron a verme para que me hiciera peronista. Entre ellos vino Castelnuovo a decirme que tenía un porvenir espléndido.
¿Apoyó la revolución de 1955?
¡Pero cómo voy a apoyar a la Libertadora, compañero!, me extraña, usted está hablando con un marxista-leninista.
¿Qué vigencia tiene el trotskismo en el mundo actual?
Tiene vigencia en el sentido de que no ha surgido otra corriente que lo supere, pero no son los trotskistas los que van a hacer la revolución. Se están equivocando; por ejemplo en el apoyo que le dan a Walesa. En este momento en que se decide la lucha entre el socialismo y el imperialismo no vamos a estar apoyando a Lech Walesa, que es el elemento del Papa y de Reagan. Lo mismo da para el caso de Afganistán. Cuando se produzca el choque, porque van a chocar inevitablemente, tenemos que estar al lado de Rusia. Los trotskistas le están haciendo el juego a Reagan como antes se lo hacían al imperialismo yanqui a través de la Cuarta Internacional.
¿Lo conoció personalmente a Trotski?
No, pero Trotski le preguntó a Mateo Fossa por mí. Él sospechaba de mi sinceridad, porque era la época en que mi padre era presidente. León pensaba que mi extracción social me impedía ser un revolucionario.
Avancemos en la historia y hablemos un poco de Alfonsín.
No me interesa Alfonsín; yo estoy en otra cosa, estoy en la revolución proletaria, tengo la mira en otro lado. Yo he estado siempre en el futuro, por eso no me interesa actuar ahora. Si hubiera tenido menos años hubiera formado un grupo; pero eso es asunto de gente joven. Por ahí anda un grupo denominado Praxis, pero ya le están errando, son partidarios de Cortázar.
¿Por qué no Cortázar?
Porque no es un revolucionario, es un burgués disfrazado de izquierdista.
Entre el radicalismo sostenido por las capas medias y el peronismo apoyado por la clase trabajadora, ¿qué espacio político le queda a la izquierda?
El crecimiento va a venir desde el peronismo; del radicalismo no puede surgir nadie que sea revolucionario. Mire, ningún obrero se va a ir para el Partido Comunista, un grupo de gente atrasada, de poco conocimiento. En cambio el Partido Obrero está haciendo una obra muy buena, pero los dirigentes no están capacitados para pasar a etapas superiores; se necesita algo más que saber cómo hacer una huelga o trabajar en un sindicato.
¿El surgimiento del peronismo fue una catástrofe para el desarrollo de la izquierda argentina?
Sí, señor; si no hubiese sido por Perón la historia sería otra. Antes el movimiento obrero tenía conciencia de clase, era bastante culto, producto de la inmigración. Pero el desarrollo industrial argentino, producto de la crisis del 30 y de la Segunda Guerra, desencadenó la inmigración interior y cambió la composición social del país. Los que vinieron del interior no tuvieron ninguna conciencia de clase, ésa fue la gente que arrastró Perón. Ahora cuesta mucho remontar esa situación.
¿Cómo es ese proyecto de construcción de una Quinta Internacional que usted impulsa?
Y bueno, la Cuarta fracasó, ahora hay que prepararse para construir la Quinta; la Cuarta ya no se reconstruye más.
¿Pero cómo va a construir la Quinta, con gente proveniente de la Cuarta?
Nooo, con gente nueva. Cuando estábamos en el trotskismo éramos quince o veinte; ahora vea cuántos son, llenan el Luna Park, como lo hizo el MAS. Esto quiere decir que después va a venir otro grupo que tome las posiciones correctas y será el que concrete la revolución.
¿El trotskismo se surte del llamado pensamiento nacional?
Vea, el único que ha escrito sobre este tema es Abelardo Ramos; y Ramos lo único que ha hecho es repetir a los revisionistas de derecha. El otro es Milcíades Peña, que escribió cosas superficiales, ladridos de cuzco, como yo digo.
Usted dice que la revolución socialista la van a hacer los trabajadores, pero parece que acá los trabajadores no quieren saber nada con la revolución socialista…
Eso lo va a ver usted, que todavía es joven. Yo no, pero usted lo va a ver.
Yo lo veo a usted como una especie de luchador solitario.
Es que yo siempre me he encontrado mucho más avanzado que los demás, yo superaba a mis camaradas en conocimiento y en espíritu revolucionario.
Más que un trotskista, usted parece un nacionalista de izquierda.
Es que hay que ser nacionalista, no queda más remedio. Cuando fui a Europa y a Estados Unidos y vi cómo trataban a América latina me vi obligado a reaccionar. El trotskismo no está reñido con el nacionalismo; el mismo Trotski lo dijo: en los países dependientes el nacionalismo es progresista. Claro que esto tiene sus límites. Cuando yo planteé la necesidad de la liberación nacional todo el trotskismo se me vino encima; hasta que llegó Perón y empezaron a entender eso de la liberación nacional. Pero muchos se pasaron al otro bando.
¿Entonces, para usted, el peronismo es progresivo?
En algunos aspectos sí es progresivo; lo que pasa es que algunos trotskistas lo negaron totalmente y otros le dieron todo el apoyo. Cuando Perón tomó medidas progresivas, como la nacionalización del Banco Central, había que apoyarlo; aunque ese apoyo no debía convertirse en un apoyo incondicional.
¿Quién fue para usted el Che Guevara?
Uno de los representantes de la influencia argentina en América latina; no tenía grandes conocimientos teóricos pero fue un argentino que salió a hacer la revolución, sin él no se hubiera hecho la revolución cubana, porque Fidel Castro estaba dispuesto a trabajar con los Estados Unidos.
¿Y Alfredo Palacios?
Lo último de lo último; era un viejo reaccionario, una mentalidad de tercera categoría.
Volvamos a su historia, ¿usted, durante la Segunda Guerra Mundial, militó junto a los aliados?
No, compañero, ¿usted me confunde con un liberal?, sepa que yo soy marxista-leninista.
¿Qué piensa de la pareja, de la mujer?
Ah, sobre eso no tengo nada que decir, y bueno, para no estar solo…
¿Le teme a la muerte?
En absoluto
¿Por qué?
Porque no, compañero; si es una cosa tan natural como comer. Además, nada me anuncia que pronto vaya a morir. Estoy tan ocupado en mis actividades, estoy tan ocupado todo el día con mis libros que la muerte no me preocupa. Yo estoy corriendo una carrera contra el tiempo, porque todavía tengo que escribir cosas muy importantes; y le aseguro que las voy a escribir, las voy a terminar, no tenga dudas.
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